(Viene de la entrada anterior)
La séptima temporada de “Voyager” no fue la peor de la franquicia hasta ese momento. Ni siquiera la peor de esta serie. Aunque no tengo claro si eso es necesariamente un elogio.
Este conjunto de episodios no incluye nada tan espectacularmente desnortado como el episodio “Alianzas”, en el que Janeway se aliaba con los Kazon; o “Tatuaje”, donde Chakotey descubría en un planeta símbolos que recordaba de su adolescencia. Ninguno de los personajes se hace tan insufrible como lo habían sido Neelix y Paris compitiendo por Kes en “Celos”. Tampoco hay momentos tan aburridos como los de “Retorcidos” y su enésima anomalía cósmica (todos ellos capítulos de la segunda temporada. Podría haber hecho una selección con cualquier otra). De hecho, la séptima y última temporada de “Voyager” resulta tan sólida como sosa.
En la sexta
temporada, Brannon Braga había llegado al límite de sus fuerzas. Se sentía
quemado e incapaz de aportar nada creativamente significativo. Según él mismo
admitió, de no haber surgido el proyecto de “Star Trek: Enterprise”, habría
abandonado definitivamente la franquicia. Le sustituyó el veterano Kenneth
Biller, que se encontró con un problema similar. Cada vez que él u otro
guionista del staff creía haber dado con alguna idea interesante, alguien le señalaba
que eso ya se había hecho en “La Nueva Generación”, que “Espacio Profundo
Nueve” tenía algo muy parecido o que incluso la serie original ya había tocado
el tema.
La franquicia
tenía ya demasiado recorrido tras de sí y si se quería hacer algo diferente era
necesario o bien un talento extraordinario o bien la voluntad para romper
moldes. Y “Voyager” no tenía ninguna de ambas cosas ni tampoco Biller la plena
confianza de Rick Berman, así que se conformó con gestionar la última temporada
en un modo de “mantenimiento”, concentrándose en cumplir los plazos de
producción y seguir los dictados del productor jefe, más averso aún al cambio
que de costumbre.
El resultado
fue un año sin episodios particulamente vergonzantes. A su manera, esto puede
considerarse un logro relativo para una serie de Star Trek en su última etapa.
Después de todo, las temporadas finales tendían a rellenarse con historias
claramente exprimidas de los cerebros de un equipo de guionistas agotado y sin
ideas. Ahí están “El Cerebro de Spock” o “Y los Niños Dirigirán” (serie
original); “Interfaz”, “Página Oscura”, “Fuerza de la Naturaleza” o “Fin de la
Jornada” (La Nueva Generación); “Hija Pródiga” o “El Nuevo Dispositivo de
Ocultamiento del Emperador” (Espacio Profundo Nueve).
Pues bien,
bastante inesperadamente, la séptima temporada de “Voyager” evita este tipo de
resbalones en su tramo final. Incluso episodios que amenazan con deslizarse
hacia el camp más tontorrón, como “La Carrera” o “Represión”, consiguen
mantenerse a flote. Es más, la séptima temporada de “Voyager” es más
consistente que las equivalentes de “La Nueva Generación” o “Espacio Profundo
Nueve” gracias a la sensación de estabilidad y continuidad que transmiten.
Episodios como “Imperfección” o “Error Humano” podrían perfectamente haber
formado parte de cualquiera de las tres etapas anteriores de la franquicia.
Naturalmente,
este es un cumplido de doble filo. Porque por mucho que esta séptima temporada
de Voyager sea más consistente y regular en cuanto a calidad, también es mucho
más parca en sus ambiciones. La última temporada de La Nueva Generación fue muy
irregular, pero mantuvo su impulso atrevido y ambicioso, lo que de desembocó en
historias tan delirantes como “Máscaras” o “Paralelos”. Puede que la última
temporada de “Espacio Profundo Nueve” flaqueara en su ecuador, pero siguió
explorando los límites de la franquicia en capítulos como “Quimera” y cerrando
toda la serie en un largo arco de diez episodios. Por el contrario, el último
año de “Voyager” ni molesta ni emociona. Podría decirse incluso que es uno de
los más sosos.
Los aficionados
tienden al conservadurismo conforme van cumpliendo años. Tienen poca
flexibilidad y paciencia con las novedades o las innovaciones porque les cuesta
asimilar la idea de que aquello que han amado durante tanto tiempo necesita
cambiar, crecer o evolucionar. Casi todos los intentos de innovar en
franquicias importantes se encuentran con la resistencia de no pocos fans y la
historia de “Star Trek” es un buen ejemplo. Los aficionados reaccionaron muy
mal a la muerte de Spock en “Star Trek II: La Ira de Khan” (1982) o a la
presentación de un nuevo reparto en “La Nueva Generación”. Lo mismo ocurrió con
los pasos de Ira Steven Behr en “Espacio Profundo Nueve” para modernizar la
franquicia y explorar nuevos temas y formatos narrativos.
Pero esa
hostilidad no se limita al fandom. A lo largo de los años, creativos
importantes de Star Trek expresaron abiertamente sus quejas hacia “Espacio
Profundo Nueve”, incluyendo Majel Barrett Roddenberry, George Takei o Marina
Sirtis. Era frecuente leer y escuchar que “EPN no era Star Trek”. Quizá fuera
debido a ese rechazo que la serie acabara siendo un callejón evolutivo sin
salida para la franquicia. Ronald D.Moore se trasladó a “Voyager” tras el final
de EPN pero, tal y como ya conté en esta serie de entradas, abandonó el mundo
de Star Trek definitivamente no mucho después y bastante desengañado por el
estatismo que lo impregnaba todo.
Todo esto
explica mucho de “Voyager” en general y de la séptima temporada en particular.
Tras el trauma que supuso la segunda temporada, la productora Jeri Taylor encajó
deliberamente la serie en un formato y tono más tradicionales, más reminiscentes
del Star Trek de los años 60, fomentando el tipo de historias genéricas y sin
continuidad que bien podrían haber encajado en mitad de cualquier temporada de
“La Nueva Generación”.
Hay puntos de
conexión creativos en “Voyager” que remiten a lo ya ensayado en “La Nueva
Generación”. “Escorpión I y II” recupera el formato de “Lo Mejor de Ambos
Mundos I y II”, insertándose además a caballo de las mismas temporadas. Lo
mismo ocurre entre “Unimatrix Cero I y II” y “Descenso I y II”. Pero, en
general, da la sensación –confirmada por declaraciones de guionistas y
productores- de que “Voyager” pretendía convertirse en el arquetipo de lo que
debería ser Star Trek.
Mientras que
EPN constaba en su mayor parte de historias que sólo tenían sentido en el
propio marco que había ido creando (una estación espacial atrapada en un
conflicto político entre especies), las de “Voyager” podrían haber tenido
encaje en cualquier serie de Star Trek. Esto no siempre fue algo malo. Muchos
de los mejores episodios de “Voyager” están incluidos en esa amplia categoría:
“Recuerda”, “Origen Distante”, “Némesis”, “Testigo Viviente”, “En un Abrir y
Cerrar de Ojos”, “El Monumento”… Pero aunque esos episodios se ajustaban al
molde más tradicional de Star Trek, también ofrecían ideas y temas interesantes;
no se limitaban a parecer y sonar como Star Trek.
Y ese es el
problema con la séptima temporada de “Voyager”: que pone toda su energía al
servicio de la idea de que el objetivo de cualquier producto Star Trek es
parecer Star Trek y que cualquier cosa que difiera de ese modelo ideal debe rechazarse.
Eso es Star Trek hecho a medida para los aficionados que se sintieron alienados
u ofendidos por los intentos de innovar o experimentar que acometieron los
responsables de “Espacio Profundo Nueve”. Está pensada para apelar a la
nostalgia y ofrecerles una dieta regular de lo que les gusta y les es familiar.
Es frecuente
que las temporadas finales se inclinen hacia la nostalgia y el ensimismamiento,
permitiendo que los personajes y el espectador reflexionen sobre el viaje que
han compartido hasta ese punto y que está próximo a terminar. Pero la última
temporada de “Voyager” nunca llega a parecer particularmente nostálgica
respecto a sí misma. “Fragmentos” es el episodio que mejor ejemplifica el
compromiso de la temporada con la propia historia de la serie; a él se añadiría
la torpe reformulación del dilema moral con el que se inició la serie en “Fin
del Juego” así como la retrasada secuela de “El Juego Asesino I y II” en la
forma de “Carne y Hueso I y II”.
Pero por lo que
más parece sentir nostalgia “Voyager” es por “La Nueva Generación”. Dwight
Schultz recupera su papel de Reginald Barclay en “El Infiltrado”, “Autor,
Autor” y “Fin del Juego I y II”, creando la extraña situación de que su
personaje haya aparecido más a menudo en “Voyager” que en la serie que le vio
nacer. De hecho, “El Inflitrado” es una macedonia nostálgica en la que los
villanos resultan ser Ferengi y Marina Sirtis vuelva a interpretar a Deanna
Troi. John deLancie repite en el papel de Q en el episodio “Q2”, cuatro
temporadas después de su última aparición en “Los Q y la Vejez”.
Se percibe en
esta temporada un claro deseo de anclarse en el contexto más amplio del canon
Star Trek. Por ejemplo, forzando al máximo la plausibilidad para encajar a los
Klingons en “La Profecía”, o sembrando por diversos episodios pequeños guiños o
referencias, como la celebración del “Día del Primer Contacto” en “El Hogar de
Neelix”; la sonda perdida de la Federación que constituye el núcleo argumental
de “Amistad Uno”; o la presentación que hace Icheb del heroísmo de James Kirk
en “Q2”. Todo esto parece dirigido a asegurar al fan que “Voyager” está
comprometido con ser Star Trek y pertenecer a su universo, utilizando un tipo
de narrativas muy reconocibles. Por ejemplo, recuperando el tema de la Primera
Directriz.
Para ser
justos, “Voyager” también la había utilizado en episodios como “En un Abrir y
Cerrar de Ojos” o “Falsas Ganancias”, pero no de forma tran frecuente y
consistente como en la séptima temporada, donde “Carne y Hueso I y II”,
“Amistad Uno” y “Ley Natural” utilizan ese concepto para construir fábulas
admonitorias sobre los peligros de que una civilización tecnológicamente
avanzada interactúe con culturas menos sofisticadas. Podemos flexibilizar algo
la definición e incluir aquí también el debate de relativismo moral presente en
“Arrepentimiento”, donde Janeway acaba involuntariamente involucrada en un
conflicto judicial alienígena. Todos estos episodios se ajustan a un molde, el
de la Primera Directriz, de largo recorrido en la franquicia, introducido en
episodios de la serie original como “La Manzana” o “La Pequeña Guerra Privada”;
o de “La Nueva Generación” como “El Que Vigila a los Vigilantes”.
El problema
reside en que, al recurrir con tanta frecuencia a este tipo de narrativas, se
excluye la posibilidad de articular debates interesantes alrededor del concepto
nuclear. Y es que, aunque la razón última de la Primera Directriz es evitar un posible
imperialismo cultural, aunque fuera accidental, también fomenta el
distanciamiento y la supresión de cualquier sentido de la responsabilidad.
“Espacio Profundo Nueve”, en el episodio “Líneas de Batalla”, ya en la primera
temporada, había rechazado el carácter de imperativo moral de la Primera
Directriz y nunca miró atrás después de eso. Por el contrario, “Voyager” evitar
cuestionar las razones, pros y contras de esa filosofía.
Hay una
superficialidad generalizada en toda esta temporada final de “Voyager” que se
refleja en la cantidad de historias autoconclusivas -un formato, por otra
parte, muy utilizado por la franquicia-, en las que se plantean cuestiones
contemporáneas filtradas a través del prisma de la Ciencia Ficción. Así, “El
Secuestro”, es una crítica al sistema sanitario estadounidense y, en
particular, a las ineficiencias burocráticas de las organizaciones médicas;
“Arrepentimiento” critica la pena de muerte en un momento en el que George W.
Bush sacaba el tema en su campaña a las elecciones presidenciales. Este formato
es perfectamente válido y no hay nada malo en las ideas que pone sobre la mesa.
El problema es que esos episodios no tienen nada relevante que decir al
respecto.
Al criticar el
caos del sistema sanitario norteamericano sin enlazarlo con el
hipercapitalismo, “El Secuestro” pierde todo su sentido. “Arrepentimiento”
prefiere no entrar a fondo en la pena de muerte por miedo a molestar a aficionados
que estén a favor de la misma. El resultado de tal falta de compromiso es que
los comentarios políticos y sociales se quedan huecos. Esta séptima temporada
quiere fingir que tiene algo importante que decir, pero en último término
prefiere no hacerlo.
Esto se
manifiesta también de otras formas. Por ejemplo, tratando de incluir en sus
guiones el tipo de valores humanistas que siempre se han asociado con Star
Trek, pero sin comprometerse con lo que aquéllos implican. En “La Carrera”, la
tripulación de la Voyager contacta con una alianza de culturas alienígenas que
a todos los efectos sería una suerte de Federación, un “detalle” al que se le
quiere dar importancia pero que luego no desempeña papel alguno en la historia
que se cuenta. En “El Vacío”, Janeway crea a su alrededor otra suerte de
Federación de ayuda mutua pero sin intención ni de contar con ella a largo
plazo ni explorar lo que tal asociación significa.
“Voyager” está
tan concentrado en parecer Star Trek que no le queda ingenio ni energía para
serlo de verdad. Esto es particularmente obvio en uno de los últimos episodios
de la serie, “Autor, Autor”, un interesante híbrido entre el capítulo “En el
Peor de los Casos”, de la tercera temporada, y el ya clásico “La Medida de un
Hombre”, de la segunda temporada de “La Nueva Generación”. Sobre el papel, se
diría una buena idea. “Voyager” trata de reafirmar sus valores mediante un
afectuoso homenaje a dos de los mejores episodios de la historia de Star Trek.
Por desgracia, ese homenaje es tan mediocre que su efecto es el opuesto.
“La Medida de
un Hombre” era aquella historia en la que Data intentaba demostrar ante un
tribunal que era un ser vivo individual, autoconsciente e inteligente y, por
tanto, con los mismos derechos que cualquier humano. El episodio terminaba de
forma agridulce: se le reconocía al androide el derecho a tomar sus propias
decisiones, pero se negaba a establecer si era o no una auténtica persona,
dejando la exploración de esa cuestión para más adelante. En “Autor, Autor”, el
Doctor emprende acciones legales para defender la autoría de una holonovela que
ha escrito y, con ello, reivindicar su naturaleza de ser autónomo e
independiente. De nuevo, el tribunal opta por no emitir un veredicto claro
sobre el tema. Sin embargo, en esta ocasión el guion (de Phylis Strong y Mike
Sussman sobre una idea de Brannon Braga) sugiere un desagradable cinismo.
En “La Medida
de un Hombre”, Picard argumentaba que no reconocer la invididualidad de Data
reduciría a toda una especie de seres artificiales a una vida de esclavitud y/o
servidumbre. “Autor, Autor” nos muestra que, efectivamente, eso es lo que ha
pasado: la Federación ha creado innumerables hologramas como el Doctor a los
que ha reducido a los trabajos más pesados y que en secreto sueñan con su
libertad. Es una denuncia contra la Federación tan dura como cualquiera de las
que “Espacio Profundo Nueve” articulara en episodios como “Viviendo con Ello”,
“Inquisición” o “Cuando No Llueve, Truena”.
El resultado hubiera sido inteligente de haber transmitido la sensación de que el equipo creativo y de producción pretendía, efectivamente, que aquello se entendiera como un torpedo a la línea de flotación de la idealizada Federación. Pero lo cierto es que toda la temporada evita mostrarse crítica con el statu quo. De hecho, supone un incómodo regreso a los miedos que acompañaron la introducción de los Kazon en la primera y segunda temporadas. Lo que más parece preocupar a los guionistas no es la explotación de toda una especie sino reconocer que esa explotación existe.
(Finaliza en la siguiente entrada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario