“El Día de los Trífidos” (1951), de John Wyndham, es uno de los clásicos indiscutibles de la literatura de CF. Tanto, de hecho, que ha traspasado los límites del género para adquirir prestigio y reconocimiento no sólo entre los aficionados y críticos de la literatura generalista sino entre los creadores de otros medios.
Dejando aparte las nume
rosas producciones radiofónicas, su
primera adaptación a la pantalla llegó, en formato cinematográfico, en 1962,
una versión mediocre protagonizada por Howard Keel con un final absurdamente
optimista en el que las plantas eran derrotadas utilizando agua salada. La
siguiente llegó en 1981, propiciada por el renovado interés del cine y la
televisión por la CF y la Fantasía. Se trató de una miniserie de seis capítulos
de media hora producida por el legendario David Maloney (“Doctor Who”, “Los Siete de Blake”) para la BBC y que se ciñó fielmente a la novela, plasmando sus
conceptos de forma notable. Y en 2009 llega, también con el sello de la BBC, la
tercera adaptación, esta vez compuesta de dos capítulos de dos horas cada uno.
Años atrás, se descubrió en las selvas de África una especie
de letal planta carnívora, capaz de moverse por sus propios medios y a la que se
bautizó como trífidos. De ella se extrae un milagroso aceite que ha demostrado
ser la solució
n a la crisis del calentamiento global. Dicha sustancia se obtiene
ahora de grandes cultivos de trífidos localizados en centros de todo el mundo.
Sin embargo, esta práctica es fuertemente contestada por grupos ecologistas,
uno de cuyos miembros más fanáticos irrumpe en la granja donde trabaja el
botánico especializado Bill Masen (Dougray Scott) con la intención de
liberarlos. A raíz de esta agresión, Bill recibe en los ojos una salpicadura
del ácido del aguijón con el que los trífidos matan a sus víctimas, y es
trasladado de urgencia al hospital.
Al tener los ojos vendados y estar sedado, no pudo ver el
fenómeno sol
ar que aquella misma noche dejó ciegos a los millones de personas
que lo contemplaban. Cuando despierta por la mañana y se quita los apósitos, se
encuentra con el hospital y todo Londres sumidos en el caos, con la población,
ciega, deambulando indefensa y desesperada por las calles. Bill se encuentra
con Jo Playton (Joely Richardson), una presentadora de la BBC que había conservado
la vista porque se encontraba en el metro durante el evento. Ambos unen fuerzas
y tratan de decidir qué hacer a continuación
Mientras tanto, el ecoterrorista desconecta la electricidad
de la granja y los trífidos escapan. Bill se da cuenta de que todos corren
mayor peligro del que creen dado que la
s plantas van a dirigirse hacia donde
más alimento pueden encontrar: las ciudades. Quienes han quedado ciegos, la
mayoría, no tienen oportunidad alguna de sobrevivir.
Tratando de mantener cierto orden en el caos, surgen varios
grupos. El mayor Coker (Jason Priestley) está al mando de una brigada de
videntes armados que trata de ayudar a quienes han perdido la vista, pero en su
grupo se infiltra un psicópata ávido de poder, Torrence (Eddie Izzard), que no
tarda en tomar las riend
as y ordenar que asesinen a Coker y Bill mientras él
intenta seducir a Jo para que se convierta en su amante y manipularla para que difunda
mensajes por la radio, utilizando su fama para atraer a los supervivientes
hasta Londres y así aumentar sus huestes.
Pero Bill y Coker consiguen escapar. Primero hallan refugio en un convento cuyas monjas han sobrevivido gracias a una siniestra estrategia; y luego Bill sale en busca de su padre, Dennis Masen (Brian Cox), el mayor experto en trífidos del mundo. Ambos se distanciaron hace muchos años y no han hablado desde entonces. Pero quizá juntos puedan encontrar una solución al problema de los trífidos antes de que éstos lo invadan todo.
La miniserie arranca de forma prometedora, actualizando la
narración original a los tiempos contemporáneos. Si bien la novela ya criticaba
la priorización del beneficio eco
nómico a corto plazo por encima de los
peligros inherentes a ciertas actividades industriales, aquí se introducen, además,
temas más actuales como el calentamiento global, la ingeniería genética y la
crisis energética. La solución a esos problemas es lo que justifica la
proliferación controlada de una planta extremadamente peligrosa. Los trífidos
se cultivan con tecnología moderna y es un activista medioambiental quien
empeora la ya catastrófica ceguera que se abate sobre la mayoría de la
población y que se “explica” como una llamarada solar (en la novela nunca
llegaba a aclararse si fue debido a un arma secreta satelital, el brillo nocivo
de la cola de un cometa o una lluvia de meteoritos). Gracias a la combinación
de efectos digitales y animatrónica, los trífidos que vemos en esta adaptación
tienen más movilidad que en las anteriores, sus apariciones están bien
escenificadas y transmiten una sensación de amenaza mucho más creíble que en
las versiones pasadas.
Pero hay otros aspectos en los que la miniserie puede
considerarse una decep
ción. Sí, buena parte de lo que vemos en pantalla está
extraído de la novela; pero, al mismo tiempo, el enfoque adoptado se distancia
considerablemente del de Wyndham. Éste escribió un apocalipsis ambientado en la
Gran Bretaña de posguerra, donde los protagonistas debían lidiar con el colapso
de la civilización y los diversos regímenes que surgían para llenar ese vacío.
La miniserie muestra poco interés en la perspectiva sociológica, prefiriendo
centrarse en el drama personal del protagonista y la lucha contra los trífidos.
Sí, la historia se desarrolla con el colapso de la sociedad como telón de
fondo, pero aquél se representa de forma muy rutinaria y poco original.
La miniserie de 1981 fue muy recordada porque mostraba a
gente común obligada a enfrentar
se al derrumbamiento de la civilización, y su
enfoque cotidiano contrastaba marcadamente con el western post-holocausto y
personajes caricaturescos de su contemporánea “Mad Max 2” (1981). Sin embargo,
la versión de 2009 parece una historia apocalíptica del montón, realizada
siguiendo una receta y sin interesarse demasiado por la reacción de los
personajes ante la desintegración del mundo que conocían. En cambio, toda la
atención se centra en los ataques de los trífidos o en el melodramatismo del tópico
aspirante a dictador Torrence. Hay que reconocer también que parte del impacto
que hubiera podido tener “El Día de los Trífidos” ya había quedado entonces atenuado
por películas como “28 Días Después” (2002) o “A Ciegas” (2008), las cuales,
por cierto, tomaron prestadas ideas, conceptos y escenas de la novela de
Wyndham.
El retrato social que hace la novela está presente en la
miniserie, sí, pero cuando no se retuerce para convertirlo en algo que encajaría
mejor en un cómic, se pasa de puntillas sobre él. Inicialmente, el mayor Coker
esposa a Bill a otro
hombre ciego para que busque provisiones para él (no a una
cuadrilla entera de hombres encadenados, como en el libro), pero luego el guion
no se preocupa demasiado de describir o desarrollar lo que es la auténtica
misión del militar: salvar a tantos ciegos como pueda. En el libro existía un grupo
organizado por Beadley, cuyo plan era establecer una colonia rural basada en la
poligamia. Argumenta que, dado que hay muchas más mujeres que hombres con
vista, los hombres que pueden ver deben tener varias esposas para repoblar
rápidamente la Tierra con individuos videntes. Esta propuesta es la que provoca
una escisión en el grupo, liderada por Miss Durrant. Pues bien, en la miniserie
es un grupo gubernamental y el personaje de Beadley pasa a ser una mujer (Genevieve
O’Reilly), pero no se menciona la poligamia sino sólo su intención de abandonar
a los ciegos a su suerte.
El peor personaje es el de Durrant, que, en el libro, trata
ingeuamente de crear una comunidad cristiana par
a cuidar de los ciegos. En la
miniserie, se convierte en una monja (Vanessa Redgrave) y, desde luego, organiza
una comunidad cristiana, pero una con una ideología ludita que roza la
filosofía amish. En un giro ridículo que sólo tiene el propósito de epatar al
espectador, se revela cómo han sobrevivido a los trífidos que rodean el
edificio: alimentándolos en secreto con
los individuos más débiles, enfermos o ancianos de la comunidad. Tampoco está
bien perfilado el personaje de Torrence, creado específicamente para esta
adaptación porque en la novela su papel era cubierto por otros secundarios,
como Wilfred Cocker o el mencionado Michael Beadley. En la miniserie, Torrence no
es más que un villano del montón, histriónico y unidimensional, un déspota
despiadado y egocéntrico que sólo busca el poder.
Aparte de Torrence, se han añadido a la historia otros
aspectos que resultan muy relevantes para la trama. En la novela, el origen
exacto de los trífido
s era incierto y objeto de especulación dentro de la
historia. Se sugería que podrían ser el resultado de experimentos genéticos (quizá
en laboratorios de la Rusia soviética, específicamente en Siberia) cuyas
semillas o esporas se dispersaron accidentalmente por todo el mundo. Pero en la
serie se decide que el culpable es Dennis, el padre de Masen, un personaje que
en la novela ni se mencionaba. Él y su esposa descubrieron los trífidos en
África y, aunque ésta acabó muerta a causa de esas plantas, Dennis decidió que
si se podía controlar y reproducir a las criaturas, se obtendrían grandes
cantidades del antes mencionado aceite, un combustible limpio y energéticamente
eficiente que podría reemplazar los combustibles fósiles. Abrumado por la
muerte de su mujer, se enfrascó en su trabajo y descuidó a su hijo, con el que
acabó perdiendo el contacto.
Buena parte de la trama está dedicada a narrar la azarosa
búsqueda que emprende Bill Masen, primero de su padre (para obtener mayor y
mejor información sobre los trífidos y complementar ésta
con sus propias
investigaciones) y luego de una forma de neutralizar a esas plantas. En el
momento de mayor tensión, justo en el climax, Bill recupera un recuerdo olvidado
de su infancia (en un giro argumental digno de una película de Dario Argento)
que permite al grupo usar gotas de veneno trífido en los ojos para atravesar impunemente
las hordas de plantas y ponerse a salvo. Por el contrario, Wyndham nos decía en
su novela que no existían atajos ni soluciones de última hora para superar el
colapso de la civilización y acabar con los trífidos y que debíamos encontrar
un modelo social que nos permitiera sobrevivir en las nuevas circunstancias sin
renunciar a nuestra humanidad.
Transformar al Bill Masen de la novela de individuo
corriente y sin habil
idades especiales que debe encontrar la forma de
sobrevivir en el mundo postapocalíptico, en un héroe científico llamado a jugar
un papel clave en el futuro de la Humanidad y cuyo padre estuvo en el origen de
la entonces revolución trífida ahora devenida crisis existencial, supone
invertir por completo la intencionalidad de la novela. Sí, presentar a un Masen
atormentado por los recuerdos de la muerte de su madre en África y el odio
hacia su padre le dan más matices al personaje, pero también diluye la
intencionalidad original de Wyndham, a saber: que el lector se identificara más
fácilmente con alguien ordinario que vive circunstancias extraordinarias.
Hay otros aspectos que tampoco acaban de funcionar bien. La
subtrama sobre la verdad
ra naturaleza del enclave "cristiano" se
desarrolla demasiado rápido; la muerte de uno de los personajes centrales es
tan previsible que igual podrían haberle pintado una diana en la espalda; las
torpes y nada sutiles indicaciones que, recurrentemente a lo largo de toda la
historia y en forma de flashbacks, apuntan a que la solución definitiva al
problema de los trífidos tendrá algo que ver con una máscara nativa que Bill
vio en su infancia en África; el conflicto final con Torrance y sus compinches
(cómo localizó a Masen y compañía nunca se explica de forma adecuada ni
creíble)…
Todos estos inconvenientes no vienen adecuadamente
compensados
por el escaso carisma de Dougray Scott. Su problema es que, aun cuando
el personaje tiene un carácter algo reservado respecto a su pasado, su
acartonada interpretación hace que al espectador le importe bastante poco lo que
ocurra con él. Hasta entrada la segunda parte, cuando conoce a Susan (Jenny
Murray) e Imogen (Julia Joyce), no deja aflorar un atisbo de emoción, pero para
entonces ya es demasiado tarde. Aunque su química con Scott es mínima, Joely
Richardson al menos sí logra suscitar empatía gracias a su mucho más cálida
interpretación y a que reacciona como cualquier persona normal en situaciones límite.
Ahora bien, siendo un personaje femenino fuerte y valiente, hay momentos en la
primera parte en los que da la impresión de tener un grado de ingenuidad –cuando
no directamente estupidez- incoherente con su fama de periodista inteligente.
Harbinson usa ese cliché tan sobado en el género apocalíptico
para narrar la catástro
fe, a saber, el de los telediarios con cobertura las 24
horas, con Jo en Londres cediendo el testigo a un reportero en Sidney y varias
pantallas en la sala de redacción mostrando lugares emblemáticos del mundo, para
recordarnos que no se trata solo de una crisis británica. Más allá de esto,
merecen destacarse los diseñadores de producción por haber sabido transmitir el
sentido de escala. Cuando Bill Masen se recupera del ataque de los trífidos, vemos,
desde su punto de vista, un Londres devastado. Hay un momento particularmente espectacular
en el que un avión se estrella y los escombros resultantes irrumpen por la
ventana de la habitación de Bill en el hospital. El director, Nick Copus,
transmite esta visión del apocalipsis mediante una filmación en exteriores competentemente
escenificada, combinada con convincentes efectos digitales.
Sin embargo, ese accidente aéreo sirve también para
presentarnos la actuación más floja de la miniserie porque en su interior viaja
Torrence, quien sobrevive milagrosamente encerrándose en el baño con docenas de
chalecos salvavidas y emergiendo del desastre con tan solo unos pocos moretone
s
y la ropa algo rasgada. Izzard es un reconocido cómico, pero aquí su actuación
deja mucho que desear. No resulta convincente y, fuera esa su intención o no,
convierte a Torrence en un personaje demasiado caprichoso y hasta ridículo. Izzard
está terriblemente mal elegido para ese papel, un auténtico problema habida cuenta
del tiempo que tiene en pantalla. Él es uno de los lastres que impiden a “El
Día de los Trífidos” sobresalir por encima de la categoría de meramente
funcional. Como funcionales son también las interpretaciones de dos titanes de
la escena como son Vanessa Redgrave y Brian Cox, cuyos nombres sirven más para
dar empaque al casting que para ofrecer un trabajo realmente memorable que
compense el de sus colegas.
Adaptar nunca es fácil.
¿Qué subtramas, escenas y personajes
se eliminan? ¿Cuáles se mantienen? ¿Qué elementos que no estaban en el texto
original se añaden? En este caso, creo que la valoración final depende mucho
del conocimiento previo de la novela. Desde luego, la miniserie satisface todos
los requisitos del moderno subgénero apocalíptico: calentamiento global,
plantas Frankenstein modificadas genéticamente, la crisis del combustible y la
desintegración social y familiar. No tengo ningún problema en que se traduzca
el libro al actual lenguaje del subgénero de desastres.
Por otra parte, el guionista Patrick Harbinson hace un
trabajo razonablemente bueno conservando los personajes originales y, en menor
medida, la es
encia de la historia. Ahora bien, lo que se pierde por el camino
es, como ya he apuntado antes el espíritu y la intencionalidad del autor, un
enfoque que en su momento fue novedoso y que le valió la consideración de
clásico indiscutible e influyente. La miniserie, por el contrario, jamás
logrará semejante estatus, simplemente porque, al desviarse de la fuente
original para hacer la historia más asimilable para el público generalista mediante
el recurso a clichés (como el protagonista atormentado por sus fantasmas que se
desenvuelve igual de bien en un laboratorio que en un tiroteo; o el villano tan
astuto como ególatra cuyo único anhelo es acumular poder), acaba fabricando una
aventura moderadamente entretenida apta incluso para espectadores no
particularmente interesados en la CF, pero, por esa misma razón, demasiado
convencional y olvidable.

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