Richard Curtis es uno de los grandes nombres del cine y televisión británicos. Empezó como guionista a principios de los 80 en la comedia televisiva “Estas No Son Las Noticias de las Nueve” (1979-1982, protagonizada por Rowan Atkinson). Pero fue su siguiente programa, “La Víbora Negra” (1982-89), de nuevo con Atkinson y ambientada en la Inglaterra de los Tudor, el que le aseguró un puesto de prestigio en el panorama audiovisual. También ha escrito para otras series de gran éxito, como “Spittin Image” (1984-86), “Mister Bean” (1990-5) o “The Vicar of Dibley” (1994-2020).
En el cine, Curtis obtuvo un colosal éxito con
su guion para “Cuatro Bodas y un Funeral” (1994), que le valió ser etiquetado
como especialista en comedias románticas. Y, efectivamente, en esa línea
cosechó excelentes resultados con “Notting Hill” (1999), “El Diario de Bridget
Jones” (2001), “Bridget Jones: Sobreviviré” (2004) o “Yesterday” (2019).
También escribió los guiones para los largometrajes de Mr Bean y “Caballo de
Batalla” (2011) de Steven Spielberg. Como director, caben destacar “Love
Actually” (2003) y “Radio Encubierta” (2009).
Curtis había flirteado antes con material
fantástico, por ejemplo, en dos especiales de televisión: “La Víbora Negra:
Villancico” (1988) y “Bernard and the Genie” (19914), así como el popular
episodio del “Doctor Who” de 2010, “Vincent y el Doctor”. “Una Cuestión de
Tiempo”, su tercer film como director, entra de lleno en el género.
Tim Lake (Domhnall Gleeson) creció en una casa solariega de Cornualles rodeado de una excéntrica familia. Al cumplir los 21 años, su padre, James (Bill Nighy), le revela que todos los hombres de la estirpe tienen la capacidad de viajar hacia atrás en el tiempo a lo largo de sus propias líneas vitales; y el método es tan sencillo como ir a un lugar oscuro y concentrarse en el momento al que uno quiere ir a parar. Aunque al principio Tim cree que se trata de una broma, enseguida descubre que no es así.
Su padre le aconseja utilizar ese poder para
alcanzar cosas verdaderamente importantes en la vida. Ni la búsqueda del dinero
ni la gloria le harán feliz. Pero lo que al tímido e inseguro Tim más le
importa es encontrar el amor. Así que lo que hace con su talento en primer
lugar es tratar de acercarse, a base de prueba y error, a Charlotte (Margot
Robbie), una bella joven que ha ido a pasar el verano con ellos. Sin embargo,
no importa cuántas veces retroceda en el tiempo para actuar de otra manera,
subsanar una torpeza o decir lo que parece apropiado, no consigue conquistarla.
Tim se muda a Londres e inicia una carrera
como abogado. Una noche, en un restaurante, conoce a una chica americana, Mary
(Rachel McAdams), pero cuando al término de la velada retrocede en el tiempo
para evitar que fracase la obra teatral del amigo de su padre, Harry (Tom
Hollander), borra la línea temporal en la que la había conocido. Como había
charlado largo rato con ella, conoce algunos de sus gustos y acude todos los
días a una galería de arte hasta que la vuelve encontrar. De nuevo a base de
prueba y error, retrocede en el tiempo una y otra vez hasta que da forma al
romance perfecto. Los dos empiezan a vivir juntos, se casan, tienen un hijo…
pero la capacidad de Tim para desplazarse a lo largo de su propia vida, cambiar
su pasado y, por tanto, el presente-futuro, resulta ser tanto una bendición
como una carga.
Cuando tuvieron que abordar “Una Cuestión de
Tiempo”, muchos comentaristas recurrieron rápidamente a la analogía más
sencilla: “Atrapado en el Tiempo” (1993), en la que Bill Murray repetía ad
nauseam el mismo día, especialmente la parte de esa película en la que el
protagonista se servía de esa maldición para ir perfilando la cita perfecta con
Andie McDowell. Personalmente, creo que ésa es la única semejanza entre ambos
films, porque se trata de historias de viajes en el tiempo muy diferentes.
En realidad, la película a la que más se
asemeja “Una Cuestión de Tiempo” es “Más Allá del Tiempo” (2009), en la que,
por cierto, también participaba Rachel McAdams en un papel casi idéntico: el de
la esposa de un hombre ordinario que podía desplazarse hacia atrás y hacia
delante de su propia vida. La diferencia crucial es que el personaje de Eric
Bana en esa historia no podía de ningún modo cambiar el pasado. Pero es que
mientras “Más Allá del Tiempo” desarrollaba la premisa como un drama serio,
“Una Cuestión de Tiempo” adopta un tono más informal de comedia romántica.
Otras películas como “Lluvia en los Zapatos” (1998), “Las Vidas Posibles de
Mr.Nobody” (2009) y, sobre todo, la mucho más oscura “El Efecto Mariposa”
(2004), contaban con protagonistas capaces de retroceder mentalmente en su
propia vida y crear líneas vitales divergentes.
“Una Cuestión de Tiempo” es una película que
tiene todos los elementos propios de Richard Curtis. Y no lo digo con intención
negativa. Curtis sabe cómo estructurar un romance, tiene un don para crear
personajes secundarios con carisma y el talento de añadir el sentimentalismo
justo para causar un efecto en el espectador. “Una Cuestión de Tiempo” tiene
momentos brillantes y carga emotiva, utilizando el peculiar poder del
protagonista para construir una metáfora sobre la vida.
Pero Curtis tiene también sus defectos, en
especial, esa sensación de que sus protagonistas, masculinos (Hugh Grant,
Himesh Patel) o femeninos (Renee Zellweger) son variaciones de un modelo base –y
que los más cínicos afirman sería el propio Curtis-. Por otra parte, todo lo
que de entrañables y extravagantes tienen sus personajes acompañantes, no dejan
de ser prototipos del modo de vida británico, con su te de las cinco y sus
exclamaciones pasadas de moda. Es como si las ficciones que imagina Curtis
cobraran vida dentro de una de aquellas viejas ilustraciones de las revistas o
las postales inglesas, en lugar de en el mundo real. Y, por último, el director
y guionista recalca aquí más de la cuenta su mensaje, como si le preocupara que
el público se perdiera su metáfora y su filosofía de la felicidad si no la
articula explícitamente en una voz en off acompañada de una alegre cancioncilla
pop.
Pero estoy siendo un poco duro. Porque “Una
Cuestión de Tiempo” es, en su mayoría, un film sólido que consigue lo que
pretende y que es más disfrutable de lo que quizá cabría esperar leyendo un
resumen de su argumento. Tiene un arranque ligero, con una premisa ingeniosa
que se utiliza con propósitos romántico-cómicos, algo que no suele ser habitual
en un género como el de la CF, que tiende a utilizar los viajes temporales como
base de complicadas aventuras o thrillers con grandes cosas en juego (de hecho,
se dice de pasada que los viajes de Tim no pueden alterar la gran corriente
histórica). Esto la acercaría a obras como “Peggy Sue se Casó” (1986), “Kate y
Leopold” (2001) o “Jacuzzi al Pasado” (2010), en las que los cómos y por qués
del proceso así como las posibles complicaciones de los viajes temporales se pasan
por encima. Curtis evita empantanarse con la mecánica cuántica o las paradojas:
presenta el concepto, añade unas cuantas reglas (que luego se salta
arbitrariamente, como comentaré luego) y desarrolla la historia sobre esas
bases sencillas. Y por eso, “Una Cuestión de Tiempo” es una película que puede
gustar a un público muy amplio y no particularmente interesado en la CF.
Para disfrutar la película, además de en la
física involucrada, es también aconsejable no pensar en las implicaciones
éticas de utilizar la capacidad de rehacer el pasado para asegurarse el afecto
de una persona que siempre permanece ignorante de ese secreto. Y es que hay
algo grimoso y sórdido en la idea de manipular la vida de tu amante sin su
conocimiento ni consentimiento, por ejemplo, saboteando una relación
sentimental que podría haber salido bien. “Una Cuestión de Tiempo” nunca da la
sensación de ser tan, digamos, siniestra, como la mencionada “Más Allá del
Tiempo”, en la que el protagonista corteja y prepara a su futura esposa
apareciéndosele en todos los momentos de su vida. En parte, ello es gracias al
guion de Curtis, que evita cualquier connotación turbia en este sentido, pero
también al tosco encanto de Domhnall Gleeson.
Gleeson llena a la perfección su personaje,
siempre nervioso e inseguro pero también decidido a conseguir lo que quiere;
mientras que Rachel McAdams (que luce un peinado poco favorecedor que parece
una peluca) aporta serenidad, belleza y clase. Aun cuando ambos actores y
personajes son muy distintos tanto en su físico como en su forma de
desenvolverse, cuando están juntos transmiten tanta sinceridad y calidez como
una pareja auténtica. Gleeson en especial, aunque nunca se desprende del todo
de su aire neurasténico, hace un trabajo muy sólido pasando de ser un
adolescente desgarbado a un padre sensato y resultando igualmente convincente
en los dos roles.
Lo que no resulta igualmente convincente es la
ausencia de conflicto en esta historia. Y es que Tim y Mary construyen una
familia en la que todo es perfecto. Puede ser una fórmula gastada, pero no por
ello menos eficaz, que en una comedia romántica los amantes rompan sólo para
luego reconciliarse felizmente en el clímax. El propio Curtis había utilizado
muy acertadamente ese predecible cliché en, por ejemplo, “Notting Hill” o “Love
Actually”. Sin embargo, “Una Cuestión de Tiempo” carece por completo de esa
tensión porque Mary y Tim son absolutamente felices juntos e incluso cuando se
desencadena un temporal el día de su boda, todos se las arreglan para echar
unas risas y sentirse igualmente radiantes.
El único conflicto serio de la película es el
de la hermana de Tim, Kit Kat, su “persona favorita” y que se nos presenta como
alguien con problemas de bebida y un gusto detestable para elegir pareja. El
problema es que esta subtrama es marginal y por eso, cuando llega la escena en
la que Kit Kat no aparece en una fiesta porque ha sufrido un accidente de coche
por conducir ebria, el tono de la película se oscurece de repente de una forma
que ni es consistente con el resto de la historia ni particularmente eficaz
dado que Kit Kat ha venido siendo un personaje muy secundario. A consecuencia
de esto, la trama se ve obligada entonces a tomar un desvío forzado. Tim viaja
hacia atrás en el tiempo para arreglar los problemas de su hermana, hasta la
fiesta, años atrás, en la que supuestamente empezó a tomar malas decisiones. Pero
resulta que esa tampoco es la solución, porque cuando regresa al presente, se
encuentra con que ha cambiado también su propia vida de una forma que no le
gusta. Así que vuelve otra vez al p
asado, pero no tan atrás, deja que suceda el
accidente de coche y decide sólo tratar de convencerla para que abandone esa
espiral autodestructiva. Así que, durante diez minutos, la historia bascula
hacia el drama sólo para recuperar su tono ligero otra vez.
En resumen, que dado que la premisa establece que el protagonista tiene absoluto control sobre sus viajes temporales y que puede realizarlos tantas veces como desee para que las cosas queden dispuestas a su conveniencia, nada hay que no pueda enderezar, aunque le cueste varios intentos. Esto le resta a la película incertidumbre, dramatismo y giros que tengan consecuencias duraderas.
Si algo es capaz de hacer Curtis en sus
películas (tanto en las que ha guionizado como dirigido) es rodearse de un
extraordinario plantel de secundarios. Actores de primera clase participan
dando vida a personajes entrañablemente excéntricos. Viéndolos en pantalla, uno
tiene la impresión de que el rodaje fue una fiesta, que todo el mundo se lo
pasaba bien y tenía plena libertad para improvisar. De entre todos ellos
destaca el gran Bill Nighy, que da perfecta salida a los irónicos diálogos de
Curtis y que aporta a la película un final muy dulce que lo convierte en una
historia de amor entre padre e hijo tanto como una comedia romántica
tradicional.
Lo que sí parece claro es que Curtis no tiene
en esta película interés alguno en las mujeres. No se trata solamente de que
éstas no puedan viajar en el tiempo, es que o carecen de auténtica personalidad
o viven vidas inferiores en intensidad e interés a las de los hombres que las
rodean. Mary, lo he dicho, es la esposa perfecta, pero también un mero e
ignorante peón a merced de su manipulador marido; Kit Kat lleva una existencia
desordenada; la madre de Tim es una gruñona parca en palabras que carece de
presencia al lado del carisma de su marido; Charlotte es la mujer fatal, la
gata que juega con el ratón antes de despreciarlo…
Al final, esta una historia de hombres, de sus
sentimientos y anhelos, en la que las mujeres son incidentales, sobre todo porque
aquéllos pueden cambiar su historia para que ellas jueguen el papel que les
conviene. Por eso es mucho más emotivo el final de la película entre el padre y
el hijo (que me pregunto si no sería originalmente el centro de la historia
hasta que algún productor le aconsejó que se ciñera a la comedia romántica
tradicional) que cualquier momento de la historia de amor entre Tim y Mary.
Otro problema, este de coherencia, de la
película reside en la “lógica” de sus viajes en el tiempo. Se establece al
comienzo que Tim sólo puede desplazarse al pasado de su propia vida. Su padre
también le dice que puede retroceder y afectar a acontecimientos que acabarán
conformando un presente (el punto de partida de ese desplazamiento en concreto)
diferente. Vemos este fenómeno un par de veces, en las que Tim retrocede y
cambia las cosas para que la obra de Harry triunfe, por ejemplo; pero luego se
encuentra con que, al estar presente en el estreno, no podía hallarse
simultáneamente en el restaurante donde había conocido a Mary. Más adelante,
hay otra escena en la que retrocede en el tiempo para impedir que su hermana sufra
el accidente y cuando regresa al presente se encuentra con un hijo suyo al que
no reconoce. Estas ideas son propias del subgénero de Viajes en el Tiempo de la
CF y están desarrolladas con acierto.
Lo irritante es la falta de explicaciones sobre ciertas lógicas del proceso o la inconsistencia en su aplicación. Se establece que cuando vuelve al presente, Tim tiene que vivirlo todo otra vez. Pero hacia el final, lo vemos retroceder con su padre a su niñez para disfrutar con él de un paseo por la playa antes de que el cáncer lo mate en el presente. ¿Significa eso entonces que Tim ha tenido que revivir su vida entera desde ese punto? ¿O desde el momento en que, diez años atrás, ayudó a su hermana a emparejarse con el novio adecuado?
Lo que se desprende más bien de esas escenas es que, de algún modo, Tim puede saltar instantáneamente desde el presente a momentos del pasado, y luego regresar al mismo punto, pero nunca se deja claro. Lo que la película necesitaba es una escena que nos mostrara cómo Tim podía volver al presente de forma instantánea –sin volver a revivir toda su vida otra vez desde el punto del pasado en el que se encontrara –siempre y cuando no hubiera alterado nada relevante que tuviera consecuencias para él en ese presente. Eso es lo que marca la diferencia entre una película de viajes en el tiempo inteligente y bien planteada y una que en su segunda mitad deja perdido –puede que incluso molesto- al espectador más inquisitivo y cerebral.
“Una Cuestión de Tiempo” es una película de CF ligera para espectadores no particularmente amantes del género fantacientífico. Y es que, a pesar del título y la premisa, la película no va de viajes en el tiempo. Éstos no son más que una herramienta narrativa, una excusa para contar no tanto una historia de amor como articular una moraleja: lo mejor que podemos hacer con nuestro tiempo es atesorar cada momento que pasamos con nuestros seres queridos. Aunque ocasionalmente Curtis fuerza la nota sentimental, es un melodrama bien construido, entrañable, honesto en la manera en que explora el arco vital de su protagonista y con suficiente corazón y talento interpretativo como para compensar sus considerables defectos.
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