Es difícil decir por qué la obra del escritor norteamericano de ascendencia lituana Algis Budrys ha pasado hoy a un segundo plano dentro de los clásicos de la CF. En su momento, sus novelas tuvieron muchos admiradores y siguen leyéndose bastante bien en la actualidad. Quizá la razón fuera que se adelantó en diez años a la Nueva Ola y, frente al entusiasmo que otros escritores contemporáneos más populares exhibían hacia el espacio y la tecnología, Budrys prefirió poner el foco en el Hombre.
Budrys podría definirse como un existencialista-humanista “pulp”, que imaginaba conceptos y premisas fantásticos no para impresionar al lector sino como herramienta con la que examinar a sus protagonistas y la condición humana en general. Esta es una estrategia arriesgada -o incluso y para según quién decepcionante- cuando los conceptos son tanto o más interesantes que los personajes, como en “El Laberinto de la Luna” (1960); pero que funciona bien en una narración de menor escala, como la que ahora nos ocupa, “¿Quién?”, una de sus novelas más conocidas, nominada al Premio Hugo en 1959.
Budrys nació en Königsberg, que hoy es la actual Kaliningrado pero que entonces pertenecía a Prusia Oriental. Su padre era el cónsul general de Lituania (país que había alcanzado la independencia tras la Primera Guerra Mundial) y en 1936 fue nombrado para un puesto diplomático en Nueva York. Pero cuando Rusia ocupó Lituania en 1940, con Algis contando nueve años, la familia Budrys se quedó sin país al que representar (aunque Estados Unidos siguió reconociendo su estatus diplomático) y, por tanto, fuente de ingresos. Hubieron de ganarse la vida gestionando una granja avícola en Nueva Jersey. Los años siguientes no sirvieron para mejorar su situación: Lituania fue invadida por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial y luego anexionada por la Unión Soviética. Aunque pueda parecer sorprendente, Budrys no obtuvo la ciudadanía americana hasta 1996, sesenta años después de su llegada a ese país.
Budrys, que acabó siendo un hombre amable y sociable muy apreciado por sus colegas, acabó incorporando estas vivencias familiares en su ficción, donde a menudo y como es el caso de “¿Quién?”, aparecen personajes traumatizados y temas relacionados con la identidad, la supervivencia y el legado. A los seis años aprendió inglés leyendo, según él mismo recordaría más tarde, “Robinson Crusoe”, los comics de prensa de “Flash Gordon” y “La Máquina del Tiempo” de H.G.Wells. Cuando a los once años cayó en sus manos un ejemplar de “Astounding Science Fiction”, supo que la CF sería el amor de su vida. Estudió en la Universidad de Miami y la Columbia de Nueva York y a los veintiún años publica su primera historia, “Walk to the World”, en “Space SF”, una cabecera nueva editada por Lester Del Rey. Pronto se encontraría colaborando para otras revistas, como “Science Fiction Adventures”, “Rocket Stories”, “Science Fiction Stories”, “Fantastic Universe”, “Beyond”, “Satellite SF”, “Venture”, “Amazing Stories”, “Galaxy Science Fiction” o “Fantasy & Science Fiction”.
La idea para escribir “¿Quién?” le vino a Budrys a partir de una magnífica ilustración –hoy día icónica en el género- firmada por el gran Frank Kelly Freas. La vió en las oficinas de la revista “Fantastic Universe”, una publicación nacida en 1953, que solía utilizar como portadas ilustraciones que no tenían nada que ver con el contenido interior. Por entonces, Budrys colaboraba bastante con ellos e inspirado por esa imagen y en contra de la política de la revista, escribió una historia corta que se ajustara a aquélla. La trama estaba ambientada en la Luna y tenía un final bastante flojo, pero en ella ya se encontraba la sustancia de lo que luego sería el relato definitivo en forma de novela: el enigma alrededor de un hombre sin facciones identificables que dice ser un científico de élite reconstruido tras haber sufrido graves heridas, pero que también podría ser un espía soviético. “Fantastic Universe” la publicó en 1955 ya con el título “¿Quién?”.
Pero seis meses después, Budrys aún seguía dándole vueltas. Se dio cuenta de que podía ampliar el cuento hasta la extensión de una novela eliminando tanto la localización lunar como el final. Con el manuscrito listo, fue a ver a Pyramid Books y consiguió un contrato. El libro apareció en 1958.
Ya entrando en la historia, la acción está ambientada en un futuro cercano que a todos los efectos bien podía ser también aquel presente, dado que refleja a la perfección el clima de la época en la que fue escrita: la Guerra Fría en su periodo más tenso, cuando el Telón de Acero parecía algo casi impenetrable y las represalias por actos de espionaje, arrestos de agentes extranjeros y tráfico de información se utilizaban como propaganda tanto a nivel nacional como internacional.
La trama arranca con un equipo de agentes de inteligencia del GNA (el gobierno conjunto de los aliados de la Segunda Guerra Mundial) que aguarda en el lado europeo del estado socialista Ruso-Chino para recibir a un importante físico, Lucas Martino, que encabezaba el proyecto ultrasecreto K-88. Cuando el laboratorio en el que trabajaba cerca la frontera rusa, fue destruido por una explosión accidental, un comando soviético que se hizo pasar por equipo de “rescate” consiguió hacerse con el sabio y llevarlo a su territorio.
Ahora, cuando los rusos lo devuelven, los agentes del GNA se encuentran con un hombre que ya no lo parece tanto: toda su cabeza, su brazo izquierdo y partes de su torso han sido reemplazados por prótesis metálicas. Rogers, el responsable de los espías aliados, conduce con tranquilidad a ese hombre medio biológico medio metálico hasta un apartamento, cierra la puerta con llave y llama a su jefe al borde del pánico.
El problema al que se enfrentan es que no saben con certeza si este hombre es realmente Martino o un agente enemigo. Ya no tiene rostro y el brazo “natural” bien podría habérsele trasplantado del auténtico científico, quizá ya muerto o aún en poder de los rusos. Los interrogatorios tampoco conducen a nada puesto que podría tratarse de un agente bien aleccionado para hacerse pasar por Martino. Pero es que aunque se tratara de Martino, tampoco hay forma de saber si sigue siendo leal o, consecuencia de algún lavado de cerebro o amenaza, ha cambiado de bando y regresado para servir de espía; o si le interrogaron y reveló información crucial acerca de sus investigaciones, en cuyo caso, ¿hay que apresurarse para completar el proyecto K-88 o, pudiendo estar éste comprometido, conviene en cambio abandonarlo por completo?
Como los interrogatorios de psicólogos y los test de los científicos no conducen a respuestas definitivas respecto a su auténtica identidad, la única salida es dejarle libre… o más bien en una libertad vigilada. Porque Rogers decide que lo único que puede hacer es ordenar que sus agentes le sigan día y noche, el tiempo que haga falta, observando su comportamiento, los lugares a los que va y la gente con la que se encuentra, a la vez que investiga su pasado. Con toda esa información, tratará de hallar alguna incongruencia que le lleve a determinar su posible naturaleza hostil.
La novela tiene algún que otro agujero de guion que quizá algunos lectores modernos pueda encontrar frustrante. Por ejemplo, ¿por qué el GNA colocó a su mejor físico en un laboratorio secreto tan cerca de la frontera con Rusia? La respuesta, que se da al final del libro, es bastante endeble y sólo funciona si se asume que los aliados son declaradamente estúpidos. Habrá también quien se sienta molesto por los roles que desempeñan las mujeres en la novela. Hay novias/esposas y madres, pero no se ve a ninguna de ellas en las filas de los militares o los científicos. Puede acusarse a Budrys de falta de presciencia respecto a la evolución social, pero ese mismo pecado se le puede achacar a muchos otros escritores de CF. Además, tal y como está, el libro nos ofrece un buen retrato de la mentalidad vigente en aquellos tiempos, algo que también es de valor a la hora de examinar los clásicos del género.
Lo más llamativo quizá sea que nunca se llegue a explicar ni remotamente en qué consiste el tan importantísimo y secreto proyecto K-88 en el que trabaja el gobierno aliado. Ni siquiera el interrogador soviético de Martino consigue averiguar si se trata de “una bomba, un rayo de la muerte o una nueva forma de afilar bayonetas”. Tampoco saben nada los agentes de seguridad aliados que siguen e investigan a Martino tras su regreso a Occidente. K-88 es, en resumen, el típico mcguffin, algo que pone en marcha la trama y que la guía pero cuya auténtica naturaleza no es importante para lo que en realidad se cuenta.
Y es que, bajo la fachada de una novela de espionaje propia de la Guerra Fría, “¿Quién?” se eleva por encima de su sencilla premisa para elaborar una interesante reflexión sobre la alienación, la identidad, la conexión con quienes nos rodean y la individualidad. El eco transhumanista-cibernético de la novela se reparte así en tres planos narrativos bien diferenciados, pero completamente interconectados. El primero es el social, indirectamente descrito en el plan de vigilancia de Martino orquestado por Rogers y la forma en que éste interpreta lo que hace aquél. El segundo es el político. La Guerra Fría es un decorado quizá secundario pero muy importante, ya que es el que impulsa a ambos bandos a intentar manipular al científico. Aunque se presenta a los aliados –el mundo capitalista- en un plano de superioridad moral respecto al estado policial soviético, lo que realmente importa a Budrys no es tanto la mera propaganda como la exploración de esa mentalidad colectiva de alerta continua, de paranoia, que se produjo cuando dos ideologías opuestas competían por controlar el mundo entero.
Y, por último, el plano personal: la percepción que de sí mismo y de su vida pasada tiene Martino tras someterse a la cirugía que le salvó. Alternando con el seguimiento que realizan los hombres de Rogers, se van insertando capítulos en los que se repasa la vida de Martino, conformando el retrato de un hombre cuya suerte es truncada por el clima político hostil de la Guerra Fría: desde su infancia en una humilde granja de Nueva Jersey, hijo de emigrantes italianos, a su juventud como camarero en una cafetería de Nueva York, así como sus tímidos escarceos amorosos antes de volcarse por completo en sus estudios universitarios que termina con brillantez gracias a un cerebro lógico y genial, para luego convertirse en investigador de élite del gobierno del GNA. El último tercio de la novela cambia la perspectiva geográfica, temporal y narrativa para saltar al pasado y al campo soviético. Ahí descubriremos cómo el jefe del servicio de inteligencia ruso, Anastas Azarín, coordinó el secuestro de Martino, supervisó su conversión en ciborg, dirigió el interrogatorio y preparó su sustitución por un agente durmiente. Lo que ocurre en Rusia, da sentido a lo que cronológicamente –aunque Budrys lo sitúa antes en la narración –sería la última escena del libro: el encuentro final de Martino y Rogers en la granja en la que lleva años establecido el primero.
Ambas líneas narrativas, pasada y presente, se funden en una conclusión coherente que, como he dicho, nos habla por un lado del clima de paranoia asfixiante de la Guerra Fría y, por otro, construye la imagen cercana y muy personal de un hombre que trata de superar no sólo un trauma físico, sino el descubrimiento de que, tras serle arrebatada la posibilidad de seguir enfrascado en su obsesión, toda su vida no es más que un gran vacío emocional.
Aunque la corta extensión del libro (algo más de 150 páginas) no permite perfilar al personaje tan bien como lo hubiera sido en una historia más larga, Budrys consigue tocar los puntos fundamentales del mismo, haciéndolo simpático para el lector. No hace de él un mero peón o una víctima desamparada y autocompasiva, pero tampoco le da un final abiertamente feliz que, por otra parte, habría sido forzado e incongruente. Su transformación física ha hecho que cambie la forma en que los demás lo ven y, por tanto, como él mismo se ve. Ya no hay sitio en la sociedad para su antiguo yo, por mucho que más adelante se le pida retomarlo.
Budrys demuestra también una aguda comprensión de los problemas de relación social y aprendizaje que tienen tanto la gente superdotada como aquéllos que padecen síndrome de Asperger así como de las deficiencias del sistema educativo a la hora de fomentar el pensamiento crítico e independiente, temas todos ellos en absoluto habituales en la literatura de ficción de los años 50. Por ejemplo, en estos extractos referidos a su juventud en la escuela:
“No hacía juicios, y de esta manera nada era trivial. Todo cuanto veía o todo aquello de lo que oía hablar era puesto en alguna parte de su cerebro. Su memoria era fotográfica - no estaba interesado en una imagen estática de su pasado - sino que era plenamente inclusivo. La gente decía que su mente era un revoltijo de extraños conocimientos. Y siempre estaba intentando conseguir que esas cosas encajaran juntas, para ver a qué mecanismo conducían. En las clases era tranquilo y contestaba sólo cuando le preguntaban. Tenía el hábito de depender de sí mismo para hacer que encajaran sus propios hechos, y la idea de consultar a otra persona haciendo una imprevista pregunta era completamente ajena a él.
En consecuencia, sus notas mostraban imprevisibles altibajos. Como en todas las clases de ciencias de los colegios superiores, se suponía que la única cosa nueva que debía ser enseñada en la clase de física de Starke era la parte principal de la amplia base teórica. De sus estudiantes se esperaba que se aprendiesen de memoria las diversas y más simples leyes, como otros tantos ladrillos para, elevar una posiblemente útil estructura. No se esperaba aún de ellos, y probablemente jamás se les exigiría tal cosa, que construyeran algo cuya concepción hubiese brotado de sus propias mentes. Lucas Martino no consiguió darse cuenta de ello. Si se le hubiera ocurrido la idea, se habría sentido muy incómodo”
O ya en la universidad: “Esos tipos no son retrasados mentales, son muy inteligentes porque de otra manera no estarían aquí. Pero les han enseñado que la única manera de aprenderse algo es grabándoselo en la memoria. Si les metes algo de prisa, se lo aprenderán de memoria... pero no tendrán tiempo para pensar. Se atiborrarán de palabras, y cuando llegue el momento de demostrar lo que saben, lo soltarán todo como papagayos. Yo diría que este camino es tremendamente peligroso”.
Pese a su brevedad, “¿Quién?” es una novela sofisticada que merece ser reivindicada no sólo por reflejar –sin caer en los tópicos más kitsch de otros productos contemporáneos- la mentalidad y miedos de una época sino también por su estudio psicológico de un individuo sometido a biomodificación. Ya indiqué al principio de este artículo algunas de las claves de la vida de Budrys que marcaron su obra. Él mismo declararía: “Mucha de niñez la pasé en coches o trenes, hablando con extraños, en diversos idiomas, sin establecerme nunca en ningún sitio”. Budrys nunca perdió del todo esa sensación de exiliado, de nómada, de alienado y es fácil ver en qué medida eso ayudó a conformar el personaje de Martino. “¿Quién?” es un thriller de espionaje escrito por un hombre con una perspectiva vital muy singular e internacional, pero, sobre todo, el retrato de un hombre privado de su identidad.
Obra precursora de la Nueva Ola de los sesenta, Budrys trasciende en “¿Quién?” su propia época al escoger al Hombre como centro de esta historia tensa, austera, reflexiva y melancólica. Un libro, en resumen, de lectura ágil pero que no toma al lector por tonto y le obliga a reflexionar para que su contenido sedimente en su memoria y sea recordado mucho tiempo después.
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