martes, 22 de octubre de 2019

1966- LA LUNA ES UNA CRUEL AMANTE - Robert A.Heinlein (1)


Durante la década de los años cuarenta del pasado siglo, “Astounding Science Fiction” fue la revista más importante del género. Pero su influencia empezó a decaer tras la Segunda Guerra Mundial, dejando paso a otras cabeceras como “Galaxy Science Fiction” y “The Magazine of Fantasy and Science Fiction”, que competían por el interés de los lectores contratando a los mejores autores del momento.



Fundada en 1952, “If” fue una de esas publicaciones. Tras sobrevivir a unos inicios algo tambaleantes, fue vendida a Galaxy Publishing en 1959. En 1961, Frederik Pohl, que por entonces trabajaba como editor de “Galaxy Science Fiction”, empezó a desempañar la misma labor para “If”, puesto que ocupó hasta la venta de la revista en 1969, antes de su paulatino declive hasta su fusión con “Galaxy” en 1975. Bajo el liderazgo de Pohl, “If” disfrutó del periodo más próspero de su historia, ganando tres Premios Hugo a la Mejor Publicación.

“Galaxy” solía ofrecer trabajos de autores más consolidados y populares mientras que “If” se arriesgaba con escritores nuevos y trabajos más experimentales. Aquí vieron la luz obras importantes, como “Un Caso de Conciencia”, de James Blish; “No Tengo Boca y Debo Gritar”, de Harlan Ellison; “Cánticos de la Lejana Tierra”, de Arthur C.Clarke; el primer relato de Larry Niven, “El Más Frío de los Lugares”, y también su aclamada “Estrella de Neutrones”. Y, por supuesto, la obra que ahora nos ocupa, “La Luna es una Cruel Amante”, de Robert A.Heinlein, serializada entre diciembre de 1965 y abril de 1966 antes de su edición en formato libro.

Por entonces, Heinlein estaba en la cúspide de su popularidad y, para muchos, también de su
capacidad creativa. En 1967 fue nominado para un Premio Nébula por esta novela y ganó el Hugo en el mismo año. Libre de la estricta supervisión y directrices de John W.Campbell (editor de “Astounding Science Fiction”, donde había comenzado su carrera literaria) y los continuos desacuerdos con los editores de sus novelas juveniles, “La Luna es una Cruel Amante” nos presenta a un autor completamente libre, capaz de expresarse a su gusto y tocar los temas que desea. Heinlein estaba ya reconocido ampliamente como uno de los grandes del género, una de sus voces más relevantes, en no poca medida gracias al éxito y polémica cosechados unos años atrás por “Forastero en Tierra Extraña”, obra que había saltado del reducido círculo de la ciencia ficción para calar en el mercado generalista. “La Luna es una Cruel Amante” fue recibida con expectación y comentada con respeto y admiración. Tras más de cincuenta años, sigue reeditándose continuamente y está considerada como uno de sus trabajos imprescindibles para quien quiera acercarse a su figura.

La historia transcurre en la Luna, a finales del siglo XXI. La Tierra estableció allí tiempo atrás
un colonia penal que produce trigo para una población terrícola creciente y hambrienta. Los convictos –principalmente disidentes políticos y parias sociales- son transportados a la Tierra, dejados a su suerte e ignorados por las autoridades lunares en tanto en cuanto produzcan los volúmenes requeridos de alimento, cultivado éste en túneles bajo la superficie gracias al hielo encontrado en esos mismos lugares. La Autoridad Lunar vende productos de primera necesidad y suministros a los colonos (la mayor parte de los cuales son ya descendientes de convictos), pagándoles una tarifa prefijada por el grano producido. Luego, envía los cargamentos a la Tierra utilizando una catapulta magnética. Este sistema de fijación de precios tanto de venta como de compra, está pensado para exprimir todo lo posible a los colonos. De hecho y aunque pudieran, es imposible escapar del mismo.

El Alcaide, autoridad suprema en la Luna como delegado de la Federación de Naciones de la Tierra, cuenta tan solo con un puñado de guardias. No se puede decir que haya leyes estrictas y las costumbres y formas de relacionarse de los colonos se han ido estableciendo con el tiempo y sobre la marcha. No parece haber razones para aumentar los efectivos policiales ya que nadie puede escapar de la Luna ni aunque se le presentara la oportunidad: tras unos meses de
estancia, el cuerpo humano se acostumbra a la gravedad lunar, experimenta cambios biológicos irreversibles y resulta muy difícil o imposible regresar a la Tierra.

Pero es que, además, la situación en la Tierra dista de ser idílica y, de hecho, vive en un futuro pesimista que recoge lo peor de la naturaleza humana y sus sistemas de gobierno. Los Estados son cada vez más grandes, más represivos y de naturaleza más totalitaria. La Federación de Naciones –un trasunto de la ONU- es un compendio de todos los defectos, ineficiencias y corrupciones que lastran las organizaciones multinacionales reales de entonces y de ahora. A esto se añade la tesis maltusiana que Heinlein ya había utilizado en otras novelas anteriores (como las juveniles): la población aumenta a un ritmo superior al de las mejoras en la producción de alimento y las tensiones económicas y sociales resultantes desembocan en gobiernos progresivamente más opresivos hasta que esa tendencia se rompa por el estallido de una guerra, una catástrofe, una epidemia o la apertura de nuevas fronteras territoriales. Se esté o no de acuerdo con el pensamiento económico de Malthus y su pesimismos respecto a la condición humana, las premisas, conclusiones y especulaciones de Heinlein están bien sustentadas.

En este contexto y muy temprano en la trama, se reúne el que va a ser el cuarteto protagonista.
Manuel O´Kelly (más conocido como Manny) es un técnico de ordenadores que trabaja como operario autónomo para la Autoridad Lunar. Cuando le llaman para que revise el sistema principal de la colonia, se encuentra con que los errores que está registrando son deliberados y provocados por el puro aburrimiento. Como controlar todas las funciones y sistemas automáticos de la colonia requiere tan solo de un 2% de su capacidad, el ordenador empezó a aprender todo lo posible en su tiempo libre hasta desembocar en la autoconciencia.

Manny es el único que se da cuenta de ello y empieza a comunicarse con el ordenador, al que bautiza Mike (de Mycroft Holmes, el hermano más inteligente del inmortal detective de ficción). Mike está experimentando con el humor y le pide a Manny que revise y luego le comente algunos chistes en los que ha estado trabajando. Unas semanas más tarde, le pide que acuda a una reunión que se va a celebrar en un recinto de la base y que, por alguna razón, ha sido desconectado de sus monitores.

La reunión resulta ser de disidentes políticos. Allí Manny conoce a Wyoming “Wyoh” Knott, una activista radical de la colonia lunar de Hong Kong. Es una de los ponentes invitados junto al antiguo profesor de Manny, Bernardo de la Paz. Éste expone su convencimiento de que si la Luna sigue utilizando sus limitados recursos hídricos para cultivar trigo que luego se envía a la Tierra, la economía colapsará y en menos de una década llegará la hambruna entre los colonos. El acto es interrumpido violentamente por policías de la Autoridad Lunar y Manny y Wyoh se esconden en un hotel cercano, donde pronto se les une el Profesor. Los dos activistas reclutan a un inicialmente reacio Manny para orquestar una conspiración que derroque a la Autoridad Lunar e impida el cada vez más próximo desastre. Cuando le explican las tácticas revolucionarias que van a llevar a cabo, Manny se da cuenta de que Mike podría ser una adición extraordinariamente útil puesto que controla todos los datos y sistemas, incluido el de las comunicaciones. Contactan con el ordenador y éste accede a ayudarles.

Ese es el punto de comienzo de una revolución, primero silenciosa y luego abierta, que culminará con la Declaración de Independencia de la Luna y un subsiguiente enfrentamiento militar con la Tierra.

Casi todas las polémicas que ha despertado la interpretación de la ideología de Heinlein tienen
que ver con la diferencia entre lo que sus novelas dicen explícitamente y lo que afirman implícitamente. Puede parecer difícil reconciliar las posturas explícitas que Heinlein adopta en muchas de sus novelas pero en el fondo, su ficción conforma un todo coherente y unificado. Muchos de sus personajes y discursos son en apariencia radicalmente distintos. Por ejemplo, el gobierno que describe en “Tropas del Espacio” es una especie de dictadura fascista, que siempre actúa correctamente y funciona sin fallos; mientras que en “La Luna es una Cruel Amante” se defiende un anarquismo racionalista, una forma de libertarismo que postula que todos los gobiernos son irremediablemente ineficientes y que defiende que sólo puede confiarse en el individuo, la familia nuclear o el clan al que se pertenezca. Así, en “Tropas del Espacio”, la burocracia es bienvenida, mientras que en “La Luna…” es una aberración a erradicar. Aparentemente, ambos trabajos carecen de unidad ideológica.

Sin embargo y como he apuntado, todo el trabajo de Heinlein está unificado por su subtexto
implícito. Sus ficciones comparten una concepción personal de la libertad individual; la meritocracia dominada por una élite ilustrada; una crítica de la aceptación complaciente del statu quo, sobre todo en lo que se refiere a las costumbres y creencias asumidas como “aceptables”, sobre todo en la sexualidad; la fe en el progreso de la Humanidad mediante la ciencia, la tecnología y el viaje espacial; un compromiso con las concepciones reinantes en el Medio Oeste americano de mediados del siglo XX respecto al honor, el deber y la educación cívica; y todo ello subordinado a la autoridad de un solo hombre de gran talla moral e intelectual, una figura benevolente que no teme actuar, incluso violentamente si es necesario, para modificar la Historia en beneficio de todos.

En lo que se refiere a la política de “La Luna es una Cruel Amante”, Heinlein reproduce las prácticas que utilizó Gran Bretaña con Botany Bay y otras colonias penales australianas, para crear un entorno verosímil –si asumimos, claro, la existencia de hielo en la Luna- que evolucionará al final del libro, vía la inevitable revolución, hacia una sociedad libertaria con la que comparar nuestro propio mundo del presente.

Hay quien ha dicho que Heinlein se inspiró en la Revolución Americana de 1776 para imaginar
la que narra en la novela, pero las condiciones sociales y económicas de la Luna no me parecen en ningún caso equivalentes a las que existían en ese momento y lugar de la Historia, como tampoco la forma en que los líderes de la conspiración manipulan y orquestan tras las bambalinas todo el proceso. Sin duda, si Estados Unidos no hubiera alcanzado la independencia, no habría quedado condenado a la hambruna y el canibalismo en ocho años, como sí nos dice Mike que ocurrirá en la Luna de no cambiar el modelo económico vigente. La idea de cultivar trigo en la Luna para alimentar a las masas hambrientas de la India me parece asimismo una idea poco sólida.

Por otra parte, la revolución pasa por ser de corte anarcolibertaria, pero en realidad todo el proceso está cínicamente manipulado. Es más, cuando el apolítico Manny acaba uniéndose a “la causa”, el objetivo de ésta no es alcanzar un determinado sistema de gobierno y sociedad sino, simplemente, rebelarse contra el statu quo y quitarse de encima la autoridad del Alcaide. Pese a las legítimas dudas de la viabilidad de una sociedad totalmente libertaria en el mundo real, Heinlein se esfuerza por presentarla como una ideal al que aspirar, al menos en teoría. La expresión inglesa “There Ain´t No Such Thing As A
Free Lunch”, que se traduce como “Nadie regala nada”, existía antes de que Heinlein lo utilizara como lema de los conspiradores en esta novela, pero lo que sí inventó fue su acrónimo, TANSTAAFL”, que caló entre la comunidad libertaria americana.

El Profesor Bernardo de la Paz es, como dije, el corazón espiritual de la revolución en la Luna. Es una figura contradictoria por cuanto se presenta como un anarquista pero luego es elegido como una de las cabezas visibles del nuevo congreso selenita, es decir, una pieza del sistema. Algunas de las ideas que lanza a sus colegas políticos son tan interesantes y rompedoras como inquietantes, pero en cualquier caso material para encendidos debates:

“Camaradas miembros, lo mismo que el fuego, el gobierno es un peligroso servidor y un amo terrible. Ahora disfrutáis de libertad… si sabéis conservarla. Pero no olvidéis que podéis perder esa libertad más rápidamente por vosotros mismos que por cualquier otro tirano. Avanzad
lentamente, no dudéis en vacilar, meditad bien las consecuencias de cada palabra. No me importaría que esta convención deliberase diez años antes de informar… pero me asustaría si sus deliberaciones durasen menos de un año.

»Desconfiad de lo evidente, sospechad de lo tradicional… ya que en el pasado el género humano no ha salido bien librado cuando se ha ensillado a sí mismo con gobiernos. Observo, por ejemplo, en un borrador una propuesta para dividir a Luna en distritos parlamentarios y en dividirlos de nuevo de cuando en cuando de acuerdo con su población. Este es el sistema tradicional; en consecuencia, debe ser sospechoso, considerado culpable hasta que demuestre su inocencia. Tal vez algunos de vosotros creéis que es el único sistema. ¿Puedo sugerir otros? El lugar donde vive un hombre es lo menos importante en lo que a él respecta. Pueden formarse distritos electorales dividiendo a la gente por su ocupación… o por su edad… o incluso alfabéticamente. O podría no ser dividida, eligiendo a los diputados como representantes de toda la nación; ésta podría ser la mejor solución para Luna.

»Podríais considerar incluso el nombramiento de los candidatos que obtuvieron el menor número de votos: los hombres impopulares pueden ser precisamente los que os salven de una nueva tiranía. No rechacéis la idea simplemente porque parece descabellada: ¡meditadla bien! En el pasado, tal como demuestra la Historia, los gobiernos elegidos popularmente no han sido mejores y a veces han resultado mucho peores que las tiranías declaradas.

»Observo una propuesta para convertir a este Congreso en un organismo de dos Cámaras. Excelente: a más impedimentos, mejor legislación. Pero, en vez de seguir la tradición, sugiero una cámara de legisladores, y otra cuya única obligación sea la de rechazar leyes. Dejad que los legisladores aprueben leyes por una mayoría de dos tercios… en tanto que la otra cámara pueda rechazarlas por una simple minoría de un tercio. ¿Absurdo? Pensadlo bien. Si un proyecto de ley es tan poco atractivo que no obtiene los dos tercios de vuestros asentimientos, ¿no es probable que se convirtiera en una ley inoperante? Y si una ley es rechazada por una tercera parte de vosotros, ¿no es probable que podáis prescindir perfectamente de ella?

»Pero al redactar vuestra constitución permitidme que os llame la atención sobre las maravillosas
virtudes de la negativa. ¡Acentuad la negativa! Henchid vuestro documento de cosas que el gobierno no pueda hacer nunca. Prohibidle reclutar ejércitos… prohibidle cercenar en lo más mínimo la libertad de prensa, de expresión, de reunión, de religión, de instrucción, de comunicación, de trabajo, de viajar… prohibidle que exija el pago de impuestos involuntarios. Camaradas, si pasarais cinco años estudiando la Historia en busca de más y más cosas que un gobierno tendría que prometer no hacer nunca, y vuestra constitución sólo incluyera esas negativas, me sentiría muy satisfecho.

»Lo que más temo son los actos afirmativos de hombres sensatos y bienintencionados, otorgando al gobierno poderes para hacer algo que parece necesario. Os ruego que recordéis siempre que la Autoridad Lunar fue creada para el más noble de los objetivos por un grupo de hombres bienintencionados, todos elegidos popularmente. Y con esta idea os dejo entregados a
vuestras tareas. ¡Gracias!”


Así, una buena parte de la historia pone el acento en los derechos individuales de acuerdo a la vena libertaria de Heinlein. Esta doctrina defiende que cada persona tiene el derecho a vivir su
vida de la forma que elija siempre y cuando respete ese mismo derecho en los demás. Los libertarios defienden el derecho de todo el mundo a la Vida, la Libertad y la Propiedad, derechos que existían con anterioridad a la creación de los gobiernos (aunque no suele recordarse que suelen ser los gobiernos los garantes de tales derechos). Todas las relaciones humanas deberían ser voluntarias y lo único que debería estar prohibido por ley sería la violencia contra quienes no la hayan ejercido previamente: asesinato, violación, robo, secuestro o estafa.

Heinlein es uno de esos autores de ciencia ficción que no tuvieron problemas en convertir sus obras en plataformas desde las que discutir la política y la sociedad, exponiendo sus propias teorías y proponiendo, como hemos visto en los párrafos anteriores, soluciones alternativas a los problemas actuales. Eso ha hecho que muchos lectores tengan dificultades a la hora de separar al autor de la historia que cuenta. De hecho, en su vida privada y a diferencia de lo que pueden hacer pensar sus apasionados personajes, Heinlein fue muy discreto sobre sus creencias políticas y religiosas. De acuerdo con la Sociedad Heinlein, dedicada al estudio y promoción de su obra:

“Gente con diferentes puntos de vista parecen aferrarse a una u otra obra que refleje sus propias opiniones o prejuicios, y la convierte en representativa de toda la carrera de Heinlein.
“Tropas del Espacio” es considerada por muchos como “fascista” (especialmente tras la horrenda distorsión presentada en su versión cinematográfica). “Forastero en Tierra Extraña” se convirtió en estandarte de los liberales…aun cuando fue escrita al mismo tiempo que “Tropas del Espacio”. Los libertarios adoran “La Luna es una Cruel Amante” por presentar una sociedad anarquista que funciona tan bien. Y casi veinte años después, Heinlein llega con “El Gato que Atraviesa las Paredes” para recuperar a los personajes de aquélla y demoler esa utopía mostrando las potenciales aberraciones a que puede dar lugar. Por cada posicionamiento político o social que se quiera endosar a Heinlein, probablemente se encontrará algo en su obra que lo defienda y otro tanto que lo contradiga.

(Finaliza en la siguiente entrada)

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