viernes, 20 de mayo de 2022

2005- JUDAS DESENCADENADO – Peter F. Hamilton


(Viene de la entrada anterior)

 

Quien hubiera aguantado el aliento ante los cataclísimicos acontecimientos narrados al final de “La Estrella de Pandora”, no tendrá más remedio que acometer su segunda parte y conclusión, “Judas Desencadenado”. Y es que ésta no es una secuela sino el segundo volumen de una épica que comprende unas 2.200 páginas. El primer libro presentaba los personajes, el decorado y el conflicto, pero no daba respuestas a los enigmas planteados ni cerraba ninguna de sus muchas subtramas. Para averiguar lo que ocurre es necesario leer “Judas Desencadenado”, que arranca allá donde términó el anterior volumen.  

 

El cliffhanger de “La Estrella de Pandora” nos había dejado con un panorama bien poco alentator para la Federación humana: veintitrés de sus mundos habían sido devastados por el ataque de los alienígenas Primos, un colectivo-colmena liberado involuntariamente por los humanos de su confinamiento tras un campo de fuerza levantado alrededor de su sistema planetario por una civilización poseedora de una tecnología más allá de nuestra comprensión.

 

A consecuencia de la ofensiva Prima, se han perdido todos esos mundos convertidos en eriales radioactivos, han muerto millones de personas y muchos más se han convertido en refugiados. Sin embargo, los Primos tienen vulnerabilidades que las mentes más brillantes de la Federación están dispuestas a aprovechar. Lo que está lastrando la estrategia defensiva de los humanos es su incapacidad para entender la auténtica naturaleza de su enemigo. Y es que no se trata de una multiplicidad de invididuos sino de una sola mente: MontañadelaLuzdelaMañana, que utiliza “extensiones” biológicas para sus fines, una inteligencia que no conoce el equivalente humano de la ética ni dispone de un imperativo biológico que le permita coexistir o cooperar con otras especies. Es un ser agresivo y despiadado cuyo objetivo es eliminar cualquier otra inteligencia que encuentre en su camino hasta ser la única forma de vida superior de la galaxia. Pero si los humanos no la entienden –al menos durante parte del libro, hasta que uno de los Primos deserta y se convierte en aliado-, MontañadelaLuzdelaMañana tampoco los entiende a ellos y ese se convierte en su talón de Aquiles.

 

El ejército, considerado durante siglos inútil en una Federación pacífica, se hace ahora imprescindible. Así que rápidamente se forma la Marina y se le encomienda una misión: vencer a los Primos y, si así se le ordena, exterminarlos. Ante una situación de crisis humanitaria sin precedentes en la que se están produciendo migraciones masivas de planetas enteros, la política y los militares se ven sometidos a una gran tensión.

 

Pero aunque la Marina encuentra maneras de contrarrestar la ofensiva Prima, se conforma otra amenaza alienígena potencialmente más peligrosa y menos fácil de conjurar. Se trata del Aviador Estelar, un ser cuya existencia sólo ha sido aceptada y combatida por los Guardianes del Ser. Dirigidos por el carismático y escurridizo Bradley Johansson, llevan siglos siendo considerados una mezcla de culto fanático y organización de terroristas lunáticos pero la revelación de cierta información atrae a su causa a algunas personalidades de peso en la Federación. Según los Guardianes, el Aviador manipuló a la humanidad para que anulara la barrera de contención de los Primos, estallando así una guerra que debilitará a ambas especies. Una vez conseguido su objetivo, el Aviador planea salir de su escondite, llegar a su nave accidentada siglos atrás en el planeta Tierra Lejana, despegar y erigirse como la inteligencia dominante de la galaxia.

 

El gran problema es que el Aviador ha sido capaz de introducirse en la mente de humanos para que actúen como sus agentes y, a través de ellos y durante décadas, se ha ido infiltrando en los niveles más importantes del gobierno de la Federación, manipulando a su favor las decisiones que se tomaban en las esferas de poder y, en el actual escenario, saboteando los esfuerzos bélicos. Atrapada entre dos enemigos mortales, un invasor brutal y un cáncer operando desde el interior, la Federación debe reconciliar sus facciones para enfrentarse a su momento decisivo.

 

En “Judas Desencadenado”, Hamilton empieza a integrar todas las hebras sueltas para formar un tapiz narrativo coherente. Algunas subtramas secundarias y aisladas del resto en “La Estrella de Pandora”, con personajes y lugares que sólo parecían engordar innecesariamente el conjunto, encuentran ahora su sentido. Lo primero que hace Hamilton es ralentizar algo el ritmo respecto al final del libro anterior y permitir al lector respirar un poco antes de volver a acelerar las cosas. La amenaza de los alienígenas Primos se ha detenido tras su conquista de varios planetas y la historia se concentra en varios de los mundos aún en poder de la Federación y los dramas que están desarrollándose allí.

 

Durante 250 páginas, el lector deberá esperar a que los alienígenas hagan su siguiente movimiento y la narración recupere el ritmo. Y ese es un problema, porque son demasiadas páginas. “Judas Desencadenado” comete el mismo error que su primera parte: un exceso autoindulgente de páginación. Y es que su millar de páginas –tras el otro millar de “La Estrella de Pandora”- se antoja a todas luces disparatado. Con toda probabilidad, el libro podría haber conservado su fuerza y contenido y, además, mejorado su ritmo, de haber contado con 400 páginas y media docena de subtramas menos.

 

Al mismo tiempo, soy consciente de que ese exceso es precisamente lo que disfrutan muchos lectores, dispuestos a sumergirse en el universo que con agotadora meticulosidad describe Hamilton, para quien demasiado nunca es suficiente. El escritor toma de la space opera fundacional su pasión por lo mayúsculo. Si hay que narrar una guerra interestelar, ¿cómo hacerlo sin incluir cientos de miles de naves, la destrucción de sistemas planetarios enteros y la utilización de armas capaces de destruir estrellas? Si el campo de batalla es la galaxia entera, ¿por qué no utilizarlo? Sin duda, E.E.Smith o Edmond Hamilton habrían estado orgullosos de él. El problema –al menos para mí- es que Peter F.Hamilton no está constreñido por las limitaciones de extensión que hicieron de aquellas space operas pioneras modelos de síntesis narrativa.

 

En cierto modo, puede encontrarse cierto paralelismo en la forma que Hamilton aborda la CF con la que utiliza George R.R. Martin en la Fantasía: historias muy largas, con multitud de personajes, localizaciones y subtramas. La diferencia entre ambos es que Martin sabe estructurar mucho mejor sus libros. Hamilton, en cambio, se pierde en subtramas que se dilatan cientos de páginas hasta que cobran sentido; presenta personajes que luego olvida hasta pasados varios capítulos (y un capítulo de Hamilton nunca baja de las 50 páginas), u olvidándose por completo de ellos (como es el caso de la senadora Justine Burnelli o la Inteligencia Artificial en toda la segunda parte) desorientando al lector y obligándolo a recurrir frecuentemente a algún índice de personajes de los que están disponibles en internet; inserta momentos de acción con mucho ritmo y violencia pero que sólo sirven para epatar al lector y tratar de recuperar su interés en el caso de que éste hubiera estado pensándose si abandonar la lectura; sexualiza con absoluta desfachatez e incorreción a varios personajes femeninos; algunos personajes son irrelevantes pese al espacio que les dedica (como el caso del mecánico Mark Vernon)… todo lo cual, por cierto, eran también características de la space opera clásica (reduciendo la intensidad y longitud, claro, a los estándares permitidos en la época).

 

El principal inconveniente de “Judas Desencadenado” –como lo había sido también el de “La Estrella de Pandora”- es que contiene ideas y conceptos muy interesantes pero que quedan enterrados en cientos de páginas de relleno e interminables escenas de acción. Por ejemplo, el desenlace final, que consta de dos grandes ramas: por una parte, la persecución del Aviador Estelar por un par de planetas para impedir que haga despegar su nave (con un plan a mi juicio absolutamente disparatados por su innecesaria complicación); y, por otro las tribulaciones de Ozzie para reactivar la barrera de Dyson. El problema no es sólo que la primera subtrama se bifurca a su vez en otras tres, culminando en una enorme batalla bastante confusa y la repetición de una escena de vuelo en mitad de una tormenta que ya habíamos visto en el libro anterior, sino que ese climax se prolonga cuatrocientas páginas. Cuatrocientas. Es, sencillamente, excesivo. Resulta imposible mantener la tensión –por no decir el interés- en todas las tramas, especialmente cuando de vez en cuando el autor vuelve a desviarse con descripciones tan meticulosas como innecesarias que estropean el ritmo.

 

Además de diversos elementos propios de la space opera, hay una serie de temas que a cualquier aficionado le resultarán familiares. Por ejemplo, el del “enemigo interior” o “invasión silenciosa”, dos de cuyos más famosos ejemplos son la novela “Amos de Titeres” (1951) y la película “La Invasión de los Ladrones deCuerpos” (1956). Por su parte, la figura del Aviador Estelar guarda un claro paralelismo con la del Anticristo cristiano. Los ciborgs, la descarga de personalidad en chips de memoria, los implantes cibernéticos que conectan a una red de datos, las tropas de élite que entran en combate con armaduras de batalla muy sofisticadas, alienígenas beatíficos u hostiles… Casi todo lo que encontramos en “Judas Desencadenado” tiene precedentes ilustres en la Ciencia Ficción pero esto no es en sí mismo un demérito grave. No se puede pedir a todos los autores que aporten continuamente nuevas ideas y conceptos y, al menos, Hamilton demuestra mucha habilidad a la hora de reformular en clave actual viejas ideas para que las nuevas generaciones de lectores las reciban y disfruten como si fueran sorprendentemente nuevas. Además, hay aportaciones que sí resultan muy interesantes, como el Motil Bose; el intrigante alienígena Qatux, que se “droga” con emociones humanas; los ciborgs asesinos; o el planeta Illuminatus, con sus árboles luminiscentes.

 

Una de las principales protagonistas de “La Estrella de Pandora”, la investigadora Paula Myo, experimenta bastantes cambios en esta segunda parte. Genéticamente condicionada para comportarse de forma recta y hacer cumplir la ley, ha de enfrentarse al aterrador hecho de que la organización a la que lleva persiguiendo más de un siglo, los Guardianes del Ser, podrían, después de todo, estar en lo correcto: no sólo el Aviador Estelar es real, sino que sus agentes están infiltrados en todas las instituciones. Todo lo relacionado con Paula, los agentes de la policía y la Marina que operan paralelamente a ella y los Guardianes, cuyas investigaciones les llevan a varios mundos y a enfrentarse a peligrosos asesinos y traidores en sus filas, es probablemente lo más interesante de la novela.  

 

Mucho más orientado a la acción es lo que ocurre en Elan, uno de los planetas tomados por los Primos, donde un grupo de comandos de la Marina, Las Garras de la Gata, llevan a cabo una campaña de guerrillas contra los invasores. Hay también mucha intriga política y corporativa entre la Marina, el gobierno y las grandes dinastías que controlan desde las sombras la Federación. Y la subtrama de Ozzie, Orion y el alienígena Tochee en su búsqueda de los silfen, que también aquí ralentiza desesperadamente el ritmo cada vez que se vuelve sobre ella. Más decepcionante aún es que tras cientos de páginas de viajes por distintos planetas y larguísimas descripciones de los mismos, la información que el trío consigue obtener referente a los constructores de la barrera de Dyson tras la que estaban aprisionados los Primos es mínima y bien podría haberse introducido en la narración de forma más rápida.

 

Ya lo apunté en “La Estrella de Pandora”: ante una novela de un millar de páginas y docenas de personajes, es imposible acometer una labor de caracterización con una profundidad decente. Cada uno de los personajes tiene la justa para desempeñar su papel en la narrativa y que sus actos y palabras no resulten incoherentes con lo que hasta ese momento se sabía de él o ella.

 

Los personajes femeninos en especial dejan bastante que desear y algunos es probable que despierten las iras de las lectoras más feministas, como Mellanie Rescorai, cuyo arco la lleva de ser la amante adolescente de un millonario a actriz de porno suave, periodista que asciende gracias a su impresionante físico y su disponibilidad sexual (es difícil llevar la cuenta de sus amantes de ambos sexos) y, por fin, jugadora clave en el destino de la Federación; la Gata es una especie de viuda negra psicópata; y Tigresa Pensamientos una estrella del porno venida a menos que pone su granito de arena a la causa manteniendo una especie de sexo mental con un alienígena.

 

El lenguaje sexualizado con el que Hamilton retrata a algunas de sus féminas ya sonaba sexista en 2005 por lo que hoy en día ya es anacrónico. Cuando describe lo que pasa por la cabeza de las mujeres, lo hace como a él le gustaría que pensaran en lugar de como ellas pensarían realmente. Por ejemplo, cuando Mellanie tiene sexo con un adolescente virgen al que ha obnubilado con sus encantos: “Sintió un cierto orgullo perverso al recordar hasta qué punto se había corrompido el muchacho durante aquella larga tarde. Soy una chica muy mala. Y disfruto de cada minuto”.

 

En su favor, hay que decir que también hay algunos personajes femeninos inteligentes y con poder que no caen en esos clichés sexistas, sobre todo la indomable Paula Myo, versión futurista y femenina del implacable Javert de “Los Miserables”. Por desgracia, es también un personaje plano, tan volcado en su misión que ni en su mente ni en su vida queda espacio para nada más. En general, la atención desproporcionada que Hamilton presta a los cuerpos femeninos y los atuendos que destacan sus encantos, aunque no llegan a la misoginia tampoco se elevan mucho más allá del nivel de un adolescente gobernado por sus hormonas.

 

Hay pocos personajes que estén retratados con finura, pero dado que toda la novela es un despliegue de grandilocuencia y escalas cósmicas, hay que admitir que hubieran tenido difícil encaje pasajes de iluminadora reflexión interior por parte de los participantes en esta épica. Con todo y con esto, he de admitir que, tras dos mil páginas y muchas horas de lectura, llegué a encariñarme con los personajes y conmoverme con los diferentes finales que les brinda Hamilton.

 

“Judas Desencadenado” abunda en otros defectos ya presentes en “La Estrella de Pandora”: obliga al lector a seguir largas subtramas que culminan en revelaciones predecibles mucho antes de que se produzcan; abandona las tensiones capitalistas-socialistas que habían añadido algo de aliño sociopolítico a la primera entrega; y trata de engordar la intensidad dramática con un falso dilema moral.

 

Con esto último me refiero a la cuestión de si es moralmente permisible cometer genocidio contra un alienígena hostil que está decidido a exterminar a toda la especie humana y con el que resulta totalmente imposible negociar. Hamilton somete al lector a varias discusiones bastante simplonas sobre este asunto, obligando a personajes en otros aspectos muy inteligentes, como Ozzie, a defender posturas imposibles. Es como si alguien se opusiera a la erradicación del virus de la polio argumentando que es una valiosa obra de la Naturaleza y que debe preservarse so pena de que la Humanidad “pierda su alma”. Las últimas páginas del libro intentan justificar esa idea apuntando a que, quizá, a largo plazo, la preservación de los Primos podría tener consecuencias positivas. Pero no deja de ser una posibilidad remota que hay que confrontar con el riesgo inminente y cierto de que la Humanidad sea aniquilada por un ser de naturaleza agresiva, expansionista, totalmente amoral y genéticamente incapaz de coexistir con nada que no sea él mismo.

 

Y también relacionado con esto, hay problemas con la elección del auténtico adversario. “La Estrella de Pandora” había servido para describir y narrar –con una amplitud más que generosa- el comienzo de la guerra con los Primos. La novela terminaba cuando éstos concluían su ofensiva inicial. Era de esperar que “Judas Desencadenado”, siendo la continuación de la misma historia, ofreciera abundante acción en el espacio… pero no. Todo el asunto de los Primos pasa a ocupar un muy segundo plano respecto a la amenaza que supone el Aviador Estelar. De hecho, como ya mencioné, el auténtico clímax es la larga persecución de éste por varios planetas.

 

Quizá Hamilton no planificó la novela antes de ponerse a escribir y se encontró con que ésta cobraba vida propia y se escribía sola. Había introducido tantos personajes y tramas que, lastrado por su incapacidad de síntesis, tuvo problemas para ir cerrando éstas y no supo encontrar tiempo ni espacio en un millar de páginas para centrarse en lo que había sido el elemento más interesante de la saga: los Primos.  

 

Además de los puntos positivos que ya indiqué en “La Estrella de Pandora” y que aquí se mantienen (por ejemplo, la utilización de un marco de CF para integrar, modificados, tramas y tropos propios de otros géneros, como investigaciones policiales, intrigas políticas de alto nivel e incluso toques de algo muy próximo a la fantasía en lo que se refiere a los silfen), “Judas Desencadenado” incluye algún otro adicional que merece la pena comentarse.

 

A Hamilton le preocupa la cuestión de cómo podría comportarse la Humanidad ante una crisis existencial: ¿uniéndose en un frente común y cohesionado o separándose víctima de rencillas y desacuerdos intestinos? Así, a lo largo de la historia, vemos, por una parte, a las Dinastías y Familias de la Federación discutir entre ellas y planear rutas de escape privadas y secretas para el caso de que los Primos resulten victoriosos; y, por otra, a un gobierno débil que nada podría hacer sin el apoyo de aquéllas. Pero en último término, al cinismo y la misantropía se impone el humanismo optimista del escritor, quien hace que un puñado de esos privilegiados arrogantes (especialmente los Burnelli y los Sheldon) se comprometan heroicamente con la causa humana y contribuyan decisivamente a la victoria de la Federación. En cualquier caso, no son los políticos los que lideran sino estos industriales-empresarios, cabezas de sus respectivas casas neofeudales, lo que también dice bastante acerca del propio autor.  

 

Hablando de empresarios y riqueza, gracias a la invención de los Agujeros de Gusano para viajar cómoda, rápida y seguramente de unos planetas a otros, la Federación se ha convertido en una sociedad que dispone de recursos y energía ilimitados. Los impresionantes avances tecnológicos y la existencia de una inteligencia artificial independiente y en la sombra no han permitido sin embargo a Hamilton especular sobre el tipo de transformaciones socioeconómicas que todo ello habría conllevado. La relación entre dinero y poder es la misma que en el presente, así como un modelo económico dominado por la figura del inversor capitalista que no difiere prácticamente nada del actual salvo en que la multiplicación de la riqueza combinado con la inmortalidad ha convertido a un puñado de ellos en una aristocracia de facto, unos señores neofeudales sin los que ningún gobierno puede operar.  

 

Pero este tipo de reflexiones, en el fondo, no son más que combustible para alimentar conversaciones de bar con los amigos. Y es que, al fin y al cabo, que el futuro que nos describe Peter Hamilton sea muy parecido al nuestro le permite poblarlo con gente que sigue siendo básicamente la misma que ahora, con vidas y trabajos con los que podemos identificarnos fácilmente, algo que también es muy importante a la hora de disfrutar de una historia y simpatizar con los personajes.

 

Con todos los problemas que me supone la descontrolada verborrea e incontinencia narrativa de Hamilton, debo reconocer que se las arregla para ir insertando momentos muy enérgicos y fascinantes que sacuden el posible sopor del lector, lo agarran por la pechera y vuelven a introducirlo en la aventura. Habida cuenta del inmenso tapiz que despliegan estos dos libros, es difícil que alguien no encuentre algo de su gusto… y, por la misma razón, hallará otros puntos que le irriten en la misma medida. La consideración final que cada cual tenga de la obra dependerá mucho de la valoración que asigne a las virtudes y defectos de la misma.

 

Es por ello que la opinión de los aficionados se encuentra muy dividida al respecto de este díptico de novelas, oscilando entre la admiración incondicional y el aburrimiento supino. Para algunos, es una obra extraordinaria e inolvidable, que estimula la mente y el sentido de lo maravilloso gracias a un universo cuidadosa e inteligentemente construido que sirve de fondo a una aventura de talla épica. Para otros, son libros decepcionantes que ejemplifican lo que sucede cuando un talento genuino carece de la guía de un editor inteligente que le impida caer en las fauces de un “monstruo” de 2.000 páginas que podría haberse condensado en 500 (uno de los comentarios más cáusticos y divertidos lo calificaba de algo escrito por un “charlatán adolescente de 16 años intoxicado de testosterona con doctorados en ciencia de materiales y física de partículas).

 

Lo que está claro es que con este díptico de la Federación, Peter F.Hamilton demuestra ser, en todo lo bueno y lo malo, uno de los máximos representantes de la “nueva” space opera del siglo XXI, ofreciendo un relato de escala inmensa y sentido de lo maravilloso a raudales. Sus novelas de la Federación contienen exactamente el mismo tipo de material que los aficionados a la space opera han disfrutado desde siempre. Hay mucha ciencia ficción pero pocos puntos que sirvan de ancla para interesantes reflexiones ni demasiada complejidad temática o caracterización.

 

Así que si eres un rendido aficionado a la space opera, puedes acercarte a esta saga sin problemas… siempre y cuando, claro, no te intimiden los libros de estas dimensiones, ya que exigen tiempo, dedicación y paciencia –diría incluso que fortaleza mental-. Si, en cambio, no eres un fan militante de este subgénero y prefieres relatos cuyo desafío no resida en su extensión sino en su originalidad, sofisticación u osadía temática, es mejor buscar otra opción.

 

 

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