Debido a su desbordante imaginación y la profusión de entornos exóticos (desde el Marte de las novelas de John Carter al Venus acuático de Carson pasando por distintos mundos perdidos habitados por extraordinarias razas y criaturas tanto en el presente como en el futuro), las obras de Edgar Rice Burroughs siempre fueron complicadas de llevar a la pantalla o, como mínimo, muy caras. Por eso –y también, claro, porque era su personaje más famoso- se optó desde el principio por Tarzán, para el que sólo hacía falta escoger a un actor atlético e insertar imágenes de archivos de la selva y su fauna.
Sobre
el Ciclo de Pellucidar, desarrollado por Burroughs en una serie de novelas, ya
hablé en la entrada correspondiente y a ella me remito. En lo que se refiere al
ámbito cinematográfico, hubo que esperar nada menos que sesenta y dos años para
ver cómo los personajes y las criaturas que vivían y morían en el centro de esa
Tierra de fantasía tomaban cuerpo. “En el Corazón de la Tierra” fue la segunda
película de una trilogía de adaptaciones de obras de Burroughs, dirigidas todas
ellas por Kevin Connor, producidas por John Dark y protagonizadas por Doug
McClure.
El estudio responsable fue Amicus Productions, una compañía británica basada en los Estudios Sheppherton. Fundado en 1962, se especializó en cine de género, tanto terror como espionaje, drama o, en menor medida, ciencia ficción. Dentro de esta última es donde se encuadra la serie de películas de Burroughs, que comenzó con “La Tierra Olvidada por el Tiempo” (1974) y, tras el título que nos ocupa, continuó con “Viaje al Mundo Perdido” (1977). El ciclo tuvo un epílogo no oficial en “Los Conquistadores de Atlantis” (1978) que, aunque no era una adaptación de una obra de Burroughs, sí seguía mucho su estilo. Todas estas películas pertenecían al subgénero de Mundos Perdidos y estaban ambientadas en una época pasada, normalmente la era Victoriana.
En la
Inglaterra de cambio de siglo (del XIX al XX), el doctor Abner Perry (Peter
Cushing) presenta su fabulosa invención: el Topo de Hierro, un vehículo de
grandes dimensiones diseñado para explorar el centro de la Tierra por el
expeditivo sistema de perforar un túnel. Junto al socio que financia la
empresa, David Innes (Doug McClure), conduce al Topo en su viaje inaugural,
pero escapa a su control y pierden el conocimiento. Cuando vuelven en sí, se
encuentran en una extraña tierra prehistórica en el corazón de la Tierra que,
como más tarde averiguan, es conocida como Pellucidar. Son capturados por los
Mahars, unos reptiles voladores inteligentes que mantienen esclavizados a los
humanos mediante control mental telepático. David se enamora de una de estas
esclavas, la hermosa Dia (Caroline Munro). Cuando ésta es elegida para servir
de víctima sacrificial en la ciudad de los Mahar, David se lanza a convencer a
los humanos cautivos para que se alcen en rebelión y la salven.
De toda
la mencionada serie setentera de adaptaciones de Burroughs, “En el Corazón de
la Tierra” es la que tiene la mejor apertura, una sublime evocación del
espíritu steampunk y la ciencia ficción victoriana, con esos títulos de crédito
superpuestos a atmosféricas imágenes de rojo metal fundido saliendo de
humeantes forjas y acompañados de una música épica. El descubrimiento del Topo
de Hierro, montado sobre un soporte de madera y apuntando contra una montaña,
es igualmente notable; su interior es perfectamente victoriano y da la
impresión de que todos los mecanismos de ese extraño vehículo podrían funcionar
realmente. Estos pasajes iniciales transmiten plenamente el sentimiento de
poder y maravilla tecnológica del Imperio Británico de f
inales del XIX, uno de
los pilares estéticos y conceptuales del Steampunk. De hecho, esta película es
la única del ciclo de Kevin Connor que muestra la fabricación de una máquina
extraordinaria. El viaje hacia el interior de la Tierra está llevado con un
razonable grado de emoción y la entrada en la tierra de Pellucidar, llena de
neblinosas junglas y hongos gigantes y bañada por una viva luz, es una
traslación muy sólida de los Mundos Perdidos literarios.
Sin
embargo, tras un arranque tan prometedor, “En el Corazón de la Tierra”, no sabe
encontrar su rumbo ni su tono y sólo va a peor. Ninguna de las otras películas
del ciclo de Mundos Perdidos de Kevin Connor tiene una deriva tan negativa tras
el comienzo. La cosa se estropea desde el mismo momento en el que aparece en
escena el primer monstruo, tan risible e inverosímil como cualquiera de las
criaturas de una película kaiju japonesa de los setenta o de un episodio del
Doctor Who original. De hecho, cada vez que se presenta un monstruo, la
película desciende un peldaño, desde los cerdos gigantes a los propios Mahars
–que vuelan suspendidos de cables a la vista y no muestran nada de la arcana
inteligencia que se supone poseen-, pasando por unos dinosaurios bípedos menos
convincentes que las tortugas ninja de los 90 o la rana escupefuego que aparece
de ninguna parte para amenazar a la chica. Ni una sola de las bestias que se ven
en pantalla tienen una anatomía plausible excepto los Sagoths –y eso sólo
porque son humanoides-. Si alguna vez ha existido una candidata apropiada para
la técnica stop-motion ha sido esta.
Aunque
se hizo cierto esfuerzo en construir algunos decorados –se filmó en los famosos
estudios Pinewood-, el mundo de Pellucidar en su conjunto adolece por completo
de convicción. La selva parece un lugar en exceso estrecho y está tan
claramente construida en un estudio a base de plantas de plástico como evidentes
son las pinturas mate que representan los exteriores de la ciudad; las escenas
con fuego parecen exactamente lo que son: agua con un poco de gasolina ardiendo
en la superficie; las cavernas por las que fluye la lava son de cartón piedra…
Todo esto está muy lejos de transmitir la
misma sensación del Pellucidar
literario, un mundo vasto localizado en el interior hueco de la Tierra y que
incluso tenía su propio sol. Aún en mayor medida que con las otras películas de
la serie, queda claro que el equipo de diseño y efectos sudó sangre para hacer
mucho con un presupuesto magro de 1,5 millones de dólares, claramente
insuficiente para dar vida a todo un mundo tropical subterráneo.
Pero es
que, dejando aparte el tema visual, poco o nada de lo que vemos y oímos resulta
convincente. Desde el primer momento, los recién llegados Innes y Perry se
comunican sin ningún problema en inglés con las criaturas prehistóricas.
Cushing parece incapaz de tomarse ninguna escena en serio e interpreta su papel
como una parodia bufonesca del típico sabio inglés excéntrico y algo
despistado. Lleva consigo su paraguas a todas partes y cuando se enfrenta a un
monstruo, su mejor idea es agitar aquél en sus narices. Sus líneas de diálogo
son tan ridículas como esa que pronuncia segundos antes de sucumbir al control
mental de los Mahar: “No podéis hipnotizarme. Soy inglés”. Doug McClure, por su
parte, amaga con igualar a Cushing al principio, exhibiendo una exagerada
jactancia cómica, pero, afortunadamente, cuando empieza la acción ya en
Pellucidar, rápidamente revierte a la estolidez de aventurero curtido,
obsesionado por el honor e impecablemente afeitado, que mantuvo en las otras
películas de la serie.
En lo
que sí se mantiene fiel el guion respecto a las novelas de Burroughs es, desgraciadamente,
en su empeño en demostrar la superioridad del hombre blanco frente a los
nativos. Aunque hay un puñado de extras de raza negra en algunos planos, los
habitantes de Pellucidar están mayormente interpretados por actores blancos con
diferente espesor de maquillaje. Caroline Munro, por ejemplo, está bastante más
oscurecida de lo que no mucho después podríamos verla en “Star Crash” (1978).
Las ambiguas tribus de esta tierra ignota carecen de tecnología más compleja
que la lanza y han sido incapaces de unir a sus pendencieras gentes contra un
enemigo común y más peligroso. Y entonces, aparecen Perry e Innes para
enseñarles cómo derrotar a los Mahars que les oprimen, convirtiendo a esas
hordas desorganizadas en un ejército de arqueros en tan solo unos pocos días.
El
doctor Perry reinventa el arco y la flecha a pesar de no tener nada con que
trabajar más allá de un manojo de bambú y su paraguas. Podríamos excusar esto
aferrándonos a que, después de todo, es un ingeniero y comprende bien los
principios físicos de esa arma. Pero es que, a continuación y a pesar de
reconocer que no ha usado un arco en su vida, demuestra dominarlo con una
insultante facilidad. Los hombres primitivos han de someterse a un intensivo
adiestramiento en esta nueva forma de combate, pero Perry acierta en el blanco
en su primer disparo. Cushing tenía casi setenta años cuando hizo esta película
y no estaba exactamente en su mejor forma física. No creo que el guionista, Milton
Subotsky, tuviera la menor idea de lo difícil que es tensar un arco. David,
mientras tanto, a pesar de ser un niño rico y algo cargado de kilos, gana las
peleas cuerpo a cuerpo con los humanos de Pellucidar, se enfrenta a monstruos
peligrosísimos y se escurre por pasadizos secretos.
Y
hablando de David, es un personaje que hace bien poca cosa en una película que,
después de todo, se apoya exclusivamente en el continuo avance de la trama.
Lucha con un par de criaturas y besa a la chica, pero es Perry quien diseña el
Topo, descifra la escritura de los Mahar y descubre cuál es su secreto y proporciona
armamento a los humanos para que luchen contra sus opresores. ¿Por qué no
dejaron solo al doctor Perry e hicieron una comedia de aventuras sobre un joven
científico victoriano que descubre por accidente un mundo perdido en el centro
de la Tierra, salva a sus gentes y se convierte en un héroe legendario?
Probablemente, habría sido una película con más personalidad y menos
incoherencias.
Por
otra parte y en mayor medida que las otras adaptaciones de Burroughs, ésta
contiene un crudo sexismo. La decisión de David Innes de combatir a los Mahars
está más motivada por la reacción de un macho en celo que por un deseo idealista
de abolir una opresión inhumana; su indignación deriva de ver a los monstruos practicar
lo que parecen ser inenarrables aberraciones a las mujeres (la cámara se aparta
convenientemente para no mostrar lo que sucede después de que los Mahar se
lancen a por las féminas hipnotizadas; y cuando David está teniendo problemas
con la princesa-esclava Dia, sigue el consejo del doctor Abner (“Sea
autoritario”) y silencia sus protestas besándola. Sí, es cierto, estos
ramalazos machistas abundaban en las novelas de Burroughs –y en la literatura
pulp en general-, pero ya en los setenta era este un aspecto que había
envejecido mal y que podría haberse actualizado, sobre todo teniendo en cuenta
que la acción transcurría en un mundo primitivo donde el papel de la mujer bien
hubiera podido ser diferente que en la Inglaterra victoriana.
“En el Corazón de la Tierra” no es una buena película. Como sucede en prácticamente todas las novelas de Burroughs, no hay mensaje, tema ni caracterización. Tan solo aventura. El problema es, ya lo he dicho, que los elementos propios de la aventura exótica (paisajes y criaturas) están aquí mal ejecutados.
Ahora
bien, sin que esto sirva de desesperada defensa de esta cinta, conviene
recordar que films como estos sí jugaron un papel dentro del cine de ciencia
ficción más importante del que habitualmente se les reconoce. En una época previa
al cambio de paradigma que supuso “Star Wars”, estas adaptaciones de Burroughs
mantuvieron viva la llama de lo maravilloso, la aventura optimista y el
escapismo propios del espíritu pulp de las revistas de comienzos de siglo, en
unos momentos en los que el cine de CF estaba dominado principalmente por
futuros oscuros, cínicos y distópicos e historias adultas y sofisticadas con
mensaje social.
“En el Corazón de la Tierra” buscaba otro público, el infantil (aunque en Estados Unidos fue calificada “PG”), que quedaba fascinado por aquellos llamativos carteles que se publicaban en los periódicos o se colgaban en las fachadas de los cines. Los niños acudían a las salas para empaparse de emoción, suspense y risas, zambulliendose en mundos exóticos llenos de selvas, ríos de lava y monstruos prehistóricos y acompañando a los protagonistas en peripecias que, para ellos y siendo espectadores aún inexpertos y poco críticos, todavía no eran rutinarias.
Los niños de hoy, acostumbrados a una sofisticación visual y un ritmo muy diferentes, probablemente ya no encontrarán atractivo en producciones como esta. No importa. Nunca fueron productos destinados a perdurar ni nadie en su momento, creadores y espectadores, esperaban hacer un clásico inmortal. Cumplió su papel, gustó a los niños y desagradó a los críticos, fue una inversión rentable para el estudio y luego unos y otros pasaron a otra cosa.
Has clavado la crítica. Ante la lista de defectos y debilidades que ibas enumerando, iba yo a defender la mirada infantil pero, en el quiebro del último momento, también incluiste ese aspecto. Porque yo vi la película a la edad y en el entorno adecuados: con unos 10 años y en un cine de pueblo en sesión doble. Los detalles del argumento habían caído en el olvido, pero lo mejor de la película siguió acompañándome durante años: el Topo, la sorpresa de un mundo bajo nuestros pies, el tono cómico de Cushing (que creo adecuado para una cinta infantil) y la siniestra presencia de los mahars y sus capacidades hipnóticas. Cuando logré comprar el DVD hace no demasiados años se me cayó el recuerdo a los pies junto con los trajes de goma y los decorados de cartón piedra, como dices, pero luego me repuse y dejé a mi yo de 10 años en paz. No sería justo de otro modo
ResponderEliminarExactamente es como dices. Yo también ví muchas de estas películas de niño y aún recuerdo su efecto sobre mí. viendolas en la infancia, dejan huella; pero mejor es dejarlas en el lado bondadoso de nuestra memoria y no recuperarlas de adultos... Un saludo
EliminarLo felicito por la crítica, muy acertada. Sin duda que estas películas pertenecen a nuestra niñez, que se maravillaba con sus efectos especiales artesanales. Hoy no tendría cabida para la platea infantil, acostumbrada a efectos de CGI que cuestan 100 millones de dólares. Saludos!
ResponderEliminar