Sin duda, una de las razones que encontramos los aficionados a la CF para volver una y otra vez a sus brazos es la fuerza de sus ideas, el deseo de que el autor, más allá de entretenernos, nos sorprenda con ideas nuevas y atrevidas que estimulen nuestra imaginación y nos hagan mirar al futuro y al universo con otros ojos. Tras siglo y medio de CF (al menos, en su versión más moderna y reconocible), esta tarea se ha vuelto, no imposible, pero sí más complicada. Son muchas obras, muchos autores, muchas ideas acumuladas en un periodo tan dilatado de tiempo. Y, sin embargo, de vez en cuando, abres una novela o un cuento, y te topas con una premisa, una situación, un concepto, que sigue haciéndonos arquear las cejas y haciéndonos saltar a la siguiente página. Es el caso de “La Pasión de los Hombres Cometa”.
Al principio, no sabemos muy bien qué ha ocurrido ni qué es exactamente lo que se nos describe… hasta que nos damos cuenta de que se trata de un ser humano profundamente modificado que orbita el Sol a una distancia enorme del mismo, a casi un año-luz de nuestra estrella, en la nube de Oort que rodea el Sistema Solar. Su nave-estructura es una mezcla de fragmentos de su propio cuerpo fusionados con micromaquinaria: “reducido a su componente orgánico: un núcleo de corteza cerebral sostenido por los restos de su cuerpo biológico (…) una momia semiviva cubierta por una inextricable costra de carbono, costra que se afinaba y extendía a partir de los perfiles de su cuerpo para formar un vasto rectángulo de micromaquinaria”.
En definitiva, una especie de “cometa ciborg”, una red fractal cuadrangular de ochenta por cien kilómetros de superficie en cuyo centro se halla el cuerpo momificado, con una conciencia ralentizada y centrada por completo en una sola misión: “Como hombre cometa, la razón de su existencia no era otra que la contemplación del cosmos, la reflexión sobre lo recabado y el descubrimiento de sus verdades fundamentales para su exclusivo disfrute. Conocimiento. Belleza. Aislado de toda distracción. Dedicar a su búsqueda el cien por cien de su tiempo, el cien por cien de sus facultades”. Para ello, va equipado con un minirreactor nuclear que alimenta procesadores de información, bancos de memoria, sensores activos y pasivos y un sistema de control del movimiento para rectificar las órbitas. Aunque no está solo –su denominación, de hecho, es Oort-36 y hay otros 719 como él-, la comunicación con sus congéneres que viajan, como él, en amplias órbitas elípticas alrededor al sol, no es frecuente ni sencilla.
Tras seiscientos años de viaje, con su autonciencia ralentizada para ahorrar energía, Oort-36 sufre el impacto de un objeto y sus sensores quedan dañados. Lo único que puede percibir es la luz visible del espectro electromagnético. De repente, se encuentra en una situación angustiosa: “Era un organismo cuasiinmortal que sólo dependía de la disponibilidad de energía y nutrientes, Un organismo bloqueado y roto, meciéndose inane en el interminable transcurrir de los milenios. Hasta que el horno de isótopos se consumiera, su reserva de oligoelementos y aminoácidos se agotara o, si tenía suerte, otro improbable accidente acabara definitivamente con su vida. Inoperativo. Consciente. Eterno”. Dado que ya no puede sumergirse en el éxtasis de la observación y análisis de datos, empieza a recuperar información de su memoria humana.
Es entonces cuando empezamos a vislumbrar un cuadro mayor, el de una Humanidad que ha dejado atrás la época de las crisis políticas, energéticas y económicas, “un mundo de recursos prácticamente infinitos, equitativamente distribuidos; la abundancia global, por fin el sueño alcanzado”. Y que, sin embargo, sigue alumbrando conflictos religiosos, raciales, históricos… que continúan diseminando dolor y desesperación. La Orden, un movimiento radical de carácter libertario e individualista que consigue territorio propio y reconocimiento como país, decide que la inteligencia, desde el punto de vista evolutivo, no lleva a ninguna parte salvo a la extinción y decide apartarse del mundo y volcarse en la obtención de conocimiento como una actividad hedonista, modificando los cuerpos y mentes de tantos de sus miembros como le es posible para funcionar para siempre de forma autónoma al resto de la sociedad.
Y así, una larga misión al espacio organizada y financiada por La Orden transformó, activó y lanzó, a lo largo de varios años, a 720 hombres cometa, ya para siempre aislados de la Humanidad en sus eternos viajes alrededor del Sol. Pero cuando Oort 36 ve arruinada para siempre su armonía y ante la imposibilidad de otorgarse una muerte rápida (caer hacia la estrella le llevaría cientos de miles de años), decide otro camino: la venganza. Y es que parece que el incidente que le ha privado de sus sensores ha sido un ataque deliberado de otro de sus congéneres. El resto de la historia consistirá en averiguar quién es el responsable, cuáles son sus razones y cuál será el destino final de Oort 36.
Con sus 80 páginas de extensión, “La Pasión de los Hombres Cometa” no es una novela sino un cuento largo. Y eso es, en este caso, una virtud. En estos tiempos de literatura de género hipertrofiada, es de alabar que alguien tenga una idea original y, al mismo tiempo, sea lo suficientemente honesto como para no sucumbir a la tentación de extenderla más allá de los límites de su eficacia narrativa o mezclarla con otros conceptos y tramas que diluirían la inmersión del lector y el vigor de la propia idea. Alberto Moreno ofrece pinceladas de un futuro que sugiere potencial para grandes historias, de las cuales la de la Orden y sus hombres cometa sería sólo un episodio, quizá hasta menor. Pero abrir más el foco habría, como digo, desleído la intensidad de este relato y lo original de su premisa.
Encuentra momento y lugar, sin embargo, para encajar una crítica al mundo moderno y un aviso a lo que podría depararnos nuestra actitud: “La tecnología, en manos de ciudadanos ociosos y mal formados, era un valor adquirido, un hecho consumado; siempre había estado ahí y siempre lo estaría. Como la luz del Sol, como el aire que respirábamos. En ese escenario, adquirir conocimientos sobre las infraestructuras que nos mantenían no era un asunto de importancia. ¿Por qué iba a serlo? Teníamos automatismos, teníamos seudoIAs. Los millones de conflictos que las relaciones entre colectivos generaban eran prioritarios en una sociedad donde las urgencias materiales ya no existían. En la Orden, temíamos que el punto sin retorno estaba cerca de alcanzarse. Muy pronto, los servicios básicos sufrirían disfunciones que no podrían corregir por sí mismos. Los operadores humanos habrían perdido ya la capacidad de entender correctamente su funcionamiento. Y, poco a poco, antes de que la alarma social revirtiera el estado de las cosas, el sistema colapsaría en un apocalipsis absurdo”.
No es un temor nuevo en la CF, pero sí muy relevante hoy en día y que no deberíamos perder de vista en este mundo postindustrial absolutamente dependiente de la tecnología incluso para sus aspectos vitales más básicos.
Aunque, como he dicho, la idea de estos ciborgs-satélites es original y está bien desarrollada, personalmente me recuerda a algunos de los conceptos más fascinantes imaginados por Cordwainer Smith en los primeros cuentos de “Los Señores de la Instrumentalidad”, cuando la Humanidad empezaba a adentrarse en el espacio profundo y se veía obligada a utilizar ciborgs o animales manipulados genéticamente. El proyecto de escapar de una Tierra al borde el colapso y el sorteo para determinar quiénes serían los afortunados, recuerdan a “Cuando los Mundos Chocan”, la película de Rudolph Maté de 1951 (que, a su vez, adaptaba una novela de 1933).
Pero eso son parecidos casuales que ni de lejos huelen a plagio. Por otra parte, el sustento científico de Moreno es mucho más sólido que el de la mayoría de los escritores de la Edad de Oro o las producciones cinematográficas de los años 50, algo que ya había demostrado en su obra anterior, esa original aventura de Flash Gordon titulada “Retroverso: Luz Que Dejo Atrás” (2021), en la que fusionaba la space opera más clásica con el rigor de la CF dura. Su formación en Ciencias se manifiesta en la detallada –aunque no aburrida- descripción de las singladuras espaciales de los hombres cometa, esclavos de las leyes de la gravitación, y la claridad con la que expone las inmensas distancias y escalas temporales imperantes en el cosmos y que empequeñecen al hombre y su obra.
Lo que no hay en esta novela es caracterización. Pero no porque el autor tropiece en este aspecto sino porque es prácticamente imposible llevarla a cabo sin traicionar el propio espíritu de la historia. Oort 36 es ya apenas un hombre tal y como lo concebimos. Las modificaciones que ha experimentado su cuerpo, su experiencia vital de siglos como hombre cometa, la forma en que funciona su mente –que ha olvidado prácticamente todo sobre su antigua identidad y vida-… hace que resulte muy difícil conectar con él o ponerse en su lugar. Sabemos poco o nada de su pasado (al menos hasta el final) y no puede decirse que tenga una personalidad bien diferenciada. No interacciona con ningún otro ser y su único objetivo es observar y acumular conocimiento, como si fuera un dron.
Y, sin embargo, Alberto Moreno consigue resolver la historia de una forma que nos descubre que, en realidad, todo lo que hemos leído hasta ese punto, es profundamente humano. No voy a desvelar nada del desenlace porque sería una lástima arruinar la sorpresa (doble sorpresa) a quienes aún no hayan leído esta obra, pero baste decir que en el corazón de la misma hay sentimientos que podemos comprender perfectamente bien, como el tormento, la soledad, el amor y la venganza. El enigmático título cobra todo su sentido al cerrar el libro.
“La Pasión de los Hombres Cometa” es una obra corta, amena, intrigante, de consumo rápido y editada en un formato cómodo de fácil lectura, que demuestra que en el díficil arte del cuento de CF no siempre es necesario mirar allende nuestras fronteras para encontrar ideas que nos sorprendan.
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