miércoles, 13 de abril de 2022

2004 –LA ESTRELLA DE PANDORA – Peter Hamilton


Desde que publicara su primera novela, “Mindstar Rising”, en 1993, el británico Peter F.Hamilton, especializado en space operas de gran ambición y escala, parece incapaz de trabajar en un formato menor que el de la trilogía –o, como alternativa, volúmenes de más de setecientas páginas. Tras la Trilogía de Greg Mandel (1993-95) y la del Amanecer de la Noche (1996-1999), llega un dúo de novelas, “La Estrella de Pandora” y “Judas Desencadenado” (2005), cuya extensión conjunta de unas 1700 páginas puede disuadir a lectores poco comprometidos.

 

Con semejante extensión, hay demasiado margen para que muchas cosas salgan mal: personajes de interés y desarrollo desiguales, tramas que o bien se enredan más de lo necesario o bien no llevan a ninguna parte, descripciones espesas que no tenían por qué serlo, dispersión argumental, recurso a los clichés y los territorios más familiares… “La Estrella de Pandora” comete todos esos pecados, pero, sin embargo y aunque carece de la osadía conceptual que hizo del Amanecer de la Noche algo sobresaliente, sigue siendo una obra que impele al amante del subgénero a seguir avanzando, picado por la curiosidad y sorprendido por la dimensión épica de lo que Hamilton despliega en sus páginas.

 

En realidad, lo que hace aquí Hamilton no es nuevo. De hecho, se ha venido practicando en la literatura desde hace doscientos años. Las grandes sagas que narraban toda la vida de un personaje o incluso de familias enteras eran algo habitual en tiempos de Charles Dickens. La versión integral de “El Conde de Montecristo” (1844), de Alejandro Dumas padre, consta de seis volúmenes que totalizan cerca de 2.000 páginas. Y en la actualidad, buena parte de los escritores de Fantasía con mayor éxito lanzan sagas de varios volúmenes de considerable grosor.

 

Sin embargo, muchos de ellos deberían fijarse en Hamilton y tomar buena nota de cómo impide que la complejidad se imponga a la claridad. No importa cuántas subtramas tenga abiertas –y son unas cuantas-, no deja que se entremezclen confundiendo al lector; crea personajes perfectamente diferenciados unos de otros a los que no cuesta seguir la pista a pesar de la longitud de la novela; combina temas tanto de la CF (Primer Contacto, Invasión Alienígena, Aventuras Planetarias, Space Opera, Cambios de Paradigmas Científicos) como de otros géneros, como el policiaco, el drama bélico, el melodrama costumbrista o el thriller político, añadiendo además y sin cargar las tintas demasiado con ellos, comentarios sociales propios de nuestro tiempo (las desigualdades sociales; el inconmovible, enorme y eterno poder de las élites; la corrupción de los medios de comunicación..). Y aunque es ciertamente imposible escribir un libro de 900 páginas sin ningún tramo irregular o aburrido, Hamilton se las arregla para mantener el conjunto en movimiento alternando escenarios y personajes y recordando periódicamente lo que está en juego, los enigmas por resolver y las amenazas que acechan. ¿Parece fácil? No lo es, ni mucho menos, y puede decirse que, pese a algunos tropiezos, sale airoso. Quizá no sea la mejor de sus novelas, pero es una space opera superior a la mayoría.

 

La acción arranca en 2380, trescientos años después de lo narrado en una novela anterior de Hamilton, “Juventud Desaprovechada” (2002), incluida en el mismo universo. Un par de jóvenes genios tecnológicos inventaron la tecnología de agujeros de gusano que ha permitido a la especie humana expandirse por la galaxia. Más de seiscientos mundos dispersos por una esfera de cuatrocientos años luz de diámetro, han ido colonizándose en diferentes fases y todos se han coaligado en una institución llamada la Federación. Ésta, colaborando con la empresa privada que fundaron los inventores de la tecnología de agujeros de gusano, TEC (Transporte Espacial por Compresión), se encarga de abrir portales que permiten explorar posibles mundos aptos para la vida humana y trazar los planes de colonización. La TEC es la responsable de administrar el funcionamiento de los portales, que a todos los efectos funcionan como enormes estaciones ferroviarias (son trenes los que cruzan aquéllos, transportando pasajeros y mercancías).

 

A esto se añade que muchos de esos hombres y mujeres que pueblan los viejos y nuevos mundos, recuerdan de primera mano los tiempos de las primeras exploraciones espaciales en cohetes de propulsión química. Esto es así porque a mediados del siglo XXI se descubrió una tecnología de rejuvenecimiento que, combinado con la descarga de conciencia en sistemas informáticos y el posterior volcado de la misma en un clon más joven del mismo individuo, ha puesto la inmortalidad al alcance de la Humanidad. Las distintas generaciones se mezclan e interactúan en una confusión de edades y las familias ya poderosas perpetúan sus privilegios en dinastías eternas que compiten por al liderazgo económico o político.

 

Un día, Dudley Bose, un astrónomo perteneciente a la Universidad de un planeta de poca importancia, detecta más allá de los límites de la expansión humana, a más de mil años luz de distancia, una anomalía sin precedentes en una estrella binaria, el Par Dyson. Los dos astros han desaparecido de la vista, literalmente, en un parpadeo y no hay rastros de que ello obedezca a una doble supernova o al colapso en un agujero negro. Algo o alguien parece haberlas “apagado”. La única hipótesis razonable es que han sido rodeadas por algún tipo de campo de fuerza generado por una tecnología inimaginable para los humanos. ¿Quién o qué posee semejante conocimiento y poder? Y, más importante aún, ¿qué intentaba conseguir? ¿Hay quizá una amenaza encerrada dentro de ese campo de fuerza? ¿O fueron quienes están dentro los que lo levantaron para protegerse de un peligro exterior? ¿Debe tener miedo la especie humana? El título del libro ya nos puede dar una pista.

 

Dado que aún no se han abierto agujeros de gusano cerca del Par Dyson, no queda otra opción sino preparar una nave convencional, la Segunda Oportunidad, con su propio generador de portales a bordo, con la misión de acercarse a ese campo de fuerza e investigar de qué está hecho, si sus creadores han dejado alguna pista tras de sí y si puede constituir una amenaza. La nave está comandada por Wilson Kime, un antiguo astronauta de la NASA cuyos días de gloria parecen ya muy lejanos tras cinco rejuvenecimientos y siglos de trabajo como ejecutivo empresarial. 

 

Mientras tanto, la Federación tiene sus propios problemas internos, sobre todo una organización terrorista llamada Los Guardianes del Ser, liderada por Bradley Johnson, un carismático teórico de la conspiración que está convencido de que la Federación se halla controlada en las sombras por una presencia alienígena, el Aviador Estelar, que salió de una nave accidentada en el planeta Tierra Lejana, aún en las primeras fases del proceso de colonización. Convencidos de que el Segunda Oportunidad es una herramienta de esa entidad y que va a desencadenar un desastre, atentan contra el proyecto mientras aún está en construcción. La investigadora Paula Myo, diseñada genéticamente con capacidades idóneas para la labor policial, lleva más de cien años persiguiendo a Johnson, lo que le ha llevado a pensar que hay alguien en las altas esferas que puede estar colaborando con los terroristas.  

 

Hamilton adereza abundantemente esa premisa central no sólo con un amplísimo reparto de personajes -algunos más desarrollados que otros- sino con evocadores entornos e imaginería. Las hebras del inmenso tapiz de subtramas y personajes, inconexas al principio, van entrelazándose conforme el libro avanza y unas y otros evolucionan y ocupan su a veces muy sorprendente lugar en la narración.

 

Como suele hacer en sus novelas, Hamilton toma desvíos de las tramas principales con el único objetivo de añadir algo de color, aumentar la complejidad de su universo y explayarse con alguna escena o paraje espectacular, como ese momento en el que Justine practica un deporte de riesgo extremo en el planeta Tierra Lejana. Pasajes como estos sólo tienen un objetivo: añadir profundidad, atmósfera y vida al futuro que nos propone Hamilton, darnos acceso a un pequeño aspecto del entorno de algunos de sus habitantes para que así podamos calibrar mejor lo que está en juego cuando la gran amenaza se manifieste.

 

Es cierto también que estos momentos destinados a suscitar el sentido de lo maravilloso y en los que el avance de las tramas se detiene, son algo irregulares, por no hablar de que añaden bastante contenido superfluo –desde el punto de vista estrictamente narrativo- a lo que ya es de por sí un libro muy extenso. Hay lugares fascinantes, sí, pero otros son decepcionantemente parecidos a localizaciones de la Tierra, como Nueva Zelanda, Venecia o California y para cuya descripción se emplean, además, un número excesivo de páginas. No es raro, por tanto, que haya lectores que consideren esos pasajes –o al menos algunos de ellos- aburridos o incluso innecesarios. En mi particular opinión, este es uno de esos casos en los que el libro se habría beneficiado de un considerable recorte en su extensión sin por ello perder sustancia en ninguna de las tramas.

 

Lo que no se puede negar es que Hamilton se toma muchas molestias en describir de forma realista los lugares que imagina. Por eso choca que algunos momentos resulten cómicamente anacrónicos hasta casi el punto de agrietar la verosimilitud del resto. Por ejemplo, en un futuro en el que los agujeros de gusano permiten que cualquiera salte de un sistema estelar a otro en un parpadeo, la gente sigue moviéndose por sus ciudades con coches ordinarios. Hay incluso una persecución policial a la vieja escuela siguiendo a un terrorista empleado por los Guardianes para que les consiga armamento. Es una escena extraña, al tiempo emocionante y absurda. Es probable que Hamilton fuera perfectamente consciente de estos ramalazos “retro” y divirtiéndose con ellos.

 

Otro terreno pantanoso e irregular del que no siempre sale bien parado es su tendencia a mezclar la CF dura con elementos o escenas que bordean la pura fantasía. Por ejemplo, no se molesta en explicar en ningún momento cómo se inventó la tecnología de agujeros de gusano –lo necesitaba para la historia y la inserta en la narración sin más-. Tampoco encontrarán aquí los amantes de la vertiente “dura” del género ninguna información acerca de cuándo y de qué manera se desarrollaron los procedimientos de descarga de conciencia en soportes informáticos o rejuvenecimiento corporal que tan importante papel juegan en la trama (el origen de este último, en concreto, se relataba en otra novela ya mencionada, “Juventud Desaprovechada”). Quizá Hamilton pensara que todos estos temas eran ya tan comunes en la CF como el “hiperespacio” o las naves más rápidas que la luz), que no necesitaba contar con pelos y señales cómo se había llegado a ello. Ya avanzada la historia, eso sí, nos ofrece una exhaustiva narración de la evolución de toda una especie alienígena desde su estadio más primitivo al de colonizadores espaciales.

 

Así, aunque “La Estrella de Pandora” no es muy distinta de otras épicas espaciales firmadas por Hamilton, aquí encontramos cierto desequilibrio en el interés de las subtramas y la entidad de los personajes. Hay pasajes memorables de tono muy distinto, como ese con el que abre la novela, en el que la primera misión tripulada que pisa suelo marciano se encuentra con el primer portal que abren sus jóvenes inventores y con el que dejan obsoleto ipso facto el vuelo espacial convencional; o ese otro, sobrecogedor, en el que asistimos, desde la perspectiva alienígena, a la tortura y sacrificio de dos científicos humanos capturados; o la irrupción del asesino ciborg en la galería de arte, dejando un reguero de muertos a su paso.

 

Pero también hay momentos aburridos y pobremente escritos como las 25 páginas de reunión de potentados y políticos en una mansión durante un fin de semana para repartirse el pastel económico de la nueva agencia espacial; o el proceso judicial de un importante hombre de negocios. Relacionado con esto y con la fantasía de la que hablaba antes, la trama menos conseguida y más superflua es la que tiene que ver con los Silfen, una especie alienígena pacífica que tiene una forma propia e inexplicable de viajar de un mundo a otro atravesando senderos ocultos en los bosques –siguiendo el postulado de Clarke, quizá utilizan una tecnología tan avanzada que a nuestros ojos parece magia-. Ozzie Fernandez Isaacs, el hombre más rico de la galaxia, coinventor de la tecnología de agujeros de gusano, copropietario del TEC y mezcla de hippie y hípster, decide seguir los caminos místicos de los Silfen para tratar de averiguar qué información tienen éstos de lo que está ocurriendo en el Par Dyson. Su peripecia se prolonga parsimoniosamente capítulo tras capítulo, pasando de un planeta meticulosamente descrito al siguiente sin que averigüe nada de sustancial interés. Da la impresión de que por algún motivo el personaje le cayó simpático a Hamilton y decidió utilizarlo para ejercitar su capacidad de inventiva, pero lo cierto es que nada de lo que pasa es particularmente emocionante e incluso los mundos que visita parecen pastiches de cosas ya vistas en muchas otras obras.

 

Ya lo mencionaba antes, con un reparto tan extenso, es imposible acertar en la diana con todos y cada uno de los personajes. Algunos son meros clichés. Mark, el tipo corriente que vive aburridamente en un planeta edénico, por ejemplo, carece de carisma e interés. Mellanie, la núbil jovencita maltratada por su maduro y acaudalado protector, es otro estereotipo; como también Alessandra Baron, la típica periodista ambiciosa y abusona dispuesta a pasar por encima de quien sea para mantener su popularidad y prestigio. De hecho, no es fácil encontrar en esta novela auténticas mujeres porque la mayoría encajan mejor en el molde de hermosas féminas extraídas de una fantasía masculina.

 

El detallado y algo frío estilo de Hamilton hace que la novela tenga un arranque muy lento, pero cuando la tragedia se desencadena, la narración toma un impulso imparable en todos los frentes, haciendo que el lector pase ansioso página tras página para averiguar qué destino tendrán los distintos personajes. También es de destacar la enorme cantidad de ideas sugerentes que aparecen salpicadas por todas las subtramas y que ayudan a dar forma verosímil al futuro que nos propone el autor: tatuajes CO que conectan a su portador con la Uniesfera (la versión futurista de nuestra Internet), bolsas que calientan la comida, casas hechas de coral alienígena, inteligencias artificiales domésticas… Algunas son sólo adiciones pintorescas pero en el caso de otras, Hamilton sí explora su efecto en la sociedad. Por ejemplo, en un futuro en el que todo el mundo puede prolongar indefinidamente su vida a través del rejuvenecimiento y la clonación con implantes de memoria, ¿Qué papel jugaría el matrimonio? ¿Qué sería lo primero que haría la gente tras obtener de nuevo un cuerpo fuerte, vigoroso y hormonado de 21 años? ¿Vería con buenos ojos la sociedad una relación entre un “anciano” rejuvenecido cuatro veces –con una edad, por tanto, de alrededor de dos siglos y medio- con alguien que aún se halla en su primera vida? ¿Qué consideración se le da al asesinato cuando los individuos pueden volver a la vida al poco tiempo?

 

Por supuesto, el gusto y sensibilidad de cada lector tiene la última palabra, pero en mi opinión los tropiezos no llegan a ser suficientes ni suficientemente graves como para comprometer el interés y creatividad de una historia que sabe cómo captar –o volver a capturar tras un pasaje poco inspirado- la atención del lector. Cuando se deja reposar la novela una vez finalizada su lectura es cuando uno puede darse cuenta de lo que ha conseguido Hamilton.

 

Sí, lo que se encuentra tras el enigmático campo de fuerza en el Par Dyson es predecible y el sustrato temático no se aleja mucho del ya visto en la trilogía del Amanecer de la Noche: presentar con detalle un futuro complejo y caleidoscópico y luego introducir una amenaza para destruirlo. A pesar del abultado grosor de su novela y su evocador y atractivo diseño del futuro, lo que hace Hamilton básicamente es ofrecer el mismo guiso en un plato diferente. Para cuando apareció “La Estrella de Pandora”, los alienígenas agresivos y las batallas espaciales ya llevaban siendo un ingrediente básico de la CF desde hacía ochenta años. Pero en las manos de un escritor como él, que no sólo ama y conoce el género sino que sabe cómo crear suspense, emoción y maravilla, los viejos clichés encuentran nueva vida y forma para seducir a las modernas generaciones de lectores. Un sobresaliente ejemplo, en definitiva, de moderna space opera.

 

La historia finaliza en un segundo volumen, “Judas Desencadenado”, que comentaré en un futuro artículo.

 

 

3 comentarios:

  1. Gran y desigual novela, a veces fascinante, a veces pesada. Me encantó/encantaron el/los alienígena/s "primo". De hecho, tenía unas ganas locas de saber lo que ocurría en la continuación, pero me daba pereza leerme otro tochazo y obligué a un amigo a que me lo contara...

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    1. Te entiendo perfectamente. El comentario sobre la continuación lo subiré próximamente. Pero tienes razón, esto es solo para muy cafeteros de la space opera

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  2. Leo tus críticas y dan ganas de volver a sumergirse ennesos universos extraordinarios y épicas desatadas, pero luego leo la extensión de los libros y, teniendo en cuenta la falta de tiempo libre, decido no hipotecar también esa parte de mi vida. Qué nostalgia de juventud, cuando incluso terminaba libros infumables por el pundonor de no dejar uno a medias. Luego se me quitaron las manías. En este caso creo que me quedaré con las ganas, guardaré la referencia para la jubilación y seguiré con los clásicos entre otras razones porque no suelen superar las 300 páginas. ¡Pero no por falta de ganas!

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