Charles Soule es un guionista neoyorquino con un recorrido y trasfondo peculiares que no se ajustan al perfil del aficionado veterano de los comics ascendido a la liga profesional. Para empezar, se graduó en Estudios Asiáticos y de Oriente Medio con una especialización en el idioma y cultura chinos. En 2000, obtuvo su licenciatura en Derecho, trabajó en un bufete de Nueva York y luego se estableció por su cuenta, ejerciendo sobre todo en el ámbito de la inmigración y el derecho financiero, comercial y corporativo. Y luego, a partir de 2009 y a un ritmo enfebrecido, empezó a escribir comics como Lobezno, Daredevil, Hulka, la Cosa del Pantano o Superman. Pero, evidentemente, su base cultural era muy extensa y ello no solo le permitía sino que le animaba a probar temáticas más valientes y alejadas del canon superheroico.
En 2013, debuta en Oni Press,
“La Carta 44”, una absorbente historia de ciencia ficción que mezcla el
thriller político, las historias de primer contacto alienígena y el subgénero
apocalíptico. La génesis de esta mezcla entre “Interstellar” y “House of Cards”
–a decir de su creador- se remonta al día de Año Nuevo de 2011, cuando Soule se
encontraba paseando por una playa de Nueva Jersey. La idea le vino a la mente
casi completamente formada a partir de un pensamiento casual: ¿Qué podría
llevar a los Estados Unidos a retomar un papel activo en la exploración
espacial tripulada tras el abandono del Transbordador Espacial y la cancelación
de las misiones a la Luna y Marte?
Convencido de que tenía entre
manos algo digno de desarrollo, empezó a perfilar mejor la idea, tratar de captar
el interés de un editor y encontrar un dibujante. Trabajar para Marvel o DC
permite estirar la imaginación, pero no con la total libertad que otorga un
proyecto propio. Eso sí, los problemas que hay que afrontar no son pocos,
especialmente si, como era este el caso, no se trataba de una novela gráfica o
una miniserie, sino de una colección, limitada, sí, pero extensa. Hay que
encontrar un artista dispuesto a comprometerse a largo plazo con el proyecto
para contar así con una sola y coherente visión gráfica; y captar el apoyo de
una editorial dispuesta a correr el riesgo, promocionándolo adecuadamente en
los foros apropiados. Y después de todo eso, claro, que el comic tenga éxito y
consiga completar su recorrido.
En la primavera de 2011, durante una convención en Chicago, Soule le presentó la idea verbalmente a Jill Beaton, editora de Oni Press, un modesto sello independiente fundado en 1997 en Portland, Oregón y que había lanzado comics como “Scott Pilgrim” de Bryan Lee O'Malley o “Queen & Country”, de Greg Rucka. Fue ella quien encontró y contrató al español Alberto Jiménez Alburquerque para encargarse del aspecto gráfico. Así, “La Carta 44” empezó a publicarse en forma de serie mensual en octubre de 2013, finalizando en 2017 tras 35 números con la conclusión que desde el principio había tenido Soule prevista.
La historia comienza con la
toma de posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos, Stephen Henry
Blades, que al llegar al Despacho Oval tras la ceremonia se encuentra con la
tradicional carta de su antecesor, Francis T.Carroll, y que da título al comic (el
44 designa el número que el presidente hace en ocupar el cargo). En ella, para
su consternación, lee cómo éste llevó deliberadamente a la guerra a su país en
Oriente Medio con el fin de reforzar el poderío y tecnología militares de cara
a otra amenaza, secreta pero inminente: siete años atrás, se descubrió en el
cinturón de asteroides entre Marte y Júpiter que una inteligencia alienígena –porque
ninguna nación de la Tierra dispone de los medios y conocimientos para hacer
algo así- había estado utilizando los recursos mineros de esa zona del Sistema
Solar para construir algo de gran tamaño y propósito incierto que, además, está
enmascarado a los sistemas de detección más comunes.
Los pocos miembros del
gobierno al tanto del secreto son también los únicos que conocen el envío a ese
punto del espacio de una nave, la Clarke, con una tripulación compuesta por
cinco científicos y cuatro militares, con el fin de averiguar de qué se trata el
objeto y su riesgo potencial, así como de hacer contacto con los alienígenas si
ello fuera posible. La nave fue ensamblada en órbita, ocultándola a los
telescopios y medios de observación tradicionales y enviando sus piezas como si
fueran parte de otras misiones. Tras tres años de viaje, el mismo día en que
Blades jura el cargo, los astronautas están a punto de entrar en la esfera de
vacío de radiación que rodea el objeto.
Pero la tripulación también esconde un secreto. Ante la perspectiva de pasar años juntos en el espacio –quizá para no volver nunca a la Tierra- y tras afrontar una tragedia derivada de los celos, deciden adoptar una dinámica sexual, digamos, democrática, un poliamor que permite a cualquier miembro tener relaciones consentidas con cualquier otro. El resultado es el embarazo de la comandante Charlotte Hayden, al mando de la parte científica de la misión, una situación no buscada que cambia las expectativas de todo el grupo y de la que en la Tierra son ajenos.
Dada la enorme cantidad de sucesos que narra este comic, no deseo profundizar en la trama mucho más allá de esta premisa de arranque (aunque en el comentario que sigue sí entraré en algunos spoilers).
En “La Carta 44”, Soule teje
un argumento intricado, repleto de giros y sorpresas y que equilibra
perfectamente un alcance épico (lo que está en juego es nada menos que el
futuro de la especie humana) con momentos intimistas de la vida de aquellos que
participan en el drama. El guionista utiliza acontecimientos de la historia
reciente de Estados Unidos (la Guerra de Irak, el aumento en el presupuesto de
defensa, la crisis económica de 2008, la ralentización del programa espacial)
para construir sobre ellos una terrible conspiración que, desgraciadamente, a
veces parece más verosímil que la auténtica Historia. Con algunos desvíos
ocasionales (la guerra en Afganistán, las maquinaciones del expresidente
Carroll, la Tercera Guerra Mundial…), la narración oscila entre las intrigas de
despacho de Washington y el drama que tiene lugar a bordo de la Clarke, cuyos
exploradores realizan descubrimiento tras descubrimiento sin poder comunicárselo
a la Tierra y dejándose más de una vida por el camino.
Es más, Soule dosifica cuidadosamente
la información en ambas líneas narrativas. Desde el momento en que conocemos a
la tripulación de la Clarke, es evidente que a bordo han ocurrido cosas que les
han dejado a todos profundas cicatrices y que sólo conoceremos bien avanzada la
historia. Igualmente, Blades descubre de sopetón, a través de la carta de su
predecesor, la existencia tanto de los alienígenas como de una conspiración
gubernamental para hurtar información al pueblo americano, pero los detalles de
la misma sólo van desgranándose progresivamente.
A priori, Blades es un
personaje quizá algo tópico: un político elegante y carismático, amante de su
hermosa e inteligente mujer –aunque ésta también s intrigante a su manera- y su
encantador hijo, honrado, leal y con buenas intenciones. Evidentemente, está
modelado a partir del auténtico cuadragésimo cuarto presidente de Estados
Unidos, Barack Obama, en el cargo cuando este comic fue concebido (mientras que
Francis T. Carroll es una poco sutil y muy deformada versión de su predecesor
George W.Bush). Es, también, el más digno de compasión de todo el extenso
reparto, porque se ve atrapado en una jaula de maquinaciones y secretos
heredados que le colocan en la poco envidiable situación de ir resolviendo un
dilema ético tras otro, tomando decisiones que en poco tiempo le dejarán una
marca física. Blades es con quien el lector puede simpatizar más, no sólo por
la difícil situación a la que se ve empujado, sino porque es en buena medida a
través de sus ojos que va siguiendo la historia.
Aún peor, los partidarios del
anterior presidente y conocedores de la gran conspiración, le mienten y
traicionan, y su más valioso e inteligente asesor es víctima de un atentado. ¿Es
posible durante su mandato pensar en cualquier otra cosa que no sea ese objeto
extraterrestre que puede cambiar la faz del mundo? ¿Cómo decidir políticas
educativas o nombramientos cuando quizá en cuestión de semanas o meses podríamos
estar los humanos luchando por nuestra supervivencia? ¿Debe entonces revelar la
existencia del objeto extraterrestre al mundo? Si lo hace, podría enfrentarse a
un panorama de desorden social como nunca antes en toda la historia de la
humanidad. Adeás, desvelar cómo se ha sumido al país en dos guerras, una crisis
económica y la inacción en todos los campos políticos para financiar el
Proyecto Monolito (que desarrola armas de alta tecnología con las que afrontar
una posible invasión alienígena) y la misión de la Clarke, podría llevar a una
guerra civil. De hecho, estalla una Tercera Guerra Mundial en la que antiguos
aliados se enzarzan en cruentas batallas por todo el globo y en el curso de la
cual grandes ciudades quedan arrasadas.
El grupo de astronautas de la
Clarke está menos perfilado y su función, es sobre todo, la de actuar o bien
como expertos en diferentes campos del conocimiento que aportan la explicación
técnica necesaria para entender tal o cual suceso e inventan una solución para
este u otro asunto; o bien como militares que desarrollan tácticas para enfrentarse
a un peligro y encabezan los momentos de acción física. Hay alguno con personalidad
más definida, como el sargento John Willett o el astrónomo Donald Pritchard,
pero en general no son demasiado memorables a título individual, siendo más
interesante la dinámica conjunta que han establecido en su vida cotidiana a
bordo. Se trata de un grupo de gente valiente y capaz que han quedado atrapados
en el espacio. La tecnología que les llevó hasta allí, aunque más avanzada que
ninguna otra en la historia de la humanidad, está sin embargo lejos de haber
sido probada y una parte importante de su tiempo han de invertirlo en reparar
continuos fallos en los sistemas. Para colmo, no tienen suficiente combustible
como para regresar a casa y la comandante está embarazada de alguno de sus
compañeros, no se sabe cuál (al menos hasta que nace la criatura). La
perspectiva de dar a luz en gravedad cero y sin un equipo médico adecuado,
añade otra capa adicional de tensión e incertidumbre.
Originalmente intercalados en la serie regular, se publicaron cinco episodios (que en la edición compilada se han juntado en uno solo de los volúmenes) dedicados exclusivamente a aportar información individual sobre los miembros de la expedición, sus pasados, personalidades y motivos para alistarse en lo que tenía todas las probabilidades de ser un viaje sin retorno. No hay apenas acción en estos capítulos dedicados íntegramente, como digo, a la construcción de personajes, lo que demuestra que Soule sí tenía recursos e ideas en ese sentido, pero que no encontró la forma de insertar toda esa información (correspondiente, recordemos, a diez personas nada menos) en la historia principal sin ralentizar su acelerado ritmo.
Más chirriante resulta el
expresidente Carroll, que acaba encajando – innecesariamente a mi parecer- en
el molde de villano de manual por el que es imposible sentir afinidad alguna.
Soule nos sugiere que la pérdida de su mujer, a la que verdaderamente amaba y
que le servía de brújula moral en el desempeño de sus funciones políticas, fue
uno de los factores que le llevaron a perder el rumbo y cometer serios
atropellos contra su país y el mundo en general (algo en lo que no cae el
presidente Blades, que en todo momento cuenta con el apoyo de su familia).
Personalmente, creo que hubiera resultado mucho más interesante conservar su
ambigüedad hasta el final: alguien que, convencido de actuar en aras del bien
de la especie, realiza actos deplorables que siembran miseria, destrucción y
muerte. En cambio, Soule lo reduce progresivamente al estereotipo: un sujeto
arrogante, egocéntrico, psicópata y que, incapaz de asumir la pérdida del
poder, está dispuesto a cualquier cosa para recuperarlo, incuyendo conspirar
contra su país, traicionarlo vendiendo secretos a otras potencias y maquinar
para salvar sólo a quienes le apoyan incondicionalmente, engañándolos y
sacrificándolos cuando su plan no sale como esperaba.
En cuanto a los alienígenas, Soule
se enfrentaba al dilema de cualquier escritor que aborde el tema del Primer
Contacto. Una vez conocido o encontrado el objeto, vehículo, planeta o elemento
extraterrestre que se sitúa en el cenro del enigma que pone en marcha la trama,
caben dos alternativas. En primer lugar, mantener hasta el final el sentido de
lo maravilloso, la emoción, el asombro y el temor ante lo desconocido,
limitándose a exponer hipótesis sobre el hallazgo sin llegar a desvelar nunca
su auténtica naturajleza, origen o propósito. Es el caso de “Pórtico” (1977),
de Frederik Pohl; “Solaris” (1961), de Stanislaw Lem; “Cita con Rama” (1972),
de Arthur C.Clarke; o “Mundo Anillo” (1970), de Larry Niven.
Ahora bien, el desarrollo narrativo de ese enfoque puede ser limitado y no son pocos los lectores que encuentran insatisfactorio finalizar una historia sin conocer la resolución del misterio que la impulsaba. La única alternativa es desvelar más y más de ese enigma hasta aclararlo por completo. Pero ello tiene dos peligros. El primero es, precisamente, aquello de lo que se quería huir inicialmente y que es la razón por la que sagas de novelas como la de “Pórtico” o “Rama” van perdiendo progresivamente su interés conforme más se sabe de los alienígenas en cuestión: sin el misterio que impulsa a seguir leyendo, es frecuente que la historia quede reducida a una aventura más o menos convencional.
Esa es la opción que escoge
Soule encontrándose con el segundo peligro asociado a la misma: son pocos los
autores capaces de imaginar inteligencias extraterrestres verdaderamente ajenas
a lo humano o siquiera que estén a la altura del enigma inicialmente planteado.
Así, en “La Carta 44”, los Constructores, por muy avanzada que resulte su
tecnología, resultan estar regidos por emociones que nos resultan
sospechosamente familiares (básicamente, la búsqueda de la redención por la
destrucción que provocó la arrogancia de toda su especie y su fe en un Destino
Manifiesto) y son sensibles a la frustración, la ira o la venganza. Tampoco
Alburquerque plasma gráficamente unos extraterrestres particularmente
originales: una especie de conchas con tentáculos que se sirven de una suerte
de prolongaciones fractales multiuso.
El madrileño Alberto
Alburquerque no tenía ante sí un desafío sencillo cuando decidió encargarse de
“La Carta 44”. En primer lugar, debía diseñar un extensísimo reparto de
personajes, docenas de ellos con un papel relevante en la trama y cada uno con
rasgos claramente definitorios que permitieran identificarlos al momento en
cualquier escena. En segundo lugar, tenía que ambientar la acción en lugares y
entornos muy dispares: a bordo de la Clarke, en el interior de la construcción
alienígena y en los círculos políticos y científicos de Washington. Y, para
colmo, había elementos y secuencias complicados de resolver: tecnología y
biología extraterrestre, fenómenos cósmicos de magnitud sobrecogedora, batallas
en la Tierra con armas de última generación… Aún peor, Soule incluye extensos
parlamentos que no hay forma de resolver más que con primeros y medios planos
de “cabezas” dando discursos.
Alburquerque sale razonablemente bien parado de este reto. Su estilo, una mezcla de línea independiente americana, sabor francés y manga, destaca sobre todo en los fondos y los elementos mecánicos, pero en cuanto a las figuras adolece de desproporciones anatómicas y expresiones y manierismos que pretenden subrayar la intensidad emocional de ciertos momentos pero que, a mi juicio, son excesivos e innecesarios.
Los 35 números de que consta “La Carta 44” –reunidos en seis volúmenes- son una lectura adictiva que perfectamente podría haber adoptado la forma de una novela o una serie de televisión. Tiene un extenso reparto de personajes que le permite a los autores mezclar la CF y la Política “duras” en una trama original que va in crescendo desde el primer número, que encadena revelación tras revelación, ofrece acción en abundancia pero bien dosificada y no traiciona su espíritu con un final abierta y forzadamente feliz.
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