"Existen innumerables soles; innumerables Tierras giran alrededor de esos soles de forma similar a la de nuestros planetas moviéndose alrededor de nuestro Sol. Seres vivos habitan esos mundos". Estas palabras las escribió el místico italiano Giordano Bruno en su obra “Del Universo Infinito y los Mundos”, (1584). Bruno, un seguidor del nuevo modelo del Cosmos descrito por Copérnico fue arrestado por la Inquisición en Venecia en 1591 y quemado en la hoguera en 1600 por creer en alienígenas y otras supuestas herejías
Bruno era un pluralista apasionado y visionario. Su crimen fue pensar y exponer que el universo era infinito y que en su interior albergaba incontables mundos. Poblaba de seres los planetas y las estrellas, les atribuía almas individuales e incluso dotaba de conciencia al Universo entero ¿Qué había de escandaloso en las ideas de Bruno? ¿Por qué se consideraba herético proclamar la existencia de mundos habitados diferentes de la Tierra? Al fin y al cabo, Dante, por ejemplo, había incluido en la "Divina Comedia" habitantes en varios mundos de su cosmos imaginario (aunque contemplaba un sistema solar ptolemaico, no copernicano) y la obra fue considerada pía y recomendable por la Iglesia.
El problema teológico se puede resumir de esta forma: si hay muchos mundos y cada uno de

Así, aunque los fans de la ciencia ficción sientan que la religión no tiene cabida en el género, lo cierto es que la relación entre ambas visiones del mundo, la racional y la metafísica, han estado unidas desde el principio, tal y como demuestra el caso de Bruno y el de otros muchos escritores de ficciones fantásticas de los siglos XVII y XVIII que hubieron de andarse con pies de plomo a la hora de imaginar otro mundos o viajes interplanetarios para no llamar la atención de las autoridades eclesiales.

Otros autores, en cambio, optaron por el camino opuesto, como C.S.Lewis, cuya Trilogía de Ransom (1938-1947) contemplaba el universo como el marco de actuación de fuerzas místicas donde Marte, la Tierra o Venus ejercían de campo de batalla entre el Bien y el Mal. El trabajo de Lewis llevó a otros escritores como Ray Bradbury (“El Hombre”, “Los Globos de Fuego”) o Harry Harrison (“Las calles de Ashkelon”) a considerar la cuestión de cómo entenderían los alienígenas la idea de Dios y si en sus culturas podría existir la figura del Mesías. La novela que ahora comentamos, “Un Caso de Conciencia” explora esas mismas ideas
Un equipo de cuatro científicos, (el biólogo y jesuita Ruiz-Sánchez, el físico Michelis, el geólogo

El veredicto se halla dividido: Michelis cree que el planeta debería ser abierto al contacto con la Tierra para que así la Humanidad pueda beneficiarse del conocimiento de unos seres tan pacíficos como los litianos; Carver, por su parte, cree que la riqueza mineral en litio y tritio hace a ese mundo ideal como fábrica de armamento nuclear; Agronski vacila entre los puntos de vista de sus dos compañeros.

Como la decisión final ante un empate ha de ser tomada por las autoridades de la Tierra, el equipo científico regresa a la Tierra… con un regalo. Chtexa, uno de los litianos, les ha entregado una de sus crías en estado embrionario para que crezca y sea educado en la cultura humana. De vuelta en la Tierra, Ruiz-Sánchez desconfía y se desvincula del pequeño litiano, Egtverchi, mientras se debate en sus propias dudas religiosas. Por su parte, privado del proceso socializador de su cultura nativa, pacífica y pragmática, Egtverchi no consigue entender la lógica –o falta de ella- del

“Un Caso de Conciencia” ganadora de un premio Hugo en 1959, es una ficción inteligente y brillantemente concebida, pero abordar su lectura desde una perspectiva católica es una experiencia intelectual completamente diferente a hacerlo desde una ajena a esa religión.
El jesuita Ruiz-Sánchez es capaz de combinar de forma retorcida y al mismo tiempo lógica y coherentemente, sus conocimientos en biología con sus creencias religiosas para llegar a la inquietante –para los católicos- conclusión de que los litianos son creación del Diablo, aunque ignorantes de su auténtico propósito: ser encontradas por el hombre y mostrarle que es posible crear una sociedad pacífica y desarrollada careciendo no sólo de sentimientos genuinos, sino de alma, sentido del pecado y un sustrato ético emanado de Dios. Este descubrimiento podría dinamitar las bases de las creencias religiosas pero, al

Por tanto, de acuerdo con una perspectiva propia del pensamiento católico, la novela es una interesante exploración de una cuestión netamente teológica: ¿es posible la ética y la moral sin un sustrato religioso básico? Sin embargo, para los agnósticos o ateos, el relato es una descorazonadora historia de cómo la arrogancia y cortedad de miras de los humanos les hace ver en una raza bondadosa y pacífica a unos seres terribles a los que hay que aislar o incluso destruir. Al final de la novela (ATENCIÓN: SPOILER) en un pasaje que para un no creyente es difícil no interpretar como una monstruosa celebración del genocidio, Ruiz-Sánchez exorciza todo el planeta coincidiendo

En el prefacio a una de las reediciones del libro, Blish cuenta que recibió cartas de “teólogos versados en la postura actual de la Iglesia respecto al problema de la “pluralidad de mundos” y cita la opinión de Gerald Head: “si hubiera muchos planetas habitados por criaturas inteligentes, como muchos astrónomos (incluidos los jesuitas) sospechan, entonces cada uno de esos mundos debe poder incluirse en una de las tres siguientes categorías:

-Habitado por criaturas inteligentes con almas contaminadas por un pecado original: habrían de ser evangelizadas en virtud de la caridad cristiana
-Habitado por criaturas inteligentes con alma sin pecado original que, por tanto viven en un mundo paradisiaco sin pecados y con los que deberíamos contactar, no para predicar, sino para aprender de su condición de seres en gracia perpetua.
Blish comentaba a continuación: “el lector observará (…) que los litianos no se ajustan a ninguna de estas categorías”. Efectivamente, aparentemente Blish propone una especie de alienígenas inteligentes, sin alma y creados por Satán para dañar a la Creación de Dios. Sin embargo, lo que hace es señalar la imperfección del análisis católico al sugerir una posibilidad que éste no desea tener en cuenta: que allá fuera existan planetas habitados por seres que no tengan nada que ver con el Dios de la Biblia, que no lo conozcan ni tengan la menor intuición de Él y que, por tanto, bien pudieran no haber sido creados por Él. Ahora bien, siguiendo el mismo razonamiento lógica, este argumento podría también aplicarse a la Tierra, corroyendo la misma esencia del mensaje religioso.
Más allá de su contenido religioso, la novela constituye un interesante ejemplo de creación de


“Un Caso de Conciencia” es claramente una alegoría, pero no por ello su autor descuidó la descripción meticulosa del sustrato científico que, por otra parte, juega un papel sustancial en la narración. James Blish no solo se graduó en Biología, sino que trabajó como editor científico para la multinacional farmacéutica Pfizer hasta que su talento como escritor le permitió dedicarse exclusivamente a la literatura. Y aunque la formación científica no es ni mucho menos una rareza entre los escritores de ciencia ficción, no deja de ser notable la forma en que aquí consiguió concentrar de forma armónica aspectos tan dispares a priori como la ciencia dura y la meditación teológica.
Así, “Un Caso de Conciencia” está bien fundamentado en lo que de Biología se sabía en su


El principal fallo de la primera parte, centrada en la exploración, descubrimientos y conclusiones de los científicos en Litia, es precisamente la caracterización de dos de ellos, Agronski y Carver. Este último se nos presenta tan estúpido, xenófobo y venal que su propuesta para el planeta ya resulta absurdo aún antes de que lo detalle. Agronski, por su parte, es una página en blanco, un invitado de piedra que no juega papel alguno de relevancia ni en el desarrollo de la acción ni en la exposición de contenido intelectual. Con todo, es esta primera parte la mejor de las dos gracias a su descripción del mundo litiano y la ingeniosa argumentación que el padre Ruiz-Sánchez utiliza para racionalizar su punto de vista, especialmente teniendo en cuenta que el propio Blish era agnóstico.
La segunda y más problemática mitad de la novela transcurre ya en la Tierra y narra el

En marcado contraste con la primera mitad de la novela y no para mejor, el tono mordaz domina esta segunda parte. En menos de cien páginas se pasa del debate teológico/científico a una sátira algo tosca del poder de la televisión, la irresponsabilidad de sus gestores y la doble moral y decadencia de la clase dirigente. En la primera parte el foco de la narración se

Con todo, “Un Caso de Conciencia” ha envejecido razonablemente bien y su primera parte sigue contándose entre la mejor ciencia ficción publicada en los últimos cincuenta años, una muestra de lo que James Blish hubiera podido llegar a ser: su carrera pasó de las “space operas” grandilocuentes y solo relativamente interesantes de los años cuarenta a un temprano declive, atrapado por mediocres novelizaciones

Blish continuaría explorando la relación entre la ciencia y la metafísica y el precio que conlleva todo conocimiento en otros tres relatos: “Doctor Mirabilis” (1964, no estrictamente ciencia ficción), “Pascua Negra” (1968) y “El Día después del Juicio” (1970), conformando todos ellos una tetralogía conocida como “After Such Knowledge” (Tras ese Conocimiento).
Leí esta maravillosa novela a muy temprana edad, cercana a los veinte años, así que si bien la disfruté bastante, no logré dimensionarla lo suficiente por mi inexperiencia de aquellos tiempos; de este modo te agradezco tu genial ensayo, que como siempre me ilumina para apreciar mejor obras de esta envergadura.
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