(Viene de la entrada anterior)
La popularidad que alcanzó esta novela cuando se publicó por primera vez puede resultar reveladora teniendo en cuenta la época. La Nueva Ola estaba ya remitiendo, pero su influencia (la atención por el “espacio interior” y los problemas en la Tierra, la obsesión por el estilo y la experimentación, el estudio psicológico de los personajes…) había dejado una profunda huella en el género. Sin embargo, el estilo de Clarke seguía firmemente enraizado en la Edad de Oro. En “Cita con Rama” escribe con una prosa austera y económica, priorizando la claridad y la eficacia sobre la estética.
En sus algo más de 250 páginas no hay grasa literaria de ningún tipo,
ya sean subtramas románticas, peligrosos monstruos acechando en la oscuridad,
elpsis o flashbacks. Sí, hay algunos pasajes relativamente extensos centrados
en las reuniones del Consejo Espacial y cuyo único propósito es el de servir de
marco lógico para transmitir información científica relevante para la trama,
son segmentos de ritmo quizá lento, pero nunca llega a ser aburrido. Su dominio
de la Física y las Matemáticas es impresionante, pero su interés por la
caracterización es mínimo. Algunos de los trabajos anteriores de Clarke
contenían cierto subtexto espiritual o metafísico pero para cuando escribió
“Cita con Rama”, su estilo estaba ya completamente dominado por la
racionalidad. Podría decirse que ni siquiera hay una trama muy sólida,
consistiendo la narración en la descripción del arca y cómo los exploradores van
solucionando los desafíos que se les presentan, añadiendo por el camino algo de
especulación sobre los fabricantes de aquélla.
Decía que el éxito de “Cita con Rama” fue extraño porque cuando se publicó supuso una propuesta que remitía a una época anterior de un género que en la última década había avanzado mucho, adentrándose en temas y estilos más interesantes, sofisticados, atrevidos y novedosos. Por aquellos mismos años aparecieron obras de peso, más sociales, psicológicas o experimentales, como “Todos sobre Zanzíbar” (1968), de John Brunner; “Matadero Cinco” (1969) de Kurt Vonnegut; “Los Desposeídos” (1974), de Ursula K.Le Guin; o “Muero por Dentro” (1972), de Robert Silverberg, todas ellas aspirantes también al Hugo. Por el contrario, la lista de aspectos claramente mejorables de “Cita con Rama” es larga y abarca el retrato de la sociedad, la caracterización, la trama… Y, sin embargo, la novela se alzó con el favor de aficionados y críticos, quizá porque lo que hace Clarke, lo hace sobresalientemente bien.
Se nos ha enseñado a analizar las obras en función de los personajes y
los temas, a buscar metáforas escondidas y referencias ocultas entre líneas –lo
cual, por otra parte, puede llevar a ver cosas en los textos que ni siquiera
puso allí el autor- y esperar que todo confluya hacia un final en el que se
revela el misterio, concluye el arco de los personajes y ata los cabos
narrativos. “Cita con Rama” no es un libro que se acomode a esos parámetros
porque más que a los aficionados a la literatura va destinado a ingenieros y
científicos, gente con pasión por explorar, investigar y experimentar. Rama es
el sueño de un científico: enorme, deshabitado, hermoso, tecnológicamente
avanzado y repleto de misterios que desvelar. El drama principal de la novela
no se centra en las personas, sino en el conflicto de ideas y perspectivas,
entre el saber y el no saber. No estamos ante una historia de supervivencia
sino de descubrimiento. Lo que importa es la Ciencia y no los individuos.
Consecuentemente, la caracterización de los personajes es mínima o
nula. Todos son científicos o astronautas, básicamente intercambiables y reducidos
a un solo rasgo definitorio, normalmente algún tipo de habilidad. Son meros esbozos
con los que es imposible simpatizar pero que sirven de “ojos” del lector en la
exploración de Rama y que resultan adecuados al tipo de historia que Clarke
está contando. Se comprende lo que hacen y lo que piensan, pero no tanto lo que
sienten más allá de lo muy básico (sorpresa, temor…). Los personajes no tienen
arco, no crecen con sus experiencias, sus interacciones son estériles… son,
simplemente, parte del decorado. Incluso la ordalía que atraviesa Jimmy Pak en
su ultraligero y su posterior y apurado rescate no permite que el lector se
preocupe demasiado por él.
El verdadero protagonista es Rama y sus secretos mientras que los humanos que transitan asombrados por su interior no son más que secundarios. Por eso el principal suspense reside en saber si los mercurianos conseguirán destruir Rama, no si la tripulación de la Endeavour sobrevivirá.
Dado el tema y ambientación de la novela, no hay demasiado tiempo para
esas descripciones de sociedades futuras que tan bién se le daban a Clarke y
que constituyen uno de los rasgos de su CF, sociedades que habían reorientado
aspectos santificados hoy por la tradición. Pero algo de eso encontramos, por
ejemplo, en la frecuencia de las relaciones polígamas, considerándolas como un
progreso social (si bien Norton se cuida mucho de mezclar a las dos esposas que
mantiene en Marte y la Tierra respectivamente).
Y hablando del sexo femenino, hay que esperar al capítulo 11 para que
se mencione a la única astronauta mujer de la Endeavour y que resulta ser Laura
Erns, la doctora. Por desgracia, las ínfulas progresistas de Clarke en la
igualdad de sexos se deshacen con párrafos como este, que abre ese capítulo:
“A algunas mujeres, había decidido el comandante Norton tiempo atrás, no debía serles permitido viajar en las naves espaciales; la ingravidez hacía cosas a sus senos que resultaban demasiado perturbadoras. Bastante malo era cuando permanecían inmóviles; pero cuando comenzaban a moverse y se establecían vibraciones afines, el resultado era más de lo que podía exigirse que soportara sin consecuencias un simple hombre con sangre en las venas. Él estaba seguro de que más de un serio accidente espacial había sido provocado por una total distracción de los tripulantes, después del tránsito de una oficial suelta a través de la cabina de control”.
Parte de la tripulación del Endeavour está compuesta de
superchimpancés, simios diseñados genéticamente no sólo para ser más
inteligentes sino para ser sumisos y obedientes a los humanos: “Blackie, Blondie, Goldie, y Brownie, tenían
árboles genealógicos cuyas ramificaciones incluían a los monos más inteligentes
del Viejo y Nuevo Mundo, más genes sintéticos que jamás habían existido en la
naturaleza. Su crianza y educación habían costado probablemente tanto como la
preparación de cualquier astronauta corriente, y lo valían. Cada uno pesaba
menos de 30 kilos y consumía la mitad de alimentos y oxígeno necesarios a un
ser humano, pero podía reemplazar a 2,75 hombres en las tareas domésticas,
cocina sencilla, traslado de herramientas, y docenas de otros trabajos de
rutina. Ese 2,75 era lo aducido por la Corporación, basado en innumerables
estudios de tiempo y movimiento. El guarismo, aunque sorprendente y con
frecuencia discutido, parecía no obstante ser exacto, ya que los monos se
mostraban felices de trabajar quince horas diarias, y no se cansaban de hacer
siempre las más humildes y repetidas tareas. En esa forma dejaban en libertad a
los seres humanos para dedicarse a sus tareas específicas; y en una nave del
espacio, eso era asunto de vital importancia". Una idea intrigante,
aunque en la actualidad pueda con toda razón suscitar críticas éticas.
Hubiera sido interesante también que Clarke encontrara la forma de
ampliar algo más el plano religioso de esa sociedad ante un descubrimiento
trascendental para la perspectiva humana sobre el Universo, pero en este caso
se limita a imaginar una curiosa nueva fe, La Quinta Iglesia de Cristo
Cosmonauta, que no deja de ser una mera curiosidad: “Norton jamás pudo averiguar qué había ocurrido con las cuatro primeras,
y tampoco sabía nada de los rituales y ceremonias propias de esa confesión.
Pero el dogma principal de su fe era bien conocido: sus miembros creían que
Jesucristo era un visitante del espacio, y sobre esta creencia habían elaborado
toda una nueva teología. Quizá no era
de admirarse que un porcentaje inusitadamente alto de devotos de esa
iglesia trabajaran en el espacio, en una u otra especialidad. Eran
invariablemente eficientes, concienzudos y dignos de confianza. En todas partes
se les respetaba e incluso se les quería, en espec
ial porque jamás
intentaban convertir a otros. Y sin embargo había algo de extraño en ellos. Norton
no lograba entender cómo hombres con un avanzado nivel de educación
científica y técnica podían creer en algunas de las cosas que los Cristianos del
Cosmos enunciaban como hechos incontrovertibles”.
Sorprendentemente, Clarke introduce algo de humor en la novela, aunque
en su vertiente más sutil y cáustica. Cuando la naturaleza de Rama se hace
evidente, se reúne el Consejo Consultivo del Espacio para asesorar al gobierno,
guiar a la expedición de la Endeavour y analizar los hallazgos de ésta. Clarke
utiliza estos pasajes para burlarse de los científicos y políticos, que
priorizan los intereses mezquinos y el prestigio y promoción personales por
delante de la Ciencia y el interés general. Clarke contempla estas discusiones
con distancia y cierta diversión irónica. No importa lo mucho que cambie la
sociedad en el futuro, él no tiene demasiadas esperanzas en que ese aspecto lo
haga.
En otro orden de cosas y con la perspectiva que da el tiempo, es fácil darse cuenta de que Clarke pecó de optimista en su visión de una Humanidad dispersa por el Sistema Solar en colonias bien asentadas y una exploración espacial realizada por naves tripuladas en lugar de sondas automáticas, drones o rovers –que, evidentemente, en una ficción habrían recortado mucho las posibilidades dramáticas-.
En el otoño de 2017, “Cita con Rama” volvió a la mente de
prácticamente todos los aficionados a la CF cuando un inusual objeto fue detectado
por los telescopios terrestres: el primer visitante conocido proveniente de
fuera de nuestro sistema solar y con una forma única en tanto que parecía ser
mucho más largo que ancho (sus medidas son de más de 200 metros de largo y unos
35 tanto de ancho como de alto). Se detectó justo después de que hubiera pasado
cerca de la Tierra (23 millones de km) y tras haberse acercado al Sol. Hubo en
la comunidad internacional de astrónomos quien propuso llamarlo Rama, aunque
terminó siendo bautizado como “Oumuamua”, el término hawaiano para “Primer
Mensajero Lejano” o, simplemente, “Explorador”.
El rojizo Oumuamua cautivó a los astrónomos durante el breve periodo
en el que permaneció a una distancia suficiente como para ser observado con detalle
y apareció en los periódicos y noticiarios de todo el mundo. Surgido desde el
exterior del plano de la eclíptica (el camino aparente seguido por el Sol sobre
la esfera celeste a lo largo de un año, visto desde la Tierra. Esta trayectoria
traza un círculo máximo sobre el firmamento que se conoce como plano de la
eclíptica) donde orbita la mayoría de objetos del Sistema Solar, lo que dio
lugar a exóticas hipótesis, en especial la de que podría tratarse de un objeto
artificial fabricado por una civilización alienígena; hipótesis que, en este
caso, no fue enunciada por los lunáticos de turno sino por el físico teórico
estadounidense Abraham Loeb. A comienzos de este 2023, se publicó un artículo
en “Nature” explicando que, a medida que Oumuamua se acercaba al Sol, se iba
calentando y esto provocaba la liberación de hidrógeno. Este gas comenzó a
salir a borbotones entre el hielo y actuó como propulsor, de manera que
modificó su trayectoria de manera inesperada. Por eso, no seguía la típica
órbita elíptica de otros objetos del Sistema Solar, tanto los asteroides como
los planetas.
En cualquier caso, el objeto se encuenta aún en nuestro sistema solar pero alejándose de nosotros a gran velocidad, por lo que el envío de una nave o una sonda para interceptarlo está descartado con la tecnología espacial actualmente disponible. Un año después, los astronómos descubrieron otro objeto, Borisov, también de origen extrasolar, aunque éste parece de naturaleza cometaria. Ahora que sabemos lo que buscamos y cómo hacerlo, será más factible estudiar este tipo de objetos interestelares que, a decir de los astronómos, cruzan nuestro sistema en gran número todos los años.
“Cita con Rama” es un hito de la Historia de la CF en su vertiente
“dura”. Los personajes son de cartón y la trama escasa, pero su importancia no
reside sólamente en brindarnos una ventana al pasado del género sino en sus
propios méritos como novela de exploración científica y descubrimiento en la
que los personajes sobreviven haciendo uso de su ingenio y conocimientos en
lugar de las habilidades físicas o la violencia. El hábitat, su configuración,
sus estructuras y biología están bien descritos y su misteriosa naturaleza y
abierto final añaden un bienvenido toque de verosimilitud.
Como apunté, se convirtió en cabecera de una saga de éxito (de ventas, no tanto literario), pero no es necesaria la lectura de toda ella para entender y disfrutar de este primer volumen, que fue concebido como una historia autoconclusiva. Sin pretensiones ni emotividades, directa, elegante y entretenida, “Cita con Rama” sabe transmitir las maravillas y majestad del Universo haciendo uso de la serenidad, sobriedad, claridad, rigor e inteligencia en lugar de las alharacas emocionales y los desvaríos científicos propios de otros autores y subgéneros.
Obviamente, una novela que al menos hay que leer tres veces.
ResponderEliminarUna novela muy interesante, como la mayoría de Clarke, aunque también una que me dejó algo frío por las razones que aquí expones. No me molestó tanto que quedaran muchas preguntas sin respuestas, al contrario lo encontré estimulante (un rasgo en común con Mundo Anillo), pero sí que me molestó que todo el libro fuera una exploración sin, por lo que recuerdo, ningún efecto al final del mismo: ni la humanidad ha aprendido nada, ni los personajes han evolucionado. Así y todo, es una lectura inolvidable, lo que no es poco mérito cuando acumulamos tanta lectura en nuestra vida.
ResponderEliminarY me encantó la forma de terminarlo, recordando la costumbre de los ramalianos de construir todo en triplicado...