viernes, 17 de marzo de 2023

1967- VALERIAN y LAURELINE – Pierre Christin y Jean-Claude Mezieres (8)

 


 (Viene de la entrada anterior)

Como vimos en entradas anteriores, en un deseo consciente de alejarse de “Star Wars”, Christin y Mézières empezaron a ambientar las aventuras de “Valerián” en la Tierra. Al mismo tiempo, el guionista asumió la continuidad que él mismo había establecido cuando creó la serie. Ya en el primer álbum, “La Ciudad de las Aguas Turbulentas” (1970), se contaba que Galaxity nacería en el futuro gracias al apocalipsis nuclear acontecido en 1986. Con ese año ya próximo al tiempo real, los autores quisieron ligar a los protagonistas con nuestro propio mundo y en los cuatro álbumes siguientes, de “Metro Chatelet, Dirección Casiopea” (1980) a “Los Rayos de Hypsis” (1985), Valerian y Laureline unen fuerzas con un variopinto grupo de aliados para investigar extraños fenómenos que están sucediendo en la Tierra, lo que les lleva eventualmente a salvar al planeta del holocausto nuclear.

 

Pero su éxito desemboca en una paradoja temporal. Puesto que ya no se va a producir el evento que con el paso de los siglos desembocaría en la creación de Galaxity, el lugar y tiempo de donde los dos protagonistas proceden (aunque Laureline, en realidad y como ya se vio en la primera aventura, nació en la Edad Media), ya no tienen lugar al que regresar. Valerian y Laureline se convertían así en náufragos del tiempo y el espacio atascados en la Tierra de finales del siglo XX. Fue el cierre de la etapa clásica de la serie y el comienzo de otra –conocida como “la Trilogía del Nuevo Futuro”- que llevaría a aquélla hacia una lenta deriva rumbo al final definitivo, al menos en lo que se refiere a la participación de Christin y Mézières.

 

Que el siguiente álbum, “Fronteras Cósmicas”, tardara tres años en aparecer pudo ser una muestra o bien de lo ocupado que estaba Christin por entonces con otros proyectos o bien de su inseguridad respecto a la nueva dirección que debía adoptar la serie. De hecho, los aficionados llegaron a pensar que “Los Rayos de Hypsis” acabaría siendo el último álbum de la misma y empezaron a desesperar de reencontrarse con sus personajes favoritos. El paso que dieron Christin y Méziéres en “Fronteras Cósmicas”, no obstante, fue el más lógico y también el más sencillo: dado que ya no existía en la corriente espacio-temporal una Galaxity que les proporcionara sustento y trabajo, Valerian y Laureline se veían obligados, por mera supervivencia, a convertirse en agentes libres encubiertos al servicio de quien pudiera pagar sus muy especiales servicios.

 

Sin embargo, no son los dos protagonistas los que ocupan las 18 primeras páginas del álbum. La acción arranca a bordo de un lujoso crucero galáctico en el que viajan pasajeros pertenecientes a una multitud de especies alienígenas. Una pareja de imponentes humanoides vestidos con una vistosa armadura, destacan sobre el resto. Es la suya una especie escasa y las posibilidades de que un varón y una hembra se encuentren son tan reducidas que la unión de ambos para engendrar un descendiente es prácticamente obligatoria. Previamente a la consumación del acto, que termina de manera trágica, hacen exhibición ante el pasaje de tanta arrogancia como poder psico-energético.

 

Justo cuando el lector puede empezar a pensar que Christin ha caído en la autocomplacencia y se pregunta si realmente este es un comic de Valerian, este segmento de apertura finaliza con una sorpresa para a continuación saltar a la Tierra de finales de los años 80 del siglo XX. Allí, Valerian y Laureline, acompañados todavía del señor Albert, utilizan su experiencia, conocimientos científicos y avanzado equipo tecnológico para solucionar problemas ajenos a cambio de dinero. Así, impiden la fusión no accidental de un reactor nuclear en una central rusa cercana a Finlandia. Un misterioso empleador (que resultan ser un profesor universitario y un militar norteamericanos que, de algún modo no explicado, conocen el origen y capacidades de la pareja y la forma de contactar con ellos- los contrata para que se dirijan luego a Túnez, Libia y Texas para impedir atentados terroristas relacionados con material nuclear y cuyo propósito parece ser provocar un holocausto similar al que hubiera sucedido en 1986 de no haberlo conjurado Valerian y Laureline.

 

Las pistas les llevan hasta Hong Kong, donde un misterioso individuo está gastando colosales sumas de dinero para adquirir el tipo de armamento que podría causar el desastre. Laureline trata de infiltrarse en su círculo, pero su tapadera es descubierta al ser reconocida como un igual por el enigmático sospechoso. Y es que éste es otro agente del Servicio Espacio Temporal, Jal, que no desapareció junto con Galaxity por hallarse bajo la infuencia de la extraña nebulosa de Nefarfalen. Fue él quien sedujo a la alienígena del comienzo para hacerse con sus poderes y luego se dirigió a la Tierra con el fin de para desatar el apocalipsis nuclear con el que espera restaurar a Galaxity en el espacio-tiempo.

 

La historia se desarrolla de forma muy eficiente y Christin consigue hacer olvidar la descompresión e irregular estructura del díptico precedente concentrando toda la historia en un solo álbum y estructurándola en tres actos bien diferenciados: uno inicial y bastante poco ortodoxo en su longitud y foco, ya que se centra en el antagonista de la aventura; el intermedio, en el que encontramos a Valerian y Laureline convertidos en mercenarios; y el final en el que ambas líneas narrativas convergen.

 

El plan de Jal (causar una hecatombe planetaria con la esperanza de restaurar una continuidad espacio-temporal perdida) es descabellado incluso para una historia de CF, pero tiene sentido como fruto de una mente desesperada y atormentada por igual. De alguna forma, Jal es una versión oscura y extrema de Valerian, que, al fin y al cabo, se encuentra en una situación equivalente. Volveremos a encontrar a Jal en el álbum nº 16, “Los Rehenes de Ultralum”, otra señal más –junto a la recuperación recurrente de secundarios como el señor Albert o los Shingouz- de que Christin deseaba organizar la serie y dotar de una coherencia interna a su creciente universo de personajes y lugares. De hecho, vuelve a aparecer aquí la gran estación Punto Central vista por primera vez en “El Embajador de las Sombras”, si bien la sección terrícola ha sido abandonada.

 

Es también en “Fronteras Cósmicas” donde se presentan gadgets que volveremos a encontrar en el futuro, artilugios que parecen versiones alienígenas de los inventos que utilizaba James Bond en sus misiones, como el Atontador (una especie de lazo giratorio que sume en el estupor a quienes están alrededor), el Tum Tum de Lün (una suerte de minicámara viviente) o el Thoung, un ave-localizadora.

 

Mézières se adapta bien a la narrativa segmentada. En los cuatro álbumes anteriores ya demostró que era perfectamente capaz de dibujar tanto ambientes cotidianos y familiares para el lector como espectaculares secuencias espaciales. Durante buena parte de “Fronteras Cósmicas”, no dispone de espacio para lucir aquello que le ha hecho famoso: el diseño de alienígenas y parafernalia extraterrestre o futurista, pero aún así resuelve perfectamente las escenas de comando de Valerian y Laureline en localizaciones terrícolas. Para compensarlo tenemos el largo pasaje de apertura en el crucero galáctico, un auténtico despliegue de imaginación en la forma de seres divertidamente extraños y diversos, todos ellos con su propia personalidad. Por cierto, como signo de los tiempos que estaban pronto por venir, en seis de las páginas se incluyen imágenes generadas por ordenador obra del diseñador gráfico Eric Wenger.

 

Las fortalezas de la serie siempre han sido la relación entre la pareja protagonista, los conceptos y argumentos imaginativos y el espectacular dibujo. Todo ello está aún presente en “Fronteras Cósmicas”. Christin plantea aquí un concepto central muy interesante: las fronteras, esos lugares ambiguos, ya sean geográficos, políticos, psicológicos o éticos, en los que en todo momento se mueven los personajes de la aventura”: las fronteras entre Rusia y Finlandia, Túnez y Libia, Estados Unidos y México y Hong Kong y China; entre la locura y la sensatez; entre la Tierra y el Espacio; entre el Bien y el Mal; entre la Paz y la Guerra; entre el Pasado y el Futuro… Valerian y Laureline se sienten a gusto explorando nuevos territorios, traspasando fronteras; mientras que Jal, hastiado de su vida nómada, utiliza las fronteras para esconderse e intrigar.

 

Por desgracia, el argumento que rodea al concepto central no reviste el mismo interés. Christin siempre había convertido las peripecias de Valerian y Laureline en sátiras, trasladando a un entorno de CF problemas y conflictos humanos. Pero en “Fronteras Cósmicas” éstos se literalizan en un momento muy concreto del siglo XX, lo que le hace perder ese carácter alegórico y universal tan sugerente. Incluir en la trama de forma explícita las tensiones políticas de la época, el final de la Guerra Fría, ha hecho que el tiempo deje su huella en la historia: el desastre de Chernobyl, la enemistad entre bloques económico-políticos, el peligro nuclear, el terrorismo… no sólo ha hecho envejecer el álbum sino que descentra el argumento, que va dando saltos un tanto extraños: empieza en el espacio, continúa con la política, inserta escenas de acción e intrigas propias de James Bond y regresa al espacio otra vez… Es como si los autores no supieran muy bien hacia dónde dirigir a sus personajes tras el cambio radical que impusieron en su continuidad con el álbum anterior.

 

Fronteras Cósmicas” es, como su propio nombre y concepto indican, un álbum de transición entre etapas, una coda a “Los Rayos de Hypsis” y un prólogo a “Las Armas Vivientes”, dado que su conclusión –tan teñida de melancolía como de esperanza- conducirá a Valerian y Laureline de vuelta al espacio en busca de nuevas aventuras, lo que en cierto modo cierra el círculo con el que se inició la colección.  

 

Así, el decimocuarto volumen de la serie, “Las Armas Vivientes” (1990), el primero verdaderamente autónomo desde hacía diez años, arranca con una premisa clásica: el naufragio. Valerian y Laureline están en apuros. Vagabundos en el espacio y sin una Galaxity que les preste apoyo logístico, se encuentran con que su nave necesita urgentes reparaciones. El mal funcionamiento del sistema de salto espacio-temporal les lleva a un aterrizaje de emergencia en el planeta Blopik. Allí conocen a una troupe de artistas ambulantes integrada por tres pintorescos seres: Brittibrit, un transformista del planeta Chab (y que sirvió de inspiración para el personaje interpretado por Rihanna en la película que dirigió Luc Besson años después); el forzudo Doum A´Goum y la súcubo Yfisania. Estos les explican que el planeta está poblado por tribus de “catetos sanguinarios” enzarzadas en una perpetua guerra sin sentido y que si han acabado allí ha sido por el engaño de un representante malicioso, que les ha dejado tirados.

 

Sin embargo, esto no es exactamente así. El representante en cuestión había llegado a un acuerdo con el líder de uno de los clanes blopikianos, Rompf, “vendiéndole” a estos artistas de maravillosas capacidades como si fueran armas. Rompf pretende “hacer la guerra a la guerra”, una filosofía que pasa por “hacer una gran guerra, la última”, que le sirva para conquistar a todos sus adversarios. Y para ello necesita armas más sofisticadas, entre las que se cuentan, como he dicho, los tres confusos artistas –que todavía creen que están allí para representar una función- y un agresivo alienígena –pese a su escaso tamaño y aspecto de gnomo gruñón-que Valerian estaba transportando en secreto: un schniarfador. Laureline, al enterarse de que, contra su voluntad, están traficando con armas de gran poder destructivo, monta en cólera pese a los intentos de justificarse por parte de Valerian.

 

Obligados a participar en la siguiente batalla de Rompf, en la confusión del choque Valerian aprovecha para reunir a todos los náufragos, schniarfador incluido, y huir a bordo de la nave hacia la Tierra del siglo XX donde, gracias a los contactos del señor Albert y el talento de la troupe –y de Laureline-, se recuperan financieramente ejerciendo una profesión moralmente más satisfactoria: una gira con un espectáculo de variedades por los teatros de Rusia –porque es en ese país donde se vuelve a estrellar su nave-.

 

Como había sido el caso de álbumes anteriores, “Las Armas Vivientes” se apoya en la dinámica de grupo, el formado por los dos protagonistas, los tres artistas circenses y, al final, el schniarfador. También, como ya había ocurrido en “Bienvenidos a Alflolol”, el mal juicio de Valerian y su actitud en exceso pragmática le supone una ruptura con una Laureline que no deja que consideraciones económicas o lealtad a autoridades externas condicionen su sentido moral.

 

Christin no es un moralista pero, como ya hemos ido viendo a lo largo de todos estos álbumes, siempre se ha distinguido por utilizar los registros de la ciencia ficción y la aventura para abordar problemas contemporáneos, reflejar actitudes sociales o satirizar ideologías políticas. Uno de sus temas recurrentes ha sido la estupidez de las guerras, tratado de una u otra forma, más o menos abiertamente, en “El Imperio de los Mil Planetas”, “Los Pájaros del Amo”, “Mundos Ficticios” o “Fronteras Cósmicas”.

 

El por qué de la enemistad entre los clanes de Blopik nunca se llega a explicar –probablemente porque ni siquiera sus habitantes se acuerden ya- pero no importa. Christin viene a decirnos que las razones por las que estallan los conflictos acaban perdidas en las nieblas del tiempo y superadas por el mero deseo de conquista y supremacía sobre el prójimo. A ello obedece la estúpida lógica del líder Rompf, que expresa su deseo de hacer una guerra para acabar con todas las guerras pero que en realidad lo único que quiere es dominar todo el planeta: “Gracias a mis armas vivientes, seré el dueño de Blopik en menos de un ciclo”. Rompf es un villano tan estereotipado como el papel que desempeña en la trama, pero al menos el guion no trata de presentarlo como un verdadero genio militar. De hecho, sabe perfectamente que lo que le ha llevado a la jefatura es ser algo menos cretino que sus gobernados, algo que no tiene reparos en admitir: “En Blopik todos somos bestias. Incluido yo, Rompf, aunque soy menos bestia que los demás (…) No somos muy listos en Blopik, tenemos que meternos eso entre cuerno y cuerno”.  

 

Valerian, que llevado por la desesperación y la carencia de ideas ha ejercido de traficante de armas fortaleciendo la posición de Rompf y dando alas a su ambición, acaba avergonzado e irritado por la fanfarronería de éste y termina utilizando "su" arma, el schniarfador, para combatir el fuego con fuego y reconducir la situación. El papel de los artistas en este conflicto es al tiempo cómico y trágico. Cuentan con pasajes claramente humorísticos pero su función de animadores parece irrisoria ante el horror de la batalla en la que se ven obligados a participar.

 

El grafismo de Mézières experimenta aquí un cierto retroceso respecto al visto en álbumes anteriores. Sigue ofreciendo montajes y composiciones originales y trabajados: la secuencia de apertura, con la deformación que experimentan ambos protagonistas tras una avería de la nave, es una de las más creativas de la colección; y la doble página de la batalla se diría un homenaje a los recargados dibujos de Druillet. También su talento para imaginar alienígenas tan extraños y variados como carismáticos sigue intacto y, de hecho, parece pasárselo particularmente bien rozando la extravagancia con el schniarfador, una criatura que, aunque a mí no me convence demasiado, volvería a aparecer en otros álbumes futuros. Pero, al mismo tiempo, su línea es más nerviosa, menos detallada en muchas ocasiones y el entintado más grueso, incluso algo tosco.

 

La sátira de Christin al convulso estado de la geopolítica mundial de la época (por entonces se estaban librando guerras en el Golfo Pérsico, Ruanda, Sri Lanka, Somalia o Sierra Leona) sigue teniendo vigencia hoy y la aventura vuelve a demostrar su creatividad a la hora de servirse del género de la CF y las figuras de alienígenas para sus propósitos narrativos. Volvemos también a tener diferencias entre la pareja protagonista que dan lugar a diálogos bastante afilados. Tras la melancolía y los dramáticos giros que habían dominado los cinco álbumes anteriores, “Las Armas Vivientes” parece un paso atrás hacia una época anterior de la serie, en la que las aventuras eran autoconclusivas, directas y básicas. La trama funciona, el ritmo es adecuado y, en general, ofrece una lectura entretenida –si bien el desenlace me parece algo delirante e implausible incluso para una colección como esta-, pero también es cierto que a estas alturas el lector de “Valerian y Laureline” tenía derecho a esperar una historia más ambiciosa, que ofreciera alguna sorpresa más y conceptos capaces de despertar el sentido de lo maravilloso.

 

Da la impresión de que Christin estaba buscando con este guion una vuelta a los orígenes, recuperar algo del viejo espíritu de la serie con el fin de renovarla, dándole a sus personajes una nueva razón de ser tras la desaparición de Galaxity. Para algunos lectores veteranos de la colección, esta vuelta al espacio, al descubrimiento de mundos nuevos poblados por extrañas criaturas, al tono, en definitiva, que la serie tenía quince años atrás, supondrá un soplo de aire fresco muy bienvenido tras la creciente ambición conceptual, ambientación terrestre y sentimiento de angustia existencial que desprendían los últimos álbumes. Otros, en cambio, lo interpretarán como un retroceso y, al tiempo, un paso hacia delante que aleja la serie de su edad de oro.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 


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