Si piensas que la pandemia del Covid-19 que estalló en 2020 fue mala, puede que halles consuelo en la CF cinematográfica, donde se nos muestran escenarios mucho más terroríficos. Y es que desde hace algo más de una década ha surgido en su seno un subgénero al que podríamos denominar “Apocalipsis Personales”, historias que se apoyan en los dramas individuales de los personajes en vez de en virguerías visuales y que apelan a un público más abierto a los enfoques intimistas. En muchos casos, la premisa de partida suele ser algún tipo de pandemia vírica que afecta a la mente del infectado, bien a sus sentidos, bien a sus procesos mentales o memoria.
Así, tenemos títulos como “A Ciegas” (2008), donde el mundo se ve afectado por una plaga de ceguera; “Perfect Sense” (2011), en el que todo el planeta empieza a perder los sentidos uno tras otro; “Un Lugar Tranquilo” (2018) y “The Silence” (2019), en las que la población superviviente se ve forzada al silencio para evitar ser aniquilada por criaturas invasoras; “A Ciegas” (2018), en la que la gente muere si miran al exterior de sus casas; “Disomnia” (2021), sobre una epidemia de insomnio; o “Los Últimos Días” (2013), con una plaga de agorafobia salvaje.
Es este un escenario particularmente aterrador. Más incluso que el de un apocalipsis consecuencia de un fenómeno natural, una guerra o una invasión extraterrestre. Las muertes en esos casos son rápidas, puede que hasta indoloras y el enemigo o la amenaza es algo tangible. Pero cuando se trata de una enfermedad mental o la pérdida de algún sentido, el adversario es interior, difícilmente identificable, de acción lenta y posiblemente imbatible. Es más, nuestra propia identidad depende de nuestra memoria y nuestros sentidos. Es a través de una y los otros como nos relacionamos con nuestros semejantes, interaccionamos con el mundo físico y, en definitiva, comprendemos (o eso intentamos) la realidad que nos rodea. En el caso de la memoria, perderla es equivalente a desaparecer, una muerte lenta y agónica de la que la víctima es perfectamente consciente.
La premisa de un mundo afectado por una pandemia de amnesia es muy interesante, si bien no exactamente novedosa. “Embers” (2015) ya había explorado la misma idea, pero desde un punto de vista más, digamos, “artístico”, con diferentes personajes que experimentaban reinicios periódicos de su memoria. La película griega, “Manzanas” (2020), también trataba el tema de un virus que provoca amnesia. Y más o menos al mismo tiempo, estaba previsto el estreno de “Pequeño Pez”, adaptación de un cuento de 2011 del escritor Aja Gabel. Irónicamente, fue otra pandemia, esta muy real, la que impidió su distribución comercial hasta entrado el año 2021.
El planeta está siendo asolado por un virus neuroinflamatorio que hace que la gente pierda sus recuerdos en un proceso que puede ser abrupto o gradual, pero cuyo final es siempre el mismo: todo el mundo que conoces, tus familiares, tus amigos, tus colegas, son borrados de tu mente, se convierten en completos extraños; tus habilidades y experiencias desaparecen junto a las emociones asociadas con ellas.
La veterinaria Emma Ryerson (Olivia Cooke) se da cuenta de que su marido, el fotógrafo Jude Williamson (Jack O´Connell), se ha contagiado y aunque él al principio se empeña en negarlo primero y buscar desesperadamente una solución después, al final no tiene más remedio que aceptar su escalofriante destino. La película cuenta el recorrido que hacen ambos por ese doloroso camino hacia la amnesia, tratando de retrasarlo lo máximo posible. Emma escribe un diario en el que deja constancia de cómo se conocieron, se enamoraron y luego casaron; lucha por que ambos se mantengan juntos todo el tiempo posible y encontrar una posible cura para Jud. Pero todo parece inútil y la enfermedad causa estragos cada vez más severos a su relación.
“Pequeño Pez” se centra exclusivamente en la pareja protagonista, presente en prácticamente todas las escenas de la película. El drama está narrado desde su punto de vista y, especialmente, el de Emma –que durante casi toda la trama permanece inmune a la enfermedad-, con el fin de reflejar la trágica experiencia de aquellos que tienen seres queridos aquejados de demencia senil o Alzheimer. Se insertan sólo breves fragmentos que nos informan someramente de la situación en el resto del mundo: historias breves pero descorazonadoras sobre un pescador que nada hasta la orilla porque ya no puede recordar cómo pilotar su barco; una mujer que hace footing sin descanso porque ya no recuerda dónde está su casa; aviones que se estrellan; o, especialmente, el amigo de la pareja, el músico Raúl (Ben Richards), que ataca a su novia Samantha (Soko) cuando un día deja de reconocerla tomándola por una intrusa en su casa.
“Pequeño Pez” está dirigida por Chad Hartigan, quien había hecho previamente un puñado de films independientes sin demasiada repercusión y no de género como “Luke and Brie Are on a First Date” (2008), “This is Martin Bonner” (2013) o “Morris from America” (2016). El nombre de los créditos que más puede destacar es el del guionista de origen rumano Mattson Tomlin, que había dirigido “The Projectionist” (2008) y “Solomon Grundy” (2012), ninguna de las dos con demasiado éxito. Unos meses antes del estreno de esta película escribió también el guion para la cinta de superhombres “Proyecto Power” (2020).
La premisa, el enfoque y el tono de “Pequeño Pez” son del tipo de los que Chad Hartigan maneja bien: un drama íntimo, con un presupuesto modesto y en el que priman las relaciones humanas. Este auténtico apocalipsis mundial que bien podría suponer el fin de la civilización actual, se convierte en sus manos en una historia de amor, romántica y al tiempo trágica, sobre dos personas que se aman profundamente pero que poco a poco van perdiendo todo aquello que más valoran.
La estructura del guion no es lineal. No empieza por el momento en que Emma y Jude se conocen sino en mitad de la pandemia, y luego salta hacia delante y hacia atrás en el tiempo para mostrar momentos importantes de su relación; una estructura que, si se piensa bien, refleja la forma en que funciona nuestra propia memoria. Vamos recorriendo la línea temporal de sus vidas recientes, viendo cómo los dos tratan de salvar su relación. Guionista y director se centran en mostrar detalles pequeños pero con los que resulta fácil identificarse y que representan bien no sólo lo que significa estar enamorado sino aquello que nos hace humanos, cada uno tan único como quien tenemos enfrente. Ver a Emma y Jude luchar por conservar el vínculo que los une y los define, es conmovedor. “Pequeño Pez” no es una película alegre ni optimista pero hay una indiscutible belleza en el compromiso mutuo que asumen los personajes.
Hay, además, escenas muy bien escritas ante las que es difícil no emocionarse, como cuando Emma le explica a Jude que es la tercera vez que discuten sobre un tema que él olvida una y otra vez. Una de la más conmovedoras es aquella en la que Jude le dice a Emma cómo siente que su mente está desapareciendo, cómo lo ha ocultado y lo mucho que ella significa para él. El final, que cierra el círculo narrativo con el comienzo, es al tiempo triste y, a su extraña manera, esperanzador, probablemente la mejor forma de cerrar una historia tan grande como íntima.
Siendo una película que se apoya tanto en los personajes, resulta fundamental para su éxito el trabajo de los actores protagonistas. Mucho más que en otro tipo de historias, aquí deben tener la química necesaria para que resulte verosimil ese vínculo que trasciende el lenguaje y que puede vislumbrarse a través de pequeños momentos cotidianos. Jack O´Connell está perfecto como enfermo aterrorizado por el futuro que le espera. Pero quien más sobresale de los dos es la británica Olivia Cooke, que ha ido haciéndose un rostro familiar en los últimos años entre los aficionados al cine y series de género gracias a una serie de papeles en “El Secreto de Crickley Hall” (2012), “Ouija” (2014), “El Estigma del Mal” (2014), “La Señal” (2014) o “Motel Bates” (2013-2017). Aunque ya tiene 28 años, parece que ha estado interpretando personajes adolescentes desde hace diez, incluso en títulos todavía tan recientes como “Ready Player One” (2018). Por eso su papel en “Pequeño Pez” bien podría ser el primero en el que encarna a una mujer adulta.
Quizá por eso, Cooke se involucró más que de costumbre en la película, ejerciendo de productora ejecutiva y trabajando con el guionista durante dos años antes de tener el libreto definitivo. Ambos, junto con el director, decidieron también que no habría escenas de sexo entre Emma y Jude, considerando más interesante y original mostrar el plano físico de su amor de formas menos explícitas. Es cierto también que Cooke no es una actriz que venga a la cabeza en primera instancia como protagonista de una historia de amor. Su rostro tiene cierto aire al de su compatriota Keira Knightley, pero sus grandes y expresivos ojos marrones sugieren constantemente una profunda melancolía junto a una firme tenacidad bajo su dulce y sensible apariencia externa.
En cualquier caso, tanto su actuación como la del resto del reparto se ajusta perfectamente al tono de la película que, por otra parte y como ya he dicho, tiene una atmósfera intimista –ojo, no confundir con una película lenta o presuntuosa- que deja fuera cualquier pretensión de drama épico o momentos que requieran efectos especiales. Todo transpira naturalidad, cotidianidad. Ello, unido a un perfil técnico sencillo (aunque ingenioso a la hora de representar la pérdida de memoria) y la buena química entre los actores, permitió finalizar el rodaje en tan solo un mes, entre marzo y abril de 2019.
“Pequeño Pez” es una historia sencilla y al tiempo profunda narrada con serenidad, calidez y elegancia. Es una mezcla de romance, ciencia ficción y terror que no compone precisamente la más alegre de las películas, pero su profunda humanidad, su falta de pretensiones, el trabajo de la pareja protagonista y la destreza con la que está narrado su drama, hacen de ella un título altamente recomendable, emotivo -que no sentimental- y quizá hasta memorable.
No la conozco, ni siquiera de nombre. Veré si se encuentra "por ahí". Gracias por presentarla.
ResponderEliminarSaludos,
J.