Si se quiere encontrar una serie de películas cuya progresión refleje la del propio género de la ciencia ficción en Hollywood, la de Terminator es una buena opción. En su recorrido se suceden una película barata de serie B, extravagancias de alta tecnología y presupuestos astronómicos, refritos poco acertados que intentan explorar nuevos caminos sin demasiada valentía y una calculada franquicia en la que se incluyen comics, videojuegos y serie de televisión. Está todo aquí.
La película de serie B fue la primera: “Terminator”, escrita y dirigida por un entonces desconocido James Cameron, cuya única experiencia en la dirección había sido “Piraña 2” (1981) -que, para colmo, le había sido arrebatada y remontada por el productor-. Para “Terminator”, Cameron contó con un magro presupuesto de seis millones y medio de dólares, su propia imaginación e ingenio y Arnold Schwarzenegger -no tanto un actor como una "presencia"- en el papel de Terminator.
La mayoría del público atribuyó a Schwarzenegger el mérito principal de la exitosa ecuación, pero fue Cameron el que la hizo funcionar. Su decisión más inteligente fue esquivar las limitaciones interpretativas de Schwarzenegger convirtiendo al Terminator en un asesino sin emociones que rara vez encadenaba tres palabras en la misma frase. ¿El resultado? El androide se convirtió en un icono de la cultura popular. Una vez solucionado ese asunto, Cameron rodó un guión limpio, ajustado, inteligente y dinámico, sumergiendo al público en el frenético mundo nocturno al que Sarah Connor se ve arrojada cuando se entera de que una máquina del futuro la persigue para matarla y evitar así que su hijo aún no nacido se convierta en un problema para las máquinas que en ese futuro dominan el mundo. La película tenía un ritmo tan rápido que los espectadores no tenían tiempo de fijarse en lo barata que era y Cameron (que no tardaría en hacerse famoso por las astronómicas cantidades de dinero que costaban sus películas) demostró que disponía tanto del ingenio como de la ingenuidad para trabajar con lo que fuera que tenía a su disposición, tanto en lo que se refiere a presupuestos como en tecnología y actores.
“Terminator” había sido una película de serie B con un poco más de presupuesto de lo habitual en esa división cinematográfica y que había conseguido su fenomenal reputación sobre todo en el mercado de vídeo doméstico. Ahora bien, en el periodo que medió entre las dos primeras entregas de la franquicia, sus dos principales nombres se habían convertido en estrellas. Por una parte, el antiguo culturista Arnold Schwarzenegger había acumulado éxito tras éxito en el cine de acción y ciencia ficción con “Comando” (1985), “Ejecutor” (1986), “Depredador” (1987) o “Desafío Total” (1990), desarrollando su personaje más reconocible: un tipo duro, con un humor sarcástico y proclive a lanzar frases contundentes.
Por su parte, James Cameron había escalado a la cúspide del cine de género gracias a títulos como “Aliens” (1986) y “Abyss” (1989). Para cuando inició la producción de “Terminator 2”, ya fue capaz de atraer un presupuesto de 98 millones de dólares, casi quince veces lo que había costado la primera entrega. Ello hizo de esta secuela la película más cara de la historia del cine –un record batido una y otra vez por el propio Cameron con “Mentiras Arriesgadas” (1994), “Titanic” (1997) y “Avatar” (2009)-. En cualquier caso, esa lluvia de millones, gastada sobre todo en unos efectos digitales pioneros y espectaculares escenas de acción, estuvo bien empleada porque el film recaudó cinco veces más.
Pues bien, siete años después de la colaboración de actor y director en “Terminator” y convertidos en profesionales asentados y con la confianza de la industria, llega la secuela. Lo cual fue una sorpresa porque nadie había esperado que James Cameron, Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton se pusieran de acuerdo para una segunda parte con la intención de ofrecer esencialmente más de lo mismo aunque con mayor intensidad y mucho más armamento pesado. Sin embargo y comoquiera que Cameron tiene la habilidad de hacer películas inteligentes, esa secuela acabó siendo muy superior a lo que suelen ser este tipo de productos. Después de todo, “Aliens” está considerada por muchos incluso superior a la original, “Alien” (1979). Pues bien, a pesar del enorme presupuesto invertido, Cameron consiguió mantener el mismo tono que en la primera, volviendo a cautivar al público con una mezcla similar de acción, ciencia ficción, violencia, suspense y profecías del apocalipsis.
Las semillas para una secuela de la primera película de Terminator se plantaron ya en un par de escenas eliminadas del montaje original de aquélla aunque sí incluidas en el DVD junto a comentarios del director explicando por qué las cortaron. En “Sarah contraataca”, la protagonista busca la dirección de Cyberdyne Systems, la empresa tecnológica que en el futuro fabricará Skynet y los Terminator, y trata de convencer a Kyle Resse de que si destruyen su sede podrán impedir el holocausto nuclear. Reese insiste en que ésa no es su misión, discuten y Sarah se escapa al bosque. Reese la persigue, casi le dispara y luego rompe a llorar ante la visión de la belleza natural que le rodea y de la que ha carecido toda su vida en ese futuro postapocalíptico. Cameron eliminó la escena porque pensó que este momento emotivo diluía la intensidad de uno posterior entre ambos personajes, pero esta omisión tuvo una consecuencia imprevista: aportar la idea que sostendría argumentalmente una posible secuela.
La otra escena eliminada, “La Fábrica”, le habría dado a la primera entrega un final sorpresa muy del estilo de “La Dimensión Desconocida”, ya que en ella se descubría que el lugar de la batalla final entre Sarah y el Terminator era, de hecho, Cyberdyne Systems. Cuando los operarios descubren un brazo mecánico y un chip que han sobrevivido a la destrucción del androide, queda implícito que las investigaciones que realizará la empresa a partir de estos elementos desembocarán en la creación de Skynet. Cameron dijo que cortó esta escena porque la interpretación era muy mala, pero de haberse quedado en el montaje original, no hay duda de que todo el mundo la habría interpretado como el epílogo que daría lugar a una secuela aun cuando Cameron en ese momento no tenía intención alguna de realizarla.
A diferencia de Cameron, Arnold Schwarzenegger había estado interesado desde el principio en una secuela de “Terminator”, si bien no quería hacerla con Hemdale, la productora que tenía los derechos. Su idea para “Terminator 2” era la de un espectáculo épico cuya escala superaba los medios económicos de Helmdale. Así que cuando los productores Mario Kassar y Andrew Vajna compraron los derechos a través de su compañía, Carolco Pictures, Schwarzenegger vio posibilidades para su proyecto. Ahora que el dinero ya no era un problema se pudo atraer a Cameron, que recuperó una idea que se había visto obligado a abandonar en la primera película por ser técnicamente imposible: un Terminator de metal líquido que pudiera cambiar de forma. Sirviéndose de una tecnología ya testada en su película “Abyss”, el realizador estaba convencido de que podría llevar a la pantalla unos efectos especiales nunca antes vistos. Cameron y su coguionista William Wisher prepararon una historia a la que en broma se referían como “un chico y su Terminator” (homenajeando el clásico cuento de Harlan Ellison).
La película comienza con la voz en off de Sarah Connor (Linda Hamilton) estableciendo sucinta y eficientemente el tono de paranoia apocalíptica que va a dominar la historia: “Tres mil millones de personas murieron el 29 de agosto de 1997. Los supervivientes del fuego nuclear lo llamaron El Día del Juicio Final”.
Años después de los eventos narrados en la primera entrega, un segundo androide (Arnold Schwarzenegger) llega a Los Ángeles. Sarah Connor (Linda Hamilton) ha sido internada en una institución mental acusada de actos terroristas contra instalaciones informáticas impulsada por la terrible certeza de que el holocausto nuclear va a tener lugar el 29 de agosto de 1997. Tras su llegada, el Terminator rastrea al ahora conflictivo e infeliz adolescente hijo de aquélla y el difunto Kyle Reese, John (Edward Furlong), quien permanece bajo la custodia de un matrimonio en un hogar de acogida. Cuando un policía (Robert Patrick) intenta matarlo, el Terminator se interpone para protegerle.
Tras escapar del falso policía, el androide le explica que ha sido reprogramado por la resistencia del futuro y enviado hacia atrás en el tiempo para protegerle a él y a su madre del T-1000, un modelo más avanzado de Terminator. Mientras que el T-800 original era un endoesqueleto metálico recubierto de tejido vivo, este ha sido fabricado de una polialeación metálica que puede tornarse líquida para adoptar cualquier forma y aspecto y reconstruir su cuerpo en caso de resultar dañado. Perseguidos por el incansable e invencible T-1000, John y el Terminator rescatan a Sarah del psiquiátrico para, huyendo continuamente de la persecución del androide, tratar al mismo tiempo de impedir los eventos que llevarán al despertar de Skynet a la conciencia y la consiguiente exterminación de miles de millones de seres humanos en un holocausto nuclear.
Para esta secuela, la trama sigue los mismos hitos que en la primera: un Terminator atacante y un defensor viajan al pasado para asesinar/salvar a Sarah Connor y el hijo de ella que se convertirá en el líder de la futura resistencia humana contra las máquinas; hay un interludio en el psiquiátrico donde Sarah está internada seguido de una extensa persecución llena de obstáculos que lleva la trama hasta el clímax en una fábrica. Sin embargo, el gran presupuesto del que ahora disponía permitió a Cameron intensificarlo todo a la enésima potencia. Así, la película ofrece algunos momentos de acción verdaderamente espectaculares: el T-1000 arrollándolo todo con un tráiler mientras persigue a John Connor en una motocicleta; un asedio policial al laboratorio donde los protagonistas tratan de destruir a Skynet y del que escapan gracias a que el Terminator machaca en solitario a toda una brigada de los SWAT con lanzacohetes y gas; una tremenda persecución por una autopista que incluye una furgoneta de la policía, un helicóptero que explota, una ranchera vieja y un camión cisterna….Todo ello editado con brillantez para que siempre quede claro lo qué sucede y por qué.
Desde mediados de los ochenta, la fórmula más utilizada en las películas de CF –y en buena medida gracias a “Terminator”- era la de acción. Pero he aquí que un nuevo avance en los efectos visuales pasó a definir el cine de género de la nueva década: el CGI o gráficos generados por ordenador, cuyo ejemplo más ilustre y excesivo culminaría en la serie de películas de Matrix. Los gráficos por ordenador no eran algo nuevo y se habían usado en el cine por primera vez ya a principios de los setenta, mientras que en “Tron” (1982) fueron brillantemente utilizados para diseñar entornos de mundos imaginarios. Pero fue a principios de los noventa que el CGI alcanzó por fin el nivel de realismo exigido para que los efectos visuales se fundieran perfectamente con la interpretación de actores reales.
El primer uso “extensivo” de este hiperrealismo vino cortesía de James Cameron y su “Terminator 2”, concretamente en la forma del T-1000, diseñado y animado en su modo liquido con el entonces nuevo proceso digital conocido como “morphing”, con el que, ya lo he comentado, Cameron había experimentado en “Abyss” y que consistía básicamente en mapear digitalmente los puntos entre dos objetos diferentes y fusionarlos mientras se difuminaban. El resultado son imágenes tan sorprendentes como aquella en la que el T-1000 se camufla como una serie de baldosas a cuadros, transforma sus brazos en estacas afiladas de metal para empalar a sus víctimas; los impactos que sufre su cuerpo y que dejan agujeros en su cabeza antes de que se recomponga. Otro de los momentos que más dio que hablar fue aquel en el que es congelado y luego destrozado por una cisterna de nitrógeno líquido; sus trozos se funden luego a resultas de una fuga de metal derretido y se reúnen para reconstruir su cuerpo.
Los efectos digitales no totalizan más de cinco minutos en todo el metraje y, sin embargo, no sólo cambiaron el cine fantacientífico para siempre sino que casi treinta años después, siguen luciendo extraordinariamente bien, lo cual es un logro fenomenal habida cuenta del impresionante avance que han registrado éstos desde entonces. Y no sólo eso: Cameron no utiliza los efectos por mero exhibicionismo sino como herramienta al servicio de la historia, ya que los va dosificando a lo largo de la trama para revelar las capacidades del T-100, haciéndole uno de los villanos más terroríficos e implacables de la historia del cine.
(Finaliza en la próxima entrada)
Te has pasado. Te has pasado. "Cameron tiene la habilidad de hacer películas inteligentes" ANDA YA. :D No sé a qué quisiste decir pero ahí te has escurrío :P
ResponderEliminarQuizá me expresé mal... Cameron hace películas inteligentes no en el sentido de "sesudas" o "profundas", sino que sabe conectar con el espectador, darle la dosis justa de acción, sentimiento, drama y conceptos. Ahí está la prueba, que cada vez que saca algo revienta la taquilla... Un saludete.
EliminarEso sí. Cameron sabe lo que le gusta la masa. Yo diría que hace pelis atractivas o populares pero bueno, que sí, que sus pelis están bien construidas.
ResponderEliminarmuy buena peliculas
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