viernes, 24 de marzo de 2023

1973- CITA CON RAMA – Arthur C. Clarke (y 2)

 

(Viene de la entrada anterior)

 

La popularidad que alcanzó esta novela cuando se publicó por primera vez puede resultar reveladora teniendo en cuenta la época. La Nueva Ola estaba ya remitiendo, pero su influencia (la atención por el “espacio interior” y los problemas en la Tierra, la obsesión por el estilo y la experimentación, el estudio psicológico de los personajes…) había dejado una profunda huella en el género. Sin embargo, el estilo de Clarke seguía firmemente enraizado en la Edad de Oro. En “Cita con Rama” escribe con una prosa austera y económica, priorizando la claridad y la eficacia sobre la estética.

 

En sus algo más de 250 páginas no hay grasa literaria de ningún tipo, ya sean subtramas románticas, peligrosos monstruos acechando en la oscuridad, elpsis o flashbacks. Sí, hay algunos pasajes relativamente extensos centrados en las reuniones del Consejo Espacial y cuyo único propósito es el de servir de marco lógico para transmitir información científica relevante para la trama, son segmentos de ritmo quizá lento, pero nunca llega a ser aburrido. Su dominio de la Física y las Matemáticas es impresionante, pero su interés por la caracterización es mínimo. Algunos de los trabajos anteriores de Clarke contenían cierto subtexto espiritual o metafísico pero para cuando escribió “Cita con Rama”, su estilo estaba ya completamente dominado por la racionalidad. Podría decirse que ni siquiera hay una trama muy sólida, consistiendo la narración en la descripción del arca y cómo los exploradores van solucionando los desafíos que se les presentan, añadiendo por el camino algo de especulación sobre los fabricantes de aquélla.

 

Decía que el éxito de “Cita con Rama” fue extraño porque cuando se publicó supuso una propuesta que remitía a una época anterior de un género que en la última década había avanzado mucho, adentrándose en temas y estilos más interesantes, sofisticados, atrevidos y novedosos. Por aquellos mismos años aparecieron obras de peso, más sociales, psicológicas o experimentales, como “Todos sobre Zanzíbar” (1968), de John Brunner; “Matadero Cinco” (1969) de Kurt Vonnegut; “Los Desposeídos” (1974), de Ursula K.Le Guin; o “Muero por Dentro” (1972), de Robert Silverberg, todas ellas aspirantes también al Hugo. Por el contrario, la lista de aspectos claramente mejorables de “Cita con Rama” es larga y abarca el retrato de la sociedad, la caracterización, la trama… Y, sin embargo, la novela se alzó con el favor de aficionados y críticos, quizá porque lo que hace Clarke, lo hace sobresalientemente bien.

 

Se nos ha enseñado a analizar las obras en función de los personajes y los temas, a buscar metáforas escondidas y referencias ocultas entre líneas –lo cual, por otra parte, puede llevar a ver cosas en los textos que ni siquiera puso allí el autor- y esperar que todo confluya hacia un final en el que se revela el misterio, concluye el arco de los personajes y ata los cabos narrativos. “Cita con Rama” no es un libro que se acomode a esos parámetros porque más que a los aficionados a la literatura va destinado a ingenieros y científicos, gente con pasión por explorar, investigar y experimentar. Rama es el sueño de un científico: enorme, deshabitado, hermoso, tecnológicamente avanzado y repleto de misterios que desvelar. El drama principal de la novela no se centra en las personas, sino en el conflicto de ideas y perspectivas, entre el saber y el no saber. No estamos ante una historia de supervivencia sino de descubrimiento. Lo que importa es la Ciencia y no los individuos.

 

Consecuentemente, la caracterización de los personajes es mínima o nula. Todos son científicos o astronautas, básicamente intercambiables y reducidos a un solo rasgo definitorio, normalmente algún tipo de habilidad. Son meros esbozos con los que es imposible simpatizar pero que sirven de “ojos” del lector en la exploración de Rama y que resultan adecuados al tipo de historia que Clarke está contando. Se comprende lo que hacen y lo que piensan, pero no tanto lo que sienten más allá de lo muy básico (sorpresa, temor…). Los personajes no tienen arco, no crecen con sus experiencias, sus interacciones son estériles… son, simplemente, parte del decorado. Incluso la ordalía que atraviesa Jimmy Pak en su ultraligero y su posterior y apurado rescate no permite que el lector se preocupe demasiado por él. 

 

El verdadero protagonista es Rama y sus secretos mientras que los humanos que transitan asombrados por su interior no son más que secundarios. Por eso el principal suspense reside en saber si los mercurianos conseguirán destruir Rama, no si la tripulación de la Endeavour sobrevivirá.

 

Dado el tema y ambientación de la novela, no hay demasiado tiempo para esas descripciones de sociedades futuras que tan bién se le daban a Clarke y que constituyen uno de los rasgos de su CF, sociedades que habían reorientado aspectos santificados hoy por la tradición. Pero algo de eso encontramos, por ejemplo, en la frecuencia de las relaciones polígamas, considerándolas como un progreso social (si bien Norton se cuida mucho de mezclar a las dos esposas que mantiene en Marte y la Tierra respectivamente).

 

Y hablando del sexo femenino, hay que esperar al capítulo 11 para que se mencione a la única astronauta mujer de la Endeavour y que resulta ser Laura Erns, la doctora. Por desgracia, las ínfulas progresistas de Clarke en la igualdad de sexos se deshacen con párrafos como este, que abre ese capítulo:

 

“A algunas mujeres, había decidido el comandante Norton tiempo atrás, no debía serles permitido viajar en las naves espaciales; la ingravidez hacía cosas a sus senos que resultaban demasiado perturbadoras. Bastante malo era cuando permanecían inmóviles; pero cuando comenzaban a moverse y se establecían vibraciones afines, el resultado era más de lo que podía exigirse que soportara sin consecuencias un simple hombre con sangre en las venas. Él estaba seguro de que más de un serio accidente espacial había sido provocado por una total distracción de los tripulantes, después del tránsito de una oficial suelta a través de la cabina de control”.

 

Parte de la tripulación del Endeavour está compuesta de superchimpancés, simios diseñados genéticamente no sólo para ser más inteligentes sino para ser sumisos y obedientes a los humanos: “Blackie, Blondie, Goldie, y Brownie, tenían árboles genealógicos cuyas ramificaciones incluían a los monos más inteligentes del Viejo y Nuevo Mundo, más genes sintéticos que jamás habían existido en la naturaleza. Su crianza y educación habían costado probablemente tanto como la preparación de cualquier astronauta corriente, y lo valían. Cada uno pesaba menos de 30 kilos y consumía la mitad de alimentos y oxígeno necesarios a un ser humano, pero podía reemplazar a 2,75 hombres en las tareas domésticas, cocina sencilla, traslado de herramientas, y docenas de otros trabajos de rutina. Ese 2,75 era lo aducido por la Corporación, basado en innumerables estudios de tiempo y movimiento. El guarismo, aunque sorprendente y con frecuencia discutido, parecía no obstante ser exacto, ya que los monos se mostraban felices de trabajar quince horas diarias, y no se cansaban de hacer siempre las más humildes y repetidas tareas. En esa forma dejaban en libertad a los seres humanos para dedicarse a sus tareas específicas; y en una nave del espacio, eso era asunto de vital importancia". Una idea intrigante, aunque en la actualidad pueda con toda razón suscitar críticas éticas.

 

Hubiera sido interesante también que Clarke encontrara la forma de ampliar algo más el plano religioso de esa sociedad ante un descubrimiento trascendental para la perspectiva humana sobre el Universo, pero en este caso se limita a imaginar una curiosa nueva fe, La Quinta Iglesia de Cristo Cosmonauta, que no deja de ser una mera curiosidad: “Norton jamás pudo averiguar qué había ocurrido con las cuatro primeras, y tampoco sabía nada de los rituales y ceremonias propias de esa confesión. Pero el dogma principal de su fe era bien conocido: sus miembros creían que Jesucristo era un visitante del espacio, y sobre esta creencia habían elaborado toda una nueva teología. Quizá no era de admirarse que un porcentaje inusitadamente alto de devotos de esa iglesia trabajaran en el espacio, en una u otra especialidad. Eran invariablemente eficientes, concienzudos y dignos de confianza. En todas partes se les respetaba e incluso se les quería, en especial porque jamás intentaban convertir a otros. Y sin embargo había algo de extraño en ellos. Norton no lograba entender cómo hombres con un avanzado nivel de educación científica y técnica podían creer en algunas de las cosas que los Cristianos del Cosmos enunciaban como hechos incontrovertibles”.

 

Sorprendentemente, Clarke introduce algo de humor en la novela, aunque en su vertiente más sutil y cáustica. Cuando la naturaleza de Rama se hace evidente, se reúne el Consejo Consultivo del Espacio para asesorar al gobierno, guiar a la expedición de la Endeavour y analizar los hallazgos de ésta. Clarke utiliza estos pasajes para burlarse de los científicos y políticos, que priorizan los intereses mezquinos y el prestigio y promoción personales por delante de la Ciencia y el interés general. Clarke contempla estas discusiones con distancia y cierta diversión irónica. No importa lo mucho que cambie la sociedad en el futuro, él no tiene demasiadas esperanzas en que ese aspecto lo haga.

 

En otro orden de cosas y con la perspectiva que da el tiempo, es fácil darse cuenta de que Clarke pecó de optimista en su visión de una Humanidad dispersa por el Sistema Solar en colonias bien asentadas y una exploración espacial realizada por naves tripuladas en lugar de sondas automáticas, drones o rovers –que, evidentemente, en una ficción habrían recortado mucho las posibilidades dramáticas-. 

 

En el otoño de 2017, “Cita con Rama” volvió a la mente de prácticamente todos los aficionados a la CF cuando un inusual objeto fue detectado por los telescopios terrestres: el primer visitante conocido proveniente de fuera de nuestro sistema solar y con una forma única en tanto que parecía ser mucho más largo que ancho (sus medidas son de más de 200 metros de largo y unos 35 tanto de ancho como de alto). Se detectó justo después de que hubiera pasado cerca de la Tierra (23 millones de km) y tras haberse acercado al Sol. Hubo en la comunidad internacional de astrónomos quien propuso llamarlo Rama, aunque terminó siendo bautizado como “Oumuamua”, el término hawaiano para “Primer Mensajero Lejano” o, simplemente, “Explorador”. 

 

El rojizo Oumuamua cautivó a los astrónomos durante el breve periodo en el que permaneció a una distancia suficiente como para ser observado con detalle y apareció en los periódicos y noticiarios de todo el mundo. Surgido desde el exterior del plano de la eclíptica (el camino aparente seguido por el Sol sobre la esfera celeste a lo largo de un año, visto desde la Tierra. Esta trayectoria traza un círculo máximo sobre el firmamento que se conoce como plano de la eclíptica) donde orbita la mayoría de objetos del Sistema Solar, lo que dio lugar a exóticas hipótesis, en especial la de que podría tratarse de un objeto artificial fabricado por una civilización alienígena; hipótesis que, en este caso, no fue enunciada por los lunáticos de turno sino por el físico teórico estadounidense Abraham Loeb. A comienzos de este 2023, se publicó un artículo en “Nature” explicando que, a medida que Oumuamua se acercaba al Sol, se iba calentando y esto provocaba la liberación de hidrógeno. Este gas comenzó a salir a borbotones entre el hielo y actuó como propulsor, de manera que modificó su trayectoria de manera inesperada. Por eso, no seguía la típica órbita elíptica de otros objetos del Sistema Solar, tanto los asteroides como los planetas.

 

En cualquier caso, el objeto se encuenta aún en nuestro sistema solar pero alejándose de nosotros a gran velocidad, por lo que el envío de una nave o una sonda para interceptarlo está descartado con la tecnología espacial actualmente disponible. Un año después, los astronómos descubrieron otro objeto, Borisov, también de origen extrasolar, aunque éste parece de naturaleza cometaria. Ahora que sabemos lo que buscamos y cómo hacerlo, será más factible estudiar este tipo de objetos interestelares que, a decir de los astronómos, cruzan nuestro sistema en gran número todos los años.

 

“Cita con Rama” es un hito de la Historia de la CF en su vertiente “dura”. Los personajes son de cartón y la trama escasa, pero su importancia no reside sólamente en brindarnos una ventana al pasado del género sino en sus propios méritos como novela de exploración científica y descubrimiento en la que los personajes sobreviven haciendo uso de su ingenio y conocimientos en lugar de las habilidades físicas o la violencia. El hábitat, su configuración, sus estructuras y biología están bien descritos y su misteriosa naturaleza y abierto final añaden un bienvenido toque de verosimilitud.

 

Como apunté, se convirtió en cabecera de una saga de éxito (de ventas, no tanto literario), pero no es necesaria la lectura de toda ella para entender y disfrutar de este primer volumen, que fue concebido como una historia autoconclusiva. Sin pretensiones ni emotividades, directa, elegante y entretenida, “Cita con Rama” sabe transmitir las maravillas y majestad del Universo haciendo uso de la serenidad, sobriedad, claridad, rigor e inteligencia en lugar de las alharacas emocionales y los desvaríos científicos propios de otros autores y subgéneros.

 

 

2 comentarios:

  1. Obviamente, una novela que al menos hay que leer tres veces.

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  2. Una novela muy interesante, como la mayoría de Clarke, aunque también una que me dejó algo frío por las razones que aquí expones. No me molestó tanto que quedaran muchas preguntas sin respuestas, al contrario lo encontré estimulante (un rasgo en común con Mundo Anillo), pero sí que me molestó que todo el libro fuera una exploración sin, por lo que recuerdo, ningún efecto al final del mismo: ni la humanidad ha aprendido nada, ni los personajes han evolucionado. Así y todo, es una lectura inolvidable, lo que no es poco mérito cuando acumulamos tanta lectura en nuestra vida.

    Y me encantó la forma de terminarlo, recordando la costumbre de los ramalianos de construir todo en triplicado...

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