Hoy en día no abunda –o, al menos, no goza de la proyección de los blockbusters apoyados por la artillería de los grandes estudios- la ciencia ficción “de autor”. Pero “Monsters” es un buen ejemplo de esa exigua categoría. Y es que su responsable, el británico Gareth Edwards, se encarga no sólo de su dirección, sino del guion, diseño de producción, efectos especiales y fotografía. En resumen, que tiene el control absoluto sobre el producto y la libertad de darle el enfoque que desea, sin interferencias ajenas.
Edwards había empezado aspirando a ser
director, pero enseguida se interesó por los efectos visuales, aprendiendo él
mismo a crearlos y manejarlos con el ordenador personal de su compañero de
piso. Gracias a su iniciativa, consiguió trabajo en la BBC para realizar los
efectos de documentales y teleseries que recreaban momentos del pasado, como
“Seven Wonders of the Industrial World” (2003), “Hiroshima” (2005) o “Space
Race” (2005) así como de la película “Shadow of the Moon” (2007). Sus trabajos más destacados en esta etapa
fueron el telefilm “End Day” (2005) y la serie “Perfect Disaster” (2006, de la
cual también dirigió dos episodios), en los que se recreban escenarios
especulativos sobre catástrofes globales. Un calentamiento perfecto para lo que
iba a ser su primera película, “Monsters”, la cual, a su vez, le valió la
confianza de los grandes estudios de Hollywood para dirigir el remake de “Godzilla”
(2012) y “Rogue One” (2016), para el universo Star Wars.
Seis años atrás, se descubrió la existencia de
vida en el Sistema Solar. Pero cuando una sonda enviada por la NASA regresó a
la Tierra con muestras de la misma, se estrelló en México y ahora la franja superior
del país, fronteriza con Estados Unidos, se ha convertido en una zona infectada
de criaturas extraterrestres con forma de pulpos gigantes y bioluminiscentes.
Los convoyes militares patrullan la región tratando de contener y controlar la rápida
expansión de esas criaturas mientras los atacan desde el aire con bombas
defoliantes. Esas provocaciones enfurecen a las criaturas, que atacan a la
población humana de las zonas circundantes, dejando a su paso un rastro de
muerte y destrucción. El gobierno de los Estados Unidos ha construido un enorme
muro a lo largo de la frontera para proteger su territorio de la infiltración
de vida extraterrestre.
El fotoperiodista Andrew Kaulder (Scoot
McNairy) se encuentra en una ciudad de ese país, próxima a la región de
cuarentena, cuando recibe órdenes de su jefe de ir al hospital local, recoger a
Samantha Wynden (Whitney Able), la hija del propietario de la empresa para la
que trabaja, y acompañarla hasta la costa, desde donde podrá tomar el ferry
hasta Estados Unidos. Ambos se ponen en marcha y pagan una exorbitante cantidad
de dinero por los pasajes sólo para que una chica con la que pasa la noche
Andrew les robe los pasaportes. Así las cosas, no tienen más opción que
contratar unos guías y atravesar por tierra la zona infectada hasta la
frontera, habiendo de esquivar los enormes monstruos.
“Monsters” fue rodada con un presupuesto de
500.000 dólares y, según parece, un equipo de sólo siete personas: el propio
Edwards, el operador de sonido, dos productores, un conductor y los dos actores
protagonistas, todos viajando en una furgoneta. El rodaje se realizó en México
y Costa Rica, a menudo sin solicitar los permisos pertinentes y utilizando como
extras a locales sin experiencia interpretativa. Tampoco había un guion muy estricto:
los actores improvisaban sus propios diálogos y, cuando veían desde la
furgoneta alguna localización interesante, algún festival o mercado, se
detenían y empezaban a rodar interactuando espontáneamente con los lugareños.
Los efectos especiales, más afinados, efectivos y bien integrados que los que
lucen en muchas producciones varias veces más caras, fueron creados en el
ordenador casero de Edwards.
El resultado es una película sorprendente que sabe esquivar los clichés propios del subgénero de monstruos. Es, de hecho, un film que, aunque toma elementos propios de aquél, tiene un tono reflexivo y un ritmo tranquilo. Y eso la hace un producto difícil de vender que, consecuentemente, tuvo una distribución limitada. Con todo y con eso, no sólo tuvo una buena acogida en varios festivales cinematográficos sino que recaudó 4,2 millones de euros, multiplicando por ocho su presupuesto.
Ha habido quien la ha calificado de fusión de “Monstruoso” (2008) y “Stalker” (1979): de la primera tomaría los monstruos gigantes, la espontaneidad y crudeza de la cámara en mano y la idea de una relación sentimental como hilo conductor; de la película de Tarkovski, el concepto de un grupo de personas que viajan a través de una misteriosa zona poblada por criaturas alienígenas y en la que ya no se aplican las reglas terrestres. El último tercio de “Monsters” recuerda también al final de “La Niebla” (2007), en particular las escenas en las que el grupo se interna en la bruma para encontrarse con leviatanes caminando por lo que a todos los efectos es un paisaje alienígena. El propio Edwards la deficinó como una mezcla de “Lost in Translation” (2003) y “La Guerra de los Mundos” (2005), lo cual es igualmente adecuado.
El director-guionista invierte mucho tiempo en
sumergir poco a poco al espectador en el extraño y surrealista entorno que ha
imaginado. El paisaje de fondo está punteado por imágenes de destrucción y
ruina, con restos de tanques, aviones, helicópteros o coches colgando de las
ramas de los árboles; todo ello recordatorio de la cercanía y dimensiones de la
amenaza a cuyo encuentro se dirigen los protagonistas, una amenaza que ha desplazado
a los humanos de su puesto privilegiado en la cadena trófica. Son pasajes que
transcurren a un ritmo lento, incluso lánguido, pero también hipnótico para
transmitir esa sensación de calma previa a la tormenta.
Cuando uno se informa sobre cómo se rodó la
película, se da cuenta de que tanto esas imágenes como muchas otras (los muros
de la frontera, las grandes vallas que delimitan la zona de cuarentena, los
omnipresentes helicópteros y cazas que la sobrevuelan, por no mencionar los
planos y señales que puntean el paisaje) son en realidad inserciones digitales.
El talento de Edwards se pone de manifiesto no sólo en la perfecta integración
de estos planos en la imagen real sino en que llevara a cabo la tarea en
solitario y con un equipo casero. Por otro lado, la fotografía es
sorprendentemente buena para una película que se rodó básicamente con una
cámara digital portátil, sin apenas presupuesto y sobre la marcha.
El diseño de los alienígenas bebe mucho de
otros ya vistos en el cine, pero su presencia y “personalidad” los separa de
otros monstruos similares. Estas criaturas no son ni “malvadas” ni “incomprendidas”
sino, simplemente, animales que vagan por la Tierra experimentando las
oscilaciones propias de su ciclo vital, como cualquier otra especie terrícola,
humanos incluidos. Ahora bien, Edwards se muestra reacio a mostrarlos plena y
generosamente desde el principio, sin duda porque sabe que el principal talón
de Aquiles del subgénero es precisamente ese: una vez el espectador ve a la
criatura en todo su esplendor (u horror), se desvanece parte o todo del
misterio. La escena que abre la película, rodada con luz infrarroja y cámara en
mano, muestra a unos soldados recorriendo las calles de un pueblo en un
blindado cuando de repente empiezan a disparar a un monstruo gigante que
aparece sobre los tejados de los edificios. Y eso es todo lo que vemos de los
extraterrestres durante la siguiente hora de metraje. Uno tiene la impresión de
que quizá esa escena fuera una obligación impuesta por los productores para
enganchar al público desde el comienzo y suscitar expectativas respecto a lo
que iban a encontrarse más adelante.
Cuando por fin llegamos a la región de
cuarentena, las apariciones de los monstruos están bien medidas y realizadas
para transmitir suspense, terror y sentido de lo maravilloso a partes iguales.
Por ejemplo, esa escena en la que los protagonistas viajan en barca por el río
y ven surgir del agua una aleta enorme que se dirige hacia ellos, surgiendo un
tentáculo que está sujetando un caza entero y desapareciendo a continuación
bajo la superficie. Es un momento que parece extraído de una pesadilla y que
recuerda a
“Apocalypse Now” (1979). Otras revelaciones igualmente fascinantes
llegan cuando los personajes descubren los sacos brillantes adheridos a los
árboles; o el viaje en todoterreno interrumpido por un leviatán surgido de la
niebla. La más impresionante es la que tiene lugar en el climax, donde dos de
esas criaturas se juntan en un momento de gran belleza.
Pero la película es, en el fondo y sobre todo,
un drama sobre la relación que establecen dos personajes en el curso de un
viaje y cómo, siendo muy diferentes en edad, origen y perspectivas, las
experiencias que comparten van creando un lazo entre ambos. Scoot McNairy no es
tanto un actor carismático como uno de carácter y, desde luego, no da el tipo
de galán. Sin embargo, sabe darle a su interpretación el adecuado verismo, como
en las escenas en las que, ebrio, trata de llevar a Samantha a su cama. La de
Whitney Able es una interpretación mucho más contenida, pero sirve
adecuadamente al propósito y tono de la historia.
A diferencia de, digamos, “Monstruoso”, en la
que el romance que impulsaba la trama no podía importar menos, esta es una
película donde resulta fácil simpatizar con los personajes y el viaje físico y
espiritual que acometen en una situación extraordinaria, guiándose el uno al
otro y ayudándose a encontrar el auténtico centro de sus vidas. Andrew es
agradable y humano, un hombre de mundo que añora la vida familiar; Whitney es
tímida pero más fuerte y decidida de lo que su perfil de “niña rica” podría
hacer pensar. Pese a sus diferencias, ambos conectan inmediatamente y sus
conversaciones a lo largo del viaje desnudan sus corazones y revelan sus
auténticas personalidades. Cada uno carga con sus fracasos del pasado e
inseguridades ante el futuro y la relación que se va fraguando entre ambos es
natural y nunca forzadamente melodramática.
Si la historia funciona no es tanto gracias a los monstruos sino a la conexión entre los dos actores (que eran pareja en la vida real y acabarían casándose aquel mismo año) y a la habilidad de Edwards paa hacer que reflejen el paisaje extraterrestre que los rodea. Hay una escena especialmente hermosa en la que ambos pasan la noche en lo alto de una pirámide maya cerca de la frontera y reflexionan sobre lo que significa contemplar su propio mundo civilizado desde el exterior sin ninguna luz artificial a la vista.
“Monsters” es una película notable tanto como debut de su director como para el presupuesto con el que se hizo. Edwards ofrece en ella un drama personal disfrazado de aventura de ciencia ficción en la que se tocan temas como la ecología y la inmigración. Eso sí, no es un film recomendable para todo el mundo y momento. Decepcionará a quien espere encontrar una cinta de acción explosiva, pero puede interesar a quien se sienta cómodo con películas de ciencia ficción que primen la atmosfera y esa humanidad tan a menudo ausente en el género.
BASURA DESCOMUNAL. Dicho esto, que es totalmente objetivo, no sé si no lo quieres decir o no te diste cuenta pero ya que lo mencionas, la escena del principio es el final. La peli es una composición en anillo. El jeep atacado al principio es el jeep en el que la parejita monta al final. No queda claro qué pasa, parece que la mujer la ha palmado. El principio-final es abierto y es una clara prueba de que el autor desto no tenía las ideas claras. No pierdan el tiempo con esto.
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