El cine de animación occidental está monopolizado por los grandes estudios norteamericanos, que tienen una muy bien engrasada maquinaria para producir, distribuir y promocionar sus películas. Es, en su mayor parte e independientemente de su mayor o menor calidad, un cine comercial que apela casi invariablemente a un público infantil o, en el mejor de los casos, familiar. Pero salvo algunas excepciones, no brinda demasiado espacio a propuestas menos centradas en la acción que en la experimentación.
Para encontrarlas, es mejor mirar a otro lado, por ejemplo,
Francia. Y, en concreto, a un veterano que con más de cuarenta años de
profesión a sus espaldas, quizá no sea muy prolífico, pero sí posee un talento
incontestable que le ha llevado a figurar con letras de oro en el panorama del
cine internacional de animación. El profundo amor de Michel Ocelot por la
animación le ha permitido expandir el género, mezclando técnicas y haciendo gala
de una elegancia y gusto exquisitos,
Ocelot obtuvo el éxito internacional a los 55 años con su
primera película, “Kirikú y la Bruja” (1998). En los años siguientes, retomó al
personaje para otras historias, como “Kirikú y las Bestias Salvajes” (2005) y
“Kirikú y los Hombres y las Mujeres” (2012). En su producción se encuentran
otras cintas exquisitas de corte fantástico, como “Príncipes y Princesas”
(1999); “Azur y Asmar” (2006) o “Los Cuentos de la Noche” (2011), todos
animados con ese estilo de línea sencilla de dos dimensiones, si bien la
calidad artística y técnica ha ido adquiriendo más y más sofisticación con cada
nuevo título hasta llegar al que nos ocupa, “Dilili en París”, que ganó my merecidamente
en 2019 el César (máximo galardón del cine francés) a la Mejor Película de
Animación.
Dilili es una niña mestiza de kanaka (los indígenas de
Nueva Caledonia, colonia francesa de Oceanía) y francés, que fue llevada a
París para exhibirla en una exposición sobre culturas nativas. Adoptada por una
dama de buena posición, vive en una casa burguesa y viste como una niña
parisina, aunque el color de su piel y su pelo delatan su origen. Un día conoce
al joven mensajero Orel, que la lleva a conocer la ciudad en su triciclo de
reparto. Entre parada y parada, Dilili se entera de la desaparición misteriosa
de niñas por toda la ciudad, aparentemente secuestradas por una sociedad
secreta denominada los Machos Amos. La valiente niña decide averiguar el
paradero de las víctimas y durante sus pesquisas y gracias a los contactos de
Orel entre las capas más cultivadas de la sociedad parisina, conocerá a todo
tipo de personalidades ilustres del momento.
Cuando Dilili ayuda a impedir un robo que los Machos Amos
iban a cometer en una joyería, los periódicos la convierten en una celebridad,
pero también la ponen en la diana de esos mismos conspiradores, que consiguen
secuestrarla para confinarla en su cubil secreto en el sistema de
alcantarillado, donde tienen esclavizadas a muchas mujeres de todas las edades.
“Dilili en París” es el tributo de Michel Ocelot al
idealizado París de la Belle Epoque, un periodo de efervescencia artística y
científica que se extendió de 1880 a 1914. Este homenaje se articula a través
de una trama muy sencilla: la pizpireta protagonista debe ir visitando a
celebridades del momento que residen o se encuentran de paso en París para ir
obteniendo pistas que le ayuden a resolver un misterio. Así, van sucediéndose
cameos de actrices y cantantes de renombre como Emma Calve, Sarah Bernhardt o
Colette; pintores como Picasso, Toulouse-Lautrec, Renoir, Camille Claudel,
Degas, Monet, Modigliani y Matisse; escultores como Rodin; escritores como
Marcel Proust o Gertrude Stein; científicos como Pasteur y Marie Curie; músicos
como Debussy o ingenieros como Gustav Eiffel y Alberto Santos-Dumont.
Durante buena parte de los 95 minutos de la película, las
peripecias de Dilili bien podrían haber sido la base de uno de aquellos
antiguos juegos para PC de hace veinte años y que consistía en resolver
linealmente un enigma siguiendo pistas encadenadas. El recorrido de la niña es
como un extravagante “quién es quién” del París de cambio de siglo pensado para
educar a las jóvenes generaciones. Tanto el joven Orel, que actúa como su guía,
como las celebridades que va conociendo en el curso de sus pesquisas, se
comportan con una extraña frialdad sobre los exuberantes decorados que les
sirven de escenario. Por el contrario, Dilili es un personaje encantador por su
ingenuidad, desparpajo, curiosidad y optimismo infantiles. Tiene unos modales
exquisitos, habla perfectamente y trata con respeto a todo el mundo. No sólo es
precoz, sino que, viniendo de otra cultura y siendo aún una niña que conserva
su inocencia, le quita importancia a su condición de mujer y mestiza y desafia
las convenciones establecidas.
De forma bastante brusca, en el último tercio del film, la
historia cambia completamente el tono. Se abandona lo que había sido un
agradable paseo turístico por París y sus famosos para volcarse en el thriller,
centrando la trama ya exclusivamente en el misterio de los secuestros y mostrando
escenas sorprendentemente duras para una película familiar, incluso
terroríficas. Y es que los protagonistas descubren que los Machos Amos son una
sociedad secreta compuesta por individuos acaudalados cuya misoginia les ha
llevado a reunirse, conspirar y finalmente rebelarse contra el creciente poder
e influencia de las mujeres. Para afianzar su autoestima, raptan y
esclavizan a
mujeres jóvenes a las que tratan, literalmente, como objetos. Las obligan a
cubrirse completamente con una especie de sábana negra y moverse arrastrándose
a los pies de sus “amos”.
Es inevitable ver en esta película una toma de postura de
su guionista y director, Ocelot, hacia un problema que entonces estaba incendiando
la sociedad francesa, que siempre ha tenido en gran estima sus principios de
igualitarismo. Y es que más allá de una reivindicación genérica del derecho de
igualdad de la mujer, no puede dejar de verse en esas patéticas figuras dominadas
por los Machos Amos a mujeres musulmanas, reducidas a formas sin voz ni
personalidad propia tras el negro velo integral. En 2010 se aprobó en Francia
una ley para prohibir su uso en espacios públicos, generando la oposición de
organizaciones e instituciones como Amnistía Internacional, la Asamblea
Parlamentaria del Consejo de Europa o las propias Naciones Unidas, cuyo Comité
de Derechos Humanos dictaminó en 2018 que esa legislación vulneraba el derecho
fundamental de libertad religiosa. Aún así, otros países han ido adoptando
leyes prohibiendo total o parcialmente el burka y el nicab, como Bélgica,
Países Bajos, Austria, Bulgaria o Dinamarca.
El motivo por el que incluyo “Dilili en París” en este blog
dedicado a la CF es por sus toques de diseño steampunk. A menudo este subgénero
se asocia en mayor medida con el Londres victoriano, pero como bien demuestra
Ocelot, puede integrarse igualmente en el París de cambio de siglo. Y, además y
a diferencia del hollín, la mugre, la oscuridad y el vapor que suele acompañar
el decorado del steampunk londinense, el director lo reformula aquí con gran
elegancia y luminosidad. Sus diseños se asientan en lo plausible más que en lo
abiertamente fantástico. Así, vemos a Emma Calve y luego a Orel navegando en un
bote mecanizado con forma de cisne; los Machos Amos cuentan con una especie de
estilizado tren c
on forma de tiburón que se desplaza por los túneles del
alcantarillado; y Santos-Dumont fabrica un dirigible gigante impulsado a
pedales que los protagonistas utilizan para rescatar a las niñas.
Más allá de esas pinceladas, Michel Ocelot ofrece escenas
verdaderamente exquisitas, auténtico arte en imágenes que envuelven al
espectador: Dilili montando en el guepardo de Emma Calve por el invernadero de
la actriz; el dirigible iluminado que atraca en la cima de la Torre Eiffel… El
cineasta recorrió durante años las calles de la capital francesa fotografiando
perspectivas, edificios clásicos e interiores y utilizó este material
manipulado como base de su animación, recreando maravillosamente una Belle
Epoque idealizada –desde luego, menos populosa y más limpia que la histórica-,
con sus salones, galerías, palacios, avenidas y pintorescos barrios y locales.
Sobre ese fondo, evolucionan los personajes, realizados en 3D. Esta
contraposición de los escenarios históricos y las más modernas técnicas de
animación está en sintonía con la propia historia que se cuenta, la de unos
hombres misóginos anclados en el pasado que se resisten a abrazar los nuevos
tiempos.
“Dilili en París” es el ejemplo perfecto de lo que debería
ser el cine familiar –que no es lo mismo que infantil-: una película de extraordinaria belleza plástica
que no sólo rinde tributo a una época y un lugar de gran auge artístico,
cultural y científico y ofrece una mirada sin pretensiones intelectuales a la
sociedad de otro tiempo, sino que, tras un guion muy sencillo adornado por hipnóticas
imágenes, suscita reflexiones sobre un tema tan relevante, universal y atemporal
como de rabiosa actualidad: la marginación por razones de raza o género. Se
trata de una película mucho más feminista que otras que presumen de serlo pero
que no saben articular su mensaje con la misma elegancia, impacto emocional y
espíritu positivo.
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