(Viene de la entrada anterior)
Hablaba antes de tímida continuidad en “Voyager”. Y es que no merece otro nombre. Para entonces, otras series de televisión como “Expediente X” o “Buffy Cazavampiros” ya presentaban un sentido de la continuidad mucho más sólido. Y, sin salir de la franquicia Star Trek, “Espacio Profundo Nueve” ya se hallaba inmerso en experimentos más valientes a este respecto. Su sexta temporada, que se emitió simultáneamente a la cuarta de “Voyager”, se abrió con un ambicioso arco narrativo de seis episodios.
Con todo, la
continuidad podría haber sido una base sobre la que construir arcos
interesantes que, por fin, le dieran a la serie una dirección y una
personalidad propias. En las temporadas siguientes se presentaron historias y
personajes que podrían haber contribuido a ello. Pero, aunque de vez en cuando los
productores recuperaron aisladamente el recurso de la continuidad en forma de
episodios secuela de otros anteriores (“La Ruta al Olvido” respecto a “Demonio,
por ejemplo) o elementos que se retomaban, como los niños Borg o el
restablecimiento de comunicaciones con la Flota, ya nunca volvió “Voyager” a
transmitir un sentido tangible de continuidad como sí había conseguido en la
cuarta temporada.
En justicia,
hay que decir que Brannon Braga se esforzó por sacar a la serie de ese
estancamiento. Por desgracia, tenía que seguir respondiendo ante su jefe, Rick
Berman, custodio del espíritu más rancio de la era de la sindicación. Por
ejemplo, haciendo frente a las críticas de muchos fans y comentaristas respecto
a la falta de continuidad, Braga presentó su idea para “El Año Infernal”, pero
no como pudo verse finamente, sino como un concepto mucho más ambicioso que se
extendería toda la temporada: el Voyager sería continuamente atacado, sus
tripulantes acabarían exhaustos y apenas lograrían sobrevivir al término de la
misma. Los episodios estarían así ligados por una continuidad real y el tono se
tornaría más oscuro, más desesperado. Sin embargo, su idea fue rechazada y tuvo
que conformarse con condensarla en un episodio doble cuya acción transcurría a
lo largo de todo un año.
Otra de sus ideas fue que, dado que la Voyager no tendría nunca oportunidad de reabastecerse bases de la Flota Estelar, debería ir conformándose con reparar los desperfectos utilizando tecnología y repuestos alienígenas comprados o encontrados en el transcurso de su largo viaje por el Cuadrante Delta de vuelta a casa. Esto conllevaría un cambio en la estética de la propia nave e incluso de la uniformidad de los personajes. Una vez más, la respuesta fue que no. La Voyager siempre debería parecer una nave de guerra de la Flota. Para eso estaban los replicadores, ¿no?
Esas fueron sólo dos de las muchas propuestas de Braga para darle a la serie un perfil más realista y que fueron vetadas por un Rick Berman que no estaba dispuesto a tener que vigilar de cerca otra serie de Star Trek tan oscura como “Espacio Profundo Nueve”.
El bloque de
episodios de la cuarta temporada no brilló precisamente por su ambición
desmedida, pero aún así superó con creces a lo que se vería en las tres
temporadas restantes de vida de la serie. Durante un año, habían rozado los
límites que el equipo de producción de había autoimpuesto. Después, ya no
tendrían el valor de cruzarlos. Para ser justo, hay que admitir que las
temporadas siguientes mantendrían un nivel de calidad similar al de esta.
Habría episodios bastante buenos y sólo un puñado de fracasos verdaderamente estrepitosos,
pero al final, lo que más abundaban eran los absolutamente convencionales y,
por tanto, olvidables.
En su segunda
mitad, la cuarta temporada estableció un marco general y un tono que las
siguientes respetarían. “Voyager” siempre había tenido un claro ramalazo
conservador tanto en su estructura narrativa como en su visión política,
aspirando a llegar a y satisfacer los gustos de un público familiar poco amigo
de polémicas. Los temas e intereses principales de la serie, que se habían
establecido ya en la tercera temporada, se exploran aún más en la cuarta,
especialmente la Memoria y la Historia en un mundo postmoderno. A este
respecto,“Voyager” encarnaba cierta ansiedad propia del fin de siglo.
La Memoria
había sido un tema recurrente en la tercera temporada: falsos recuerdos en “Salto
Atrás”; historia borrada en “Recuerda”; el pasado manipulado en “El Fin del
Futuro”; o el registro fósil interpretado en clave patriótica en “Origen
Distante”. La cuarta temporada hizo aún más hincapié en este concepto,
presentando la memoria como algo maleable, equívoco, distorsionable… En cierto
modo, esto también guarda relación con los experimentos de la temporada con la
continuidad. En “El Cuervo”, Siete de Nueve emprende un viaje para conocer su
propio pasado; en “El Año Infernal”, se utilizan armas temporales que borran de
la
Historia mundos enteros; en “Pensamientos al Azar”, se intercambian
recuerdos en un mercado negro; en “Retrospectiva”, Siete ha de lidiar con
recuerdos reprimidos; en “Juego Mortal”, los Hirogen roban la historia de otras
culturas; en “Inolvidable”, Chakotay conoce a una amante de la que no ha
guardado recuerdo; en “Testigo Viviente”, el Doctor ha de luchar en el futuro contra
una corriente revisionista de la Historia; y en “Esperanza y Miedo”, el pasado
de la tripulación regresa para ponerles en problemas.
El énfasis
renovado en conceptos ya introducidos en temporadas anteriores se aplica
también a la política de las historias. En muchos aspectos, “Voyager” fue la
serie más conservadora, incluso reaccionaria, de la franquicia Star Trek -con
la posible excepción de las dos primeras temporadas de “Enterprise”-. La
política racial del programa siempre había sido un tanto extraña, especialmente
todo lo referente al arco de los Kazon en la segunda temporada o la actitud
xenófoba del episodio “Desplazados”. Siendo un programa cuyo cabeza de cartel
era una mujer y que tenía más personajes femeninos que cualquier otra serie del
universo Star Trek, de vez en cuando, la tercera temporada había dejado escapar
ramalazos misóginos poco gratificantes, como en los capítulos “Los Q y la
Vejez”, “Alter Ego” o “El Hijo Predilecto”.
Esta postura
conservadora se refuerza aún más en la cuarta temporada adoptando diferentes
formas: la presentación de los refugiados como un colectivo poco digno de
confianza en “Día de Honor”; la particular xenofobia de un holograma en
“Repulsión”; la corrección política y la policía del pensamiento que aparecen
en “Pensamientos al Azar”; o la paranoia que genera una falsa acusación de
violación en “Retrospectiva”. Aunque estas decisiones creativas podrían
debatirse en el contexto de las historias que cuentan, al final sí dan una
pista fiable de cómo la serie percibe y representa nuestro propio mundo y época.
Más interesante
es la elevación de la nave Voyager y su tripulación al estatus de leyenda
dentro del Cuadrante Delta, conectando el interés temático por la malealibilidad
de la Historia con sus aspiraciones a convertirse en el prototipo perfecto del
Star Trek tradicional. Da la sensación de que los personajes al mando de la
nave son intercambiables, que hay algo arquetípico en el viaje que están
realizando. Ya en la tercera temporada se había introducido esta
“mitologización” del Voyager al final de “Falsas Ganancias” y se había
especulado con ello al comienzo de “Origen Distante”. La cuarta temporada
abunda más sobre ello. Aunque el villano de “El Año Infernal” puede modificar a
voluntad la corriente temporal, el Voyager siempre es una constante en la misma,
existe más allá de la propia Historia; la acción de “Testigo Viviente”
transcurre en un futuro tan lejano que, de hecho, podría ser el último episodio
de toda la cronología de la franquicia y se sirve de ello para reflexionar
sobre la falibilidad de la interpretación de la Historia a partir de viejos
testimonios y objetos fósiles; al final de “Demonio”, la tripulación del
Voyager se marcha de un mundo dejando en él réplicas de sí mismos.
La cuarta
temporada de “Voyager” también estableció el reparto que sería definitivo hasta
el final de la serie. Ya he comentado que lo más llamativo fue la incorporación
de Jeri Ryan como Siete de Nueve, un personaje creado por Joe Menosky y Brannon
Braga y perfilado junto al productor Rick Berman tras escribir “Escorpión Parte
1”. Fue hija de la necesidad de encontrar un reemplazo a Kes y sugerida por la
popularidad de la Reina Borg en la película “Primer Contacto” (1996, coescrita
por el propio Braga).
Aunque “Espacio
Profundo Nueve” había conseguido añadir al reparto principal un “nuevo”
personaje (Worf) en su cuarto año, “Voyager” tuvo que contratar a Ryan no como
mera adición, sino como reemplazo de Kes, personaje que ya no parecía ir a
ninguna parte. Hubo rumores de que iba a ser Garret Wang (Harry Kim) el elegido
para abandonar el programa, pero fue salvado en el último minuto gracias a que
la revista “People” lo incluyó en su lista de las 50 personas más atractivas.
Así que fue Jennifer Lien la que desapareció de “Voyager”. Intervino en los dos primeros episodios de la cuarta temporada sólo para servir de portavoz de la especie 8472 primero y luego trascender su antigua naturaleza y ascender a un plano más elevado de la existencia en “El Obsequio”. No fue la más elegante de las salidas y para muchos resultó incluso decepcionante. Lien no era ni de lejos la mejor actriz del reparto, pero tampoco la peor. Es más, su personaje tenía un gran potencial de desarrollo y descartarla de una manera tan abrupta no deja de ser una oportunidad perdida.
Por su parte,
la llegada de Ryan al programa no estuvo exenta de polémica y problemas. Su
relación con otros actores fue problemática, especialmente con Kate Mulgrew,
que se sintió ofendida por un personaje tan descaradamente erótico en una serie
que siempre había querido venderse como feminista. Los temores de Mulgrew parecían
aún más justificados por las ridículas elecciones de vestuario que se tomaron
para el personaje. Estaba clarísimo que Siete de Nueve estaba allí para mejorar
los ratings de audiencia añadiendo algo de sexualidad poco sutil. Aunque,
efectivamente, consiguieron lo que buscaban, no dejaba de ser una decisión
cuestionable habida cuenta de que luego se la caracterizó con la edad mental de
una niña, inconsciente de su propia carga sexual.
En cualquier
caso y a decir del productor Rick Berman, parte del rechazo de Mulgrew –que se
prolongó hasta el final de la serie cuatro años después- obedecía a que, de
repente, ella ya no era el foco de atención: “Kate era algo así como la Reina de Star Trek en ese momento. Era la
estrella del programa y la primera mujer capitán. Alternaba con astronautas,
con Hillary Clinton y era la portavoz de mujeres en puestos de liderazgo. De
repente, aparece esta exuberante muchacha rubia y se lleva la atención de todo
el mundo. Recuerdo que un día había algunos periodistas en el set y empujaron a
Kate a un lado para llegar hasta Jeri”.
Mulgrew había
sido la relaciones públicas del programa: había figurado en la portada del
“Entertainment Weekly”, la habían entrevistado periodistas importantes… y, de
repente, se ve marginada por una recién llegada cuyo principal mérito era su
juventud y un aspecto impresionante. Se quejó a los productores y guionistas y
exigió que se retirara al personaje de Siete de Nueve. Cuando le dijeron que de
ninguna manera, ella siguió quejándose y lo que al principio había sido
resentimiento contra el personaje, acabó transformándose en animadversión
personal por la actriz, complicando la vida a todo el mundo en el set de rodaje.
Trató de convencer al resto del reparto para que la marginaran de reuniones y
entrevistas. Llegó
incluso a pedir al productor que no la dejaran ir al
servicio durante el rodaje porque quitarle y ponerle el traje hacía perder
mucho tiempo al equipo. La tensión no mejoró cuando el guionista y productor
del programa, Brannon Braga, comenzó una relación sentimental con Ryan. La
actriz acabó odiando tener que ir a trabajar con ese ambiente enrarecido.
El resto del
reparto, aunque no adoptó una actitud tan beligerante contra la actriz, también
vio a Siete de Nueve como una amenaza para sus propios personajes. Y tenían
razón. Al final de su tercera temporada, “Voyager” tenía ya abandonados a
varios miembros del reparto principal. Chakotay, Kim y Tuvok se encontraban a
menudo peleando por recibir migajas argumentales, repitiendo las mismas situaciones
y frases una y otra vez. Los guionistas tampoco parecían saber qué hacer con
Tom Paris más allá de embarcarle en una relación con B´elanna. Y Neelix,
siempre solía intervenir en todos los episodios de una u otra forma, pero muy
raramente recibía el protagonismo de ningúno. No era fácil para los actores
acudir al set para sesiones de quince horas de trabajo de las cuales sólo
aprovechaban tres o cuatro.
Siete de Nueve
amenazaba con acaparar buena parte de las buenas ideas de los guionistas,
relegando todavía más a la irrelevancia a personajes ya bastante maltratados
por aquéllos. Desde el segundo episodio, Siete pasa a dominar el programa,
convirtiéndose en el personaje protagonista de capítulos como “Escorpión Parte
2”, “El Obsequio”, “El Cuervo”, “Cazadores”, “Presa”, “Retrospectiva”,
“Directiva Omega”, “Una” y “Esperanza y Miedo”; esto es, casi el 35% de todos
los episodios de la temporada. Además, tenía subtramas en “Día de Honor” y
“Repulsión” y participaba activamente en “Método Científico”, “El Año Infernal
Parte 1” y “Juego Mortal Parte 1”.
Por el
contrario, ciertos miembros del reparto se vieron obligados a sobrevivir
narrativamente con los restos que les caían. Chakotay obtuvo el protagonismo en
un par de episodios de lo más convencionales, “Némesis” e “Inolvidable”. Aunque
el primero era brillante en su argumento, lo cierto es que eran capítulos cuyas
historias podrían haberse construido igual de bien alrededor de cualquier otro
personaje. Harry Kim disfrutó de un tibio protagonismo en “Demonio”; Neelix una
estrafalaria subtrama en “Demonio” y algo más de atención en “Lapso Mortal”.
Tuvok tuvo que conformarse con la escena final de “El Obsequio” y la segunda mitad
de “Pensamiento al Azar”.
Hay que admitir
que la presentación de un nuevo personaje fijo en un programa que ya lleva a
sus espaldas cierto recorrido, es siempre una iniciativa arriesgada. En
términos de producción, el nuevo actor se enfrenta al peligro de interferir en
la dinámica ya establecida entre el resto del reparto. En lo que se refiere a las
historias, los guionistas pueden sentirse atraídos por la novedad y marginar a
los personajes veteranos para concentrarse en perfilar al recién llegado. Todo
esto es lo que sucedió con Siete de Nueve, que pasó a dominar “Voyager” desde
que se la presentó en esta temporada hasta el final de la serie. En las cuatro
últimas temporadas, Siete recibió una atención desproporcionada por parte de
los guionistas.
Todo esto es
comprensible, pero también evitable. “Espacio Profundo Nueve” introdujo dos
nuevos personajes a lo largo de su trayectoria, pero llevó a cabo con ellos un
trabajo mucho más equilibrado que “Voyager”. Continuaron desarrollando
personajes como Bashier o Jake después de que Worf o Ezri se incorporaran como
miembros fijos del reparto. También es verdad que “EPN” tuvo la ventaja de que
esos personajes ya eran de una u otra forma conocidos: Worf era un veterano
tras siete años en “La Nueva Generación” y Ezri era el último anfitrión del
simbionte Dax, por lo que no dejaba de ser la continuación de un personaje
preexistente.
Aún así, hay
una serie de razones por las que Siete se erigió como gran figura central de
“Voyager”. En primer lugar, claro, porque los guionistas ya se habían cansado
de tratar de hacer algo con la mitad de los personajes principales sin obtener éxito
ninguno. Mientras que los guionistas de “EPN” dedicaron mucho esfuerzo a
personajes mayormente ninguneados en las primeras termporadas, como Jadzia Dax
o el doctor Bashir, los de “Voyager” se cansaron pronto de los personajes de su
propia serie que no parecían funcionar. Era más sencillo invertir sus energías
en los que sí lo hacían en lugar de tratar de identificar los problemas del
resto y reconducirlos.
Pero además y en el caso de Siete de Nueve, el personaje era lo suficientemente familiar como para ajustarse cómodamente a un arquetipo bien establecido dentro de la franquicia y, al mismo tiempo, lo suficientemente nuevo como para constituir una desviación interesante del statu quo. Sobre el papel, Siete era una extensión del personaje “outsider”, como había sido el caso de Spock en “Star Trek”, Data en “La Nueva Generación” u Odo en “Espacio Profundo Nueve”. El Doctor, ya lo he mencionado, se había ajustado a ese molde en las primeras tres temporadas, así que desde el punto de vista de los guionistas, tenía sentido abundar en esa misma dirección con otro personaje que partiera de cero en su proceso de humanización e integración en la tripulación.
Sin embargo y,
como decía, Siete de Nueve también trajo consigo ciertos aspectos novedosos
gracias al conflicto cultural que suponía su presencia a bordo. Si Data era un
niño inocente que obedecía con ciega adoración a Picard, Siete era como un
adolescente rebelde que desafiaba la autoridad de Janeway, la cadena de mando y
la autoridad de la Flota. No tenía interés alguno en regresar a la Tierra y no
suavizaba sus a menudo ofensivas opiniones con un filtro social. Sobre todo al
principio, Janeway la estaba obligando a potenciar su individualidad, su lado
humano, en contra de los deseos de Siete, que todavía se sentía unida al
Colectivo.
Aunque con el
tiempo la relación entre ambas sería equivalente a la de madre e hija, en un
comienzo su dinámica era mucho más turbulenta de lo que había sido jamás la de
Data y Picard, tal y como puede verse en episodios como “Presa” o “Juego Mortal
Parte 1”, que mejoran mucho gracias a esa tensión, además de darle algo de mordida
suplementaria a otros como “Directiva Omega” o “Esperanza y Miedo”. Robert
Beltran en particular, se mostró muy crítico con la forma en que los guionistas
se encariñaron con Siete y la conectaron con Janeway: “Para mí, era como ver esta interminable escena episodio tras episodio
con estos personajes omniscientes, sabelotodo y omnipotentes peleándose entre
sí, volviendo una y otra vez a la misma discusión. Hacer de Janeway este tipo
de personaje que lo ve todo, lo sabe todo y nunca comete un error, la debilitó”.
Además de lo
comentado, la antigua vida de Siete como dron Borg aportaba toda una serie de
posibilidades narrativas y formas de desarrollar el personaje. Por ejemplo ¿cómo
sería crecer en el seno del Colectivo Borg? Episodios como “El Obsequio” o “El
Cuervo” jugaban con la idea del trauma y la curación, como si Siete fuese una
drogadicta o una antigua miembro de alguna secta (aunque el guionista Joe
Menosky afirma que rechazaron esas metáforas por considerarlas excesivamente
negativas y preferían verla como una “niña salvaje” rescatada de los lobos). En
cualquier caso, esas cicatrices internas producto de un pasado traumático
hicieron de ella un personaje con más capas de las que Chakotay o Kim habían
tenido nunca.
Los guionistas
de “Voyager” estaban comprensiblemente fascinados por el Colectivo Borg como
concepto, pero también se hallaban hasta cierto punto atados de manos cuando se
trataba de escribir sobre ello. Después de todo, cada vez que permitían que el
Voyager se enfrentara a su amenaza y les ganara la mano, disminuía su peso como
antagonista creíble. Y eso es lo que ocurrió. Mientras que “La Nueva
Generación” evitó en su mayor parte erosionar la sensación de peligro que
emanaba del Colectivo Borg limitando sus intervenciones, “Voyager”, en cambio,
los utilizaría una y otra vez. La Reina Borg se convertiría en un personaje
recurrente, apareciendo en tres historias de dos partes cada una. A pesar de
ello, la inclusión de Siete de Nueve permitió al equipo de producción
ralentizar ese desgaste contando historias sobre los Borg sin mostrarlos
explícitamente pero abordando temas centrales relacionados con éstos, como el
aislamiento social o la automatización tecnológica.
Los
productores, además, tuvieron una suerte inmensa –o buen ojo- a la hora de
seleccionar a Jeri Ryan. Siete de Nueve era en sí mismo un personaje
interesante, pero la actriz hizo un gran trabajo con él. Antes de entrar en
“Voyager”, el currículo de la actriz se limitaba a unas cuantas apariciones
puntuales en otras series y ocho episodios de “Dark Skies” –ni siquiera sabía
nada de Star Trek-. Es una pena que sus sugerentes atuendos desviaran la atención
de sus capacidades dramáticas, pero lo cierto es que Ryan fue desde el
principio uno de los mejores actores del reparto, midiéndose sin problemas con
Mulgrew, Picardo o Phillips.
Y claro, todo ello nos lleva de nuevo a las tensiones que generó la inclusión de personaje y actriz. Siete de Nueve fue, por todo lo apuntado, uno de los personajes más interesantes al que daba vida una de las mejores actrices del reparto. Su presencia dio nuevas energías a los guionistas y les ofreció todo un nuevo abanico de posibilidades. Ahora bien, ¿justifica ello la forma en que pasó a dominar el programa? ¿Es aceptable que los guionistas, que habían dejado por imposible a otros personajes, se concentraran en desarrollar uno solo, con más potencial y encarnado por una actriz más solvente? No hay respuestas fáciles a estas preguntas.
La cuarta
temporada, por todo lo apuntado, sirvió para modificar las relaciones en el
seno del Voyager, aislando aún más a ciertos personajes. Siete de Nueve se
convirtió en la principal relación para Janeway, privando con ello a Chakotay
de la dinámica especial que había disfrutado con ella en los años anteriores.
También forja una relación cercana con el Doctor, que se convierte en algo así
como su mentor en lo referente a avanzar en la recuperación de sus habilidades
sociales. El guionista Bryan Fuller llegó a compararlos con el triunvirato
Kirk-Spock-McCoy de la serie original.
La relación
entre Torres y Paris llevó a que la mayoría de las historias de éste se
inclinaran hacia aquélla y marginaran de paso a Kim, cuyo único amigo había
sido el piloto. Encerrar a estos personajes en dinámicas de pareja los aisló
del resto. No debió pasar esto desapercibido para los productores, que
intentaron compensarlo estableciendo relaciones de Siete con varios de sus
compañeros. Algunos de los primeros episodios de la temporada estaban pensados
para que Jeri Ryan compartiera escena con otros personajes en la esperanza de
que surgiera alguna chispa especial que nadie había podido imaginar hasta el
momento. Así, por ejemplo, Siete tiene una subtrama con Harry Kim en
“Repulsión”; y pasa bastante tiempo con Tuvok en “El Cuervo”, “El Año Infernal”
y “Cazadores”. No funcionó.
La cuarta
temporada de “Voyager”, en resumen, contiene un puñado de episodios clásicos,
bastantes historias muy convencionales con diferentes grados de interés y
relativamente pocos tropiezos imperdonables. En una serie mejor, esta temporada
podría haber servido de trampolín para algo mucho más atrevido, incluso
impresionante en años venideros. En cambio y tal y como fueron las cosas, se
quedó como la mejor etapa que vería “Voyager” en toda su larga trayectoria. No
es una mala temporada ni mucho menos, pero Star Trek debería haber sido capaz
de algo mejor.
(Continúa en la siguiente entrada)
Voyage es una serie que nunca he visto, ni creo que llegue a ver por una simple cuestión de prioridades (me pasa lo mismo con el universo Star Trek, más allá de las dos series vertebradoras), así que tus críticas las leo con interés por si salta la chispa. Y eso me lleva a la pregunta: ¿cuál es tu secreto? ¿Cómo logras sistematizar el análisis de protagonismo según personaje, continuidad de temas y de tramas, etc? Confiesa que tienes una tabla Excel, venga 😄
ResponderEliminarJajaja, odio las excel... No, es cuestión de tomarse con calma el visionado (nada de atracones, que son indigestos) e ir tomando notas por episodio. Luego, con todo eso, puedes ver patrones y evolución. Vamos, sistema de toda la vida....
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