(Viene de la entrada anterior)
Sobre toda la temporada sobrevuela la idea de la revuelta de esclavos, empezando por la de los hologramas de la Unimatriz Borg que se narra en el episodio doble de transición entre el sexto y séptimo año, “La Unimatrix Cero I y II”. Los hologramas pasan a ocupar el rol que los Kazon habían desempeñado en la primera y segunda temporadas. Esto es una mejora porque los hologramas no tienen las incómodas connotaciones raciales de los Kazon. Aún así, estas historias siguen manteniendo un familiar cariz racial. Los Lokirrin habían pasado por ese trance revolucionario en “Cuerpo y Alma”, y los Hirogen hacían frente a su propio alzamiento en “Carne y Hueso I y II”.
Janeway no se
posiciona del lado de los oprimidos y contra los opresores. De hecho, se diría
que el auténtico objetivo es que el Doctor aprenda cuál es su lugar y no se
extralimite. Se le conmina a mostrarse agradecido por las libertades y
oportunidades que graciosamente le ha brindado Janeway y cuando en su
holonovela plasma los prejuicios de los que se ha sentido víctima a bordo de la
Voyager, el resto de la tripulación, resentida, se vuelve contra él.
Esto apela a
los impulsos más reaccionarios de “Voyager”, explicitados en episodios del
pasado como “Desplazados”, “El Día del Honor” o “Retrospectiva”. De hecho, la
séptima temporada a menudo parece incluso escéptica hacia los ideales más
básicos de Star Trek relacionados con el multiculturalismo o la exploración. En
“Profecía” ni se llega a plantear que los Klingon pudieran integrarse o al
menos coexistir con el personal de la Flota; en “Amistad Uno”, Janeway
argumenta que con frecuencia el coste de un primer contacto y de la exploración
es demasiado alto; en “El Hogar de Neelix”, éste descubre que el Voyager nunca
podrá ser realmente su hogar.
Esto ofrece un
enfoque increíblemente cínico y lúgubre que contradice los valores liberales y
humanistas que a menudo se asocian con Star Trek. De hecho, esta fue
precisamente la crítica que articuló “Espacio Profundo Nueve” en su séptima
temporada con el episodio “Quimera”. Pero en “Voyager”, siempre que algún
personaje confiesa sentirse asfixiado, excluido o menospreciado –como Torres en
“Linaje” o el Doctor en “Autor, Autor”- se le hace ver que está equivocado y
que no hay nada reprochable en la forma que Janeway y sus oficiales dirigen la
nave y quienes viajan en ella.
Por eso no
sorprende que “Autor, Autor” apunte a que no se ha hecho el menor progreso en
la Federación tras los sucesos narrados en “La Medida de un Hombre”. Después de
todo, “Voyager” es una serie que desde el principio ha estado corriendo sobre
el sitio avanzar hacia ninguna parte. Para ser justos, la séptima temporada
incluye algún indicio de progreso. El contacto que establece la nave con la
Tierra en “El Explorador”, en la sexta temporada, se convierte en un elemento
recurrente: un Barclay holográfico sube a bordo de la Voyager en “El
Infiltrado”; la tripulación consigue enviar y recibir mensajes de sus hogares
en “Autor, Autor” e incluso el Comando de la Flota les encarga una misión en
“Amistad Uno”.
Pero todos
estos progresos son más anecdóticos que reales. Los Borg siguen esparcidos por
el Cuadrante Delta, cruzándose en el rumbo del Voyager cuando a los guionistas
les resulta conveniente (en “Unimatrix Cero II”, “Imperfección” y “Fin del
Juego”); la tripulación se reencuentra con los Hirogen en “Carne y Hueso I y
II” tras haberlos dejado a 30.000 años luz de distancia desde “El Juego Asesino
I y II” en la cuarta temporada.
Y todavía más
decepcionante: los personajes siguen atrapados en sus aburridas rutinas. Cuando
Torres descubre que está embarazada en “Linaje”, vuelve a retomarse el
conflicto entre su naturaleza klingon y humana, la misma dinámica que venía
dominando las historias centradas en ella desde la primera temporada, como
“Caras”, “Riesgo Extremo”, “El Monstruo” o “La Barcaza de los Muertos”.
Igualmente, Kim sigue esforzándose por acostumbrarse al mando en “Nightingale”,
algo que ya habíamos visto en episodios de otras temporadas protagonizados por él
como “Demonio” o “El Detonador”.
Con todo, al
menos Torres y Kim consiguieron en esta temporada historias dedicadas a ellos.
Tuvok es el punto focal de “Represión”, pero sólo como motor narrativo.
Chakotay es nominalmente un personaje con peso protagonista en varios
episodios, como “Fragmentos”, “Ley Natural”, “Trabajo Forzado I y II”; y
secundario importante en “Error Humano”. Pero, a la postre, ninguno de ellos le
aporta nada como personaje.
Los personajes
a los que más atención presta la séptima temporada son Kathryn Janeway, Siete
de Nueve y el Doctor. El propio Kenneth Biller dejó claro que eran sus
preferidos así que no es de extrañar que les brindara más episodios, pensados,
además, para que sus intérpretes luzcan sus habilidades. Aunque suponía menospreciar
al resto del reparto, se trata de una estrategia defendible dado que Kate
Mulgrew, Robert Picardo y Jeri Ryan son claramente los mejores actores de la
serie. Pero también es una muestra de la filosofía del equipo creativo y de
producción: seguir el camino de menor resistencia. Poner a esos
personajes/actores en el centro reduce el riesgo. E, incluso así, poco
desarrollo de los mismos puede apreciarse a lo largo de la temporada,
demostrando que se iban haciendo los episodios uno detrás de otro y sin una
visión a “largo” plazo.
Por ejemplo, de
repente y sin indicación previa en episodios anteriores, Siete desarrolla una
atracción sentimental-sexual hacia un facsímil holográfico de Chakotay en
“Error Humano”, pero nada de esto se trasluce siquiera unos episodios más
tarde, en “Ley Natural” cuando ambos se quedan varados en un planeta. Por otra
parte, hay tantos episodios centrados en el Doctor que empiezan a canibalizarse
unos a otros. El último episodio autocontenido de la temporada, “El Hombre Renacentista”,
parece un híbrido de otros dos previos del mismo año: “El Infiltrado” y “Cuerpo
y Alma”.
En general, se
percibe una frustrante pereza en la temporada, la sensación de que el equipo ya
no tiene ganas de afrontar desafíos y se contenta con producir material que
pase el filtro del “suficientemente bueno”. Sentarse a ver este conjunto de
historias es como ver la copia de una copia de un episodio mucho mejor de “La
Nueva Generación”. Más de una década después de que Michel Piller y su equipo
de guionistas refinaran el formato episódico de la franquicia en “La Nueva
Generación”, “Voyager” no consigue más que ofrecer una pálida imitación de
aquel avance.
Es como si los
guionistas de la serie hubieran olvidado el propósito último de aquella nueva
aproximación y la hubieran reducido a simple rutina con la que regurgitar
cuarenta y cinco minutos de televisión una vez a la semana. Y, además, de forma
inadmisiblemente torpe habida cuenta de la experiencia con que contaba ya la
franquicia. Esto quizá es achacable a Kenneth Biller, que, como dije, capitaneó
la séptima temporada y que era un guionista que tendía a ir del punto A inicial
al punto B final sin desarrollar las ideas que aguardaban entremedio. Ahí está,
por ejemplo, “En el Peor de los Casos”, de la tercera temporada: empieza como
una mirada a una versión alternativa del Voyager en el que las tensiones entre
los miembros de la tripulación provenientes de la Flota y de los Maquis no han
hecho sino empeorar, desembocando en una conspiración y motín. Parece interesante,
pero de repente la historia se transforma en una rivalidad por la autoría de lo
que resulta ser una simulación holográfica diseñada por Tuvok y retomada por
Tom Paris; y luego, se transforma en una historia convencional de hologramas
que se vuelven locos y se rebelan para terminar en un final torpe y poco
inspirado. “Demonio”, en la cuarta temporada, empezaba como una historia sobre
la peligrosa carencia de suministros y
luego se transformaba en un thriller de
supervivencia en un planeta hostil primero y un relato de terror sobre
intercambio de cuerpos después, para cerrar como la típica alegoría Star Trek
sobre la necesidad de comprender y amar a los alienígenas.
Y esto es algo que también ocurre en varios episodios de la séptima temporada. “Drive” es una historia de carreras de naves espaciales que se transforma en un thriller político de altos vueltos. “Represión” es un misterio que recuerda a “El Mensajero del Miedo”, pero luego pasa a ser un autohomenaje a “En el Peor de los Casos”. “Profecía” empieza con una excusa para recuperar a los klingons, lo cual no sirve sino para volver a explorar la relación de Torres con su legado racial y rematar con otro intento de motín. Incluso “Autor, Autor” invierte toda su primera mitad en remedar “Testigo Viviente” y “En el Peor de los Casos” antes de derivar hacia “La Medida de un Hombre”.
Esto es un
ejemplo de lo agotada que estaba ya Star Trek en ese punto. Después de todo, había
acumulado más de seiscientos episodios con múltiples variaciones de casi
cualquier tipo de argumento. Todo recordaba a algo ya hecho anteriormente
dentro de la propia franquicia y los guionistas se encontraron tomando
referencias de material ya ofrecido por “La Nueva Generación”, incluso para el
episodio final, que, aunque se consideraron ideas verdaderamente atrevidas
(como que toda la tripulación fuera voluntariamente asimilada por los Borg para
así escapar del Cuadrante; o que Siete de Nueve sacrificara su vida por salvar
las de los demás, sabedora de que nunca podría llegar a ser totalmente humana),
al final terminó recorriendo una senda similar a la del último episodio de aquélla,
“Todas las Cosas Buenas”. No fue simple coincidencia o pereza sino directriz
directa de Rick Berman, que, en vez de
fomentar la creación de nuevas
historias, le ordenó a Kenneth Biller revisar episodios de “La Nueva
Generación” para ver si de ahí podían extraerse ideas para la temporada.
Este agotamiento supuso la muerte de la franquicia. La séptima temporada de “Voyager”, ya lo he dicho, se preocupó más por ser reconocida por los fans como un producto genuinamente Star Trek que por ser buena televisión. Su continuo rechazo a expandir sus límites estancó la franquicia, dejándola atrás mientras el resto de la ficción televisiva avanzaba hacia el siglo XXI. Es significativo que su sucesora, “Enterprise”, no encontrara su espíritu hasta que decidió abandonar el formato de episodios independientes para embarcarse en narrativas más amplias y ambiciosas.
Tras su
catastrófica segunda temporada, “Voyager” ya había renegado de cualquier
ambición narrativa o formal, pero la séptima se muestra particularmente cínica
en esta misma postura. Puede que Rick Berman le diera mayor libertad a Kenneth
Biller en lo que se refiere a serialización, lo que se tradujo en cierta
evolución en la relación entre Torres y Paris; o las semillas que se fueron
plantando en el camino de vuelta a la Tierra. Pero, a la postre, esa
continuidad es irregular, caprichosa y falsa porque demasiados episodios
finalizan con los personajes rechazando conscientemente cualquier evolución
personal o cambio colectivo.
Los traumas que
la tripulación sin duda debió experimentar en episodios como “Represión” o “Trabajo
Forzado I y II” no tienen consecuencias visibles a futuro. Paris y Torres se
casan en “La Carrera” pero la temporada está organizada de tal forma que ella
no da a luz hasta los minutos finales de “Fin del Juego”. Siete de Nueve se
pasa todo el episodio “Error Humano” lidiando con sus emociones para luego
decidir prescindir de las mismas. El Doctor traiciona a la tripulación en
“Carne y Hueso I y II” y “El Hombre Renacentista”, pero sus actos no tienen
consecuencias. El pon farr de Tuvok recibe un tratamiento de comedia en “Cuerpo
y Alma”… Y, por supuesto, el Voyager, en el curso de todos los altercados en
los que participaba, jamás sufría daños importantes que no se pudieran reparar
antes de comenzar el siguiente episodio. Se convirtió en una broma entre los
fans señalar que la nave parecía tener un suministro ilimitado de lanzaderas.
Aunque en algún momento se mencionó la conveniencia de ahorrar combustible,
nunca hubo evidencias claras de que la tripulación pasara privaciones.
La complicada
trama del capítulo doble que cerró la temporada y la serie, “Fin del Juego”,
desembocaba en el regreso de la tripulación a la Tierra, sanos y salvos,
gracias a un providencial portal espacial. No sin antes, eso sí, de recorrer
una retorcida secuencia de acontecimientos que llevaba a una Janeway envejecida
tras pasar 23 años en el Cuadrante Delta y diez ya de vuelta en la Tierra, a
viajar al pasado para ayudar a sus hombres (y a la versión joven de sí misma) a
engañar a los Borg, escapar a través del mencionado portal y acortar el viaje
–y el número de muertes- que tuvo que afrontar ella misma. También pudo verse
que Siete de Nueve y Chakotay se convertían en pareja formal y que Paris y
Torres tenían una niña justo en el momento en el que el Voyager entraba en el
Cuadrante Alfa. La serie llegaba así a una conclusión limpia y feliz que
restauraba algo del espíritu optimista de Star Trek que “Espacio Profundo
Nueve” se había atrevido a cuestionar.
Todo esto se
antoja vacío, sin sustancia ni auténtico interés. Incluso las dos primeras
temporadas, mucho más problemáticas e irregulares, habían sido capaces de
ofrecer grandes episodios como “Proyección Real”, “Fusión”, “Signos Vitales”,
“Dualidad Mortal” o “Deshielo”. “Voyager” siempre tuvo dificultades para
encontrar su propia identidad, pero en todas las temporadas pudo producir un
puñado de episodios notables. La séptima, por el contrario, está tan preocupada
por no hacer nada humillante que tampoco consigue nada de interés. De hecho,
tras siete años de viaje, puede decirse que el Voyager y su tripulación
consiguieron poca cosa aparte de regresar al mismo punto del que partieron.
Así es como
mueren las franquicias. No implosionan ni colapsan. Simplemente se marchitan.
Dejan de innovar, de intentar hacer algo diferente. Se conforman con ofrecer a
su público lo que suponen que espera de ella y evitan arriesgarse con cualquier
cosa que parezca innovador o provocativo. La séptima temporada de “Voyager”
parece cumplir todos los requisitos de Star Trek… excepto el de probar algo
diferente y significativo dentro de su época. Es televisión acomodaticia y
básica, pensada para ajustarse a un molde muy concreto que le permita quedar
bien identificada como arquetipo de la franquicia.
La séptima
temporada de “Voyager” marcó el final de una serie que podría haber dado mucho
más de sí si hubiera contado con un equipo de producción más atrevido. A lo
largo de todo su recorrido, puede afirmarse que gozó de mayor consistencia en
lo que se refiere a calidad, especialmente si se compara con “La Nueva
Generación”, a la que le costó tres años encontrar la senda del éxito. Pero
también fue menos emocionante e innovadora, lo cual es particularmente
decepcionante si tenemos en cuenta que la premisa (una nave de la Flota
exiliada accidentalmente en una zona remota y desconocida de la galaxia)
permitía explorar los límites tradicionales de la franquicia utlizando nuevos
mundos, imperios, civilizaciones, dilemas éticos, temas…
Pero en lugar
de aprovechar esa potencial tábula rasa para aportar una bocanada de aire
fresco, productores y guionistas se conformaron con regresar a la fórmula de la
serie original de los sesenta, creyendo así satisfacer a los fans de línea dura
que se habían quejado de las “herejías” de “Espacio Profundo Nueve”. El
problema es que todo resultaba demasiado aburrido. No hay sensación de progreso
en las historias ni personajes con el carisma que desplegaron sus antecesores
en la franquicia.
Aunque hay un ruidoso sector de los trekkies que disfrutan destrozando “Voyager” con sus comentarios (y no lo tienen demasiado difícil, la verdad), también es cierto que hay otros muchos fans que atesoran entrañables recuerdos de la serie y la defienden con uñas y dientes. Al fin y al cabo, para su generación, “Voyager” fue “su” Star Trek.
Pero, independientemente de las pasiones involucradas, casi treinta años después de su estreno, puede afirmarse con cierta objetividad que el tiempo no ha sido amable con “Star Trek: Voyager”. Puede que en su momento “Espacio Profundo Nueve” se viera como el “patito feo” de la franquicia, el hijo tarambana que no respetaba a sus mayores. Pero hoy el consenso parece ser que fue una joya a reivindicar por su valentía a la hora de explorar territorios más allá de los familiares en el universo Star Trek. “Voyager”, que fue publicitada como el buque insignia de la franquicia y portador de sus más destacados valores, es visto hoy como un producto comercial y poco arriesgado que provocó el declive de un universo de ficción que había llegado a ser un auténtico fenómeno popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario