(Viene de la entrada anterior)
El final de la primera temporada de “Altered Carbon” bien podría haber sido el de la serie, pero a la vista del resultado de audiencia Netflix la renovó para una segunda temporada de 8 episodios (frente a los 10 de la primera). Laeta Kalogridis fue sustituida como “showrunner” por Alison Schapker y en lugar de adaptar la segunda novela de Morgan, “Ángeles Rotos”, se decidió coger sólo la premisa y elementos sueltos de la tercera, “Furias Desatadas”, que a decir de los aficionados es la más floja de la trilogía. Fuera por estas razones o por otras diferentes, lo que resultó fue un producto menos arriesgado que la primera temporada.
Treinta años después de lo narrado en la primera temporada, Takeshi Kovacs (Antony Mackie) es secuestrado y trasladado de vuelta a su mundo natal, Harlan. La élite político-económica del planeta se halla en pleno conflicto con los restos insurgentes del antiguo movimiento liderado siglos atrás por Quellcrist Falconer (Renee Elise Goldsberry), alcanzando una inestable tregua. A ese grupo de ricos empresarios pertenece el individuo que ha contratado a Takeshi y que, antes de ser asesinado, le revela que Quellcrist, que había sido su mentora y amante, aún vive. Takeshi lleva décadas buscándola en compañía de un cada vez más deteriorado Poe (Chris Conners).
Su búsqueda de Quellcrist llevará a Kovacs a involucrarse en el turbulento tapiz político del planeta, en el que se mezclan las intrigas para hacerse con el poder de Danica Harlan (Lela Loren), hija del misteriosamente desaparecido fundador de la colonia; los asesinatos de miembros de la élite política; los intereses colonialistas de la Tierra en Harlan; un movimiento revolucionario que denuncia la explotación de los mineros locales; los yakuza con los que estuvo antaño relacionado Kovacs; y un terrible secreto del pasado que podría hacer caer al gobierno.
Lo primero que llama la atención es lo diferente que es el Kovacs de esta segunda temporada al que habíamos conocido en la primera. Y no me refiero al cambio de raza, algo que en un futuro en el que los cuerpos son meros repositorios temporales no tiene demasiada importancia. Es evidente que dos actores diferentes como son Joel Kinnamen y Anthony Mackie van a tener formas distintas de aproximarse a su personaje, pero está claro que el de esta segunda temporada es más hueco. El Takeshi Kovacs de la primera tenía una mezcla de carisma, cinismo, autoconfianza, sociopatía y feroz independencia que lo hacía atractivo más allá de sus capacidades de combate aumentadas. Lo que nos encontramos en la segunda temporada es sólo un tipo duro y enfadado obsesionado por encontrar a una mujer muerta mucho tiempo atrás. Parece también haberse perdido parte de esa compasión del personaje por el hombre de la calle, el marginado, algo que vemos en la forma en que trata a Poe, como una mera herramienta en vez de un fiel amigo. Un protagonista, en definitiva, que no es ni mucho menos tan carismático, complejo o interesante como el que se nos había presentado en la primera aventura.
También se pierde sutileza en la propia historia. En los libros, los Quellistas eran un grupo de luchadores por la libertad que se oponían al autoritarismo capitalista y cuyas tácticas bien podían calificarse de terroristas. En la serie, se oponen a la virtual inmortalidad que concede la tecnología de reenfundado y no parecen tener una opinión concreta respecto al sistema político-económico. Buena parte de la sátira presente en los libros se trasladó a la serie en la forma de crítica a la obscena riqueza de los Mats. Pero en esta segunda temporada, lo único que tenemos es a Takeshi odiando a los Mats por ser “viejos” además de ricos. Y, de todas formas, al final, las cuestiones éticas que se ponen sobre la mesa colapsan en un mensaje hipócrita: los héroes protagonistas, alineados con los rebeldes, comprenden la necesidad de que los humanos mueran en lugar de perpetuarse de cuerpo en cuerpo… pero a ellos los guionistas sí les permiten volver una y otra vez de la tumba. ¿Por qué? Porque son los protagonistas.
La atmósfera de Harlan tampoco está al nivel de la de conseguida en la primera temporada. Se supone que su población y cultura son una mezcla de eslavos y japoneses, pero lo cierto es que no hay muchos de estos últimos y sólo parecen agruparse alrededor de los Yakuza. Sigue habiendo aciertos en el apartado del diseño, pero no contribuyen a crear un aspecto y sabor distintivos para este nuevo planeta. En la primera parte, se subrayaba continuamente la brecha entre los superricos y los superpobres, con la clase trabajadora atrapada enmedio. Era un mundo de excesos decadentes y tremendos sufrimientos. Pero aquí, aun cuando se sugiere esa divisoria y, de hecho, el conflicto político gira alrededor de la explotación de un colectivo obrero, no se plasma en pantalla con la misma claridad.
Visualmente, esta segunda temporada también pierde parte de su osadía. Hay una secuencia en la que Kovacs visita un prostíbulo en el que clientes y señoritas van recatadamente vestidos; y las pocas escenas de sexo parecen recortadas siguiendo las directrices de una prudente cadena pública. Tampoco quiero decir que la desnudez haya desaparecido de la serie. Danica Harlan tiene un almacén de clones desnudos similar al que había aparecido en la primera temporada; y tenemos un breve flash durante una escena amorosa. De hecho, la sensualidad no se ha esfumado del todo. La cazarrecompensas Trepp (Simone Missick) tiene un apasionado matrimonio homosexual con una atractiva arqueóloga; y Poe obtiene su propio interés sentimental en la forma de otra inteligencia artificial llamada Miss Dig (Dina Shihabi). Pero hay algo que se ha perdido por el camino y no es una mera especulación, porque los responsables de la serie admitieron haber rebajado deliberadamente la violencia y la desnudez respecto a la temporada anterior
Pero es que lo que había llamado la atención de la primera temporada era la imperfección, violencia y suciedad de ese futuro. La desnudez era una parte no pequeña de todo ello porque ayudaba a explicar lo mucho que había cambiado el ser humano tras la invención del implante cortical. El cuerpo ya no tenía tanta importancia, se podía usar, disfrutar y abandonar con facilidad –al menos para ciertas élites-. Dado que la segunda temporada no recurre a la desnudez en la misma medida, de alguna forma ese mundo parece más pequeño y plano, menos exótico y diferente a nuestro presente y, en definitiva, menos valiente.
Nunca me gustó demasiado el personaje de Quellcrist Falconer en la primera temporada y convertirla en el foco de la búsqueda de Takeshi en esta segunda no le hace un favor a la trama dado que ambos no tienen la química que sí transmitía el protagonista con la policía Kristin Ortega. El que sí destaca sobre el resto en esta temporada es Poe, aquejado del equivalente digital del Alzheimer y que, tras haber acompañado a Takeshi durante décadas, se da cuenta de que éste sólo lo ve como una herramienta útil. Poe es más humano que la mayoría de los humanos que le rodean y probablemente sea el personaje más entrañable de la temporada.
Al final, puede concluirse que la segunda temporada de “Altered Carbon” falla más que acierta. Una valoración que debieron compartir muchos espectadores y que llevó a la cadena a cancelar la serie. Centrarse en el trágico amor entre Quellcrist y Takeshi fue un error porque, como he dicho, no había química ni entre los personajes ni entre los actores. Tampoco funciona el mensaje que quiere transmitir la historia: Takeshi está tan en contra de la inmortalidad que se convierte en un terrorista, pero luego utiliza la tecnología de reenfundado una y otra vez, década tras década. No encontramos aquí el mismo filo que había hecho de la primera temporada un producto diferente y llamativo. Y, por último, aunque Mackie no hace un mal trabajo, su personaje está mal escrito, no le permite desarrollar sus matices y es incoherente con lo visto en la temporada precedente.
Por supuesto, habrá espectadores que no sean aficionados militantes y puristas del ciberpunk y que podrán encontrar aquí suficiente entretenimiento siempre y cuando no les importe perder comentarios político-sociales, carnalidad y violencia en favor de una trama quizá algo más convencional pero aún asi no carente de giros, acción y suspense.
La por ahora última y más que digna adición a este universo es “Altered Carbon: Reenfundados” (2020), un anime de 74 minutos que narra un caso de Takeshi Kovacs previo a lo narrado en la primera temporada y que bebe de fuentes ciberpunk tardías como “Blade Runner 2049”, “Ghost in the Shell” o “The Animatrix”.
La acción se desarrolla en el planeta Latimer, una colonia terrestre. Un par de corpulentos matones persiguen a una adolescente, Holly, hasta una fiesta que se está celebrando en un ático. Allí se topa con un Takeshi recién reenfundado en un potente cuerpo desnudo y que pasará a ejercer de protector de la jovencita. Ésta resulta ser un genio del tatuaje a sueldo de la principal familia yakuza local a la que persiguen no sólo los asesinos mencionados sino un grupo de operativos de las Naciones Unidas liderados por una tal Gena; y unos robots ninja armados con látigos láser y shuriken especiales. Las balas de Gena no parecen funcionar contra esas máquinas y ha de intervenir Takeshi para detenerlos.
No desvelaré las razones por las que Holly es tan preciada para tantos bandos, pero tiene que ver con un momento delicado de transición de poder en el seno de la principal familia yakuza, el clan Mizumoto, cuyo líder, Genzo, va a dejar paso al ambicioso aspirante Shinji, en un ritual sagrado en el que los tatuajes desempeñan un papel muy importante. Todo el mundo tiene motivos para, o bien matar o bien proteger a Holly, que deberá confiar en Takeshi (contratado por Hideki Taneda, el líder del clan rival, para investigar la muerte de su hermano) y Gena (que tiene sus propios motivos para enfrentarse a los yakuza) para seguir viva y solucionar la explosiva situación.
Técnicamente y aunque los aficionados al anime más tradicionalistas pueden sentirse decepcionados, “Reenfundados” luce espléndida. La animación es enérgica y detallada; los personajes están claramente diferenciados y fusionan las tradiciones nipona y occidental; los fondos tanto exteriores como interiores tienen profundidad y riqueza; y las explosivas secuencias de acción, aunque a veces están un poco hiperbolizadas (algo por lo demás común en el anime), en general mezclan con acierto la coreografía de las películas clásicas de artes marciales con el nervioso movimiento de los videojuegos.
La historia, aunque sólida y con buenos personajes, es quizá demasiado enrevesada y abundante en pasajes expositivos que lastran un poco el ritmo –y en los que la “interpretación” de los personajes adolece de más rigidez de lo conveniente-, pero la premisa y los momentos de acción y explosiva violencia compensan sobradamente esos inconvientes por lo demás frecuentes en muchas ficciones del género. Es una historia que no alienará a quienes desconozcan la serie de acción real y que desvela a los fans de esos productos algunos detalles sobre la vida de Takeshi que luego jugarán un papel relevante en ésta.
Una película, en definitiva, de buena factura y duración moderada que no cambiará la vida de nadie, pero que resulta de recomendable y disfrutable visionado para cualquier aficionado al ciberpunk.
Buenísima la entrada. La serie me gustó (mucho más la primera temporada, coincido). Desconocía "reenfundados" así que la buscaré, muchas gracias.
ResponderEliminarOpino igual, mejor la primera temporada que la segunda. No conocía el anime del mismo universo. Le daré un vistazo.
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