Tomorrowland es una de las zonas temáticas de los parques de Disney. Aunque cuentan con ellas los de Walt Disney World en Orlando (Florida), Paris y los japoneses, el Tomorrowland que primero acude a la mente de todos es el original, localizado en el Disneyland californiano original que abrió sus puertas en 1955. Y es que Walt Disney fue una persona con un gran interés, pasión incluso, por el futurismo. Ahí están, como muestra, sus especiales televisivos de “El Hombre en el Espacio” durante los años 50.
Tomorrowland se concibió esencialmente como un escaparate corporativo
en el que se exhibir innovaciones técnicas, pero luego se expandió y tómo la
forma de un parque temático con atracciones centradas en el futuro. Sus
atracciones han ido cambiando a lo largo de las décadas y entre ellas han
existido vuelos simulados a la Luna y Marte, viajes submarinos, reducción de
tamaño a dimensiones subatómicas, un sistema de monorraíl, contactos con
criaturas alienígenas, montañas rusas en la oscuridad o proyección de films con
efectos vanguardistas, como “Capitán Eo” (1986), de Coppola con Michael
Jackson.
Por otra parte, en los últimos tiempos Disney ha utilizado las atracciones más populares de sus parques para producir películas basadas en ellas. Ahí están, por ejemplo, “Osos a Todo Ritmo” (2002), “La Mansión Encantada” (2003), toda la saga de “Piratas del Caribe” (2003-2017) y, últimamente “Jungle Cruise” (2021). Y ahí es donde encaja “Tomorrowland”, dirigida por Brad Bird.
Bird comenzó su carrera en el campo de la animación, llamando por primera vez la atención gracias al guion y dirección del hilarante episodio “Family Dog”, el mejor de la antología “Cuentos Asombrosos” producido por Spielberg entre 1985 y 1987. Tras escribir el guion de “Nuestros Maravillosos Aliados” (1987), Bird trabajó en series de animación como “Los Simpson” (1989- ), “El Crítico” (1994-5) y “El Rey de la Colina” (1997-2010). En 1999 debutó como director con la excelente “El Gigante de Hierro” que, aunque bien recibida por la crítica, no cosechó demasiado éxito en taquilla. Con todo, fue la carta de presentación que le garantizó el acceso a Pixar, donde dirigió “Los Increíbles” (2004) y “Ratatouille” (2007), ambos grandes éxitos para el estudio que, a su vez, le abrieron las puertas del cine de acción real con “Misión Imposible: Protocolo Fantasma” (2011), la mejor de las entregas de la franquicia protagonizada por Tom Cruise. A continuación vendría “Tomorrowland”.
En 1964, un jovencito, Frank Walker (Thomas Robinson) acude
a la Feria Mundial de Nueva York para presentar su invento a concurso, una
mochila cohete, siendo rechazado sin siquiera haber podido demostrar su
funcionamiento. Pero su pasión y confianza llaman la atención de una niña,
Athena (Raffey Cassidy), que le entrega un pin de la atracción Tomorrowland y
le sugiere que siga al grupo al que ella acompaña. Y así, Frank se encuentra
trasladado a Tomorrowland, una asombrosa ciudad del futuro repleta de
maravillosa tecnología y arquitectura que parece la materialización de sus
propias fantasías.
En el presente, la adolescente Casey Newton (Britt
Robertson) es arrestada cuando una noche trata de sabotear al equipo que está
desmantelando la base de lanzamiento de cohetes de la NASA. Cuando su padre, un
antiguo astronauta, paga la fianza y a Casey le entregan sus pertenencias antes
de abandonar la comisaría, encuentra entre ellas un pin de Tomorrowland. Al
tocarlo, se encuentra transportada a otro mundo o quizá otra época, pero el
fenómeno deja de producirse bruscamente. Intentando encontrar la forma de
reiniciarlo y averiguar su origen, no tarda en verse perseguida por unos
androides de aspecto humano de los que le rescata Athena, que resulta ser
también un ser robótico. Ésta le revela que, como reclutadora de Tomorrowland,
su misión es entregar discretamente un pin a aquellas personas en las que
percibe una imaginación extraordinaria que podría servir para construir un
futuro mejor.
Athena deja a Casey en la granja de un ya adulto Frank
(George Clooney), que vive una amargada existencia de ermitaño desde que le
expulsaron de Tomorrowland. Cuando los androides se presentan allí en busca de
Casey, Frank se da cuenta de que la niña podría ser la llave para evitar la
catástrofe global que sus ordenadores daban por segura a causa de las
irresponsables acciones de los humanos. A punto de ser atrapados, Frank se
lleva consigo a Casey en un viaje de regreso al ahora difunto proyecto
Tomorrowland.
Lo que queda claro desde el comienzo de la película, es que
“Tomorrowland” se posiciona como defensora del utopismo de la CF de mediados de
los años 60 del pasado siglo, aquella optimista fantasía que en programas como
“Star Trek” (1966-68) o “Los Supersónicos” (1962) prometía un futuro en el que
todos nuestros problemas habrían quedado solucionados. Así, tenemos la escena
inicial en la Feria Mundial de Nueva York de 1964, cuyo lema fue la "paz
mediante el entendimiento", aunque su énfasis se pusiera sobre todo en los
logros tecnológicos estadounidenses; se describe explícitamente la exploración
espacial como la “nueva frontera”, citando el famoso discurso de Kennedy. Más
allá de sus diversos artefactos e invenciones, en “Tomorrowland” podemos
encontrar tributos como ese personaje bautizado Hugo Gernsback –en honor al
famoso editor pulp que lanzó la CF como género popular- o un recorrido por un
diorama de estilo steampunk con animatrones que representan a visionarios como
Julio Verne, Thomas Edison, Nikola Tesla o Gustave Eiffel. “Tomorrowland” es
una película fascinada por la idea de la ciencia y la tecnología como faro del
progreso humano en todos los órdenes.
A priori, la elección de Brad Bird como director parecía
idónea. El director y guionista había demostrado tener un gran amor por el
retrofuturismo y la vieja ciencia ficción de los años 30 a 50. En los fondos de
“El Gigante de Hierro” podían verse posters y homenajes a aquellas ficciones
mientras que el diseño de producción de “Los Increíbles” bebía del estilo
Googie (una corriente del futurismo de los 60) y “Misión Imposible: Protocolo
Fantasma” incluía abundantes gadgets de alta tecnología en la mejor tradición
de James Bond.
Por todo ello tanto como por la sólida trayectoria de Bird
desde hacía años, muchos aficionados se permitieron albergar grandes
expectativas hacia “Tomorrowland”… sólo para verse decepcionados cuando finalmente
llegó a las pantallas. El tráiler presentaba una premisa prometedora: el pin
“mágico” que transportaba a Casey al mundo futurista del título; escenas de
ella y Frank preparando un arsenal de pistolas de rayos y chismes
supertecnológicos… Tras todo ello, además, estaba la propia idea de la atracción
de Disneyland, que sugería un mañana de maravillas científicas en el que todo
parecía posible. Y la gran desilusión de “Tomorrowland” es precisamente esa. De
la misma forma que la visión de la utópica ciudad que recibe Casey al tocar el
pin resulta ser un anuncio publicitario y la auténtica Tomorrowland que
descubre es un lugar abandonado y en decadencia, el tráiler promete una
aventura plena de optimismo y maravilla para luego ofrecer un film melancólico
cuando no deprimente.
De todas las ideas y conceptos que uno podría haber
imaginado presentes en la película –pistolas de rayos, naves, robots,
metrópolis en las que uno ansiaría vivir-, lo que menos esperaríamos encontra
es una historia tan taciturna. A la menor oportunidad, Casey es bombardeada por
profesores hablando o mostrando imágenes de catástrofes medioambientales,
posibles conflictos nucleares y noticias sobre zonas de guerra. Una parte
relevante de la trama al principio trata sobre su lucha por detener el
desmantelamiento de una antigua base de lanzamiento de cohetes de la NASA, como
si el programa espacial norteamericano fuera ya algo obsoleto. Aunque la
película se pone del lado de la protagonista, el gran tapiz que hay detrás –que
las promesas y posibilidades de la Era Espacial y que el Tomorrowland de Disney
representaba son ya un sueño muerto y olvidado- es tremendamente pesimista.
Cuando nos reencontrarmos con Frank adulto tras haberlo conocido al principio
como niño ilusionado, lo que vemos es un individuo quemado, lunático y
paranoico que ha renunciado a cualquier esperanza por el futuro. La llegada de
Casey a un desolador y vacío Tomorrowland es acompañada por frases como “Este
lugar no tiene nada que ver con la esperanza. Es lo opuesto a la esperanza”.
En justicia, hay que decir que el último tercio de la
película trata de cómo los protagonistas luchan denonadadamente por invertir
esa corriente de pesimismo y abrazar de nuevo la esperanza. Sin embargo, no
puede uno sino preguntarse qué éxito habría tenido la atracción de Disney si,
en vez de exhibiciones sobre el espacio y las maravillas del progreso, hubiera
mostrado primero toda la deprimente capa de porquería de nuestro presente y
luego tratado de convencernos de que, después de todo, el futuro puede ser un
lugar fantástico.
Lo que muchos esperaban ver en “Tomorrowland” era algo en
la línea de “Sky Captain y el Mundo del Mañana” (2004), que encarnó mucho mejor
ese retrofuturismo maravilloso que prometían las aventuras pulp de los años 30
y la Era Espacial. En cambio, la película de Bird es un vacío ejercicio de
autoanálisis sobre la angustia existencial que genera el actual estado de
pesimismo respecto al futuro. Pero a la hora de la verdad nunca se llega a
abordar la por otra parte interesante cuestión de por qué hoy somos menos
optimistas que en los años 60 del pasado siglo en lo tocante a nuestro porvenir.
Es más, el guion se hace un flaco favor a sí mismo cuando empieza a
responsabilizar de esa negatividad a los videojuegos o las películas postapocalípticas…
y, por ende, a quienes los consumen. Quizá todos aquellos que disfrutamos de
“Mad Max: Fury Road” (2015), estrenada una semana antes, hayamos puesto sin
saberlo nuestro granito de arena al fin de la civilización.
Es interesante subrayar, por cierto, las conexiones
temáticas entre “Tomorrowland” y “Los Increíbles”. En esencia, ambas son historias
sobre gente brillante y creativa que necesita liberarse de las cadenas y
expectativas impuestas por los mediocres que les rodean. La dimensión en la que
existe Tomorrowland sería ese lugar donde las mentes privilegiadas con las que
soñaba Ayn Rand podrían trabajar libres de interferencias políticas. Sin duda,
es un sitio al que Mr.Increíble y su familia podrían haber emigrado. El
problema es la ingenuidad con la que se plantea tal concepto. Cuando la
historia presenta primero a la reclutadora Athena y luego el mundo secreto en
el que todo el mundo con ideas es libre para inventar, es fácil pensar en el
filósofo y científico John Galt, el personaje creado por Ayn Rand para “La
Rebelión de Atlas” (1957), que reunía en su escondite de “La Quebrada” a las
mejores mentes de su época. Pero claro, tanto este lugar como Tomorrowland, a
poco que se le dedique un pensamiento, se revelan como utopías imposibles que
existen al margen de las fuerzas que gobiernan el mundo real (por ejemplo, ¿quién
lleva a cabo los trabajos menos deseables, como limpiar los baños o recoger la
basura?).
Esa ingenuidad se manifiesta también en otros aspectos. El
film parece creer firmemente que las ideas y la innovación son deseables y
puras. Pero aún estando a favor de permitir que la creatividad fluya libre de restricciones,
no deben cerrarse los ojos al hecho de que todas las grandes innovaciones
tecnológicas desde hace un par de décadas (desde Google a los Smartphone
pasando por las redes sociales), han sido patentadas y protegidas por algún
gigante corporativo en cuanto salen del laboratorio, pasando a convertirse en
el centro de grandes batallas empresariales por el dominio del mercado. La
visión más probable y realista de Tomorrowland sería aquella en la que, en
cuanto alguien subiera a un tren antigravitatorio, se vería bombardeado por
publicidad; los usuarios de las piscinas antigravitatorias tendrían que abonar
una entrada; y el disfrute de la visión de la espectacular arquitectura
futurista se vería continuamente entorpecida por anuncios y logos corporativos.
En otras palabras, la visión que del futuro nos ofrece Brad Bird existe sólo en
una burbuja de sueños infantiles donde no tienen cabida las realidades del
capitalismo.
Puede que todos estos problemas se deban a que el guion es fruto de la colaboración de Bird con el polémico Damon Lindelof. Éste fue uno de los creadores, productores y guionistas de la serie de televisión “Perdidos” (2004-10), que, tras mantener a sus fans enganchados durante años, la remató de forma vergonzosa en una decisión universalmente denostada y que demostraba que ningún responsable del programa había tenido jamás ni idea de en qué consistía el gran misterio tras todos los enigmas planteados. Lindelof firmó luego otros guiones que, como poco, han dividido al público, como los de “Cowboys & Aliens” (2011), “Prometheus” (2012), “Star Trek: En La Oscuridad” (2013) o “Guerra Mundial Z” (2013).
Y el caso es que hay algo en el núcleo de “Tomorrowland”,
su mensaje último, que me parece digno de rescate. La película, ya lo he dicho,
es un canto a la nostalgia (parafraseando a George W.Bush, “El Futuro fue mejor
Ayer”) que puede interpretarse también como una súplica desesperada a las
nuevas generaciones para que abandonen su cinismo y desengaño respecto al
futuro (incluida la tendencia de la CF moderna hacia las distopías, catástrofes
y apocalipsis) y abracen la ilusión y empuje optimista que sintieron sus
antepasados. El problema, ya lo vengo diciendo, es que Bird y Lindelof no saben
articularlo y resolverlo bien. Tienen el corazón en el sitio adecuado, pero se
pierden cuando tratan de construir algo coherente a su alrededor.
Como era de esperar en una película de Brad Bird, el ritmo es enérgico y la acción se mantiene en continuo movimiento, dosificando los momentos de suspense, peleas, persecuciones y puro sentido de lo maravilloso para que el espectador no tenga tiempo de detectar los evidentes problemas del guion.
Por ejemplo, no acaba de quedar claro qué es exactamente
Tomorrowland. Casey la conoce como una especie de glorioso holograma dado que,
evidentemente, su cuerpo permanece en el mundo real aunque ella sienta estar
moviéndose a través de esa ilusión. Más tarde, Frank desprecia esa experiencia
como un mero “anuncio publicitario”. Así que la cuestión es, ¿qué es la
Tomorrowland que el joven Frank conoció en 1964? ¿o a la que regresa en cohete
en la última parte de la película, ya en franca decadencia? Se dice que se
localiza en otra dimensión, pero, para frustración de los espectadores más
adultos, el guion no explica en absoluto cómo se llega allí, quiénes son sus
habitantes y por qué envían androides a la Tierra con el fin de influenciar
negativamente en el curso de los acontecimientos. Por no hablar de cómo es
posible que se hubiera camuflado un cohete en la estructura de una atracción
turística de primer orden como la Torre Eiffel sin que nadie en más de cien
años se hubiera dado cuenta.
Resulta original e interesante que una película aborde y
critique tan obviamente el estado de la CF moderna. Por desgracia, vende su
tema central (la necesidad de sobreponerse al pesimismo respecto al futuro y
potenciar a los visionarios) de forma tan poco sutil e insistente que para
cuando llega el climax resultan innecesarios por redundantes algunos de los
diálogos de los personajes. Clímax que, por cierto, tampoco termina de
funcionar por otros motivos. Es difícil explicarlo sin caer en spoilers, pero
digamos que las razones son estructurales y temáticas. En cuanto a la
estructura, hay un claro cambio de foco de un personaje a otro. Parece que el
guion se olvida temporalmente de quien había sido la protagonista de la
historia hasta ese momento. En cuanto al tema, la poderosa imagen de ese
desenlace parece olvidar que Tomorrowland se había postulado inicialmente como
una historia de CF optimista y utópica.
Hay otros aspectos menores que tampoco funcionan tan bien
como debieran. El arco emocional de Frank Walker está íntimamente relacionado
con el ginoide infantil Athena. Frank la conoció de niño y, siendo humano,
creció con el correr de los años. Pero Athena es una criatura artificial y siempre
mantuvo su aspecto de niña pequeña. Es una situación que funciona como trágica
metáfora de aquello que la gente deja atrás cuando madura. Por eso y
desviándonos a la Fantasía, el país de Nunca Jamás de “Peter Pan”, donde los
niños nunca crecen, sigue siendo una idea tan poderosa y vigente.
El problema es que esta subtrama exige que un Frank que ya
supera los 50 años, se comporte como un amante despechado con una niña –aunque
sea mecánica- de doce. En un momento determinado, mientras habla con Casey,
Frank está a punto de admitir que estaba enamorado de Athena. Es una idea un
poco retorcida, incómoda incluso, que no alcanza el eco trágico al que
claramente aspira el guión.
Y, de nuevo, este contraste entre lo joven y lo viejo es lo
que constituye el dilema central de “Tomorrowland”. Es una película que insta a
rechazar el apocalipsis y trabajar para construir un futuro mejor en lugar de
resignarse a soportar la peor de las pesadilas. Pero, al mismo tiempo, resulta
raro y hasta forzado, que la mayor parte de la historia se invierta en mirar
hacia atrás. Es a la desengañada visión de Frank a la que se le da prioridad en
el argumento. En la escena de apertura, como voz en off, Casey le dice “Dijiste
que el futuro no solía ser así”; y él contesta: “Cuando yo era joven, el futuro
era diferente”.
Y es que, en el fondo, “Tomorrowland” no es la historia de
Casey descubriendo un futuro nuevo y brillante lleno de posibilidades
maravillosas, sino la de Casey desempolvando la vieja y ya imposible fantasía
de la generación de Frank. Para ser una película que pone tanto énfasis en
apoyar la creatividad y la aportación de nuevas ideas, se obceca en evocar un
futuro muy concreto y, como un abuelo cascarrabias, protestar por el estado
actual del mundo al tiempo que añorar los siempre mejores días del pasado.
Casey nunca tiene la oportunidad de poner sus propias bases y edificar a partir
de ahí. En último término, debe limitarse a desarrollar planes herededados de
un tiempo pasado.
Claramente, “Tomorrowland” está pensada como una aventura de gusto infantil-juvenil. Los personajes adultos están en general relegados a robots malvados o padres ausentes. La madre de Casey, Jenny Newton (Judy Greer), tiene dos líneas de diálogo; su padre cuenta con un papel algo más relevante, pero el guion se las arregla para apartarlo de la historia durante la mayor parte de la misma. Igualmente, el padre del joven inventor Frank aparece sólo en una escena que explica por qué lo abandonó.
George Clooney y Hugh Laurie son los principales actores
adultos del reparto y el guion claramente trata de minimizar su peso. Clooney
interpreta a un Frank Walker maduro que actúa como reacio mentor de Casey,
apenas manteniendo viva una chispa de su optimismo infantil. Hugh Laurie
encarna a David Nix, el gran jefazo de Tomorrowland, y está ausente durante
toda la parte central de la película aun cuando el guion, de haberlo querido,
no habría tenido demasiadas dificultades en ampliar su participación. La que
encabeza la trama es Casey Newton (excepto en esa escena del clímax que
mencionaba antes), acompañada y aconsejada por el robot Athena –que,
recordemos, tiene la forma de una niña de diez años. Viéndola con los ojos
adecuados, “Tomorrowland” funciona bien como aventura para niños llena de
imágenes y momentos memorables: siniestros androides asesinos, persecuciones,
huidas in extremis… todo coreografiado con la precisión de un metrónomo.
Además del buen ojo narrativo de Bird, la película se beneficia de un reparto actoral muy sólido. Britt Robertson hace un buen trabajo como protagonista adolescente que es valiente sin ser insensata, inteligente sin caer en lo repelente y, sobre todo, transmite bien ese espíritu curioso y propenso a maravillarse ante los secretos de nuestro mundo. Teniendo en cuenta que George Clooney no aparece hasta pasada una hora de metraje y que el peso de la película recae sobre ella, Robertson sale más que airosa del desafío.
Aunque sus papeles les exigen menos a Clooney y Laurie, ambos le dan al reparto un mayor peso y carisma. Clooney tenía ya amplia experiencia interpretando personajes hastiados y cínicos pero con un corazón de oro, y el papel de Frank Walker le va como anillo al dedo. Laurie tiene la desventaja de contar con un personaje poco definido, un villano genérico con largos pasajes expositivos, pero al que sabe darle vida con absoluta profesionalidad.
Sea por uno de los factores mencionados o por todos ellos al mismo tiempo, “Tomorrowland” acabó siendo un sonado fracaso para Disney. Sus pérdidas, según los cálculos, oscilaron entre 120 y 150 millones de dólares. Si el público no apoyó este intento, los críticos tampoco se mostraron entusiastas más allá de alabar el apartado técnico y visual. Con el fin de restañar las heridas a su prestigio prosional, Bird volvería a continuación a Pixar para dirigir “Los Increíbles 2” (2018).
“Tomorrowland” es un ejemplo perfecto de ese muy abundante tipo de películas que comienzan con una excelente primera parte y se derrumban en la segunda. El planteamiento y arranque de una premisa interesante es a menudo más sencillo que su posterior desarrollo y conclusión. Lo que podía haber sido una celebración nostálgica y optimista de la CF del pasado, se hunde en la angustia existencial de los baby boomers; lo que empieza como una fantasía escapista visualmente impecable, original y entretenida, acaba aplastada bajo el peso de su pretendida solemnidad y una sucesión de clichés del cine de acción.
interesante análisis.
ResponderEliminarCuando la vi también pensé que estaban glorificando una forma de entender la ciencia ficción que estaba muy pasada de moda en el género, es como un homenaje a ese estilo, pero no mucho más. Con las últimas películas de Clooney en el género me pasa lo mismo, terminan prometiendo más de lo que en efecto cumplen.
Saludos,
J.