(Viene de la entrada anterior)
Quien hubiera aguantado el aliento ante los cataclísimicos acontecimientos narrados al final de “La Estrella de Pandora”, no tendrá más remedio que acometer su segunda parte y conclusión, “Judas Desencadenado”. Y es que ésta no es una secuela sino el segundo volumen de una épica que comprende unas 2.200 páginas. El primer libro presentaba los personajes, el decorado y el conflicto, pero no daba respuestas a los enigmas planteados ni cerraba ninguna de sus muchas subtramas. Para averiguar lo que ocurre es necesario leer “Judas Desencadenado”, que arranca allá donde términó el anterior volumen.
El
cliffhanger de “La Estrella de Pandora” nos había dejado con un panorama bien poco
alentator para la Federación humana: veintitrés de sus mundos habían sido
devastados por el ataque de los alienígenas Primos, un colectivo-colmena
liberado involuntariamente por los humanos de su confinamiento tras un campo de
fuerza levantado alrededor de su sistema planetario por una civilización
poseedora de una tecnología más allá de nuestra comprensión.
A
consecuencia de la ofensiva Prima, se han perdido todos esos mundos convertidos
en eriales radioactivos, han muerto millones de personas y muchos más se han
convertido en refugiados. Sin embargo, los Primos tienen vulnerabilidades que
las mentes más brillantes de la Federación están dispuestas a aprovechar. Lo
que está lastrando la estrategia defensiva de los humanos es su incapacidad
para entender la auténtica naturaleza de su enemigo. Y es que no se trata de
una multiplicidad de invididuos sino de una sola mente: MontañadelaLuzdelaMañana, que
utiliza “extensiones” biológicas para sus fines, una inteligencia que no conoce
el equivalente humano de la ética ni dispone de un imperativo biológico que le
permita coexistir o cooperar con otras especies. Es un ser agresivo y
despiadado cuyo objetivo es eliminar cualquier otra inteligencia que encuentre
en su camino hasta ser la única forma de vida superior de la galaxia. Pero si
los humanos no la entienden –al menos durante parte del libro, hasta que uno de
los Primos deserta y se convierte en aliado-, MontañadelaLuzdelaMañana tampoco
los entiende a ellos y ese se convierte en su talón de Aquiles.
El ejército, considerado durante siglos inútil en una Federación pacífica, se hace ahora imprescindible. Así que rápidamente se forma la Marina y se le encomienda una misión: vencer a los Primos y, si así se le ordena, exterminarlos. Ante una situación de crisis humanitaria sin precedentes en la que se están produciendo migraciones masivas de planetas enteros, la política y los militares se ven sometidos a una gran tensión.
Pero
aunque la Marina encuentra maneras de contrarrestar la ofensiva Prima, se
conforma otra amenaza alienígena potencialmente más peligrosa y menos fácil de
conjurar. Se trata del Aviador Estelar, un ser cuya existencia sólo ha sido
aceptada y combatida por los Guardianes del Ser. Dirigidos por el carismático y
escurridizo Bradley Johansson, llevan siglos siendo considerados una mezcla de
culto fanático y organización de terroristas lunáticos pero la revelación de
cierta información atrae a su causa a algunas personalidades de peso en la
Federación. Según los Guardianes, el Aviador manipuló a la humanidad para que
anulara la barrera de contención de los Primos, estallando así una guerra que
debilitará a ambas especies. Una vez conseguido su objetivo, el Aviador planea
salir de su escondite, llegar a su nave accidentada siglos atrás en el planeta
Tierra Lejana, despegar y erigirse como la inteligencia dominante de la
galaxia.
El gran problema es que el Aviador ha sido capaz de introducirse en la mente de humanos para que actúen como sus agentes y, a través de ellos y durante décadas, se ha ido infiltrando en los niveles más importantes del gobierno de la Federación, manipulando a su favor las decisiones que se tomaban en las esferas de poder y, en el actual escenario, saboteando los esfuerzos bélicos. Atrapada entre dos enemigos mortales, un invasor brutal y un cáncer operando desde el interior, la Federación debe reconciliar sus facciones para enfrentarse a su momento decisivo.
En
“Judas Desencadenado”, Hamilton empieza a integrar todas las hebras sueltas
para formar un tapiz narrativo coherente. Algunas subtramas secundarias y
aisladas del resto en “La Estrella de Pandora”, con personajes y lugares que
sólo parecían engordar innecesariamente el conjunto, encuentran ahora su
sentido. Lo primero que hace Hamilton es ralentizar algo el ritmo respecto al
final del libro anterior y permitir al lector respirar un poco antes de volver
a acelerar las cosas. La amenaza de los alienígenas Primos se ha detenido tras
su conquista de varios planetas y la historia se concentra en varios de los
mundos aún en poder de la Federación y los dramas que están desarrollándose
allí.
Durante 250 páginas, el lector deberá esperar a que los alienígenas hagan su siguiente movimiento y la narración recupere el ritmo. Y ese es un problema, porque son demasiadas páginas. “Judas Desencadenado” comete el mismo error que su primera parte: un exceso autoindulgente de páginación. Y es que su millar de páginas –tras el otro millar de “La Estrella de Pandora”- se antoja a todas luces disparatado. Con toda probabilidad, el libro podría haber conservado su fuerza y contenido y, además, mejorado su ritmo, de haber contado con 400 páginas y media docena de subtramas menos.
Al
mismo tiempo, soy consciente de que ese exceso es precisamente lo que disfrutan
muchos lectores, dispuestos a sumergirse en el universo que con agotadora
meticulosidad describe Hamilton, para quien demasiado nunca es suficiente. El
escritor toma de la space opera fundacional su pasión por lo mayúsculo. Si hay
que narrar una guerra interestelar, ¿cómo hacerlo sin incluir cientos de miles
de naves, la destrucción de sistemas planetarios enteros y la utilización de
armas capaces de destruir estrellas? Si el campo de batalla es la galaxia
entera, ¿por qué no utilizarlo? Sin duda, E.E.Smith o Edmond Hamilton habrían
estado orgullosos de él. El problema –al menos para mí- es que Peter F.Hamilton
no está constreñido por las limitaciones de extensión que hicieron de aquellas
space operas pioneras modelos de síntesis narrativa.
En
cierto modo, puede encontrarse cierto paralelismo en la forma que Hamilton
aborda la CF con la que utiliza George R.R. Martin en la Fantasía: historias
muy largas, con multitud de personajes, localizaciones y subtramas. La
diferencia entre ambos es que Martin sabe estructurar mucho mejor sus libros.
Hamilton, en cambio, se pierde en subtramas que se dilatan cientos de páginas
hasta que cobran sentido; presenta personajes que luego olvida hasta pasados
varios capítulos (y un capítulo de Hamilton nunca baja de las 50 páginas), u
olvidándose por completo de ellos (como es el caso de la senadora Justine
Burnelli o la Inteligencia Artificial en toda la segunda parte) desorientando
al lector y obligándolo a recurrir frecuentemente a algún índice de personajes
de los que están disponibles en internet; inserta momentos de acción con mucho
ritmo y violencia pero que sólo sirven para epatar al lector y tratar de
recuperar su interés en el caso de que éste hubiera estado pensándose si
abandonar la lectura; sexualiza con absoluta desfachatez e incorreción a varios
personajes femeninos; algunos personajes son irrelevantes pese al espacio que
les dedica (como el caso del mecánico Mark Vernon)… todo lo cual, por cierto,
eran también características de la space opera clásica (reduciendo la
intensidad y longitud, claro, a los estándares permitidos en la época).
El
principal inconveniente de “Judas Desencadenado” –como lo había sido también el
de “La Estrella de Pandora”- es que contiene ideas y conceptos muy interesantes
pero que quedan enterrados en cientos de páginas de relleno e interminables
escenas de acción. Por ejemplo, el desenlace final, que consta de dos grandes
ramas: por una parte, la persecución del Aviador Estelar por un par de planetas
para impedir que haga despegar su nave (con un plan a mi juicio absolutamente
disparatados por su innecesaria complicación); y, por otro las tribulaciones de
Ozzie para reactivar la barrera de Dyson. El problema no es sólo que la primera
subtrama se bifurca a su vez en otras tres, culminando en una enorme batalla
bastante confusa y la repetición de una escena de vuelo en mitad de una
tormenta que ya habíamos visto en el libro anterior, sino que ese climax se
prolonga cuatrocientas páginas. Cuatrocientas. Es, sencillamente, excesivo.
Resulta imposible mantener la tensión –por no decir el interés- en todas las
tramas, especialmente cuando de vez en cuando el autor vuelve a desviarse con
descripciones tan meticulosas como innecesarias que estropean el ritmo.
Además
de diversos elementos propios de la space opera, hay una serie de temas que a
cualquier aficionado le resultarán familiares. Por ejemplo, el del “enemigo
interior” o “invasión silenciosa”, dos de cuyos más famosos ejemplos son la
novela “Amos de Titeres” (1951) y la película “La Invasión de los Ladrones deCuerpos” (1956). Por su parte, la figura del Aviador Estelar guarda un claro
paralelismo con la del Anticristo cristiano. Los ciborgs, la descarga de
personalidad en chips de memoria, los implantes cibernéticos que conectan a una
red de datos, las tropas de élite que entran en combate con armaduras de
batalla muy sofisticadas, alienígenas beatíficos u hostiles… Casi todo lo que
encontramos en “Judas Desencadenado” tiene precedentes ilustres en la Ciencia
Ficción pero esto no es en sí mismo un demérito grave. No se puede pedir a
todos los autores que aporten continuamente nuevas ideas y conceptos y, al
menos, Hamilton demuestra mucha habilidad a la hora de reformular en clave
actual viejas ideas para que las nuevas generaciones de lectores las reciban y
disfruten como si fueran sorprendentemente nuevas. Además, hay aportaciones que
sí resultan muy interesantes, como el Motil Bose; el intrigante alienígena
Qatux, que se “droga” con emociones humanas; los ciborgs asesinos; o el planeta
Illuminatus, con sus árboles luminiscentes.
Una de
las principales protagonistas de “La Estrella de Pandora”, la investigadora
Paula Myo, experimenta bastantes cambios en esta segunda parte. Genéticamente
condicionada para comportarse de forma recta y hacer cumplir la ley, ha de
enfrentarse al aterrador hecho de que la organización a la que lleva
persiguiendo más de un siglo, los Guardianes del Ser, podrían, después de todo,
estar en lo correcto: no sólo el Aviador Estelar es real, sino que sus agentes
están infiltrados en todas las instituciones. Todo lo relacionado con Paula,
los agentes de la policía y la Marina que operan paralelamente a ella y los
Guardianes, cuyas investigaciones les llevan a varios mundos y a enfrentarse a
peligrosos asesinos y traidores en sus filas, es probablemente lo más
interesante de la novela.
Mucho más orientado a la acción es lo que ocurre en Elan, uno de los planetas tomados por los Primos, donde un grupo de comandos de la Marina, Las Garras de la Gata, llevan a cabo una campaña de guerrillas contra los invasores. Hay también mucha intriga política y corporativa entre la Marina, el gobierno y las grandes dinastías que controlan desde las sombras la Federación. Y la subtrama de Ozzie, Orion y el alienígena Tochee en su búsqueda de los silfen, que también aquí ralentiza desesperadamente el ritmo cada vez que se vuelve sobre ella. Más decepcionante aún es que tras cientos de páginas de viajes por distintos planetas y larguísimas descripciones de los mismos, la información que el trío consigue obtener referente a los constructores de la barrera de Dyson tras la que estaban aprisionados los Primos es mínima y bien podría haberse introducido en la narración de forma más rápida.
Ya lo
apunté en “La Estrella de Pandora”: ante una novela de un millar de páginas y
docenas de personajes, es imposible acometer una labor de caracterización con
una profundidad decente. Cada uno de los personajes tiene la justa para
desempeñar su papel en la narrativa y que sus actos y palabras no resulten
incoherentes con lo que hasta ese momento se sabía de él o ella.
Los personajes femeninos en especial dejan bastante que desear y algunos es probable que despierten las iras de las lectoras más feministas, como Mellanie Rescorai, cuyo arco la lleva de ser la amante adolescente de un millonario a actriz de porno suave, periodista que asciende gracias a su impresionante físico y su disponibilidad sexual (es difícil llevar la cuenta de sus amantes de ambos sexos) y, por fin, jugadora clave en el destino de la Federación; la Gata es una especie de viuda negra psicópata; y Tigresa Pensamientos una estrella del porno venida a menos que pone su granito de arena a la causa manteniendo una especie de sexo mental con un alienígena.
El
lenguaje sexualizado con el que Hamilton retrata a algunas de sus féminas ya
sonaba sexista en 2005 por lo que hoy en día ya es anacrónico. Cuando describe
lo que pasa por la cabeza de las mujeres, lo hace como a él le gustaría que
pensaran en lugar de como ellas pensarían realmente. Por ejemplo, cuando
Mellanie tiene sexo con un adolescente virgen al que ha obnubilado con sus
encantos: “Sintió un cierto orgullo
perverso al recordar hasta qué punto se había corrompido el muchacho durante
aquella larga tarde. Soy una chica muy mala. Y disfruto de cada minuto”.
En su favor, hay que decir que también hay algunos personajes femeninos inteligentes y con poder que no caen en esos clichés sexistas, sobre todo la indomable Paula Myo, versión futurista y femenina del implacable Javert de “Los Miserables”. Por desgracia, es también un personaje plano, tan volcado en su misión que ni en su mente ni en su vida queda espacio para nada más. En general, la atención desproporcionada que Hamilton presta a los cuerpos femeninos y los atuendos que destacan sus encantos, aunque no llegan a la misoginia tampoco se elevan mucho más allá del nivel de un adolescente gobernado por sus hormonas.
Hay pocos personajes que estén retratados con finura, pero dado que toda la novela es un despliegue de grandilocuencia y escalas cósmicas, hay que admitir que hubieran tenido difícil encaje pasajes de iluminadora reflexión interior por parte de los participantes en esta épica. Con todo y con esto, he de admitir que, tras dos mil páginas y muchas horas de lectura, llegué a encariñarme con los personajes y conmoverme con los diferentes finales que les brinda Hamilton.
“Judas Desencadenado” abunda en otros defectos ya presentes en “La Estrella de Pandora”: obliga al lector a seguir largas subtramas que culminan en revelaciones predecibles mucho antes de que se produzcan; abandona las tensiones capitalistas-socialistas que habían añadido algo de aliño sociopolítico a la primera entrega; y trata de engordar la intensidad dramática con un falso dilema moral.
Con
esto último me refiero a la cuestión de si es moralmente permisible cometer
genocidio contra un alienígena hostil que está decidido a exterminar a toda la
especie humana y con el que resulta totalmente imposible negociar. Hamilton
somete al lector a varias discusiones bastante simplonas sobre este asunto,
obligando a personajes en otros aspectos muy inteligentes, como Ozzie, a
defender posturas imposibles. Es como si alguien se opusiera a la erradicación
del virus de la polio argumentando que es una valiosa obra de la Naturaleza y
que debe preservarse so pena de que la Humanidad “pierda su alma”. Las últimas
páginas del libro intentan justificar esa idea apuntando a que, quizá, a largo
plazo, la preservación de los Primos podría tener consecuencias positivas. Pero
no deja de ser una posibilidad remota que hay que confrontar con el riesgo
inminente y cierto de que la Humanidad sea aniquilada por un ser de naturaleza
agresiva, expansionista, totalmente amoral y genéticamente incapaz de coexistir
con nada que no sea él mismo.
Y
también relacionado con esto, hay problemas con la elección del auténtico
adversario. “La Estrella de Pandora” había servido para describir y narrar –con
una amplitud más que generosa- el comienzo de la guerra con los Primos. La
novela terminaba cuando éstos concluían su ofensiva inicial. Era de esperar que
“Judas Desencadenado”, siendo la continuación de la misma historia, ofreciera
abundante acción en el espacio… pero no. Todo el asunto de los Primos pasa a
ocupar un muy segundo plano respecto a la amenaza que supone el Aviador
Estelar. De hecho, como ya mencioné, el auténtico clímax es la larga
persecución de éste por varios planetas.
Quizá
Hamilton no planificó la novela antes de ponerse a escribir y se encontró con
que ésta cobraba vida propia y se escribía sola. Había introducido tantos
personajes y tramas que, lastrado por su incapacidad de síntesis, tuvo
problemas para ir cerrando éstas y no supo encontrar tiempo ni espacio en un
millar de páginas para centrarse en lo que había sido el elemento más
interesante de la saga: los Primos.
Además de los puntos positivos que ya indiqué en “La Estrella de Pandora” y que aquí se mantienen (por ejemplo, la utilización de un marco de CF para integrar, modificados, tramas y tropos propios de otros géneros, como investigaciones policiales, intrigas políticas de alto nivel e incluso toques de algo muy próximo a la fantasía en lo que se refiere a los silfen), “Judas Desencadenado” incluye algún otro adicional que merece la pena comentarse.
A
Hamilton le preocupa la cuestión de cómo podría comportarse la Humanidad ante
una crisis existencial: ¿uniéndose en un frente común y cohesionado o
separándose víctima de rencillas y desacuerdos intestinos? Así, a lo largo de
la historia, vemos, por una parte, a las Dinastías y Familias de la Federación discutir
entre ellas y planear rutas de escape privadas y secretas para el caso de que
los Primos resulten victoriosos; y, por otra, a un gobierno débil que nada
podría hacer sin el apoyo de aquéllas. Pero en último término, al cinismo y la
misantropía se impone el humanismo optimista del escritor, quien hace que un
puñado de esos privilegiados arrogantes (especialmente los Burnelli y los
Sheldon) se comprometan heroicamente con la causa humana y contribuyan
decisivamente a la victoria de la Federación. En cualquier caso, no son los
políticos los que lideran sino estos industriales-empresarios, cabezas de sus
respectivas casas neofeudales, lo que también dice bastante acerca del propio
autor.
Hablando
de empresarios y riqueza, gracias a la invención de los Agujeros de Gusano para
viajar cómoda, rápida y seguramente de unos planetas a otros, la Federación se
ha convertido en una sociedad que dispone de recursos y energía ilimitados. Los
impresionantes avances tecnológicos y la existencia de una inteligencia
artificial independiente y en la sombra no han permitido sin embargo a Hamilton
especular sobre el tipo de transformaciones socioeconómicas que todo ello
habría conllevado. La relación entre dinero y poder es la misma que en el
presente, así como un modelo económico dominado por la figura del inversor
capitalista que no difiere prácticamente nada del actual salvo en que la
multiplicación de la riqueza combinado con la inmortalidad ha convertido a un
puñado de ellos en una aristocracia de facto, unos señores neofeudales sin los
que ningún gobierno puede operar.
Pero este tipo de reflexiones, en el fondo, no son más que combustible para alimentar conversaciones de bar con los amigos. Y es que, al fin y al cabo, que el futuro que nos describe Peter Hamilton sea muy parecido al nuestro le permite poblarlo con gente que sigue siendo básicamente la misma que ahora, con vidas y trabajos con los que podemos identificarnos fácilmente, algo que también es muy importante a la hora de disfrutar de una historia y simpatizar con los personajes.
Con todos
los problemas que me supone la descontrolada verborrea e incontinencia
narrativa de Hamilton, debo reconocer que se las arregla para ir insertando
momentos muy enérgicos y fascinantes que sacuden el posible sopor del lector,
lo agarran por la pechera y vuelven a introducirlo en la aventura. Habida
cuenta del inmenso tapiz que despliegan estos dos libros, es difícil que
alguien no encuentre algo de su gusto… y, por la misma razón, hallará otros puntos
que le irriten en la misma medida. La consideración final que cada cual tenga
de la obra dependerá mucho de la valoración que asigne a las virtudes y
defectos de la misma.
Es por ello que la opinión de los aficionados se encuentra muy dividida al respecto de este díptico de novelas, oscilando entre la admiración incondicional y el aburrimiento supino. Para algunos, es una obra extraordinaria e inolvidable, que estimula la mente y el sentido de lo maravilloso gracias a un universo cuidadosa e inteligentemente construido que sirve de fondo a una aventura de talla épica. Para otros, son libros decepcionantes que ejemplifican lo que sucede cuando un talento genuino carece de la guía de un editor inteligente que le impida caer en las fauces de un “monstruo” de 2.000 páginas que podría haberse condensado en 500 (uno de los comentarios más cáusticos y divertidos lo calificaba de algo escrito por un “charlatán adolescente de 16 años intoxicado de testosterona con doctorados en ciencia de materiales y física de partículas).
Lo que está claro es que con este díptico de la Federación, Peter F.Hamilton demuestra ser, en todo lo bueno y lo malo, uno de los máximos representantes de la “nueva” space opera del siglo XXI, ofreciendo un relato de escala inmensa y sentido de lo maravilloso a raudales. Sus novelas de la Federación contienen exactamente el mismo tipo de material que los aficionados a la space opera han disfrutado desde siempre. Hay mucha ciencia ficción pero pocos puntos que sirvan de ancla para interesantes reflexiones ni demasiada complejidad temática o caracterización.
Así que si eres un rendido aficionado a la space opera, puedes acercarte a esta saga sin problemas… siempre y cuando, claro, no te intimiden los libros de estas dimensiones, ya que exigen tiempo, dedicación y paciencia –diría incluso que fortaleza mental-. Si, en cambio, no eres un fan militante de este subgénero y prefieres relatos cuyo desafío no resida en su extensión sino en su originalidad, sofisticación u osadía temática, es mejor buscar otra opción.
No fui capaz de leer el libro ....me perdí en las tramas y gaste 30 euros, tirados
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