Tras la decepción que había supuesto “El Despertar de la Fuerza”, debut de Disney en el universo Star Wars adquirido a George Lucas, el estudio decide cambiar de capitán, apartar a J.J.Abrams y entregarle tanto la dirección como el guión de la novena entrega de la saga y segunda parte de la tercera trilogía (entremedias de esta y la primera se estrenó el spin off “Rogue One”) a Rian Johnson.
Johnson había había llamado la atención de la crítica con
el thriller de instituto “Brick” (2005) y la película de estafadores “Los
Hermanos Bloom” (2008). Pero, sin duda, el trabajo que mejor le acreditó ante
Disney para empuñar el timón de la franquicia Star Wars fue “Looper” (2012), un
thriller de ciencia ficción sobre viajes en el tiempo. Johnson también ostenta
la dudosa distinción de ser el primer director de la saga Star Wars en su etapa
Disney (además de Abrams, que sortea esa categoría por ser productor ejecutivo)
en no ser despedido, reemplazado o desplazado en sus atribuciones durante o al
término del rodaje. Es más, Johnson exigió y obtuvo de Disney libertad creativa
y de elección de la mayoría del equipo con el que trabaja habitualmente, lo que
quizá demuestra lo consciente que era el estudio de haber conseguido con “El
Despertar de la Fuerza” una película tan taquillera como poco apreciada por
crítica y público. Era necesaria una visión diferente.
Al final de la película anterior, Rey (Daisy Ridley) había
encontrado a Luke Skywalker (Mark Hamill) viviendo como un ermitaño en el
remoto planeta Ahch-To. Atormentado por la forma en que Kylo Ren había sido
seducido por el lado oscuro, no quiere ya saber nada ni del camino Jedi ni de
lo que acontece en la galaxia. Pero Rey se niega a rendirse y marcharse,
empeñándose en cambio en implorar su ayuda y tratar de convencerlo para que se
involucre de nuevo o, al menos, la adiestre en los caminos de la Fuerza.
Mientras tanto, la mermada flota de la Resistencia,
liderada por Leia Organa (Carrie Fisher) huye desesperadamente de la Primera
Orden. Tras un ataque de ésta que deja a Leia en coma, Finn (John Boyega) y la
técnica de mantenimiento Rose Tico (Marie Tran) deducen que sus enemigos pueden
rastrearles por el hiperespacio e idean un plan para desactivar el ingenio que
les permite hacerlo, instalado en una de sus naves. Cuando no reciben la
autorización de la oficial al mando, la vicealmirante Holdo (Laura Dern),
deciden actuar por su cuenta, viajando al mundo-casino de Canto Bight para
contratar los servicios de un descifrador de élite que les permita sortear los
escudos de la Primera Orden.
Por su parte, Kylo Ren (Adam Driver) descubre que tiene un
contacto telepático con Rey, una intimidad que lleva a ésta a pensar, cuando
por fin es capturada por la Primera Orden, que todavía hay esperanza para
atraerle al bando de la Resistencia y que se enfrente a su lado contra Snoke.
Pero el tiempo apremia, porque la Flota de la Resistencia está siendo diezmada
por sus mucho más numerosos y veloces perseguidores.
La apuesta que hizo Disney con Rian Johnson rindió
beneficios porque “Los Últimos Jedi” se distancia conscientemente de sus
predecesoras y supone una clara mejora respecto a “El Despertar de la Fuerza”.
Mientras que esta última se quedó en un tibio intento de volver a recrear la
épica de la “Star Wars” original utilizando exactamente los mismos elementos y
apoyándose burdamente en la nostalgia de los fans veteranos, Johnson sí parece
tener el deseo de hacer algo más fresco, empezando por una dirección más
sencilla. Sus composiciones son claras y despejadas, saturadas con colores
vivos. Muchas de las escenas con la Primera Orden tienen lugar en decorados minimalistas,
con suelos lisos de un negro billante y un muro gigante teñido de rojo y negro.
En cambio, la confrontación del climax se desarrolla en un telón básicamente
blanco con latigazos de rojo.
La mayoría de las ideas con potencial de las secuelas de la
saga quedaban diluidas por el empeño en satisfacer las expectativas de los fans
introduciendo mínimas variaciones en elementos ya muy vistos, como los duelos
con sables de luz: entre dos oponentes, tres o una multitud; con sables dobles
o a dos o incluso cuatro manos; introduciendo acrobacias… Pues bien, en “Los
Últimos Jedi”, escenas como la espantada de animales atravesando el casino,
aunque recuerde a la estampida de dinosaurios de “King Kong” (2005), supone una
adición refrescante al catálogo tradicional de momentos de acción de la saga.
Pero los duelos con sables láser en el salón del trono de
Snoke son emocionantes no solo por las dinámicas coreografías de ataques y
fintas sino porque Johnson juega simultáneamente con la tensión entre los
personajes involucrados hasta el punto de que esa escena no tiene nada que
envidiar a la que es su modelo original: el enfrentamiento entre Luke y el
Emperador en “El Retorno del Jedi” (1983). Además, Johnson acierta al subvertir
las expectativas de los fans, que no van a encontrar aquí un momento de
revelación al estilo de “Luke, soy tu padre” ni una reconciliación entre Rey y
Kylo. El climax de la película, con Luke y Kylo frente a frente en una planicie
helada bajo cielos rojos y rodeados por una fila de AT-AT, es visual y
conceptualmente muy intenso.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que Johnson se vio
obligado a sentarse en la mesa de juego, aceptar las cartas que le dejó Abrams
antes de marcharse y tratar de hacer lo que mejor pudiera con ellas. No creo
que Kylo Ren fuera un personaje particularmente bien concebido en “El Despertar
de la Fuerza”, pero Johnson consigue aportarle algo de solidez. El núcleo
emocional de la película descansa en la posible redención de Kylo e,
independientemente de lo que se pueda pensar del personaje, el guion sí le da
un arco interesante.
También Johnson es mejor director que George Lucas y
J.J.Abrams, ambos perfectamente capaces de crear escenas de acción muy
emocionantes y dinámicas pero mucho más torpes a la hora de trabajar los
personajes o relacionarse con los actores. Johnson no se siente enteramente en
su terreno con el espectáculo a gran escala y prefiere ofrecer una mirada más
cercana a ese universo y los seres que lo habitan. Hay muchos primeros planos
de rostros en “Los Últimos Jedi”, sombras que los cruzan, ojos enfocados o tratando
desesperadamente de desviar la mirada.
Johnson sabe cómo sacar un momento en mitad de la acción
para que el espectador comprenda lo que los personajes piensan y sienten o
transmitiendo una creible intimidad en las conversaciones telepáticas entre
Kylo Ren y Rey, separados por media galaxia. Otro director habría representado
estas conversaciones de una forma abstracta, recurriendo a imágenes como los
“fantasmas de la Fuerza” azules o proyecciones holográficas. Johnson, en
cambio, opta por una aproximación más minimalista, alternando entre dos
localizaciones y, gracias al montaje, creando la impresión de que ambos
personajes están hablando cara a cara.
Este interés por los personajes se transmite a la dirección
de actores y Adam Driver consigue mejorar considerablemente su Kylo Ren,
aportando una base emocional más consistente y sutil. Eso sí, mientras que “El
Despertar de la Fuerza” hizo un trabajo razonablemente bueno a la hora de
presentar a los personajes de Rey, Poe Dameron y Finn, aquí quedan relegados a
secundarios que apoyan la acción principal. Hay pocas escenas que contribuyan a
desarrollarlos más allá del punto en el que la película anterior los dejó.
Los mejores momentos de “Los Últimos Jedi” se esfuerzan por
superar las expectativas que el público suele albergar respecto a la franquicia.
Algunos son herencia de la ambición que demostró “Rogue One”, sobre todo en las
primeras escenas y su énfasis en el coste humano del conflicto. Sin embargo,
también hay otros pasajes, más pretenciosos y aburridos, en los que parece que
Johnson y sus personajes se dedican a hacer un ejercicio introspectivo sobre la
propia franquicia. Esto fue sobre lo que se levantó “El Despertar de la
Fuerza”, un ejercicio de nostalgia estrenado más de diez años después de la
última película de la saga y con el que se pretendía un relevo generacional en
los personajes. Pero la nostalgia no es suficiente para mantener en lo alto una
franquicia que estrena una película al año. “El Último Jedi” necesitaba
encontrar algo interesante que decir, algo nuevo para esta saga de cuarenta
años de edad.
El guion de Johnson incluye detalles que parecen querer
insuflar algo de realidad a la burbuja de fantasía en la que existe Star Wars.
Teniendo en cuenta el perfil habitual de la franquicia, las escenas en Canto Bight
tienen algunos diálogos bastante sorprendentes en cuanto que conectan con
problemas de nuestro propio mundo, como la plétora de privilegios sociales y
económicos de que disfrutan los fabricantes y vendedores de armas, la explotación
de los niños y el maltrato a los animales. La escena final de la película, en
la que se ve a uno de los niños de Canto Bight mirando esperanzado al cielo, es
una de las pocas de la saga en la que la Resistencia trasciende su origen de
mero peón narrativo para convertirse en un auténtico e inspirador ideal
revolucionario.
Por desgracia, la película carece de valor para explotar
todo esto adecuadamente y hasta sus últimas consecuencias. Las mejores ideas se
quedan en meros bocetos aislados o tímidos subtextos. Aunque sin duda está
menos lastrado por la nostalgia que “El Despertar de la Fuerza”, “Los Últimos
Jedi” siguen demasiado condicionados por el pasado de la saga como para poder
trazar con libertad un nuevo rumbo.
“Deja que el pasado muera”, dice Kylo Ren a mitad de
metraje, “Mátalo si es necesario”. Es una afirmación osada, pero también imperiosa
en un momento en el que la cultura popular está saturada de nostalgia y las
franquicias cinematográficas vuelven una y otra vez a personajes e ideas
familiares en vez de arriesgarse a explorar nuevos mundos o conceptos. Después
de todo, ¿qué sentido tiene una nueva trilogía de Star Wars que siga la
estructura, pauta y dinámicas de la original, cuando el espectador puede
fácilmente revisitar ésta cuando desee?
El panorama audiovisual moderno rebosa de reboots y
remakes, secuelas y reinvenciones. Se ha probado de todo, desde iteraciones de “Alien”
y “Terminator” a adaptaciones a la pantalla grande de “El Equipo A”, “Corrupción
en Miami” o “Vigilantes de la Playa”, alcanzando un punto de saturación que
anula cualquier expectativa que pueda tenerse respecto a estos productos. De
hecho, aquel mismo año 2017, plagado de blockbusters, vio el estreno de “BladeRunner 2049”, “La Guerra del Planeta de los Simios” o “Kong: Isla Calavera”,
cintas todas ellas de gran presupuesto y que explotaban el poder icónico de
propiedades intelectuales del pasado.
Esta búsqueda de la nostalgia por la pura nostalgia no es
simplemente un reflejo de la cultura popular. Las películas de Star Wars
siempre han estado insertas en un marco mitológico, una épica generacional en
la que los hijos suceden a sus padres. Tradicionalmente, estas historias
incluían a hijos reconciliándose con sus padres o sucediéndolos, un tema que,
por ejemplo, ha abordado Spielberg en no pocas ocasiones. La trilogía original
de Star Wars era, en su núcleo emocional, la historia de Luke haciendo las
paces con su padre… y cremando su cuerpo al final.
Los padres tienen que morir para que sus hijos vivan. Esto
es un arquetipo fundamental de la narrativa de todos los tiempos. Sin embargo,
la cultura popular moderna parece tener problemas para asumir esa verdad,
atrapada en una incómoda ansiedad respecto a la muerte y buscando el apoyo de
las nuevas tecnologías y formatos narrativos para evadirla. Tal y como se había
atrevido a sugerir “Rogue One”, las películas modernas existen en un mundo en
el que sus estrellas no necesitan morir, preservadas para toda la eternidad
gracias a la magia de los ordenadores. Hay algo desconcertante, incluso
malsano, en estas franquicias atascadas en una perpetua lucha por reconciliarse
con su pasado pero, a la postre, sin dejar que descanse en paz.
Es éste un desafío al que tiene que enfrentarse Star Wars
y, de hecho, el estudio es, en el fondo, consciente de ello. “El Despertar de
la Fuerza” fue justificadamente criticada por ser un vacuo ejercicio de
nostalgia, pero, al menos, hay que otorgarle el mérito de haber comprendido que
una forma de mantener frescas esas estructuras ya muy familiares es reinterpretarlas
con nuevos ojos. “El Despertar de la Fuerza” se centraba en personajes
normalmente ignorados por las narrativas épicas, tanto en términos de sus
características como en sus pasados. El guion entendió que una diversidad de
perspectivas podía insuflar algo de aire fresco a un material ya muy conocido.
Algo de eso hay también en “Los Últimos Jedi”. La adición
más significativa al reparto es Rose, una técnica de baja categoría que se pasa
la mayor parte de sus días entre tuberías y máquinas. Como era el caso de Finn,
Rey o Poe, Rose es un personaje con un perfil raramente visto en las historias sobre
“el elegido”. No es una princesa, una guerrera o un engranaje esencial de la
maquinaria sino alguien anónimo, un personaje que se mete en la historia más
empujada por el azar que por algún destino profetizado y asumido.
(Finaliza en la siguiente entrada)
Buena película
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