miércoles, 26 de enero de 2022

1951- TRILOGÍA DEL IMPERIO (2): LAS CORRIENTES DEL ESPACIO – Isaac Asimov

 


(Viene de la entrada anterior)

 

“Las Corrientes del Espacio” (serializada en “Astounding Science Fiction” entre octubre y diciembre de 1952 y editada en libro por Doubleday al final de aquel mismo año) fue la última de las novelas de esta trilogía que escribió Asimov si bien de acuerdo a la cronología interna sería la segunda. En términos de calidad, es también la que podemos colocar entre una y otra. No ofrece una lectura tan agradable como “Un Guijarro en el Cielo” pero tampoco viene lastrada por tantos problemas como “Polvo de Estrellas”.

 

Lo más interesante de la novela es que nos ofrece la visión de Asimov de las tensiones e injusticias raciales que aquejaban a los Estados Unidos de comienzos de la década de los 50 del pasado siglo, antes de que el Movimiento por los Derechos Civiles empezara a sacudir las conciencias. En ese punto de la historia del país y aunque la esclavitud había sido abolida mucho antes, la población negra de los estados del sur era, a efectos prácticos, esclavos y la inercia de la sociedad sureña propiciaba que tal situación se perpetuara.

 

La trama de la novela concierne básicamente a dos planetas: Florina y Sark. El primero es el único mundo de la galaxia en el que puede cultivarse el kyrt, una especie de algodón extraordinariamente fuerte, versátil y, apropiadamente tratado, hermoso. Sin embargo, los nativos de Florina no poseen ni ejercen control alguno sobre las riquezas de su planeta porque todo el poder económico, administrativo y político del mismo está en manos de los sarkitas. Y éstos solo tienen un propósito: mantener a los florinianos en su sitio.

 

Naturalmente, los sarkitas no están solos en esto. Intervienen y manipulan en la sociedad floriniana para asegurarse de que sus miembros más inteligentes se pongan de su lado. Esa es la función que desempeñan los Ediles, una suerte de alcaldes nombrados y no electos, que supervisan las aldeas de campesinos y son los ojos y oídos de los sarkitas a cambio de pequeños privilegios. En un pasaje particularmente amargo, Asimov escribe:

 

“Los ojos de Jacof brillaron y sus hombros se enderezaron ligeramente—. Soy empleado de un centro alimenticio. Sé matemáticas superiores, divisiones y logaritmos.

 

Sí, pensó el Edil, te han enseñado cómo usar una tabla de logaritmos y a pronunciar esa palabra.

Conocía el tipo. Aquel hombre estaba más orgulloso de sus logaritmos que un Noble de su yate. El cristal polarizado de sus ventanas era la consecuencia de los logaritmos y los ladrillos de colores delataban las matemáticas superiores. Su desprecio por el indígena ineducado sería igual al del Noble medio por todos los indígenas y su odio más intenso por tener que vivir entre ellos y porque le considerasen como uno de ellos sus superiores”.

 

A ese contexto político-social llega un espacioanalista de la Tierra. Su trabajo es estudiar la composición y movimiento de los fragmentos de materia interestelar en el espacio próximo a Florina, (“las corrientes del espacio” del título). Descubre algo que apunta a una inminente catástrofe en Florina y que acabará con toda la vida del planeta, pero cuando trata de advertir al gobierno sarkita, lo capturan y le borran completamente la memoria.

 

Esto sucede en el prólogo, pero la trama propiamente dicha empieza un año más tarde. El analista fue encontrado, reducido al estado mental de un bebé, en un campo de kyrt y fue puesto al cuidado de Valona, una mujer nativa algo simplona que vivía sola. Le llaman Rik porque no puede recordar su propio nombre, pero poco a poco va recuperando recuerdos.

 

Asimov, como en el ciclo de la Fundación, no se molesta demasiado en esconder los referentes históricos que adopta para esta novela. Lo único que hace es invertir los términos conocidos en nuestra propia realidad, haciendo que los nativos de Florina tengan la piel clara y el cabello rubio o rojizo, mientras que los habitantes de la mayoría del resto de planetas, incluido Sark, son de rasgos más oscuros.

 

Cualquiera puede adivinar que el kyrt sería el algodón, los florinianos los esclavos negros y los sarkitas los amos blancos. Un personaje llamado Junz, un hombre negro proveniente del planeta Libair (léase Liberia, país fundado por ciudadanos de los Estados Unidos como una colonia para antiguos esclavos africanos), donde todos tienen la tez oscura, denuncia la situación de Florina en varias ocasiones: “¿Y por qué tenía que haber una palabra especial para designar al hombre de piel oscura? No había ninguna palabra especial para designar al hombre de ojos azules, y de orejas grandes, o de cabello rizado”. Igualmente, se describe Ciudad Baja como un lugar muy humilde y básico donde se apiña la población indígena de Florina, mientras que en Ciudad Alta, a varios metros por encima, los sarkitas viven rodeados de lujos. En otras palabras, una segregación completa. Todo ello poco sutil, pero también valiente en aquellos intolerantes años 50

 

Gran parte de la historia gira alrededor de la dinámica social, racial y política en la que se ve atrapado Rik; una dinámica que no concierne exclusivamente a Florina y Sark porque Trántor, que es ya la cabeza de un imperio y un jugador de peso en la Galaxia está más que dispuesto a servirse de cualquier excusa para intervenir en Florina y aumentar su parte del pastel. Así y todo, Asimov se muestra partidario decidido de la unidad. Aunque nunca retrata al gobierno trantoriano como una institución íntegra y benevolente, queda claro que ve con buenos ojos la preponderancia de una potencia única que controle la galaxia como la mejor alternativa a la proliferación de caos e injusticias.

 

Los tres personajes principales, por tanto, son Rik, Valona y Terens, el edil de la aldea donde apareció el amnésico Rik. También se dedica cierto tiempo al embajador de Trántor en Sark; el científico que busca con cada vez más desesperación a su colega desaparecido; y los Señores de Sark, los hombres más poderosos de ese planeta y, en particular, al principal de entre ellos, el Señor de Fife; éste tiene una hija Samia, idealista y algo rebelde, que también desempeña un papel relevante en un punto concreto de la peripecia. Resulta llamativo que Asimov los retrate a todos con bastante simpatía aun cuando nadie comparta la misma agenda e incluso los intereses de varios de ellos estén encontrados. En general, a pesar de que el férreo control que Sark ejerce sobre Florina es condenado como brutal e inhumano, los sarkitas involucrados en esa dinámica son muy humanos y no es difícil comprender su postura. Tratan de actuar defendiendo honradamente sus intereses al tiempo que mejoran la situación para sus compatriotas, aunque, claro está, de acuerdo a sus propios principios morales. Fife en particular, es una interesante combinación de tirano despiadado y amante padre. También está bien descrita la transición de Rik de hombre-niño indefenso a adulto confiado.

 

La trama es más complicada de lo que uno podría pensar tratándose de Asimov y en algunos momentos llegan a coexistir tres hilos narrativos diferentes, que el autor alterna con acierto, sirviéndose de revelaciones dramáticas en uno de ellos para influir en los otros y aumentar el suspense. Hay muchos personajes sospechosos y con agendas secretas, espías, agentes dobles, intrigas, traiciones y maniobras políticas a tres bandas… Pero también es cierto que se trata de una fórmula que resultará familiar a cualquiera que haya leído literatura pulp de misterio o los cuentos de robots de Asimov: se plantea un enigma, se llevan a cabo pesquisas e investigaciones y se producen revelaciones que pueden alterar el equilibrio de la galaxia; a lo largo de la trama, se proponen hipótesis y conclusiones que resultan erróneas hasta llegar a las últimas y catárticas páginas en las que, como en toda novela policiaca que se precie, se reúnen los sospechosos y se revela al culpable. La historia arranca rápidamente y se desarrolla con buen ritmo, pero, aunque la fórmula le había funcionado bien a Asimov en otras narraciones, aquí no acaba de resultar del todo satisfactoria debido, sobre todo, a lo insulso del protagonista.

 

El problema es que la sensibilidad pulp de Asimov le impide desarrollar la historia con la profundidad que hubiera sido deseable. Como prácticamente todos los escritores de CF norteamericanos de su generación, Isaac Asimov aprendió el oficio en las revistas pulp. Escribió para ellas desde muy joven, ganándose desde muy temprano una considerable legión de fans que, a su vez, aumentaron su prestigio y le permitieron publicar novelas que también se vendieron bien. De hecho y como he mencionado, estas novelas que componen la Trilogía del Imperio se publicaron más o menos simultáneamente en formato libro y serializadas en revistas pulp.

 

Los escritores pulp economizaban palabras porque lo que les exigían los editores eran historias muy intensas concentradas en poco espacio. Y ello se consigue sacrificando por el camino a los personajes. Eso es precisamente lo que ocurre en “Las Corrientes del Espacio”: los personajes son poco carismáticos incluso para los estándares de la CF de la época. Cuando se narra una intriga de espionaje, ayuda que el lector se involucre con el destino de los héroes y la causa que defienden. Asimov no lo consigue en este caso.

 

Más interesante es cómo retrata parte de la política galáctica. Es aquí donde se menciona por primera vez –en la cronología interna de la Fundación, claro- a Trántor, que en este punto ya es cabeza de un imperio en expansión, pero que aún está lejos de dominar toda la galaxia. Las referencias de pasada a Trántor en la primera mitad del libro conducen a su intervención directa en el conflicto de Florina en la segunda. Está bien expuesta la sibilina estrategia trantoriana de manipular a los sistemas estelares aún fuera de su control, azuzándolos entre sí para beneficiarse del enfrentamiento y extender su influencia. Gran parte de la acción, al menos la que condicionará el futuro de la galaxia, tiene lugar en los márgenes de la intriga principal, pero Asimov hace que funcione. 

 

Como es habitual en él, Asimov añade detalles y toques futuristas para darle un poco de color a la historia. Así, tenemos el narco-campo, casquetes que sumen a su portador en un sueño inmediato; cerraduras que solo se abren con una huella dactilar preprogramada; cigarrillos de color violeta que emiten humo verde y se desintegran cuando se terminan; un curioso deporte conocido como polo estratosférico; la personificación trifásica, que permite a los Señores de Sark reunirse virtualmente a través de hologramas; la desagradable sonda psíquica…

 

Quizá el principal fallo de la novela radique en Samia, la hija del Señor de Fife. Como dije, desempeña un papel central en varios capítulos, pero luego Asimov la expulsa de la narración sin contemplaciones. No es que se le brinde una salida digna y se resuelva narrativamente su participación en la historia, es que simplemente desaparece para luego sólo mencionársela brevemente. Naturalmente, un escritor siempre se va a ver obligado a ir desechando personajes de vez en cuando –de lo contrario, la novela quedaría incómodamente abarrotada-; pero en el caso de Samia, su salida es injustamente torpe: comete una equivocación por la que su padre es sometido a chantaje… pero luego nunca se nos cuenta qué efecto tiene ello sobre su idealismo o su propósito de escribir un libro sobre las vidas de los florinianos. Es como si su padre la hubiera castigado en su habitación para que no volviera a salir hasta que todo hubiera terminado.

 

Aún más grave es el MacGuffin. Para quien no conozca la palabra, fue inventada por Alfred Hitchcock, que la utilizaba para describir uno de los recursos que más utilizaba en sus películas: la excusa para mover la trama y que no influye realmente en ella. Por ejemplo, el dinero que roba Marion Crane al comienzo de “Psicosis” (1960); dinero que no tiene más relevancia que ser el motivo por el que la protagonista escapa en coche y acaba llegando al Motel Bates, donde acontece lo auténticamente importante de la película.   

 

Pues bien, en el caso que nos ocupa el MacGuffin es el kyrt. Su comercio enriquece a los sarkitas (al menos a algunos de ellos) y quieren mantener a toda costa ese statu quo tan favorable para ellos. El resto de la galaxia está dispuesta a cualquier cosa, incluso ir a la guerra, con tal de seguir teniendo acceso al kyrt. Y, para colmo, sólo puede ser cultivado en Florina. En todos los demás planetas en los que se han sembrado semillas de kyrt, lo único que ha crecido es un algodón corriente y moliente. Todas las investigaciones y experimentos para reproducir en otros lugares las condiciones específicas de Florina, han fracasado a la hora de obtener kyrt. Es una premisa un tanto extrema, pero eficaz a la hora de justificar el trasfondo social y político buscado por Asimov.

 

El problema con el kyrt llega al final de la novela. Resulta que el sol de Florina se encuentra en una etapa pre-nova (Asimov reconocería más tarde haber utilizado una teoría sobre la formación de novas que era plausible en los años cincuenta, aunque luego fue invalidada por los descubrimientos en ese campo). Lo que Rik había descubierto y que le había llevado a un borrado forzoso de memoria, era que en cualquier momento esa estrella podía estallar y aniquilar toda la vida sobre el planeta. Esto, por supuesto, se revela cuando Rik, en el clímax, recupera ya buena parte de sus recuerdos.

 

Pues bien, por una parte, Asimov nos deja claro que a Sark (y a Trántor) no le importa demasiado si el sol de Florina explota. Sí, la catástrofe podría acontecer mañana, pero también podría ser dentro de mucho tiempo. Asimov es lo suficientemente cínico como para darse cuenta de que, ante la alternativa de sumir en la miseria a unos cuantos (y probablemente dejando que acaben vaporizados) o que las mujeres adineradas de toda la galaxia dispongan de un par de guantes de kyrt, la mayoría de la gente optaría por esta última. El problema es que Asimov quiere un final feliz para la historia, así que fuerza las cosas para obtenerlo: ¡Resulta que los científicos descubren que era precisamente ese sol pre-nova lo que permitía el cultivo del kyrt! ¡Esa era la pieza que faltaba para poder replicar el proceso!

 

Sí, es cierto que a veces un detalle minúsculo, una evidencia que todo el mundo había pasado por alto, lo cambia todo en la Ciencia. Pero aquí estamos hablando de un proceso cuyo descubridor se haría rico más allá de toda medida. En una galaxia repleta de planetas habitados y con abundantes empresarios y científicos, podría pensarse que alguien, en alguna parte, habría probado –o quizá hallado por mero azar- la adecuada combinación de radiación, magnetismo, composición química del suelo, etc que diera como resultado kyrt en lugar de algodón. Asimov, un tanto perezoso a la hora de justificar todo esto, se limita a sugerir que hubo quien trató de reproducir artificialmente la radiación del sol de Florina, pero que no habían probado con la totalidad del espectro. Ejem…

 

Pero por si esto fuera poco, ante la mera posibilidad de que por fin el kyrt pueda ser cultivado en todas partes –no la consecución de ese logro-, los Señores de Sark ceden el control de Florina a Trántor y el planeta es evacuado preventivamente. Es una solución forzada que no funciona. Si alguien encontrara la forma de fabricar gasolina sin petróleo y hacerlo a escala comercial, se haría millonario. Supongamos que mañana anuncian una línea de investigación que podría desembocar en ese producto maravilloso. ¿Alguien puede creer que las petroleras se rendirían inmediatamente y detendrían sus operaciones?

 

De lo que se trata aquí es del completo colapso de la economía sarkita y la desaparición del comercio de objetos textiles de lujo por el que, se nos ha dicho, el resto de la galaxia estaría dispuesto a matar. Y todo a cambio de una vaga promesa de que, quizá, en un futuro indeterminado, volverán a estar disponibles. Las consecuencias a corto plazo serían tan colosales como vagos los beneficios a largo plazo. Y, sin embargo, todo el mundo en la novela parece satisfecho con el resultado.

 

El epílogo no mejora con la información que suministra sobre Rik y Valona. Dejando aparte que la relación entre ambos, una vez el primero ha recobrado su mente original, no parece la mejor de las ideas, resulta que deciden pasar el resto de sus vidas tratando de hacer de la Tierra un lugar mejor (para entonces, como ya se había mostrado en “Polvo de Estrellas” y se narraría en “Robots e Imperio”, 1985, era un páramo radioactivo). Pero esa decisión, primero, es irrelevante al presentarse de improviso en el último par de páginas; y, segundo, como ya sabíamos de “Un Guijarro en el Cielo” (1950), sus esfuerzos resultaron inútiles, lo cual socava esa intención final de aportar algo de esperanza.  

 

En fin, un desenlace no tan chirriante como el que había pergeñado Asimov en “Polvo de Estrellas” (recordemos, calzar la Constitución estadounidense como arma definitiva) y que no arruina por completo la novela, pero que sí le priva de una conclusión enteramente satisfactoria. 

 

“Las Corrientes del Espacio” es, en resumen, un híbrido de literatura de misterio, space opera y ciencia ficción social, pero no sobresale realmente en ninguna de esas vertientes. Tampoco se fusionan todos esos elementos tan perfectamente como en otros trabajos de Asimov. Dicho lo cual, hay que admitir que es una lectura entretenida y rápida en la que los fans del escritor encontrarán muchas de sus características (sobre todo el triunfo del intelecto sobre la fuerza, un mensaje nuclear en la trilogía original de la Fundación), aunque no combinadas con el acierto de otros de sus trabajos.  

 

(Finaliza en la siguiente entrada)


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