“Possessor” fue la segunda película de Brandon Cronenberg. Inevitablemente y aunque sea injusto, su apellido lleva a todo aquel que escriba sobre esta cinta a mencionar su parentesco con un ilustre del cine de género, David Cronenberg, director canadiense de películas como “Scanners” (1981), “Videodrome” (1983), “La Mosca” (1986), “Inseparables” (1988), “Crash” (1996) o “Una Historia de Violencia” entre otras muchss. Brandon había colaborado con él anteriormente en “eXistenZ” (1999) como ayudante de efectos especiales y dirigió dos cortos antes de debutar en formato largo con “Antiviral” (2012), una película de CF ambientada en el un futuro en el que una industria se dedica a vender virus de enfermedades padecidas por famosos.
En
sus films de los años 70 y 80, David Cronenberg mostró una clara fascinación
por conceptos científicos o pseudocientíficos –los poderes psíquicos en
“Stereo” (1969) y “Scanners”; los parásitos en “Vinieron de dentro de…” (1975);
los psicoplasmas en “Cromosoma 3” (1979); el teletransporte en “La Mosca”- y
cómo la gente reacciona ante ellos, introduciendo de paso un aspecto de fetichismo
sexual. Películas posteriores como “Inseparables” o “Crash” (1996) prescindían ya
de la ciencia y se centraban en las reacciones psicológicas y el fetichismo
enfermizo por objetos o eventos como la cirugía o los accidentes
automovilísticos. Su imaginación a la hora de inventar y catalogar extraños
desórdenes médicos influyó sin duda en su hijo Brandon cuando escribió el guion
de “Antiviral”.
Que sea posible conectar las dos películas de CF de Brandon Cronenberg hasta la fecha con el trabajo realizado por su padre en el género, no hace sino alentar tales comparaciones. Como su progenitor, Brandon ha demostrado una especial predilección por la CF como campo en el que desarrollar sus ideas. Si quiere seguir los pasos de aquél, aún le queda dar el salto al terror o, al menos, hacer películas que lo mezclen con elementos de CF (algo que ya empieza a estar presente en “Possessor” y sobre lo que podría profundizar en su siguiente film, aún en postproducción, “Infinity Pool”).
En lo que sí sigue la estela de Cronenberg padre es en su planteamiento general: escoger una idea propia de la CF (virus de famosos, asesinos que transfieren su mente) y explorar cómo afectan a los personajes sus diferentes permutaciones. Es también el caso de “Possessor”, que se adentra en el subgénero ya bien establecido –entre otras cosas gracias a su padre- del “body horror” y que consiste básicamente en la interpretación del cuerpo humano como una mera máquina hecha de carne y a menudo en conflicto con la mente que lo dirige.
Tasya
Vos (Andrea Riseborough) trabaja como asesina profesional utilizando un
procedimiento que le permite proyectar su mente en el cuerpo de un individuo
seleccionado, controlarlo y usarlo para infiltrarse fácilmente en el círculo
íntimo del objetivo para luego eliminarlo físicamente. Al término de la misión,
debe hacer que ese cuerpo-marioneta se coloque una pistola en la boca y la
dispare para cercenar el nexo mental con su auténtico cuerpo, que se encuentra
en una sala de monitorización en las instalaciones de la organización para la
que trabaja.
Al
comenzar la película, cumple uno de tales encargos pero titubea a la hora de
dispararse y es la policía la que abate al cuerpo. A partir de ese momento y
mientras trata de reconectar con su esposo Michael y su hijo Ira –que nada
saben de su auténtico trabajo-, Tasya empieza a experimentar efectos
secundarios, como flashbacks y difuminación de su propia identidad. Ello la
lleva a plantearse tomar un descanso pero su jefa, Girder (Jennifer Jason Leigh),
la considera su mejor operativo y la presiona para asumir un nuevo encargo:
poseer el cuerpo de Colin Tate (Christopher Abbott), el novio de Ava Parse (Tuppence
Middleton) y así tener acceso al objetivo, John Parse (Sean Bean), padre de Ava
y directivo de una importante corporación. Pero desde el momento en que entra
en la mente de Colin, Tasya empieza a sufrir lapsos y una suerte de lucha
interna con la consciencia de aquél por el control de su cuerpo. Cumple la misión
pero cuando se ve incapaz de reintegrar su mente a su propio cuerpo, se ve
obligada a darse a la fuga con el de Colin.
En
los últimos años hemos podido ver algunos notables trabajos cinematográficos
relacionados con la idea del cambio de cuerpo. Es el caso de “Cada Día” (2018)
o “Lifechanger” (2018), dos películas en las que una entidad que puede saltar
de cuerpo a cuerpo trata de reconectar con la chica a la que ama. “Possessor”
adapta el concepto al de asesino a sueldo. La única cinta que se acerca algo a
esta idea sería “La Gran Huida” (1984), cuyos asesinos entraban en los sueños
de sus víctimas. Otras películas de acción como “Eternal” (2015) y “Criminal”
(2016) eran historias en las que se implantaban los recuerdos de una persona en
la mente de otra. Quizá lo más cercano a “Possessor” sea, por una parte, una
novela de Joe Haldeman, “Recuerdo Todos Mis Pecados” (1977), en la que un
asesino intergaláctico alterado quirúrgicamente para cada misión, se ve
atormentado por el recuerdo de aquellos que mató; y, por otra, la película
canadiense “Incontrol” (2017), en la que unos estudiantes universitarios roban
una máquina que les permite ocupar los cuerpos de sus compañeros más populares.
“Possessor” se apodera de la atención del
espectador desde la primera escena, en la que seguimos a la joven camarera
Holly Bergman (Gabrielle Graham) caminando serenamente por entre los invitados
de una gala, acercándose a uno de ellos y apuñalándolo salvajemente hasta
matarlo. Luego, saca una pistola y se la mete en la boca para suicidarse pero
titubea y es finalmente abatida por una salva de balas de la policía que llega
al lugar de los hechos. Inmediatamente, la escena cambia a Tasya Vos desconectándose
de la máquina para transferir mentes y someterse a un test psicológico dirigido
por su jefa Girder, en el que se le pide que discrimine entre una serie de
objetos cuáles recuerda como parte de su pasado y cuáles no. A continuación, se
marcha a su casa con su marido y su hijo para engarzar con una vida doméstica
banal que, sin embargo, se ve perturbada por fogonazos mentales que la
transportan al reciente asesinato que ha cometido.
La
idea de una protagonista luchando contra la pérdida de su identidad tras un
cambio de cuerpo es una premisa fascinante que Cronenberg sabe utilizar sobre
todo a partir del momento en que el asesinato de John Parse no sale como
debiera y Tasya se ve obligada a huir en un cuerpo que no es el suyo y cuya
mente está luchando por recuperar su lugar. La dirección de Brandon quizá no
tenga demasiado brío –otro director más experimentado probablemente habría
llevado esta historia al campo del thriller de acción- pero ello viene
compensado por la inserción de algunos giros interesantes en el último tercio y
una conclusión muy pero que muy sombría.
Por
otra parte, Cronenberg no inserta pasajes expositivos, lo que agiliza la
narración. Todo lo que hay que saber se transmite a través de la propia trama y
la interacción entre los personajes. No se explican los detalles técnicos o el
funcionamiento de la maquina de transferencia de mentes, como tampoco la
operativa y dimensiones de la empresa que la utiliza o las condiciones en las
que trabajan sus empleados. Esto es muy eficaz en términos de tono y atmósfera.
Reservarse la mayor parte de la información contribuye a que “Possessor” sea mucho
más siniestra e inquietante. Después de todo, el grueso del terror siempre mora
entre las sombras.
Quizá
el inconveniente con esa ambigüedad sea que entorpece a la película cuando
quiere servir de metáfora o alegoría del mundo moderno. Y es que, aunque “Possessor”
es obviamente una historia de CF, su narrativa la acerca mucho a los terrores
sociales que tan a menudo asoman en las cintas modernas del cine independiente
norteamericano, como “She Dies Tomorrow” (2020). Siendo una aproximación
interesante, la película no consigue salir de esa ambigüedad que tan bien
funciona en el plano del terror. El problema no es que “Possessor” no tenga
nada que decir, es más bien que quiere decirlo todo al mismo tiempo. Aunque
esta confusión sirve de vez en cuando al tema de la historia, también resulta
frustrante.
La parte mollar de la trama comienza con la infiltración de Tasya en el círculo familiar del millonario John Parse ocupando el cuerpo de su futuro yerno, Colin. Previamente, Tasya ha tenido que estudiar la vida y manierismos de Colin y, una vez ocupa su cuerpo, ha de fundirse imperceptiblemente en su mundo engañando a todos los que le conocen. Al mismo tiempo, se sugiere que la mente de Tasya no ha eliminado por completo la de Colin y que ésta lucha por prevalecer.
Hay
muchas ideas interesantes en toda esta parte central, ideas que el guion,
además, deja deliberadamente abiertas a interpretación. Parece existir un amago
de comentario social en lo que se refiere a la privacidad y el voyeurismo en la
era digital. Antes de pasar a controlar su cuerpo, Tasya vigila y estudia a
Colin utilizando métodos de la vieja usanza, observándole incluso en sus
momentos más íntimos. El propio Colin ha sido contratado por su futuro suegro para
realizar un trabajo tedioso y perverso: hackear las webcams de ciudadanos corrientes,
anotando detalles relativos a la decoración de las habitaciones que se ven y
alimentar con esa información una base de datos con la que luego realizar un
estudio de mercado.
Como
en otros aspectos, “Possessor” se muestra ambiguo en relación a la naturaleza
del trabajo de Colin. ¿Está cometiendo la compañía un acto ilegal? ¿O su acceso
a los ordenadores personales se ajusta a alguna de esas cláusulas de uso que
nadie lee nunca? ¿Acaso la gente sabe que alguien puede estar observándola pero
les da igual? La película parece indicar esto último dado que varios de los
sujetos que Colin vigila parecen sabedores de la presencia de la cámara e
incluso se diría que actúan para ella. Pero en cualquier caso, hay una
ambigüedad nunca resuelta que permite una variedad de interpretaciones trazando
de paso un paralelismo entre la violación mental y corporal que comete Tasya
contra Colin y el trabajo de éste.
Hay
otras ideas con gran potencial pero sin desarrollar. La escena inicial, ya lo
he comentado, muestra a Taysa controlando el cuerpo de una camarera de raza
negra. Tras matar a su víctima y dudar en suicidarse, llega la policía, que al
ver una mujer negra empuñar cuchillo junto a un cadáver, no se lo piensa dos
veces y dispara. Es una imagen muy potente que suscita cuestiones como ¿Qué
siente una mujer blanca al presentarse en sociedad como negra? ¿Habrían sido
las fuerzas del orden tan ligeras de gatillo de haberse encontrado con una
blanca en la misma situación? ¿Fue el color de piel un factor que se tuvo en
cuenta cuando se planificó la operación? La escena también sugiere un incómodo
subtexto sobre la explotación de los cuerpos de otras personas. El guion, sin
embargo, se limita a poner todas estas ideas sobre la mesa sin encontrar tiempo
para explorarlas.
Por
suerte, “Possessor” comprende que su premisa de CF sirve como reflexión sobre
aspectos mucho más personales que los antedichos. En no poca medida, la
película funciona mejor como una historia íntima acerca de una crisis de
identidad. Hay momentos en que Tasya casi parece el estereotipo de actor de
método con problemas de ajuste en su vida real tras “salir” de la piel del
personaje que interpreta. Cuando vuelve a casa tras los problemas que le ha
causado la primera misión, la vemos plantada frente a la entrada ensayando
insegura sus clichés domésticos: “¡Hola cariño! ¿Qué hay para cenar? Estoy
hambrienta”.
Queda
también claro que Tasya podría estar perdiendo su propia identidad a causa de
su trabajo. Su supervisora, Girder, repasa con ella el asesinato del principio
y le pregunta por qué apuñaló a su víctima cuando se le había proporcionado una
pistola. Tasya responde: “Bueno, ¿quizá parecía más acorde con el personaje?”.
Girder observa irónicamente “¿El personaje de quién?”. Al estudiar a Colin,
Tasya trata de emular sus gestos, su forma de hablar, su tono... y al tomar el
control de su cuerpo, practica las expresiones faciales frente a un espejo,
como un actor.
La
película es perfectamente consciente de esos paralelismos. Girder describe el
trabajo de Tasya como “representación”, sugiriendo el tipo de identificación
inmersiva que se suele mencionar cuando se habla de Daniel Day Lewis o Robert
DeNiro. En el clímax, la metáfora se literaliza cuando Colin se imagina a sí
mismo llevando una evidente máscara de goma con las facciones de Tasya… o
quizás es ella la que se imagina a sí misma como Colin llevando una máscara….
Es fácil perderse en ese laberinto psicológico de identidades robadas,
asumidas, superpuestas, fusionadas o en colisión.
La
actriz Andrea Riseborough lleva sobre sus hombros la difícil labor de
transmitir los peligros y tormentos que le está suponiendo su trabajo, labor
aún más meritoria si tenemos en cuenta la mencionada ausencia de diálogos
expositivos. Riseborough es muy expresiva, especialmente a la hora de
transmitir no verbalmente rasgos de su personaje, una habilidad no demasiado
frecuentel en su profesión que le ha valido ser muy apreciada en el cine de
género porque su participación puede mejorar cualquier material que tenga
necesidad de un centro potente que equilibre otras debilidades.
De
todas formas, más que como sátira o comentario social, “Possessor” funciona
mejor como película de “body horror”. Después de todo, la idea de una mente con
problemas para controlar el cuerpo que ocupa, es algo que, sorprendentemente,
puede resultarnos cercano llegada una edad. Girder confiesa que ella ya es
demasiado vieja para el trabajo que ahora realiza: “Me estoy haciendo vieja. Apenas me reconozco ya”. Con el tiempo,
todos acabamos sintiendo que nuestro cuerpo hace cosas que no controlamos ni
deseamos.
Este
enfoque tiene todo el sentido dado que “Possessor” es un “body horror” de
manual. La historia se apoya en la idea de que los cuerpos son algo
inherentemente extraño y desagradable. La película articula este miedo de forma
clara y eficaz, tanto en planos aparentemente insignificantes -como aquél en el
que Tasya sostiene un teléfono y flexiona y extiende la mano como si estuviese
tratando de aclimatarse a un nuevo cuerpo- como en otros bastante menos sutiles
y más sangrientos en los que se nos recuerda lo blando y vulnerable que es ese
cuerpo humano que habitualmente damos por absoluto y permanente.
Después
de todo, la película se estrenó en cines como “Possessor Uncut” y con una
cartela en los créditos que aseguraba al público “El siguiente film no se ha modificado respecto a su versión original”.
La cinta no titubea a la hora de mostrar escenas tan desagradables y perversas
como las que supuraban de la mente de Cronenberg padre cuarenta años atrás. El
trabajo de maquillaje y efectos especiales convencionales junto a la
fotografía, el sonido y la edición, consiguen poner en pantalla momentos
verdaderamente desasosegantes incluso aunque no se trate de algo en principio
violento, como aquél en el que Tasya, en el cuerpo de Colin, mantiene
relaciones sexuales con Ava.
Visualmente cabe destacar también que, como había sido el caso de su padre en sus primeras películas, Brandon Cronenberg demuestra tener un buen ojo a la hora de elegir la arquitectura y la decoración de interiores que acompañará a cada escena, sugiriendo un futuro frío y ambiguamente distópico.
“Possesor” es una mezcla de thriller psicológico y ciencia ficción que ofrece un estudio subjetivo, incluso íntimo, de una crisis de identidad. El trabajo del reparto y el equipo técnico eleva por encima de lo esperable el interés de la premisa y aporta una entrada más que digna y muy visceral al por otra parte trillado subgénero de asesinos futuristas.
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