viernes, 22 de septiembre de 2023

2007- EL HOMBRE DE LA TIERRA – Richard Schenkman

Jerome Bixby fue un guionista todoterreno que transitó por diversos medios y géneros a lo largo de su carrera. Escribió varias novelas, aunque fue más conocido por sus cuentos; y varios guiones para films clásicos del fantástico, como “La Maldición del Hombre sin Cara” (1958), “El Terror del Más Allá” (1958), “The Lost Missile” (1958) y la historia original de “Viaje Alucinante” (1966). También firmó guiones para “Star Trek” (1966-9) o “La Dimensión Desconocida” (1959-63).

 

Bixby empezó a escribir el guión de “El Hombre de la Tierra” en la década de los 60, pero no terminó el manuscrito definitivo hasta justo antes de su óbito en 1998. De hecho, lo finalizó en su lecho de muerte con la ayuda de su hijo, Emerson, que fue quien, durante años, trató de encontrar a alguien interesado en llevarlo a la pantalla. Por algún motivo, quizá el ser una historia sin acción física ni efectos especiales que consistía únicamente en una larga conversación, sus esfuerzos no dieron fruto hasta que contactó con alguien de muy segunda fila, el director, Richard Schenkman, quien había dirigido varios especiales de “Playboy”, algún videoclip y varios films independientes, incluyendo “The Pompatus of Love” (1995), “Went to Coney Island on a Mission from God … Be Back by Five” (1998) y “And Then Came Love” (2007), ninguno de los cuales obtuvo demasiada atención o reconocimiento.

 

Sin embargo, Schenkman fue capaz de convocar a un reparto solvente de actores no demasiado conocidos y sacar adelante la película por tan sólo 56.000 dólares, una cantidad con la que ni siquiera se paga el catering de un blockbuster financiado por un gran estudio. Obligado a recortar gastos respecto al presupuesto de 200.000 dólares inicialmente prometido, Schenkman la rodó en su propia casa durante dos semanas, en mini DVD y tras un breve periodo de ensayos. El ejemplo perfecto, en definitiva, de Ciencia Ficción independiente y de serie B.

 

John Oldman (David Lee Smith), un profesor de universidad, ha anunciado de forma abrupta su renuncia y mudanza a otra ciudad tras diez años de ejercer en esa institución. Un grupo de compañeros, todos profesores como él, acude a su casa en el bosque mientras está terminando de empaquetar sus pertenencias para darle una fiesta sorpresa de despedida. Sienten curiosidad por las razones que le han llevado a tomar esa decisión y John decide hacer lo que nunca antes ha hecho: contarles la verdad.

 

Primero les pide que especulen sobre la posibilidad de que un hombre de la época Cromañón hubiera sobrevivido hasta la actualidad sin apenas envejecer, viajando durante 14.000 años de un sitio a otro en el momento en que quienes le rodeaban empezaban a notar que no envejecía con el paso del tiempo. Entre el pequeño grupo de asistentes hay un antropólogo, un arqueólogo, una historiadora, una experta en literatura cristiana y un biólogo; y todos, aunque algo reticentes al principio, se avienen a jugar intelectualmente con esa idea hasta que John confiesa que esa hipotésis no es tal: él es ese hombre.

 

Fascinados, confusos y escépticos, interrogan a John por su vida y la perspectiva que tiene de la Historia. Pero cuando le preguntan sobre religión y él afirma haber sido Jesucristo –aunque uno mucho más mundano que el bíblico y malinterpretado interesadamente por terceros-, despierta reacciones todavía más intensas entre sus compañeros.

 

La idea de un hombre cuya vida ha comprendido la totalidad de la Historia documentada de nuestra especie era algo que le venía rondando la cabeza a Bixby desde mucho tiempo atrás. Muchas de las ideas que vertió en “El Hombre de la Tierra” las había ensayado previamente en el episodio “Requiem por Matusalén” (1969), de la tercera temporada de “Star Trek”, en el que la Enterprise encontraba a Flint (James Daly), un hombre que decía haber sido Brahms y da Vinci. Por entonces, el concepto aún no tenía la popularidad que alcanzaría con el estreno de “Los Inmortales” pero, por ejemplo, los aficionados a los comics sí estaban familiarizados con el mismo gracias a personajes como Vandal Savage, creado por Alfred Bester para DC Comics en 1943.

 

La mayoría de los tratamientos cinematográficos que se han hecho sobre el tema de los inmortales pertenecen a una de dos categorías: o bien individuos aburridos de vivir eternamente que buscan el auténtico amor; o bien, enzarzados en una guerra librada entre ellos desde hace siglos o milenios. Jerome Bixby tuvo el acierto de alejarse de los tópicos e imaginar formas nuevas en las que alguien que viviera muchísimo tiempo contemplaría la historia del hombre. El guion se toma su tiempo para preguntarse cómo alguien tan longevo pensaría en su propia especie –a la que pertenece y, al mismo tiempo, de la que se aleja- y el curso de los acontecimientos que se han ido produciendo a lo largo de los siglos. En lugar de presentar a John como testigo o catalizador de grandes eventos históricos, lo retrata como un hombre que estuvo en un solo lugar en cada momento, que no disponía del contexto ni la perspectiva para comprender lo que pasaba y que sólo lo hizo cuando pudo leer, siglos después, los libros de Historia. 

 

Las escenas más tensas y sorprendentes son aquellas en las que John afirma que una de las identidades que adoptó en el curso de su larga vida fue la del Jesús judeocristiano. Otro guionista más convencional habría optado por el camino de las impactantes revelaciones religiosas, los milagros, la mística y la emoción. Bixby, en cambio, propone un enfoque más interesante y rigurosamente agnóstico –que no ateo- insistiendo en que muchos de los aspectos divinos que se atribuyen a Jesucristo fueron invención de escritores bíblicos posteriores y que él no fue más que un hombre ordinario que trató de transmitir ideas aprendidas del Budismo, una religión más antigua. En este sentido, “El Hombre de la Tierra” no se aleja demasiado de otros títulos como “Stalker” (1979), “Hombre Mirando al Sudeste” (1986), “Friendship’s Death” (1987), “Contacto” (1997) o “K-PAX” (2001), todas ellas películas que mezclan ciencia ficción con religión o misticismo y en las que se introduce un elemento fantástico en la ambigüedad entre la fe y el racionalismo. Hasta la última escena, la historia de John puede ser tomada como verdad o como la elaborada fantasía de un psicótico.

 

Como en el caso de “¿Quién Teme a Virginia Woolf” (1966), “Los Chicos de la Banda” (1970) o “Mi Cena con André” (1981), la película respeta estrictamente las unidades clásicas del teatro: de acción, de tiempo y de lugar. La historia consta de una única acción principal que no se desvía por subtramas secundarias; el desarrollo de la misma tiene lugar en menos de un día y es lineal, sin elipsis ni flashbacks; y transcurre en un solo espacio físico. No se trata de un ejercicio estilístico. En parte, es una limitación presupuestaria. Sencillamente, no había dinero para crear escenas en las que pudiéramos ver a John viviendo en la Europa prehistórica, la Palestina del año 0 o la antigua India.

 

Pero es que, aunque ello hubiera sido posible, las palabras, en este caso, estimulan mucho más la imaginación que los píxeles, además de permitir que las dudas respecto a la historia de John persistan hasta el mismo final. La sensación que tiene el espectador es la de compartir la misma estancia que los personajes, escuchando, como ellos, una historia cautivadora y experimentando sentimientos encontrados al respecto. Al conseguir que el público se sienta parte de la historia, el film consigue que la considere verosímil aun cuando se sustenta en un concepto que no lo es en absoluto. Otro acierto es que, aunque todos los personajes excepto uno, son profesores universitarios y sus argumentos y réplicas son intelectualmente acordes a ese nivel, el espectador nunca se siente confuso o alienado del discurso general.

 

Hay, no obstante, algunos elementos claramente mejorables, por ejemplo, la banda sonora. Siendo una película que se apoya casi exclusivamente en los diálogos, la música irrumpe a menudo en las escenas distrayendo la atención de lo que se dice en ellas. Por otra parte, y sobre todo en el segmento inicial, Richard Schenkman parece inseguro respecto a cómo deben comportarse los actores y algunas bromas pretendidamente divertidas fracasan en su propósito. Sin embargo, cuando arranca verdaderamente la historia, el espectador difícilmente puede ya sustraerse a su fascinación. Las dos mujeres, Edith y Sandy, permanecen calladas durante buena parte de la conversación, interviniendo solamente cuando ésta deriva hacia su área específica de conocimientos. Son principalmente herramientas para escenificar la inflexibilidad religiosa en un caso o apoyar cándidamente al protagonista en el otro.

 

Puede que alguien se pregunte cómo es posible que, siendo prácticamente unánimes las críticas elogiosas hacia “El Hombre de la Tierra”, pasara sin pena ni gloria durante su estreno. Bueno, el problema fue precisamente ese, el estreno. Tan sólo un puñado de salas de cine en EEUU la proyectó en 2007, un arranque tan flojo que el propio productor, Eric Wilkinson, viendo que su obra no iba a poderse distribuir en los circuitos habituales (en España ni siquiera llegó a las salas), animó a la gente a hacerse con una copia pirata e incluso agradeció a los usuarios de BitTorrent que la compartiesen sin permiso. Fue a través de ese medio y el formato doméstico (DVD o, más tarde, plataformas de streaming), que la película encontró su audiencia.

 

La indiferencia por parte del gran público (pese a que en el circuito de festivales obtuvo una excelente recepción, cosechando varios premios) obedeció casi con seguridad a que “El Hombre de la Tierra” prescinde de todos los elementos que suelen caracterizar a los actuales éxitos de la CF audiovisual moderna: no hay efectos especiales de ningún tipo, acción física, decorados espectaculares, actores de relumbrón, creación de mundos fascinantes, maquillaje extravagante, suspense… Todo lo que nos ofrece es un concepto intrigante (original, como ya he dicho, sólo hasta cierto punto) desarrollado en menos de 90 minutos exclusivamente a través de diálogos y con sólo un grupo de personas charlando en una habitación. De hecho, es una película que podría llevarse al teatro sin realizar ni un solo cambio en el libreto (y así lo hizo el propio Schenkman en 2012). Si alguien a estas aturas todavía necesita una prueba de que la CF es un género de ideas en mayor medida que efectos especiales y que puede ofrecer mucho más que alienígenas, naves espaciales, tecnología maravillosa o viajes en el tiempo, “El Hombre de la Tierra” se la proporcionará.

 

Este fascinante resumen de la historia colectiva del Hombre narrada desde el punto de vista de alguien, humano también, que ha escapado a la mortalidad, es también una inteligente meditación sobre la fugacidad de nuestra existencia y lo efímero de instituciones, religiones e imperios que tan sólidos se muestran a nuestros limitados ojos. No puede ser más apropiado que “El Hombre de la Tierra”, el último trabajo de la carrera de Bixby, sea también el mejor. Los productores quisieron rendirle tributo colocando su nombre sobre el título en los créditos iniciales, antes incluso que el de ninguno de los actores.

 

 

 


2 comentarios:

  1. Descubrí esta película de casualidad en una página web, la descargué, la vi y no dejé de recomendarla. Incluso la usé en varias oportunidades para dar clases, siempre con el mismo nivel de interés. Así que no puedo más que adherir a esta crítica/comentario.

    Saludos,
    J.

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  2. Disponible en la plataforma 'prime video' con el título "El hombre de la tierra", doblada al español.
    Genial.

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