(Viene de la entrada anterior)
Como vimos en entradas anteriores, en un deseo consciente de alejarse de “Star Wars”, Christin y Mézières empezaron a ambientar las aventuras de “Valerián” en la Tierra. Al mismo tiempo, el guionista asumió la continuidad que él mismo había establecido cuando creó la serie. Ya en el primer álbum, “La Ciudad de las Aguas Turbulentas” (1970), se contaba que Galaxity nacería en el futuro gracias al apocalipsis nuclear acontecido en 1986. Con ese año ya próximo al tiempo real, los autores quisieron ligar a los protagonistas con nuestro propio mundo y en los cuatro álbumes siguientes, de “Metro Chatelet, Dirección Casiopea” (1980) a “Los Rayos de Hypsis” (1985), Valerian y Laureline unen fuerzas con un variopinto grupo de aliados para investigar extraños fenómenos que están sucediendo en la Tierra, lo que les lleva eventualmente a salvar al planeta del holocausto nuclear.
Pero su
éxito desemboca en una paradoja temporal. Puesto que ya no se va a producir el
evento que con el paso de los siglos desembocaría en la creación de Galaxity,
el lugar y tiempo de donde los dos protagonistas proceden (aunque Laureline, en
realidad y como ya se vio en la primera aventura, nació en la Edad Media), ya
no tienen lugar al que regresar. Valerian y Laureline se convertían así en
náufragos del tiempo y el espacio atascados en la Tierra de finales del siglo
XX. Fue el cierre de la etapa clásica de la serie y el comienzo de otra
–conocida como “la Trilogía del Nuevo Futuro”- que llevaría a aquélla hacia una
lenta deriva rumbo al final definitivo, al menos en lo que se refiere a la
participación de Christin y Mézières.
Que el
siguiente álbum, “Fronteras Cósmicas”, tardara tres años en aparecer pudo ser
una muestra o bien de lo ocupado que estaba Christin por entonces con otros
proyectos o bien de su inseguridad respecto a la nueva dirección que debía
adoptar la serie. De hecho, los aficionados llegaron a pensar que “Los Rayos de
Hypsis” acabaría siendo el último álbum de la misma y empezaron a desesperar de
reencontrarse con sus personajes favoritos. El paso que dieron Christin y
Méziéres en “Fronteras Cósmicas”, no obstante, fue el más lógico y también el
más sencillo: dado que ya no existía en la corriente espacio-temporal una
Galaxity que les proporcionara sustento y trabajo, Valerian y Laureline se
veían obligados, por mera supervivencia, a convertirse en agentes libres
encubiertos al servicio de quien pudiera pagar sus muy especiales servicios.
Sin
embargo, no son los dos protagonistas los que ocupan las 18 primeras páginas
del álbum. La acción arranca a bordo de un lujoso crucero galáctico en el que viajan
pasajeros pertenecientes a una multitud de especies alienígenas. Una pareja de
imponentes humanoides vestidos con una vistosa armadura, destacan sobre el
resto. Es la suya una especie escasa y las posibilidades de que un varón y una
hembra se encuentren son tan reducidas que la unión de ambos para engendrar un descendiente
es prácticamente obligatoria. Previamente a la consumación del acto, que
termina de manera trágica, hacen exhibición ante el pasaje de tanta arrogancia
como poder psico-energético.
Justo
cuando el lector puede empezar a pensar que Christin ha caído en la
autocomplacencia y se pregunta si realmente este es un comic de Valerian, este
segmento de apertura finaliza con una sorpresa para a continuación saltar a la
Tierra de finales de los años 80 del siglo XX. Allí, Valerian y Laureline,
acompañados todavía del señor Albert, utilizan su experiencia, conocimientos
científicos y avanzado equipo tecnológico para solucionar problemas ajenos a
cambio de dinero. Así, impiden la fusión no accidental de un reactor nuclear en
una central rusa cercana a Finlandia. Un misterioso empleador (que resultan ser
un profesor universitario y un militar norteamericanos que, de algún modo no
explicado, conocen el origen y capacidades de la pareja y la forma de contactar
con ellos- los contrata para que se dirijan luego a Túnez, Libia y Texas para
impedir atentados terroristas relacionados con material nuclear y cuyo
propósito parece ser provocar un holocausto similar al que hubiera sucedido en
1986 de no haberlo conjurado Valerian y Laureline.
Las
pistas les llevan hasta Hong Kong, donde un misterioso individuo está gastando
colosales sumas de dinero para adquirir el tipo de armamento que podría causar
el desastre. Laureline trata de infiltrarse en su círculo, pero su tapadera es
descubierta al ser reconocida como un igual por el enigmático sospechoso. Y es
que éste es otro agente del Servicio Espacio Temporal, Jal, que no desapareció
junto con Galaxity por hallarse bajo la infuencia de la extraña nebulosa de
Nefarfalen. Fue él quien sedujo a la alienígena del comienzo para hacerse con
sus poderes y luego se dirigió a la Tierra con el fin de para desatar el
apocalipsis nuclear con el que espera restaurar a Galaxity en el
espacio-tiempo.
La historia se desarrolla de forma muy eficiente y Christin consigue hacer olvidar la descompresión e irregular estructura del díptico precedente concentrando toda la historia en un solo álbum y estructurándola en tres actos bien diferenciados: uno inicial y bastante poco ortodoxo en su longitud y foco, ya que se centra en el antagonista de la aventura; el intermedio, en el que encontramos a Valerian y Laureline convertidos en mercenarios; y el final en el que ambas líneas narrativas convergen.
El plan
de Jal (causar una hecatombe planetaria con la esperanza de restaurar una
continuidad espacio-temporal perdida) es descabellado incluso para una historia
de CF, pero tiene sentido como fruto de una mente desesperada y atormentada por
igual. De alguna forma, Jal es una versión oscura y extrema de Valerian, que,
al fin y al cabo, se encuentra en una situación equivalente. Volveremos a
encontrar a Jal en el álbum nº 16, “Los Rehenes de Ultralum”, otra señal más
–junto a la recuperación recurrente de secundarios como el señor Albert o los
Shingouz- de que Christin deseaba organizar la serie y dotar de una coherencia
interna a su creciente universo de personajes y lugares. De hecho, vuelve a
aparecer aquí la gran estación Punto Central vista por primera vez en “El
Embajador de las Sombras”, si bien la sección terrícola ha sido abandonada.
Es
también en “Fronteras Cósmicas” donde se presentan gadgets que volveremos a
encontrar en el futuro, artilugios que parecen versiones alienígenas de los inventos
que utilizaba James Bond en sus misiones, como el Atontador (una especie de
lazo giratorio que sume en el estupor a quienes están alrededor), el Tum Tum de
Lün (una suerte de minicámara viviente) o el Thoung, un ave-localizadora.
Mézières
se adapta bien a la narrativa segmentada. En los cuatro álbumes anteriores ya
demostró que era perfectamente capaz de dibujar tanto ambientes cotidianos y familiares
para el lector como espectaculares secuencias espaciales. Durante buena parte
de “Fronteras Cósmicas”, no dispone de espacio para lucir aquello que le ha
hecho famoso: el diseño de alienígenas y parafernalia extraterrestre o
futurista, pero aún así resuelve perfectamente las escenas de comando de
Valerian y Laureline en localizaciones terrícolas. Para compensarlo tenemos el
largo pasaje de apertura en el crucero galáctico, un auténtico despliegue de
imaginación en la forma de seres divertidamente extraños y diversos, todos ellos
con su propia personalidad. Por cierto, como signo de los tiempos que estaban
pronto por venir, en seis de las páginas se incluyen imágenes generadas por
ordenador obra del diseñador gráfico Eric Wenger.
Las fortalezas de la serie siempre han sido la relación entre la pareja protagonista, los conceptos y argumentos imaginativos y el espectacular dibujo. Todo ello está aún presente en “Fronteras Cósmicas”. Christin plantea aquí un concepto central muy interesante: las fronteras, esos lugares ambiguos, ya sean geográficos, políticos, psicológicos o éticos, en los que en todo momento se mueven los personajes de la aventura”: las fronteras entre Rusia y Finlandia, Túnez y Libia, Estados Unidos y México y Hong Kong y China; entre la locura y la sensatez; entre la Tierra y el Espacio; entre el Bien y el Mal; entre la Paz y la Guerra; entre el Pasado y el Futuro… Valerian y Laureline se sienten a gusto explorando nuevos territorios, traspasando fronteras; mientras que Jal, hastiado de su vida nómada, utiliza las fronteras para esconderse e intrigar.
Por
desgracia, el argumento que rodea al concepto central no reviste el mismo
interés. Christin siempre había convertido las peripecias de Valerian y
Laureline en sátiras, trasladando a un entorno de CF problemas y conflictos
humanos. Pero en “Fronteras Cósmicas” éstos se literalizan en un momento muy
concreto del siglo XX, lo que le hace perder ese carácter alegórico y universal
tan sugerente. Incluir en la trama de forma explícita las tensiones políticas
de la época, el final de la Guerra Fría, ha hecho que el tiempo deje su huella
en la historia: el desastre de Chernobyl, la enemistad entre bloques
económico-políticos, el peligro nuclear, el terrorismo… no sólo ha hecho
envejecer el álbum sino que descentra el argumento, que va dando saltos un
tanto extraños: empieza en el espacio, continúa con la política, inserta
escenas de acción e intrigas propias de James Bond y regresa al espacio otra
vez… Es como si los autores no supieran muy bien hacia dónde dirigir a sus
personajes tras el cambio radical que impusieron en su continuidad con el álbum
anterior.
“Fronteras
Cósmicas” es, como su propio nombre y concepto indican, un álbum de transición
entre etapas, una coda a “Los Rayos de Hypsis” y un prólogo a “Las Armas
Vivientes”, dado que su conclusión –tan teñida de melancolía como de esperanza-
conducirá a Valerian y Laureline de vuelta al espacio en busca de nuevas
aventuras, lo que en cierto modo cierra el círculo con el que se inició la
colección.
Así, el
decimocuarto volumen de la serie, “Las Armas Vivientes” (1990), el primero
verdaderamente autónomo desde hacía diez años, arranca con una premisa clásica:
el naufragio. Valerian y Laureline están en apuros. Vagabundos en el espacio y
sin una Galaxity que les preste apoyo logístico, se encuentran con que su nave
necesita urgentes reparaciones. El mal funcionamiento del sistema de salto
espacio-temporal les lleva a un aterrizaje de emergencia en el planeta Blopik.
Allí conocen a una troupe de artistas ambulantes integrada por tres pintorescos
seres: Brittibrit, un transformista del planeta Chab (y que sirvió de
inspiración para el personaje interpretado por Rihanna en la película que
dirigió Luc Besson años después); el forzudo Doum A´Goum y la súcubo Yfisania.
Estos les explican que el planeta está poblado por tribus de “catetos
sanguinarios” enzarzadas en una perpetua guerra sin sentido y que si han
acabado allí ha sido por el engaño de un representante malicioso, que les ha
dejado tirados.
Sin
embargo, esto no es exactamente así. El representante en cuestión había llegado
a un acuerdo con el líder de uno de los clanes blopikianos, Rompf,
“vendiéndole” a estos artistas de maravillosas capacidades como si fueran
armas. Rompf pretende “hacer la guerra a la guerra”, una filosofía que pasa por
“hacer una gran guerra, la última”, que le sirva para conquistar a todos sus
adversarios. Y para ello necesita armas más sofisticadas, entre las que se
cuentan, como he dicho, los tres confusos artistas –que todavía creen que están
allí para representar una función- y un agresivo alienígena –pese a su escaso
tamaño y aspecto de gnomo gruñón-que Valerian estaba transportando en secreto:
un schniarfador. Laureline, al enterarse de que, contra su voluntad, están
traficando con armas de gran poder destructivo, monta en cólera pese a los
intentos de justificarse por parte de Valerian.
Obligados a participar en la siguiente batalla de Rompf, en la confusión del choque Valerian aprovecha para reunir a todos los náufragos, schniarfador incluido, y huir a bordo de la nave hacia la Tierra del siglo XX donde, gracias a los contactos del señor Albert y el talento de la troupe –y de Laureline-, se recuperan financieramente ejerciendo una profesión moralmente más satisfactoria: una gira con un espectáculo de variedades por los teatros de Rusia –porque es en ese país donde se vuelve a estrellar su nave-.
Como
había sido el caso de álbumes anteriores, “Las Armas Vivientes” se apoya en la
dinámica de grupo, el formado por los dos protagonistas, los tres artistas
circenses y, al final, el schniarfador. También, como ya había ocurrido en
“Bienvenidos a Alflolol”, el mal juicio de Valerian y su actitud en exceso pragmática
le supone una ruptura con una Laureline que no deja que consideraciones
económicas o lealtad a autoridades externas condicionen su sentido moral.
Christin no es un moralista pero, como ya hemos ido viendo a lo largo de todos estos álbumes, siempre se ha distinguido por utilizar los registros de la ciencia ficción y la aventura para abordar problemas contemporáneos, reflejar actitudes sociales o satirizar ideologías políticas. Uno de sus temas recurrentes ha sido la estupidez de las guerras, tratado de una u otra forma, más o menos abiertamente, en “El Imperio de los Mil Planetas”, “Los Pájaros del Amo”, “Mundos Ficticios” o “Fronteras Cósmicas”.
El por
qué de la enemistad entre los clanes de Blopik nunca se llega a explicar
–probablemente porque ni siquiera sus habitantes se acuerden ya- pero no
importa. Christin viene a decirnos que las razones por las que estallan los
conflictos acaban perdidas en las nieblas del tiempo y superadas por el mero
deseo de conquista y supremacía sobre el prójimo. A ello obedece la estúpida
lógica del líder Rompf, que expresa su deseo de hacer una guerra para acabar
con todas las guerras pero que en realidad lo único que quiere es dominar todo
el planeta: “Gracias a mis armas
vivientes, seré el dueño de Blopik en menos de un ciclo”. Rompf es un
villano tan estereotipado como el papel que desempeña en la trama, pero al
menos el guion no trata de presentarlo como un verdadero genio militar. De
hecho, sabe perfectamente que lo que le ha llevado a la jefatura es ser algo
menos cretino que sus gobernados, algo que no tiene reparos en admitir: “En Blopik todos somos bestias. Incluido yo,
Rompf, aunque soy menos bestia que los demás (…) No somos muy listos en Blopik,
tenemos que meternos eso entre cuerno y cuerno”.
Valerian,
que llevado por la desesperación y la carencia de ideas ha ejercido de
traficante de armas fortaleciendo la posición de Rompf y dando alas a su
ambición, acaba avergonzado e irritado por la fanfarronería de éste y termina
utilizando "su" arma, el schniarfador, para combatir el fuego con
fuego y reconducir la situación. El papel de los artistas en este conflicto es
al tiempo cómico y trágico. Cuentan con pasajes claramente humorísticos pero su
función de animadores parece irrisoria ante el horror de la batalla en la que
se ven obligados a participar.
El
grafismo de Mézières experimenta aquí un cierto retroceso respecto al visto en
álbumes anteriores. Sigue ofreciendo montajes y composiciones originales y
trabajados: la secuencia de apertura, con la deformación que experimentan ambos
protagonistas tras una avería de la nave, es una de las más creativas de la
colección; y la doble página de la batalla se diría un homenaje a los
recargados dibujos de Druillet. También su talento para imaginar alienígenas
tan extraños y variados como carismáticos sigue intacto y, de hecho, parece
pasárselo particularmente bien rozando la extravagancia con el schniarfador,
una criatura que, aunque a mí no me convence demasiado, volvería a aparecer en
otros álbumes futuros. Pero, al mismo tiempo, su línea es más nerviosa, menos
detallada en muchas ocasiones y el entintado más grueso, incluso algo tosco.
La
sátira de Christin al convulso estado de la geopolítica mundial de la época
(por entonces se estaban librando guerras en el Golfo Pérsico, Ruanda, Sri
Lanka, Somalia o Sierra Leona) sigue teniendo vigencia hoy y la aventura vuelve
a demostrar su creatividad a la hora de servirse del género de la CF y las
figuras de alienígenas para sus propósitos narrativos. Volvemos también a tener
diferencias entre la pareja protagonista que dan lugar a diálogos bastante
afilados. Tras la melancolía y los dramáticos giros que habían dominado los
cinco álbumes anteriores, “Las Armas Vivientes” parece un paso atrás hacia una
época anterior de la serie, en la que las aventuras eran autoconclusivas,
directas y básicas. La trama funciona, el ritmo es adecuado y, en general,
ofrece una lectura entretenida –si bien el desenlace me parece algo delirante e
implausible incluso para una colección como esta-, pero también es cierto que a
estas alturas el lector de “Valerian y Laureline” tenía derecho a esperar una
historia más ambiciosa, que ofreciera alguna sorpresa más y conceptos capaces
de despertar el sentido de lo maravilloso.
Da la impresión de que Christin estaba buscando con este guion una vuelta a los orígenes, recuperar algo del viejo espíritu de la serie con el fin de renovarla, dándole a sus personajes una nueva razón de ser tras la desaparición de Galaxity. Para algunos lectores veteranos de la colección, esta vuelta al espacio, al descubrimiento de mundos nuevos poblados por extrañas criaturas, al tono, en definitiva, que la serie tenía quince años atrás, supondrá un soplo de aire fresco muy bienvenido tras la creciente ambición conceptual, ambientación terrestre y sentimiento de angustia existencial que desprendían los últimos álbumes. Otros, en cambio, lo interpretarán como un retroceso y, al tiempo, un paso hacia delante que aleja la serie de su edad de oro.
(Continúa en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario