lunes, 17 de noviembre de 2025

1927- EL COLOR QUE CAYÓ DEL ESPACIO – H.P.Lovecraft

 

Howard Phillips Lovecraft fue un maestro en la creación de suspense a base de introducir sucesos ominosos y señales que indicaran la presencia de fuerzas que escapan a la comprensión y control humanos. Inventó una mitología de seres y razas que hoy gozan de gran popularidad entre los aficionados al género fantacientífico y que han calado hondo en la imaginación de todos los escritores de terror, fantasía y ciencia ficción que vendrían después de él. Conceptos como el Necronomicón, el culto de Cthulhu, las especies alienígenas con forma de calamar e incluso la idea de que una antigua raza extraterrestre habitara la Tierra mucho antes de aparecer en ella el ser humano, salieron de su fértil imaginación.

 

Lovecraft también combinó con facilidad géneros, la Ciencia Ficción y el Terror, que a menudo los editores, cineastas, escritores y aficionados consideran separados pero que, en realidad, habían ido de la mano desde el “Frankenstein” (1818) de Mary Shelley, un camino que también siguieron Poe, Stevenson o H.G.Wells por nombrar sólo los más insignes. No sólo creó un nuevo tipo de terror, sino que volvió a recordar a todos los aficionados y profesionales que todos los géneros pueden y deben entrelazarse. Y eso es precisamente lo que hizo en “El Color Que Cayó del Espacio”.

 

Lovecraft escribió “El Color Que Cayó del Espacio” en marzo de 1927, poco después de su segundo intento de escribir una novela, “El Caso de Charles Dexter Ward”, justo antes de su otro gran cuento, “El Horror de Dunwich” (1928) y el mismo año que firmó un ensayo, "El Horror Sobrenatural en la Literatura", en el que plasmaba sus teorías sobre el género destacando entre sus referentes a Hawthorne y Poe. Desde el punto de vista comercial, “El Color” marcó un hito importante dado que su publicación en el número de septiembre de 1927 de “Amazing Stories”, la revista de Hugo Gernsback, supuso su diversificación después de haber sido “Weird Tales” la receptora de todas sus obras anteriores. Si bien se dice que la venta del cuento fue menos rentable que las que solía hacer a “Weird Tales” y que Gernsback, como era su costumbre, tardó más tiempo del deseable en pagarle, al tener “Amazing Stories” un perfil de lector diferente, le dio una mayor visibilidad.

 

De hecho, el cuento fue incluido en la antología “Los Mejores Relatos del Año 1928”, editada por Edward O´Brien. Éste fue un crítico literario muy respetado y conocido por su exigente criterio. Esta colección de antologías, que había empezado a publicarse en 1915, fue crucial para lanzar las carreras de muchos escritores jóvenes y consolidar el estatus del cuento como una forma de arte seria en la literatura estadounidense de género.

 

Lovecraft consideraba “El Color Que Cayó del Espacio” uno de sus relatos favoritos, y estudiosos y autoridades mundiales sobre su obra, como S.T. Joshi, lo valoran muy positivamente. Si bien su calidad es innegable, es posible que su popularidad entre los críticos se deba, al menos en parte, a que significó una apuesta decidida por fusionar el Terror con la Ciencia Ficción. Aunque sospecho que Lovecraft siempre compartió la visión materialista del mundo propia de gran parte de la Ciencia Ficción dura, este cuento presenta suficientes diferencias temáticas y estilísticas con respecto a sus obras anteriores como para considerarlo el inicio de un nuevo período, comparable a su anterior abandono de los relatos oníricos, la decisión de comenzar a trabajar con escenarios más mundanos y el trabajo minucioso y exhaustivo que realizó durante su estancia en Nueva York. “El Color Que Cayó del Espacio”, por tanto, no sólo es un buen cuento sino también un ejemplo de la inquietud experimentadora de Lovecraft.

 

La acción se ambienta en los bosques y valles que rodean la ficticia ciudad de Arkham, esa región tan a menudo visitada en la literatura de Lovecraft y situada en algún lugar de Massachusetts. La Nueva Inglaterra rural del cambio de siglo, con sus oscuros y siniestros bosques, creencias arcaicas, sucesos inquietantes y granjas aisladas habitadas por lugareños puritanos, endogámicos y supersticiosos alejados del mundo de la razón, eran un contexto ideal para el tipo de terror que estaba creando Lovecraft.

 

La historia se narra por capas, un recurso popular en la ficción sobrenatural de finales de la época victoriana y eduardiana. Así, es un narrador inicialmente escéptico quien transmite en primera persona al lector una historia que ha escuchado previamente de labios de otro. Se trata de un topógrafo (del cual nunca sabremos el nombre) contratado para realizar mediciones de un terreno alrededor de Arkham donde va construirse un embalse. La zona a inundar se conoce como el “yermo asolado”, una zona gris ceniza que antaño fue la tierra de la familia Gardner, pero que ahora parece un área devastada por el ácido o la radioactividad.

 

El narrador escucha a los lugareños la expresión “días extraños”, pero éstos se muestran evasivos y no consigue sacarles más información. Le dicen, sin embargo, que hable con Ammi Pierce, el vecino más próximo al yermo desolado. Éste se muestra más comunicativo y le dice al topógrafo que esos “días extraños” sucedieron sólo unas pocas décadas antes. Ammi, amigo y vecino de los Gardner, asistió de primera mano a los anómalos sucesos que llevaron a la caída en la locura y la desesperación de los miembros de esa familia, terminando con su muerte y desaparición.

 

Y la historia de esa tragedia es la que va a contar al narrador, quien tiempo después, a su vez, la transcribe para nosotros lectores. Es un recurso cuyo objetivo no es preparar un punto clave de la trama futura, sino presentar el texto como un hecho histórico local, una técnica que sigue utilizándose en el cine de terror del siglo XXI, sencillamente porque presentar una obra de ficción como si hubiera sido algo real anima a los lectores/espectadores a bajar la guardia y ser más vulnerables al impacto emocional de la historia. Lovecraft empleó esta técnica con maestría en “La Llamada de Cthulhu” (escrito en 1926, aunque publicado en 1928) y, con algo menos de éxito, en “El Caso de Charles Dexter Ward”.

 

Todo comenzó con la caída de un meteorito en los terrenos de los Gardner. La roca fue examinada por los desconcertados profesores de la universidad más cercana, incapaces de determinar su naturaleza. El aerolito, a pesar de ser metálico, iba encogiéndose paulatinamente y en su centro había una especie de glóbulo de color indescriptible. Cuando las muestras que tomaron y llevaron al laboratorio terminaron por desintegrarse –proceso aparentemente replicado por la roca original en el huerto de los Gardner-, los científicos se dieron por vencidos, declarando simplemente que “No era de este mundo, sino un fragmento del vasto exterior; y, como tal, poseía propiedades externas y obedecía a leyes externas”.

 

Sospecho que la extensa descripción de la investigación científica que nos ofrece Lovecraft, repleta de vasos de precipitados, espectrogramas y tests de reacción química fue lo que garantizó la inclusión del cuento en “Amazing Stories”.

 

En cualquier caso, fue tras la aparente desaparición del meteorito y las muestras tomadas de él, cuando la granja de Nahum Gardner empezó a experimentar algunos fenómenos inquietantes. Cuando llegó la cosecha, los frutos eran grandes y brillantes, pero resultaron ser incomibles; y la fauna local, pequeños mamíferos o insectos, creció hasta alcanzar tamaños antinaturales. El ganado enfermó, adquirió un tono de piel gris y su carne se hizo quebradiza hasta que murió.

 

Cuando un año después de la caída del meteorito, se agrava la locura que la esposa de Nahum llevaba arrastrando meses, el cuento empieza a introducir la habitual identificación que Lovecraft establecía entre la locura y la degradación física:

 

Sucedió en junio, alrededor del aniversario de la caída del meteoro, y la pobre mujer empezó a gritar que había cosas que se movían en el aire y que no podía describir. En su desvarío, no pronunció ni un solo nombre específico, tan solo verbos y pronombres. Aquellas cosas se movían, cambiaban, aleteaban y hacían que los tímpanos reverberasen ante estímulos que no eran propiamente sonidos. Le estaban arrebatando algo, la estaban drenando, algo la atenazaba que no debía estar ahí…, alguien tenía que echarlo fuera de una vez por todas; nada se estaba quieto por la noche; las paredes y las ventanas se movían (…) Al llegar julio, ella ya había dejado de hablar y se arrastraba a cuatro patas, y antes de que el mes hubiese acabado, Nahum aceptó la delirante idea de que su mujer irradiaba cierta luminiscencia en la oscuridad, al igual que la vegetación de los alrededores.”.

 

Sin otras opciones, Nahum y sus hijos se alimentan con el producto contaminado de su granja y beben agua del siniestro pozo que parece estar en el epicentro de la plaga. Muestra de la pericia de Lovecraft es que, en lugar de entregarse a su característica prosa florida al describir la descomposición de la familia, se contiene y utiliza el mismo discurso distante y plano que empleó para describir a los científicos que examinaban las extrañas muestras del meteorito:

 

Thaddeus enloqueció en septiembre, tras una visita al pozo (…) Dejó que el chico corriera durante una semana hasta que comenzó a tropezarse y a hacerse daño y entonces lo encerró en una habitación del desván frente a la de su madre. La forma en que ambos se gritaban desde detrás de las puertas cerradas era espantosa; lo era en particular para el pequeño Merwin, que imaginaba que hablaban en una lengua que no parecía de este mundo”.

 

En mi opinión, es en estos pasajes donde “El Color Que Cayó del Espacio” alcanza su máxima expresión. Lovecraft pinta un retrato absolutamente horripilante de una familia que enloquece lenta e inexorablemente, mientras el patriarca, totalmente indefenso, solo y emocionalmente distante, hace lo posible por cuidarlos a pesar de no tener ni idea de lo que sucede.

 

Para comprender mejor lo que aquí se cuenta conviene recordar que ambos padres de Lovecraft murieron en manicomios, y si bien la desaparición de su padre debió ser traumática, muchos estudios sobre el escritor tienden a presentar a su madre como una figura severa y fría, en lugar de como alguien que padeció numerosas crisis de salud mental antes de sumirse finalmente en un estado de completa psicosis. Hay pocas evidencias sobre los problemas de salud de Susie Lovecraft, y su hijo convivió con ella durante años, sufriendo indirectamente también esos ataques hasta que la ingresaron en un sanatorio. La crudeza del relato de Nahum y la forma desapasionada en que se describe cómo tuvo que encerrar a sus seres queridos, plantean la posibilidad de que Lovecraft se hubiera basado en sus propios y desagradables recuerdos para darle esa desasosegante viveza.

 

Poco después, los tres hijos fueron desapareciendo uno tras otro, dos de ellos tras haber ido a sacar agua del pozo. Parecía haber algo acechando en ese lugar concreto, absorbiendo la energía de todos los seres vivos a su alrededor.

 

En una escena impactante y sobrecogedora, Ammi, que había mantenido sus visitas a pesar del rechazo visceral que le provocaba la granja, acude una vez más al lugar preocupado por la falta de noticias de su amigo Nahum. Se obliga a subir la crujiente escalera de madera de la casa y abrir la puerta del desván:

 

Cuando por fin entró, vio algo oscuro en el rincón y, al verlo mejor, gritó de manera estremecedora. Mientras gritaba, le pareció que una nube pasajera eclipsaba la ventana, y un segundo después sintió que lo rozaba una corriente de vapor repugnante. Ante sus ojos bailaban colores extraños, y si el horror que presenciaba no lo hubiera paralizado, habría pensado en el glóbulo del meteorito que el geólogo había roto con la piqueta y en la mórbida vegetación que había brotado en primavera. Pero en aquellas circunstancias, solo pensaba en la blasfema monstruosidad a la que se enfrentaba, y que claramente había compartido el destino anónimo del joven Thaddeus y del ganado. Pero lo más terrible de ese horror era que se movía de forma muy lenta y perceptible mientras seguía desmenuzándose.”

 

A partir de este punto, el lenguaje comienza a cambiar. Poco a poco, Lovecraft intensifica el tono y despliega una prosa cada vez más florida a medida que nos acercamos al desenlace. El vocabulario también se vuelve mucho más escurridizo y difuso en comparación con el contenido objetivismo de los primeros capítulos. A menudo se ridiculiza a Lovecraft por su tendencia a incluir en sus relatos criaturas indescriptiblemente horribles, y algo de eso se aprecia aquí, pero se trata de una elección estilística deliberada, comparable a su uso de palabras arcaicas, estructuras sintácticas floridas y demás recursos estilísticos de la literatura gótica. Si bien no era un modernista, Lovecraft sin duda opinaba que los hombres carecían de la capacidad de experimentar la realidad objetiva sin enloquecer, y así lo muestra en las palabras finales de Nahum en brazos de Ammi antes de desintegrarse, tratando de avisarle del peligro que acecha en el pozo:

 

Nada…, nada…, el color…, quema…, frío y mojado, pero quema…, vivía dentro del pozo…, lo he visto, como un humo…, igual que las flores la primavera pasada…, el pozo relucía de noche… Eso, y el Mervin, y el Zenas…, todo lo que estuviera vivo…, chupando la vida de todo…, en aquella roca…, ha debido venir en aquella roca que lo envenenó todo…, no sé qué quiere…, esa cosa redonda que los hombres de la universidad arrancaron de la roca…, la hicieron migas…, tenía el mismo color…, exactamente igual…, igualito que las flores y las plantas…, ha debido haber más…, semillas…, semillas…, crecieron…, lo he visto esta semana la primera vez…, lo ha debido agarrar bien al Zenas…, era un chicarrón, lleno de vida…, te destroza la cabeza y después te agarra a ti…, te quema…, en el agua del pozo…, tenías razón…, agua maligna…, el Zenas no volvió nunca del pozo…, no puedes escapar…, te ahoga…, sabes que algo viene, pero no sirve de nada…, lo he visto cien veces desde que se llevó al Zenas… ¿y la Nabby, Ammi?…, mi cabeza no anda bien…, no sé cuándo fue la última vez que le di de comer…, se la llevará si no andamos con cuidado…, nada más que un color…, su cara se está poniendo de ese color, a veces hacia el anochecer… y quema y te chupa…, vino de un sitio donde las cosas no son como aquí…, uno de los profesores lo dijo…, era verdad…, ándate con ojo, Ammi, seguirá haciendo de las suyas…, te chupará la vida…

 

Un párrafo, como vemos, compuesto a base de palabras y frases deliberadamente incompletas e inconsistentes con el que Lovecraft trata de expresar la imperfección de nuestra experiencia subjetiva de lo incomprensible.

 

Lovecraft concluye su historia con otro recurso clásico del género terrorífico: subrayar la impotencia de las autoridades ante fenómenos que superan su entendimiento. Ammi va al pueblo a informar de lo ocurrido y, a regañadientes, regresa a la granja de los Gardner con el forense y la policía. Allí, el equipo de autoridades queda atrapado en la casa, pues sus caballos se desbocan presa del miedo a lo que sea que hay en el pozo. Tras haber absorbido la última chispa de vida de la zona, el “Color”, con una espectacular pirotecnia, se proyecta desde el pozo de vuelta al espacio. Sin embargo, una parte de ese ser permanece en el fondo, donde encuentran los restos óseos de dos de los hermanos Gardner, así como los de un ciervo y un perro. Ese “algo que queda” es un recurso tan clásico como eficaz. Las historias de terror, literarias o cinematográficas, suelen concluir con un final falso que incluye un último susto o una pista que apunta a que, aunque parezca que todo ha terminado, no es así.

 

Décadas después y cuando se entera de que el pantano cubrirá para siempre el yermo desolado, Ammi siente cierto alivio. Pero el narrador, habiendo pasado del escepticismo al convencimiento tras escuchar la terrorífica historia del granjero, renuncia a su puesto de topógrafo para no tener que volver jamás a Arkham, cuyos habitantes, al abrir el grifo, beberán el agua de ese embalse.

 

Si bien el núcleo terrorífico del relato es, sin duda, el meteorito y su inquietante color, hay dos factores humanos que intensifican esa sensación de pavor.

 

En primer lugar, Lovecraft muestra sutilmente cómo el escepticismo humano ante la aparente fantasía de historias ajenas no siempre es positivo. Ya desde el principio, el narrador indica que llegó a Arkham sintiendo una profunda incredulidad respecto a las leyendas locales. Solo cuando contempla con sus propios ojos el lugar gris, desolado y espeluznante, cobran sentido los temores que derivan de esas tradiciones.

 

Ese escepticismo de partida también se encuentra en el relato que hace Ammi al narrador. Aunque Nahum intenta contar lo que está sucediendo en su granja,  los periódicos locales ridiculizan con saña su testimonio, tachándolo de superstición propia de paletos. Incluso los científicos que habían analizado el meteorito desestiman los temores del granjero asumiendo que, simplemente, alguna sustancia tóxica se filtró al subsuelo. Desafortunadamente, cuando terceros empiezan a preocuparse por la gravedad de la plaga que está afectando a la propiedad de los Gardner, ya es demasiado tarde para hacer algo. Es más, ni siquiera lo intentan, limitándose a evitar las proximidades de la propiedad y abandonando a Nahum y su familia a su suerte. En resumen, que el escepticismo cerrado tuvo unas consecuencias fatales. Lovecraft nos viene a decir que, aunque es natural que desconfiemos de testimonios de fenómenos y hechos que se aparten de la experiencia cotidiana, de haber tenido un mínimo grado de apertura de mente como para investigar personalmente la verdad de los mismos, los Gardner podrían haberse salvado. La incredulidad sin matices los condenó.

 

El cuento también nos advierte de cómo la arrogancia humana puede llevarnos a la ruina. Cualquier crisis moderna relacionada con nuestra salud o incluso supervivencia en la que podamos pensar, desde el cambio climático a la obesidad pasando por los microplásticos o la adicción a los opioides, comparte con las demás el ser resultado de la ceguera, involuntaria o deliberada, respecto al impacto que ciertas decisiones tendrán sobre nuestro futuro compartido. Demasiado a menudo, esta desconsideración suicida se debe a la arrogancia que nos lleva a creer que lo más importante es el progreso inmediato y acelerado. En la historia vemos indicios de esto cuando los científicos descubren el meteorito. No toman ninguna precaución ni consideran los efectos que puede tener el objeto sobre ellos o terceras personas. Incluso después de analizar sus extrañas propiedades, están tan centrados en comprender y catalogar la naturaleza del objeto (lo que, sin duda, les aseguraría un lugar destacado en la historia de la Ciencia), que se desentienden de los peligros que podrían correr los Gardner.

 

La arrogancia humana también se manifiesta al final. El narrador menciona que el embalse será beneficioso puesto que ocultará los secretos que yacen bajo el yermo desolado. Sin embargo, a pesar de saber que la población de Arkham consumirá el agua proveniente de ese lugar, no avisa de la posible toxicidad del emplazamiento y opta por el más fácil y egoísta camino de marcharse lejos para que los posibles efectos perniciosos de esa agua no le alcancen. Esta combinación de arrogancia y desconsideración fue, en parte, la que provocó los terribles sucesos de la historia. Después de todo, aunque sus propios vecinos hubieran creído a Nahum, nadie pareció tomar mayor precaución que dejar de transitar por las cercanías de su granja. Ni siquiera Ammi se marchó del lugar aun cuando la plaga bien podría haber acabado afectándole a él. Y, ya puestos, el propio Nahum desoyó los avisos de Ammi respecto al agua del pozo.

 

Estos dos factores, conjuntamente, aportan mayor intensidad al desenlace. Primero, porque, como nos dice el narrador, Arkham consumirá el agua del embalse, lo que significa que sus habitantes correrán un grave peligro habida cuenta de que la criatura seguirá morando en las profundidades. Segundo, incluso si el embalse no se completara, la plaga gris sigue extendiéndose a un ritmo de varios centímetros por año. Pase lo que pase, probablemente habrá muerte y desgracia para Arkham… las cuales, no tendrían lugar si los humanos intervinieran a tiempo. Sin embargo, de nuevo como indica el narrador, nadie cree en esas historias, lo que permite que la criatura siga absorbiendo la vida de su entorno sin nada que la detenga hasta que sea demasiado tarde. Lejos de concluir con un final feliz, todo apunta a un futuro sombrío.

 

En resumen, temer a lo desconocido es perfectamente natural, un mecanismo de autoprotección que siempre le ha funcionado bien a nuestra especie. Sin embargo, siempre es importante recordar que los seres humanos desempeñamos a menudo un papel no menor en los problemas que nos aquejan, ya sea debido a la arrogancia de creer que podemos dominar lo desconocido o por falta de voluntad para aceptarlo con humildad. Ambas características son igualmente terroríficas. “El Color que Cayó del Espacio” nos recuerda que no lo sabemos todo y que no debemos descartar algo como mera leyenda o fenómeno inofensivo solo porque no lo entendamos.

 

Lovecraft escribía –a menudo profusamente- en un estilo victoriano que ya resultaba anticuado en la década de 1920, pero que, de alguna manera conserva cierto atractivo, en nuestra época obsesionada por la concisión y la economía de recursos. Sus largas y detalladas descripciones del paisaje sumergen al lector en una atmósfera propicia para que sus terrores abstractos y vislumbrados solo a medias causen el mayor impacto. Buena parte del encanto de los cuentos de Lovecraft reside en su atmósfera, en la tensión que va creando poco a poco sobre un lienzo inquietante en el que se va a desarrollar un drama con muy poca acción. Sus historias buscan provocar incomodidad y escalofríos más que sobresaltos. Y, sin embargo, en la época moderna, donde lo que prima es el ruido, el efecto visual epatante y el estímulo continuo, estos relatos perduran y son redescubiertos por una generación de lectores tras otra.

 

Los estudiosos y aficionados a Lovecraft han especulado durante mucho tiempo sobre la inspiración tras "El Color que Cayó del Espacio", y este es otro aspecto en el que el escritor, con este cuento, pareció cambiar su proceso creativo. Comenzó su carrera escribiendo a partir de las imágenes que aparecían en sus sueños. Posteriormente, cuando su madre enfermó y él tuvo oportunidad de viajar más allá de su ciudad natal, empezó a escribir sobre los lugares que visitaba en excursiones con amigos. Si bien estas nuevas fuentes inspiradoras las filtraba a través de sus demonios personales (en particular, el miedo a la enfermedad y a la pérdida de estatus social), su estancia en Nueva York entre 1924 y 1926, amplificó todavía más esos sentimientos, dando como resultado relatos ambientados en lugares muy específicos de esa ciudad que incluían comentarios hoy ofensivamente racistas (“El Horror de Red Hook”, “Aire Frío”, “Él”).

 

"El Color Que Cayó del Espacio" es también significativo en tanto en cuanto su principal fuente de inspiración parecen haber sido noticias publicadas en periódicos, en particular las relativas a la construcción de enormes embalses en Massachusetts y Rhode Island, así como el escándalo de las "Chicas del Radio", en el que se descubrió que la United States Radium Corporation (empresa dedicada principalmente a la extracción de radio y la fabricación de pintura luminiscente) pagaba salarios miserables a un grupo de jóvenes mujeres que acabaron muriendo por envenenamiento radioactivo. El impacto del escándalo no fue inmediato, pero a la altura de 1927 ya empezaba a filtrarse el caso a la prensa, donde es de su poner Lovecraft leyó sobre ello. Y menciono el caso de “Las Chicas del Radio” en particular porque “El Color que Cayó del Espacio” es una historia sobre degradación ambiental en la que la construcción de un pantano acabará empeorando una toxicidad ya presente en el subsuelo.

 

También merece una breve reflexión la naturaleza de la amenaza. Los intentos de Lovecraft por transmitir el horror que se apodera de la mente humana ante la presencia o incluso la intuición de algo antinatural se vieron limitados por la época en la que escribía. Una de las razones de la actual banalización de Cthulhu es que el público moderno, al leer “La Llamada de Cthulhu”, se lo imagina como un monstruo grande y gomoso al estilo de los kaiju nipones. La cultura popular nos ha habituado tanto a la idea de un horror gigantesco con cara de calamar que ahora encaja perfectamente incluso en las mentes más atrofiadas, que compran a sus hijos adorables peluches de la criatura.

 

El “Color” del cuento que nos ocupa es una propuesta diferente, ya que no encaja del todo bien ni siquiera en la mente de una generación criada con representaciones visuales de monstruos extraños y maravillosos. Como los teólogos medievales que se esforzaban por desentrañar y representar la naturaleza de Dios, nos resulta más fácil comprender lo que el Color no es que lo que sí es: sabemos que adopta la forma visible de una luz brillante o una niebla irisada, pero también nos damos cuenta de que, estrictamente hablando, no es, al menos en su totalidad, una presencia física. También sabemos que, si bien el Color es parcialmente visible, su tonalidad no corresponde a ningún color del espectro conocido. Por tanto, aunque sabemos lo que el Color no es, lo mejor que se puede hacer para aproximarse a su naturaleza es describir las consecuencias de su presencia: cómo altera el crecimiento de las cosas y corrompe las mentes de quienes se acercan a él.

 

Nunca llegamos a saber si es un ser inteligente, ni siquiera si está vivo tal y como nosotros concebimos ese estado. Tampoco puede decirse que sea hostil o amistoso. Mata lenta y horriblemente, sí, pero eso parece ser algo inherente a su naturaleza. Al fin y al cabo, en el núcleo de la cosmogonía de Lovecraft se encuentra la idea de que al universo le importa un bledo el Homo sapiens.

 

“El Color que Cayó del Espacio” es un relato fascinante que combina dos aspectos de otros tantos géneros en una historia coherente. Por un lado, aborda nuestro miedo a la inmensidad del espacio e incapacidad para comprender todo lo que de él podría llegar hasta nosotros. Por otro, refleja nuestro temor a lo que puede estar acechándonos bajo tierra, en la oscuridad, aquello que no podemos ver ni intuir. Ambos elementos se conjugan a la perfección en esta excelente muestra de cómo diferentes géneros no realistas pueden coexistir en un mundo en el que lo antaño “satánico” se transforma en, literalmente, algo de otro mundo. El objetivo declarado de Lovecraft con este relato fue crear desde cero un nuevo tipo de monstruo, y el hecho de que para ello elija algo tan abstracto y a priori poco amenazante como un “color” demuestra su impresionante talento.

 

 

 

 


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