sábado, 15 de octubre de 2022

1950- SOMBRA EN EL HOGAR -Judith Merril

En los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos celebraron el final del conflicto y la recuperación de la crisis económica que había lastrado la década anterior engendrando un asombroso número de niños. Ese fenómeno demográfico, el “baby boom”, tuvo unas consecuencias que siguen haciéndose notar hoy día.

 

Semejante explosión de natalidad halló su reflejo en la ciencia ficción norteamericana del momento. Muchas historias de la posguerra utilizaban las ansiedades y desafíos de la paternidad/maternidad para ilustrar las preocupaciones y temores de la época: “El Veldt” (1950), de Ray Bradbury, incluido en “El Hombre Ilustrado”; “Los Niños del Átomo” (1953), de Wilmar H. Shiras o dos obras de Judith Merrill, “Solamente una Madre” (1948), de la que ya hablé en su respectiva entrada; y “La Sombra del Hogar”.

 

El Tiempo no es amigo de nadie y, en particular, puede mostrarse muy despiadado con los escritores. Bastan unos pocos años retirados de la industria para que las editoriales descataloguen sus libros y los lectores los olviden. Si en lugar de años son décadas, los autores pasan directamente al fondo de la memoria, incluso para los aficionados más veteranos. El Premio de Redescubrimiento Cordwainer Smith se estableció en 2001 para reivindicar a esos autores injustamente olvidados. Algunos de los ganadores –póstumamente, claro- han sido Olaf Stapledon, Stanley G.Weinbaum, Leigh Brackett, Abraham Merritt, Fredric Brown… o Judith Merrill.

 

Escritora, editora y activista, Merrill (1923-1997) fue miembro de los Futurianos, aquella asociación combativa de jóvenes autores, editores y aficionados de Nueva York que condujeron a un sector de la CF lejos de la visión de John W.Campbell. De hecho, Merrill colaboró varias veces con uno de ellos, Cyril Kornbluth, y durante algunos años estuvo casada con otro: Frederik Pohl. Entre sus obras más conocidas se encuentran, además de muchos cuentos interesantes, la inquietante “Solamente Una Madre”, la novela de CF militar “Pistolero Cade” (1952) o la ficción postapocalíptica que ahora nos ocupa, “La Sombra del Hogar”. A pesar de sus logros como escritora, Merrill fue sobre todo conocida por su labor de editora. Desde 1956 a 1968, publicó una antología anual titulada primero “SF: The Year's Greatest Science Fiction and Fantasy” y más tarde “The Xth Annual of the Year's Best S-F”. Aunque este tipo de compilaciones siempre han sido muy abundantes, las de Merrill destacaban especialmente por la variedad de los autores y estilos elegidos, mirando a menudo más allá de las fronteras tradicionales de la Ciencia Ficción.

 

He comentado la influencia que sobre el género tuvo en los años 50 la explosión posbélica de natalidad. Pero aquellos años fueron también los del miedo nuclear. El conocimiento del poder destructivo de esas nuevas energías y la angustia que provocaba la perspectiva de un ataque nuclear soviético, pesó sobre la conciencia colectiva norteamericana durante décadas, filtrándose, claro está, a todos los formatos de ficción. “La Sombra del Hogar” es una perfecta síntesis de esas dos influencias: la familia y la bomba.

 

Merrill imaginó originalmente la historia como un cuento, pero cuando alcanzó las diez mil palabras se dio cuenta de que en realidad quería hacer una novela; y, además, una con intencionalidad política. Cuando llegó a las veinte mil palabras, detuvo el trabajo al sentir que necesitaba pasar más tiempo con su hija pequeña, pero el editor de Doubleday, Walter I. Bradbury, leyó el borrador incompleto y lo compró. Merrill dejó su trabajo editorial en Bantam Books para concentrarse en su finalización. Llegado ese momento, Doubleday impuso un título de su elección que evitara cualquier referencia a la guerra nuclear y modificó el texto para incluir un final más feliz. Por supuesto, estos cambios no fueron del gusto de Merrill.

 

Cuando su criada de raza negra, Veda, la telefonea para decirle que está enferma, Gladys Mitchell, residente acomodada en Westchester, Nueva York, no tiene más remedio que quedarse en casa y hacer ella misma las tareas domésticas. Un leve inconveniente que le salva la vida porque Nueva York resulta destruida ese mismo día por un ataque nuclear sorpresa (que, aunque no se menciona explícitamente, fue lanzado por los soviéticos). Los anuncios de la radio la aconsejan quedarse encerrada en casa y Gladys se esfuerza por pasar el día atormentada por el destino de su esposo Jon, que trabajaba en la ciudad.

 

Cuando sus hijas, la adolescente Bárbara y la más pequeña Virginia llegan del colegio, Gladys debe enfrentarse a los desafíos de vivir en un mundo post-nuclear. Aislada con sus hijas y sin poder contar con el apoyo de nadie, rodeada de un creciente número de heterogéneos vecinos y conocidos, Gladys debe mantener a su familia a salvo de la radiación y el peligro de los saqueadores hasta que alguien pueda evacuarlas fuera de la zona contaminada.

 

En nuestra era de saturación mediática –televisión por cable 24 horas, redes sociales, internet- resulta todo un choque muy revelador el verse transportado con esta novela a un tiempo en el que las únicas fuentes de información eran los periódicos y la radio. Dado que el desastre ha interrumpido la edición de periódicos, Gladys se ve obligada a confiar en los entusiastas locutores radiofónicos, que leen actualizaciones y listas de víctimas junto a informes de contraataques efectuados por drones. Su insoportable vecino está convencido de que todo es propaganda, pero las Mitchell optan por la prudencia y permanecen encerradas en su casa, lo que le da a la historia un escenario ideal para cultivar la claustrofobia, paranoia, tensión y conflictos de todo tipo.

 

La posible contaminación radioactiva de Bárbara se convierte en la principal preocupación de Gladys, a lo que a añade su decisión de esconder bajo su techo al doctor Gar Levy, intelectual judío, maestro de su hija y antiguo científico atómico que fue colocado en la lista negra de las autoridades por haber expresado sus objeciones a las armas nucleares. La criada de Gladys reaparece y pasa a ser sospechosa de colaborar con el enemigo (dirigiendo el ataque con misiles hacia Nueva York) cuando se descubre que había preparado su habitación para resistir la radiación. Se produce una fuga de gas en la bodega que amenaza con hacer explotar la casa. Y está el peligro de los saqueadores y los supervivientes enfermos de radiación que están llegando a los suburbios en grandes oleadas.

 

El suspense y la tensión de la novela, de todas formas, no derivan del aislamiento. La casa y sus habitantes parecen existir en una especie de burbuja espacio-temporal. Algunas partes parecen sacadas de un manual de supervivencia de la Defensa Civil, urgiendo a mantener la calma y la paciencia hasta que se manifieste alguna apariencia de gobierno para restaurar el orden, explicando los síntomas del envenenamiento por radiación y los peligros asociados a una situación de ataque nuclear. En un momento dado llegan un par de agentes de rescate para hacer exactamente eso. Por cierto, que esas figuras de autoridad que asumen el control tras el ataque, se sirven de la situación y su poder para satisfacer sus fantasías masculinas de dominación y control. En vez de presentarlos como héroes patriotas que defienden a sus conciudadanos de las maldades soviéticas, “Sombra en el Hogar” anticipa la era de la Ley Patriota sugiriendo que, escondidos entre los “salvadores”, hay oportunistas dispuestos a aprovecharse de una circunstancia trágica para establecer un marco represor.

 

Quizá podría esperarse que, en una novela escrita por una mujer y ambientada en un mundo escaso de hombres, la protagonista femenina se alzaría como un personaje ejemplar que se creciera ante la adversidad, manteniendo la calma y estabilidad de su hogar. Todo lo contrario: Gladys es una mujer bastante débil que a duras penas controla el torbellino de emociones negativas que tiene a flor de piel: confusa, aterrorizada y superada por los acontecimientos, opta por confiar en el doctor Levy y manipula al señor Turner (al cargo de la Defensa Civil en la zona) para conseguir lo que quiere y evitar hacer lo que no quiere.

 

Puede que esto parezca más realista habida cuenta de la terrible circunstancia en la que se ve inmersa Gladys, pero se hace irritante cuando, para colmo de males, otros personajes la acosan o la humillan (es el caso del telefonista de bomberos, que la maltrata cuando llama para pedir ayuda por el escape de gas). Sí, toma las riendas y hace lo necesario para la supervivencia de sus hijas; aprende y evoluciona favorablemente en un entorno en el que los hombres o han desaparecido o son una amenaza.

 

Pero, en definitiva, Gladys dista de ser el modelo feminista que algunos comentaristas han querido ver en ella. De hecho, encaja más fácilmente en los estereotipos femeninos de los años 50, mujeres que siempre eran salvadas por la medicina moderna o el hombre de turno. Otras escritoras contemporáneas como C.L.Moore o Leigh Brackett supieron imaginar personajes femeninos más fuertes.

 

El único personaje que recibe un tratamiento justo en la novela es Bárbara, que con 15 años no tiene miedo de decir lo que piensa y que está decidida a hacerse oír. Gladys al final reconoce que su hija mayor ya no es una niña sino una mujer. Es más, en Bárbara puede verse fácilmente a una pionera del feminismo, una joven de carácter que no se conforma con vivir y pensar a la sombra de su tradicionalista madre, una luchadora con voluntad propia y ganas de ejercerla.

 

La ingenuidad que demuestra Gladys en todo lo relativo a la radiación y los peligros post-holocausto recuerda a la pareja de ancianos de la película “Cuando el Viento Sopla” (1986). Gladys también revisa las hojas en ciclostil repartidas por el gobierno intentando comprender lo que se le viene encima. Esta ingenuidad revela el escaso corpus científico que se tenía entonces acerca de la contaminación radioactiva, tanto del cuerpo como del entorno. Conocimiento que, al ser muy inferior al actual en cantidad y precisión, le resta algo de oscuridad a la novela respecto a si se hubiera escrito, por ejemplo, en la década de los 80. Los personajes hacen varias comparaciones con Hiroshima, un recuerdo muy reciente para los lectores de 1950, como también el primer test nuclear soviético de 1949. Pero las autoridades están más preocupadas por las “nubes de materia caliente” que se están desplazando y recomiendan a los ciudadanos lo que en Defensa Civil llamaban “duck-and-cover”, básicamente quedarse en el interior de las casas donde, creían, estarían seguros. Los equipos de rescate, aparentemente inmunes a la lluvia radioactiva, buscan supervivientes entre las ruinas de Nueva York; la criada de Gladys sobrevive a la bomba porque estaba enrollada en varias mantas.

 

He indicado al principio que Merrill quiso darle un matiz político a esta novela. Esto viene a cuento porque para documentarse sobre la radiación y sus efectos utilizó el libro “No Place To Hide” (1948), de David Bradley, graduado en Medicina por Harvard y uno de los técnicos radiológicos presentes en el Atolón de las Bikini durante los test nucleares que allí se llevaron a cabo. Su misión fue registrar los efectos de la radiación y se quedó tan horrorizado por lo que aquélla podría hacer en las poblaciones humanas que escribió ese ensayo (editado en un formato popular) advirtiendo de los peligros de las nuevas armas de destrucción masiva. El gobierno y los militares norteamericanos desacreditaron el libro mintiendo públicamente sobre los efectos de la radioactividad. Merrill quiso con “Sombra en el Hogar” alinearse con la postura antinuclear y contradecir la versión oficial, detallando esas consecuencias y personalizándolas en las hijas de Gladys.

 

Así, en la novela se deja claro que las autoridades se hallan sobrepasadas y mienten para evitar todavía más pánico. Eso sí, las armas utilizadas eran como las de Hiroshima o Nagasaki y no las cabezas nucleares MIRV impulsadas por ICBM de la era Reagan, que hubieran arrasado por completo Nueva York e inundado de radiación todo el condado de Westchester. En cualquier caso, la novela es un ejemplo de lo limitados que eran los conocimientos científicos sobre la guerra nuclear en 1950. Algunos elementos siguen siendo válidos y otros predicen lo que pronto iban a mostrar los films educativos de Defensa Civil (de hecho, la novela fue llevada a la televisión en 1954 con propósitos didácticos y bajo el mucho más transparente título de “Atomic Attack”).

 

La “sombra” del título podría referirse a varias cosas: la sombra de un posible ataque atómico; la de agentes enemigos que dirigen los misiles; la sombra que deja el marido desaparecido de Gladys; la de los extraños hombres –posibles saqueadores, sospechosos agentes de Defensa Civil- que llaman a su puerta… Pero quizá lo más probable es que la autora se refiera a la sombra del envenenamiento radioactivo, algo que podría, o no, estar sufriendo Bárbara. La chica se hallaba en el exterior durante el ataque, expuesta a la lluvia radioactiva en una excursión del colegio; su profesora ya sabe que ella misma sí está afectada (aunque no muestra síntomas) y se imagina que Bárbara podría haber recibido también una dosis potencialmente fatal. Es el temor a que la radiación mate a sus hijas lo que lleva a Gladys al momento más oscuro de toda la novela: un hospital de emergencia donde se lleva a cabo el triaje de los supervivientes de Manhattan. Es la única vez que Gladys deja la seguridad de su hogar y una escena memorable.

 

Con “Sombra en el Hogar”, Merrill tuvo una buena idea para un relato, que supo plasmar con fuerza e interés en forma de novela. Ahora bien, aunque su prosa es buena, la trama se queda en lo meramente competente. Algunas de las crisis exigen del lector estirar demasiado su suspensión de la incredulidad; y hay elementos de la historia excesivamente retorcidos o directamente implausibles, como varios de los personajes y sus muy convenientes trasfondos; o el propio desenlace con un forzado final feliz (que, ya he dicho, fue imposición de la editorial).  

 

Como historia más preocupada por la caracterización que por la trama y restringida a un escenario doméstico durante un holocausto nuclear, la novela sale airosa. En vez de conformar un reparto compuesto de políticos, soldados o científicos y una aproximación violenta, heroica o profundamente pesimista, Merrill se centra en el punto de vista de una mujer corriente aislada en su hogar con sus hijas y un pintoresco grupo de vecinos. Ninguno de ellos pretende explorar ese nuevo mundo postapocalíptico o dar los primeros pasos en la reconstrucción de la sociedad, sino sólo sobrevivir y cuidar de los seres queridos. Este enfoque cotidiano, incluso realista, es lo que, a pesar de los mencionados inconvenientes, hace de esta novela algo destacable.

 

 


2 comentarios:

  1. No has pensado hacer una crítica (no sé cómo llamarlo) sobre "Mundo Anillo" de Larry Niven.

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    1. Si, lo tengo en la lista de relecturas... a ver cuando me pongo. Antes le va a tocar a Van Vogt, Disch, Varley...

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