martes, 16 de julio de 2019

1961- FORASTERO EN TIERRA EXTRAÑA – Robert A.Heinlein (1)


Si se hace un recuento de novelas y cuentos de CF escritos en los años sesenta y posteriores, una parte importante de los mismos, probablemente la mayoría, puedan adscribirse a lo que se conoce como “Ciencia Ficción Dura”. Muchos lectores consideran esta modalidad como la más auténtica, la más representativa del género y aquélla con la que más disfrutan. No se puede discutir sobre los gustos de la gente, pero sí puede argüirse que los principales logros del género en los sesenta tenían poco que ver con los escenarios y protocolos propios de la Ciencia Ficción dura de la Edad de Oro. Esas obras destacadas, en cambio, proyectan una fascinación por los temas de la trascendencia y el mesías y aunque estudian el tema de diferente manera y con distinto grado de acierto, las novelas de CF “blanda” más importantes de los sesenta y comienzos de los setenta han mantenido su popularidad, dejando atrás a no pocas aventuras espaciales. Ahí tenemos el “Dune” (1965), de Frank Herbert; la saga de Jerry Cornelius (1968), de Michael Moorcock; “Los Tres Estigmas de Palmer Eldritch” (1965), “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” (1968) o “Ubik” (1969), de Philip K.Dick; y la que a continuación comentaré, “Forastero en Tierra Extraña”, de Robert Anson Heinlein.


Fueron todos estos trabajos seminales de la CF que, además, disfrutaron de proyección más allá de los límites del género. Una obra en la misma línea, publicada años antes y fuera del ámbito de este blog pero que alcanzó su éxito masivo en los sesenta, fue “El Señor de los Anillos” (1951-53), de J.R.R.Tolkien, una aventura sacramental que aborda cuestiones teológicas como la expiación, el mesías, el libre albedrío, el Bien y el Mal o el destino. El mismo aliento mesiánico impregna la película “2001: Una Odisea del Espacio” (1968), de Stanley Kubrick.

Probablemente existen muchas explicaciones para esta persistente obsesión por la figura del mesías. Después de todo, los sesenta fueron la época en la que los Beatles se declararon iguales a Jesus en importancia o influencia; en la que florecieron religiones alternativas y cultos de lo más extravagantes; en la que muchos anunciaron el fin de los tiempos o la llegada de la Era de Acuario. Había cierto sentimiento de que la tecnología humana había alcanzado ya la imaginación apocalíptica de generaciones anteriores que habían profetizado el fin del mundo. Es cierto también que mucha de la CF de aquellos años absorbió y reflejó –en no pocas ocasiones de forma torpe y exageradamente angustiada- el temor a la aniquilación nuclear. Pero igualmente lo es que esa
posibilidad no ha desaparecido en el siglo XXI (de hecho, nuestras armas son en la actualidad mucho más destructivas que entonces) y, sin embargo, no se ha producido un auge de la literatura mesiánica.

Es un error pensar que la Nueva Ola de la CF y su obsesión por los conceptos sofisticados y profundos y el énfasis que ponía en la prosa y la estructura narrativa, fuera un movimiento minoritario acogido sólo por una pequeña vanguardia. En los sesenta, la ciencia ficción ya no era una literatura para una minoría de aficionados muy fieles sino que se había expandido más allá gracias a un puñado de obras señeras como las antedichas. Sea como fuere, ya al término de la década de los sesenta ese impulso febril por la búsqueda de trascendencia empezó a perder fuerza y, en lo que se refiere a la CF, se llegó a una especie de reconciliación entre los defensores más radicales del concepto y
el estilismo de la Nueva Ola y los tradicionalistas que habían sacado al género de su ghetto en los cincuenta, como Clarke, Asimov y Heinlein. Este último firmó a comienzos de los sesenta la mencionada “Forastero en Tierra Extraña”, una obra que puede considerarse bisagra entre ambas corrientes dentro del género, una novela que ejemplificaba perfectamente esa búsqueda de trascendencia y que se convirtió en un superventas en los campus universitarios, los círculos contraculturales e incluso el público generalista. Fue, de hecho, el inicio de la etapa más madura de Heinlein previa al ocaso que le sobrevendría ya en los ochenta, una etapa marcada por héroes más radicales y figuras paternales, pontificales y omniscientes con ánimo didáctico. Aquí es donde se encuadra “Forastero en Tierra Extraña”.

La primera expedición al planeta Marte desapareció sin dejar rastro. Cuando un cuarto de
siglo después llega la segunda, descubren a un humano descendiente de dos miembros de aquélla: Valentine Michael Smith, que nació en Marte veinticinco años atrás, hijo de una pareja de los astronautas originales y que fue criado por los marcianos. La partida deja un pequeño grupo para que establezca una colonia estable y el resto regresan a la Tierra con Smith, un ser extraño cuya visión del mundo y comportamiento nada tienen que ver con los humanos. De hecho y como los marcianos son una especie muy desarrollada, Mike tiene una profunda comprensión de la estructura básica del universo que le permite manipularla limitada pero espectacularmente.

Debido a su filiación familiar y a su origen, Smith no sólo se convierte en una celebridad sino que resulta ser dueño de una auténtica fortuna que le pone en el punto de mira de múltiples facciones. Él es ajeno a esa red de intrigas. No puede comprenderlas porque su mente es marciana y todo en la Tierra le resulta extraño y confuso aun cuando aprende con rapidez

Un periodista especializado en escándalos, Ben Caxton, y una enfermera del hospital donde tienen retenido a Smith, Jill, le ayudan a escapar cuando comprenden que el gobierno está
dispuesto a eliminarlo silenciosamente para acabar con los problemas que le genera. Hallan refugio en la casa de Jubal Harshaw, un anciano y acaudalado médico, abogado y escritor que vive rodeado de hermosas e inteligentes muchachas. Hedonista, experimentado y con una peculiar visión de la vida y el mundo, Jubal utiliza su inteligencia, astucia, recursos económicos e influencias políticas para asegurar la libertad de Smith. Luego, inicia su educación en las cuestiones humanas, primero bajo su tutela doméstica y luego dejándolo marchar para que viaje por Estados Unidos.

Jubal, entrado en años y kilos y pagado de sí mismo, presume de tener un profundo conocimiento del mismo mundo al que ha renunciado para vivir aislado en una lujosa burbuja. Cínico y misántropo, encamina involuntariamente a su protegido Smith por el camino de la religión, lo que supondrá eventualmente su trágico final. El deseo de Smith es el de unir a toda la Humanidad en una sola comunidad en armonía con el universo, pero comprende que la única forma de conseguirlo es utilizar los trucos y métodos de la religión populista. Así que crea una nueva moral regida por principios marcianos y funda una religión cuyo éxito le atraerá la animadversión de los poderosos.

Tropas del Espacio” (1959) había ganado un premio Hugo, pero también fue diana de muchos lectores que la interpretaron como una celebración del militarismo, una oda al fascismo político. Como ya comenté en su respectiva entrada, este tipo de análisis superficiales fracasan a la hora de acercarse a la figura y obra de Heinlein. Sus ideas políticas, que podrían calificarse afines a la derecha americana, no eran de la variedad fascista sino libertaria. Esto queda claramente expuesto en su siguiente novela, también ganadora de un Premio Hugo: “Forastero en Tierra Extraña”, que fue en su momento todo un fenómeno editorial convirtiendo a su autor en una especie de héroe de la contracultura de esa década (y todos sabemos cómo acabó aquello).

No fue, sin embargo, un éxito inmediato y, de hecho, cuando se publicó, las ventas no fueron particularmente buenas. Sin embargo, poco a poco fue cogiendo fuerza en los ambientes universitarios junto a otras obras como “El Señor de las Moscas”, “Sidartha” o “El Señor de los Anillos”. Estudiantes y militantes de la contracultura la acogieron como auténtica “Biblia” de pensamiento al entender que estaba en completa sintonía con su propia visión del mundo gracias a su extravagante iconoclastia y su prédica de los placeres de la vida comunal, el amor libre, el anarquismo y el individualismo feroz frente a las contradicciones y alienación de la vida moderna, la búsqueda
de trascendencia y significado, la liberación de las frustraciones y cadenas del mundo moderno, la relación entre el espacio exterior e interior… Hoy, quizá siga siendo el libro de Heinlein más conocido, extraño y comentado, aunque, personalmente, no creo que sea el mejor.

Sin duda parte del éxito que obtuvo y la razón por la que llegó a un público generalista es porque excepto por su protagonista, un humano criado y educado por marcianos, “Forastero en Tierra Extraña” no es tanto ciencia ficción como una fantasía satírica con un claro interés en el comentario social, la religión y la filosofía política. Aunque comienza como un relato bastante convencional, con una premisa y un desarrollo cautivadores tal y como Heinlein sabia hacer, no tarda en apartarse de lo esperable para convertirse casi en un ensayo en el que se exponen a través de profusos diálogos los puntos de vista del autor sobre diversos temas. Lo que hace Heinlein es actualizar el estereotipo del “Niño Salvaje” (cuyo máximo exponente en la ficción es Tarzán) convirtiéndolo en un extraterrestre y utilizarlo para analizar al ser humano a través de sus ojos, esto es, con distancia y perplejidad, llamando la atención sobre las contradicciones e injusticias de nuestra naturaleza y vida social que nosotros damos por sentadas por carecer de perspectiva.

Pero al mismo tiempo, Mike es, al menos en parte, humano, lo que le permite acabar comprendiéndonos, simpatizando con nuestra (su) especie, fundirse entre nosotros para luego tratar de cambiarnos pulsando los resortes precisos. Como dice enfáticamente Ben Caxton: “En realidad no necesitamos a Mike. Oh, no estoy intentando desprestigiarle; no me interprete mal. Pero usted podría haber sido el Hombre de Marte. O incluso yo. Mike es como el primer hombre que descubrió el fuego. El fuego estaba allí durante todo el tiempo… y una vez que él demostró que podía usarse, todo el mundo pudo utilizarlo… Al menos, cualquiera con el suficiente sentido común como para no quemarse los dedos (…) Mike es nuestro Prometeo… pero recuérdelo, Prometeo no era Dios. Mike no deja de subrayar eso. Usted es Dios, yo soy Dios, él es Dios… todo eso se asimila. Mike es un hombre, igual que todos nosotros, aunque sabe más cosas. Un hombre muy superior, de acuerdo; un hombre inferior, instruido en las cosas que saben los marcianos, podría haberse erigido en un dios de pacotilla. Mike está por encima de esa tentación. Es un Prometeo… pero eso es todo”.

Una muestra de lo mucho que la novela caló en la juventud de entonces es que dejó un vocablo para el habla común y que los fans adoptaron con entusiasmo: “Grokking”, traducido al castellano por el más convencional término de “Asimilar”. Y es que el significado que Heinlein le da en la novela es precisamente el de entender algo intuitivamente a través de la empatía. El conocimiento obtenido mediante la “asimilación” es superracional, absoluto y cuasi místico. Pero también elusivo. Es ya muy avanzada la trama cuando Smith, ya fundada su religión y efectuado muchos “milagros”, le dice a su novia: “Ahora asimilo a la gente, Jill.. También asimilo el “amor”. Sin embargo, hacia el final del libro, el concepto de asimilación, de comprensión y comunión se ha utilizado tanto que ha caído en la banalidad y en la retórica absurda. Cuando Jubal le pregunta si se considera Dios, Smith contesta con desvergonzada frescura: “Soy Dios. Tú eres Dios… y cualquier necio al que extirpo, es Dios también. Jubal, se dice que Dios observa a cada gorrión que cae. Y así es. Pero la forma más aproximada en que puede expresarse esta idea en nuestro idioma, es decir que Dios no puede evitar darse cuenta de la caída del gorrión porque el gorrión es Dios. Y cuando un gato atrapa a un gorrión, ambos son Dios, y realizan los pensamientos de Dios”.

No hay que ver en esto, en mi opinión, una interpretación literal. “Forastero…” es una novela,
no un tratado teológico ni un texto sagrado. La forma en que aborda la religión es en el fondo una reformulación de las dudas y ansiedades que atormentaron a los pioneros de la CF allá por el siglo XVII. Por una parte, Smith ejerce de parodia de Cristo, predicando el bautismo marciano (“compartir el agua”) y defendiendo el canibalismo (los marcianos se comen a sus muertos. Jubal Harshaw recuerda a los lectores que el “canibalismo simbólico” juega un papel importante en la liturgia católica). Pero al mismo tiempo, el libro invierte el concepto de la encarnación cristiana y subraya la contradicción subyacente en la expiación. Una “asimilación” verdadera permite detectar “incorrección” (o el Mal) en ciertas personas, lo que reduce la ética cristiana a un sistema binario (o correcto o incorrecto) de peligrosas consecuencias (lo incorrecto debe desaparecer). Y es que se nos dice que mucho tiempo atrás los marcianos “asimilaron” incorrección en un planeta entero y procedieron a destruirlo, dejando sus restos como lo que hoy llamamos Cinturón de Asteroides”. El que igual destino pueda acontecer a la Tierra en función de lo que Smith vea y “asimile” aquí, es una amenaza que se plantea al principio y se resuelve –no muy satisfactoriamente- casi al final.

Conforme Heinlein fue madurando como autor, hizo de sus historias no una mera ficción destinada al entretenimiento efímero sino plataformas para lo que verdaderamente le interesaba: exponer sus puntos de vista sobre una variedad de temas. Tengo la sensación de que no siempre está seguro de cuáles son sus auténticas convicciones por lo que utiliza a diferentes personajes como portavoces de distintas opiniones sobre una multiplicidad de cuestiones. No es que ocurran muchas cosas en “Forastero…”, pero sí se tocan muchos asuntos: las relaciones hombre/mujer; la religión organizada; el ateísmo; la política; la monogamia; la familia; el arte; la necesidad de encontrar un equilibrio entre la necesidad de instituciones públicas de gobierno que faciliten la coexistencia pacífica de los hombres y su tendencia a corromper a aquellos que entran en contacto con ellas; la ética y consecuencias de aislar a un ser humano de su cultura; las implicaciones de acoger en nuestra sociedad alienígenas más poderosos que los humanos…

Por desgracia, ninguno de estos temas tiene un desarrollo muy sólido a pesar de la excesiva verbosidad que los acompaña. Quizá fuera que en 1962, varios de esos temas ya se habían
explorado con acierto en la ciencia ficción y Heinlein prefirió adentrarse en las arenas movedizas del comportamiento sexual y cómo éste es percibido por la sociedad. Un ejemplo de ello es cuando Jubal y Ben discuten sobre el rechazo de Smith a los códigos morales convencionalmente aceptado y Jubal llama a Smith “pobre muchacho”:

“—Jubal, se lo repito… no es ningún muchacho, es un hombre.

—¿Es un hombre? Me lo pregunto. Ese pobre sucedáneo marciano está diciendo, según su informe, que el sexo es una forma de ser felices juntos. Hasta aquí estoy de acuerdo con Mike: el sexo debería ser un medio hacia la felicidad. Lo peor acerca del sexo es que lo utilizamos para hacernos daño los unos a los otros. Jamás debería hacer daño; sólo debería traer felicidad o, por lo menos, placer. No hay ninguna buena razón por la cual debería ser menos que eso.

»El código dice: No desearás la mujer de tu prójimo. ¿Y el resultado? Castidad reluctante, adulterio, celos, amargas peleas familiares, golpes y a veces asesinatos, hogares deshechos y niños traumatizados… pequeñas insinuaciones furtivas en los bailes de los clubes de campo y lugares así, que degradan tanto a la mujer como al hombre, se consumen o no. ¿Se obedeció alguna vez esa prohibición? Me refiero al mandamiento de «no desear». Me lo pregunto. Si un hombre me jurara sobre un montón de sus propias Biblias que se había abstenido de desear la mujer de su prójimo porque el código se lo prohibía, me atrevería a suponer que es un tipo que se engaña a sí mismo, o un subnormal sexual. Cualquier hombre lo bastante viril como para procrear ha codiciado muchas, muchas mujeres, tanto si ha hecho algún avance al respecto como si no.

»Y ahora llega Mike y dice: No es necesario que desees a mi mujer. ¡Ámala! Su amor no conoce límites, todos lo tenemos todo por ganar, y nada que perder excepto el miedo y el pecado, el odio y los celos. Esta proposición es tan ingenua que resulta increíble”


En cualquier caso, la gran popularidad que cosecharon “Forastero en Tierra Extraña”, “Dune” o “El Señor de los Anillos” fue un fenómeno nuevo dentro de la CF. Está claro que el misticismo y la presentación de drogas psicotrópicas como llaves hacia la transformación en “Dune” le valieron no pocos defensores entre una juventud activa e idealista como ninguna otra en la Historia. En el caso de “Forastero…” fue tal la influencia que ejerció su mesiánico Smith, perseguido por los gobernantes, grandes empresarios y líderes religiosos de otras fes, que aparecieron movimientos religiosos inspirados en el descrito en la novela. Heinlein siempre mantuvo a esos movimientos a distancia recordando a sus seguidores que él era agnóstico y que su libro debía ser considerado como una sátira de la religión. Aún así, la iconoclastia (aparente, me atrevería a decir, tal y como luego expondré) que exhibe en sus ideas combinada con la ambigüedad de su moralidad convirtieron a “Forastero en Tierra Extraña” en una obra muy popular tanto entre los aficionados de la CF como entre los hippies o los militantes de movimientos de vanguardia. Esa diversidad fue su fortaleza.

“Forastero en Tierra Extraña” es un libro complejo y denso al que no se puede negar su
categoría de clásico del género. Junto a “Dune”, es uno de los libros de ciencia ficción bien aceptados por los gurús de la cultura literaria generalista. Pero a diferencia de la obra de Frank Herbert, para la que parece haber un consenso sobre su excelencia e importancia (el veneno suele reservarse para sus secuelas), las opiniones sobre los méritos de “Forastero…” están mucho más divididas, tanto como las que se vierten sobre el propio Heinlein. Quien odia este libro lo hace con tanta intensidad como pasión exhiben quienes lo reverencian como obra maestra. Como suele suceder, la verdad suele estar a mitad de camino entre las dos posturas.

Dado el impacto que tuvo en su momento y su aura de clásico imprescindible incluso dentro de la literatura generalista, “Forastero…” es la única novela que mucha gente ha leído de Heinlein, formándose, por tanto, una idea del autor equivocada: Heinlein es aburrido, pretencioso, un sabelotodo, sus personajes femeninos son cuestionables, estaba obsesionado por el sexo grupal… Sin embargo, estas críticas pueden aplicarse o bien solamente a este libro o bien es en él donde más chirriantes resultan.



(Finaliza en la siguiente entrada)

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