lunes, 13 de mayo de 2019

GERRY ANDERSON Y SUS SUPERMARIONETAS (1)



Un día, en el colegio, el profesor pidió a sus alumnos que escribieran una pequeña pieza teatral para representarla al día siguiente. Cuando llegó el turno del pequeño Gerry, empezó a desarrollar una historia de amor ante una audiencia carcajeante y un profesor ligeramente incómodo. “Seré un esposo maravilloso el resto de mis días y, para demostrarlo, te entrego mi corazón”, declaró, rebuscando bajo su jersey y sacando un corazón casero de cartón. Pero no era el típico corazón simplificado y rosa sino, para asombro de su profesor, una réplica casi perfecta de un corazón humano, con sus arterias y ventrículos. Es una anécdota que sirve para ilustrar lo imaginativo, perfeccionista y obsesivo con la realidad que fue desde su infancia Gerry Anderson, mucho antes de hacerse célebre gracias a su trabajo televisivo con marionetas.


Nacido en 1929 en el norte de Londres, Gerald Alexander Anderson pensó inicialmente dedicarse a la arquitectura solo para descubrir que era alérgico a la masilla que se utilizaba para hacer maquetas de edificios. Encontró trabajo como aprendiz de montador cinematográfico, primero en la Unidad de Cine Colonial y después en los Estudios Gainsborough, donde amplió sus conocimientos sobre la técnica cinematográfica en sus diferentes campos. Tras cumplir su servicio militar como controlador aéreo de la RAF (desarrollando un interés por la aviación que luego trasladaría a su obra) y una breve y poco fructífera aventura empresarial, en 1956, a los 27 años y casi en la bancarrota, fundó su primera compañía, AP Films, en una mansión reformada de Maidenhead, Berkshire.

Su intención original era hacer anuncios publicitarios esperando que ello le sirviera de puerta de entrada al negocio del entretenimiento. Pero cuando los encargos tardaban en llegar, sin muchas ganas empezó a hacer películas de marionetas para niños, comenzando con “The Adventures of Twizzle” (1957, sobre una niña que podía estirar sus extremidades) y “Torchy the Battery Boy” (1958-1959, con un muñeco que llevaba una pila en su interior). Anderson se dio cuenta de que este formato tenía el potencial de desarrollar –en miniatura, so sí- ideas y temas que le hubiera gustado disfrutar en la gran pantalla. Se consagró en él con una serie ideada por su equipo, un western fantástico titulado “Four Feather Falls” (1960).

Todos aquellos proyectos habían tenido muy buena acogida por parte de la primera generación de telespectadores infantiles de la recién creada cadena ITV. Por otra parte, la técnica de Anderson con las marionetas había mejorado mucho, añadiendo ojos que se movían y movimientos de boca controlados electrónicamente. Él y sus asociados, su esposa Sylvia, Reg Hill y John Read se estaban dando cuenta de las posibilidades de ese formato y esa tecnología.

Ahora bien, aunque Anderson sentía una fascinación especial por el mundo de la aviación y la carrera espacial, la razón primera que le llevó a hacer ciencia ficción con sus marionetas fue meramente práctica. Se dio cuenta de que lo que peor podían hacer sus personajes era caminar
y que sus programas quedarían mejor si la historia se construía alrededor de un tema que hiciera que aquéllos pasaran la mayor parte del tiempo sentados. La respuesta obvia era crear una serie sobre máquinas fantásticas. Y así nació “Supercar” en 1961, un vehículo increíblemente versátil que podía viajar por tierra, mar y aire a cualquier parte del mundo. Disponía de alas retráctiles para volar y un periscopio para cuando se transformaba en submarino. Los personajes incluían al paternal inventor de esa maravilla, el profesor Rudolph Popkiss; su ayudante el doctor Horatio Beaker; el osado piloto de pruebas Mike Mercury; el niño de diez años Jimmy Gibson, la primera persona rescatada por el Supercar tras un accidente aéreo; y su amigo y mascota primate Mitch. En cuanto a los villanos, encontramos a Masterspy, un mercenario de voz grave, y su grimoso cómplice Zarin; así como sus contrapartidas británicas, Harper y Judd.

El Supercar, una maqueta de dos metros fabricada con madera de balsa, fue diseñada por Reg Hill y costó 1.000 libras, una pequeña fortuna para una compañía pequeña tan corta de fondos que para aislar su nuevo estudio, una antigua fábrica en Slough, tuvo que recurrir a pegar 1.500 cartones de huevos en las paredes. Y, de hecho, el proyecto estuvo a punto de naufragar. Se planificó y preparó en 1959, pero cuando quien había estado financiándolo inicialmente, Granada Televisión, se retiró del mismo, sólo la entrada de la ITC (Independent Television Corporation) del magnate televisivo Lew Grade, consiguió salvarlo. Y con buen criterio, porque la serie fue un éxito abrumador. Sus 39 episodios lo cambiaron todo para Anderson y sus socios: se vendieron a más de cien cadenas americanas (entre ellas la NBC) y en 40 países. De hecho, Grade quedó tan satisfecho que compró la compañía de Anderson para convertirla en una subsidaria.

Su siguiente programa, más claramente fantacientífico, fue “El Capitán Marte XL5” (1962-63).
Ambientada en el año 2063, el programa narraba las aventuras interplanetarias de la nave Fireball XL5 y su tripulación: el atractivo piloto rubio Steve Zodiac, la glamurosa doctora (también rubia) Venus, el genio de las matemáticas Profesor Mat Matic, y un piloto automático transparente, Robert el Robot. Con ellos viajaba también una mascota: una extraña criatura llamada Lazoon que tenía la costumbre de imitar sonidos.

XL5 era parte de una Flota Espacial Mundial con base en Space City, una isla en el Océano Pacífico dirigida por el Comandante Zero y el Teniente 90. Su misión era patrullar el sector 25
del universo, mucho más allá del sistema solar. La nave más grande de su clase, la XL5, de casi 100 metros de larga, tenía una proa separable, la Fireball Junior, que se utilizaba para los aterrizajes mientras la nave madre permanecía en órbita. Otros vehículos incluían motos voladoras y jetmóviles.

Los 39 episodios de media hora, en blanco y negro, ofrecían un amplio e imaginativo despliegue de detalladas maquetas y miniaturas, tanto terrícolas como alienígenas. Los efectos especiales corrieron a cargo de Derek Meddings, que más adelante se emanciparía del estudio de Anderson para destacar por su trabajo en muchos títulos de la saga Bond y” Superman” (1978), por la que ganaría el Oscar en su categoría. No era el suyo un trabajo sencillo porque tenía que combinar el futurismo esperado en una serie de ciencia ficción con la obsesión por el realismo de Anderson y las
exigencias prácticas de mover las marionetas. Para colaborar con él en este desafío acabó contratando a otro gran nombre, Mike Trim, que sería quien idearía muchos de los vehículos y escenarios. De la misma manera que los diseñadores de la ciencia ficción televisiva americana se habían inspirado para sus cohetes en las bombas V-2 alemanas de la Segunda Guerra Mundial, Meddings y Trim se fijaron en la entonces efervescente carrera espacial entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, tomando como base para diferentes naves el aspecto de cápsulas y cohetes desarrolladas por una u otra potencia. El trabajo combinado de ambos, mezclando lo mundano con lo fantástico, lo actual con lo futurista, dio un nuevo significado a la expresión “suspensión de la incredulidad”.

El impacto de “El Capitán Marte XL5” fue tremendo. Se vendió a Estados Unidos (en 1963, en la NBC) y aunque hoy nos pueda parecer muy modesta, sirvió de modelo para series futuras como “Star Trek”.

La tecnología siguió jugando un papel central en la siguiente serie de marionetas creada por Gerry y Sylvia Anderson: “Stingray” (1964), la más cara que habían realizado hasta ese
momento. Sus 39 episodios de media hora costaron nada menos que un millón de libras. En ella se presentaban a los hombres y mujeres de WASP (World Aquanaut Security Patrol) dedicados a hacer del mundo submarino del año 2065 un lugar más seguro.

El Stingray del título era un submarino atómico equipado con 16 misiles Sting y con una maniobrabilidad a toda prueba. Estaba comandado por Troy Tempest un héroe muy similar a los presentados en series anteriores. Junto a él estaban sus fieles colaboradores: el teniente George Sheridan operando el hidrófono; la encantadora Marina, hija muda del emperador de un pacífico reino submarino; y dirigiéndolo todo desde la base de Marineville, el fundador de la organización, el comandante Sam Shore, un veterano submarinista lisiado. En esta ocasión, los malos eran el dictatorial Titan, gobernante de Titanica, y sus aquanfibios,
miembros de una raza monstruosa que pilotaban sus Terror Fish armados con misiles.

Los vehículos se hacían de forma que pareciesen gastados, lo que añadía un nuevo matiz de realismo, y se insertaban multitud de pequeños detalles en los decorados. Anderson consiguió además evitar el otro principal defecto de las marionetas: sus manos inmóviles, editando la filmación y montando planos con las manos de actores reales, mientras que, como he dicho, un sistema electrónico coordinaba que las bocas de los títeres se movieran sincronizadamente con las voces de los actores de doblaje. Por otra parte, se ocultaban las cuerdas de las marionetas rociando el escenario con un spray grisáceo o utilizando decorados y superficies que camuflaran aquellas y redujeran los reflejos.

Anderson bautizó a este enfoque tendente al máximo naturalismo posible como “Supermarionation”. Era un término que tenía también una intencionalidad publicitaria. La televisión estaba considerada entonces como la hermana pobre del cine, y las marionetas estaban relegadas a una categoría aún más baja. En consecuencia, el nombre Supermarionetas trataba de distinguir al arte más teatral de los titiriteros tradicionales de esta nueva versión televisiva muchísimo más sofisticada.

Por otra parte, aunque producido para una audiencia infantil y emitido en su franja horaria, el
público que disfrutó de estas aventuras fue mucho más amplio. Su inventiva visual, su imaginación, la caracterización y el detallismo en las maquetas y decorados fascinaron a muchos espectadores, niños y adultos por igual. Fue, además, la primera serie de Anderson en rodarse en color (aunque se emitió originalmente en blanco y negro).

La séptima serie televisiva de Anderson (y la cuarta con Supermarionetas) fue “Thunderbirds”, uno de los programas más populares de la historia de la televisión británica e icono generacional para miles y miles de niños. No solamente fue la primera serie de marionetas cuyos episodios duraban cincuenta minutos, sino que se emitía en el horario punta
para toda la familia. Anderson había iniciado este nuevo proyecto con un planteamiento similar al de “Capitán Marte XL5” o “Stingray”, a saber, capítulos de media hora. Pero el dueño de la ITV, Lew Grade, que estaba pagando nada menos que 38.000 libras por episodio, insistió en que debían ser de una hora de duración. Ello abrió nuevas posibilidades para el desarrollo de argumentos, caracterización e invenciones técnicas.

Presentando un reparto de personajes y creaciones tecnológicas inusualmente extenso, “Thunderbirds” volvía al futuro, concretamente al año 2026, y se centraba en las aventuras de una organización secreta llamada Rescate Internacional, dirigida desde una base sita en una alejada isla del Pacífico y dirigida por el antiguo astronauta y multimillonario Jeff Tracy y sus cinco hijos, bautizados con los nombres de los primeros astronautas americanos: Scott, Virgil, Alan, Gordon y John. A bordo de sus respectivos vehículos superavanzados, los cuatro
primeros llevaban a cabo hazañas heroicas rescatando a gente por todo el mundo. El apartado tecnológico venía completado por la estación orbital Thunderbird 5, los ojos y oídos de la organización en el espacio, desde donde monitorizaba todas las frecuencias terrestres y traducía automáticamente cualquier SOS al inglés para luego transmitir la alerta al cuartel general de Rescate Internacional. Cuidando del satélite en una larga y solitaria misión estaba John Tracy.

La otra estrella del programa era el sorprendente vehículo Rolls Royce, con seis ruedas y de color rosa, equipado con todo tipo de gadgets como televisión, transmisores de radio, frenos cohete, hidrofoils, eyector de aceite o una ametralladora oculta tras la parrilla del radiador. Era propiedad de la elegante Lady Penelope (parodiada en “Los Autos Locos” de Hannah-Barbera), agente londinense de la organización y lo conducía Parker, el sirviente y chófer de la aristócrata y rubia dama, un exconvicto con acento cockney. Otros personajes recurrentes eran el científico Brains o el mayordomo de la familia Tracy, Kyrano, cuyo hermano es uno de los villanos de la serie, The Hood.

Una vez más, la serie cosechó un inmenso éxito. AP Films había vuelto a invertir una cantidad
enorme de dinero, alrededor de un millón de libras. Pero a cambio recaudó una fortuna, ingresando 350.000 libras como adelanto de multitud de cadenas de todo el mundo antes siquiera de haberse emitido el primer episodio. En 1966 ganó una Medalla de Plata de la Sociedad Televisiva por su mérito artístico. Fue emitida por la ITV continuamente durante los años setenta y ochenta antes de ser comprada por la BBC en 1991 para su parrilla de programación. Se hicieron dos películas para el cine, “Thunderbirds Are Go” (1966), con los protagonistas viajando a Marte; y “Thunderbirds 6” (1968), con la presentación de una nueva nave. Por supuesto, se comercializaron todo tipo de tebeos, novelas, revistas y juguetes. Telespectadores de 66 países han visto los 32 episodios de que constó la serie y, de hecho, lo más probable es que en este mismo momento alguien esté disfrutando de alguno de ellos en alguna parte.


(Finaliza en la siguiente entrada)

2 comentarios:

  1. Me encanta todo su mundo, unas grandes maquetas bien detalladas. Y esa peli de los Thunderbirds Are Go es genial
    Un saludo

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  2. Recuerdo cuando pusieron la película Thunderbirds Are Go en una sobremesa del sábado. Me dejó asombrado. Siendo niño ya veía las limitaciones en los movimientos de las marionetas, así como la parsimonia con que se filmaban algunas escenas, pero todo ese universo desconocido me encantó, sobre todo porque se veía claramente que habían más historias de esos personajes. 20 años tardé en descubrir la historia de Anderson y, aún hoy, no he podido ver sus series de Superanimation. En cambio soy un fan declarado de Space: 1999 y espero con expectación tu crítica

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