Albert Barillé, nacido en 1921 en Polonia pero afincado en Francia, fue toda una personalidad del mundo de la televisión de ese país, alguien que siempre supo ofrecer programas infantiles entretenidos al tiempo que didácticos. Así lo demostró con una de sus series más recordadas “Érase Una Vez…el Hombre” (1978), un recorrido por la historia de la civilización humana que consiguió dar a toda una generación de espectadores infantiles una idea precisa de la cronología de los principales acontecimientos de la Historia desde la formación de la Tierra, guiados por unos personajes muy básicos pero entrañables.
Fue una serie educativa sí, pero jamás pretenciosa o aburrida ya que alternaba la exposición, la acción y los pasajes cómicos. Y, además, podía presumir de no tratar a los niños como criaturas delicadas y de corta inteligencia. De hecho, finalizaba con un capítulo tremendamente pesimista presentando un futuro inmediato que pasaba por el éxodo de humanos al espacio a bordo de cohetes, huyendo de la la aniquilación nuclear que espera a los que se quedan en el planeta y, a la postre, la explosión de la propia Tierra. Barillé supo alcanzar un equilibrio perfecto entre los dos platillos de la balanza educativa: la diversión y el aprendizaje.
No es de extrañar que las televisiones públicas de muchos países se mostraran más que dispuestas a comprar esta serie (de hecho, fue una coproducción en la que participaron bastantes de ellas), que se convirtió en todo un éxito internacional. Dada la estructura, espíritu y final de la serie, no era factible hacer una continuación pero sí un producto alternativo que conservara el mismo espíritu y reparto de unos personajes, diseñados por Jean Barbaud, que ya eran conocidos por miles de niños de toda Europa. ¿Y qué era lo que causaba furor entre los infantes -y los que no lo eran tanto- a finales de los 70 y primeros 80? Pues el espacio, no gracias a las ya defuntas misiones Apolo de la NASA (el primer transbordador espacial “oficial” no se lanzaría hasta 1982) sino al estreno de “Star Wars” en 1977.
Así, bajo el sello de la empresa de Barillé, Procidis Studios, nació “Érase Una Vez… El Espacio”, una visión optimista del mañana articulada como space opera y cuya emisión arrancó en octubre de 1982 a través de la cadena France 3. Constó de 26 episodios de 25 minutos de duración y en su producción, una vez más, participaron diversos países europeos además de Canadá y Japón.
Ciertamente, dada su temática, no era una serie educativa en el mismo sentido que lo había sido su predecesora. En lugar de un repaso al pasado de nuestra Historia, se trataba de ofrecer ficciones especulativas, pero eso sí, transmitiendo con ellas a su público infantil dos cosas muy importantes. En primer lugar, fe e ilusión en el futuro, un futuro en el que se lograrían avances maravillosos en la ciencia, la tecnología, la unificación política, la paz social y la exploración de nuestro universo. Y en segundo lugar, una serie de valores positivos de carácter universal.
La historia transcurría en el año 3023. La Humanidad ha conseguido superar los problemas del siglo XX e incluso vive en paz y armonía con otras civilizaciones alienígenas que ha ido encontrando en su exploración del espacio, como Andrómeda o Escorpio. La Confederación Omega es la institución y el foro en el que se hallan representadas esas diversas razas pacíficas a través de distintas delegaciones coordinadas por una humana, la presidenta Flor.
Omega está dedicada a la exploración espacial y el mantenimiento de la paz galáctica mediante la Policía Espacial, dirigida por el coronel Pedro, recto, honesto y felizmente casado con la presidenta (un posible caso de nepotismo que no pareció incomodar entonces a los creadores). Ésta, esposa, amante madre, científica por formación, representa el arquetipo de mujer moderna, capaz de ejercer con autoridad un puesto de gran responsabilidad. Su carácter afable ayuda al éxito de su política conciliadora a base de lograr consensos entre los distintos miembros del Consejo. El comandante Gordo es el ayudante de Pedro y segundo al mando en el cuerpo de la Policía Espacial. Tiene un temperamento impulsivo e inclinado a la acción y el combate antes que a las conversaciones.
La serie sigue las aventuras de dos entusiastas oficiales recién salidos de la Academia de Policía y con los que los espectadores más jóvenes podían identificarse. En primer lugar, el teniente Pedrito (hijo del coronel Pedro y la presidenta Flor), que en el curso de la serie será ascendido a capitán por un acto de valentía que salva a la Tierra del impacto de un enorme cohete controlado remotamente. Es un muchacho de naturaleza bondadosa, responsable e intrépido.
Su compañera habitual y segunda al mando es la teniente Kyra, geóloga por formación y acostumbrada a proceder con calma y sutileza. Especialmente intuitiva, intenta convencer repetidamente a un incrédulo Pedrito de que posee poderes de precognición. De hecho, sí tiene capacidades mentales que le permiten presentir el peligro, comunicarse telepáticamente o hipnotizar, talentos que le han granjeado su alias: Psi. Respeta cualquier forma de vida y siempre utiliza sus armas para paralizar, nunca para matar.
Kyra simboliza el futuro de la Humanidad, no solo por sus poderes psíquicos sino por la normalidad con la que individuos de diferentes etnias y sexos trabajan en plano de igualdad -el resto de los personajes son claramente caucásicos mientras que Kyra tiene una tez oscura que denota su origen mestizo. Aunque tímida, esta apuesta por la diversidad supuso una novedad para las series infantiles de la época: una mujer no blanca al mismo nivel de capacitación del héroe masculine y blanco.
Les acompaña en sus peripecias al mando de una nave Libélula, el temperamental robot Copito, que les prestará su ayuda física y amplios conocimientos en multitud de campos cuando sea necesario. Copito es, en esta serie, la encarnación mecánica -y con cerebro positrónico nada menos- del venerable Maestro de “Érase Una Vez… el Hombre”. Como tal, es considerado un intelectual entre sus congéneres artificiales. Creado por el propio Maestro (que es el científico jefe de la Confederación Omega y la voz de la sabiduría en su Consejo), Copito se considera más lógico e inteligente que aquél, lo que a veces genera divertidas fricciones entre ambos. Su personalidad, sin embargo, está modelada a imagen y semejanza de la de su creador: es quejica, chapado a la antigua y puntilloso, pero también inmensamente curioso en todo lo que atañe a la naturaleza humana.
Un papel más secundario es el que desempeña otro teniente recién graduado, Pequeño Gordo, hijo del comandante Gordo y del que ha heredado su temperamento y su gran fuerza física. Amigo cercano de Pedro, no es tan avispado como éste pero siempre se muestra valiente, leal, honesto y franco.
Estos amigos y camaradas inician su servicio en un momento difícil para la Confederación Omega. La belicosa dictadura militar de la Constelación Casiopea -poblada por alienígenas virtualmente idénticos a los humanos excepto por unas largas orejas puntiagudas-, liderada por el general Tiñoso, ha lanzado una campaña de desestabilización, a veces clandestina y otras más abierta, contra Omega. Su objetivo, claro, es someter a todos sus miembros y para ello cuenta con la ayuda de un misterioso aliado. Sobre eso hablaré un poco más adelante.
Tiñoso es el dictador arquetípico: agresivo, autoritario, estúpido y cabezota. Aunque llegó a dirigir Casiopea gracias a unas elecciones, luego no ha seguido respetando el juego democrático y arresta a sus consejeros ante cualquier discrepancia. Su cónsul ante Omega es Canijo, un individuo que compensa su debilidad física con astucia y engaños, manipulando a su temible líder y utilizando el irascible temperamento de éste para sus propios fines, entre los que se incluye explotar los poderes de Kyra para beneficio de Casiopea.
Con el correr de la serie, Pedrito y Kyra deberán demostrar sus aptitudes en sucesivas misiones y será a través de sus ojos que va desenvolviéndose ese mundo del futuro imaginado con cierto grado de complejidad para ser una serie infantil. Siguiendo el modelo de “Star Trek” (1966-68), se irían tocando diferentes temas clásicos de la CF: el planeta autoconsciente, robots rebeldes, civilizaciones olvidadas, náufragos y piratas… conformando con esos elementos y premisas alegorías de problemas del presente y mensajes positivos de aplicación en nuestro propio mundo y época.
Albert Barillé seguiría responsabilizándose personalmente de esta nueva serie, que resultaría tener suficiente coherencia, solidez y madurez en la esencia de sus argumentos como para trascender la dimension puramente infantil. En el segundo capítulo, por ejemplo, titulado “Los Saurios”, Pedrito y Pequeño Gordo son enviados a un planeta en el que han evolucionado unos saurios bípedos inteligentes. Uno de ellos, viejo y sabio, les explica que su especie había tenido que convivir con otra especie dominante que, a veces, se alimentaba de sus huevos, lo que en último término llevó a una reacción violenta y general de los saurios con el consiguiente exterminio de sus competidores. No sólo el siniestro alcance de esta anécdota era poco habitual en la CF infantil sino que, además, lleva a reflexionar al aficionado más adulto acerca de lo que hubiera podido suceder en nuestro propio planeta de haber coexistido dos especies de homínidos.
Otro episodio, “Los Cromagnones” lleva a Pedrito y Kyra al origen del hombre en la Tierra, viajando a un planeta similar al nuestro cuyos habitantes humanoides aún viven en un estadio primitivo. Tras unas cuantas aventuras, los héroes finalizan su estancia transmitiéndoles un mensaje: su especie debe evolucionar y aprender de sus propios errores para que, cuando llegue el momento adecuado, la Confederación Omega esté allí para acogerles y ayudarles. Una moraleja interesante que sólo revelará su importancia al final de la serie.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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