El origen de este álbum se encuentra casi veinte años antes de su publicación, cuando el guionista Benoit Peeters colaboró con el distinguido director de animación belga Raoul Servais en un corto documental titulado “Servaisgraphia” (1992), acerca del peculiar estilo y técnica de este cineasta, que podía integrar actores de carne y hueso en una película de animación. Para entonces, Servais ya había contactado con Schuiten en 1987 para que realizara el diseño conceptual de una película, “Taxandria”, que llevaba preparando desde los años setenta.
El Ciclo de las Ciudades Oscuras contaba por entonces con
tres álbumes publicados y el dibujante, que sintió inmediatamente una sincronía
artística con Servais, aceptó con entusiasmo este encargo que le permitía
expandirse hacia el mundo audiovisual y explorar más allá de la científica
arquitectura de los comics que realizaba con Peeters, adentrándose en la
fantasía y el surrealismo. Según declaró posteriormente: “A mi padre –que era arquitecto- no
le gustaba la pintura surrealista. A mí algo, pero no mucho. Fue poco a poco y
especialmente gracias a mi trabajo en la película “Taxandria”, que me fui
acercando a ese estilo. También a los simbolistas, como Khnopff y Spilliaert,
que practican una pintura de alguna manera “impura”, “literaria” en algunos
aspectos”. A lo largo de los siete años que se prolongó la producción,
Schuiten dibujó centenares de ilustraciones, 72 de las cuales acabaron reunidas
en un álbum editado por Arboris en 1993 y acompañadas por textos en un formato
mixto que no era propiamente un comic.
Por desgracia, “Taxandria”, que se estrenó un año después,
en 1994, fue un fracaso de crítica y público pese a obtener varios premios en
festivales internacionales. Era un proyecto vanguardista, con una técnica
experimental que nadie entendía muy bien y del que Servais no tardó en perder
el control. A base de reescrituras de guion por parte de profesionales ajenos a
él, la historia original se desvirtuó y los productores, temerosos de tener
entre manos un producto difícil de abordar por una audiencia convencional,
dudaban y ordenaban cambios que, a la postre, llevaron el navío al abismo.
Fue una decepción para todos, pero Schuiten y Peeters
decidieron dejar reposar el fracaso unos cuantos años y reutilizar las
ilustraciones del primero, convenientemente modificadas, para crear una
historia más cercana a la idea original de Servais. Utilizando como premisa la
idea –inspirada por un viaje que hicieron a Cuba- de una tierra aislada en la
que el tiempo parece haberse detenido, remontaron los dibujos para conformar un
comic y les añadieron los textos precisos para contar la historia que querían y
poder así incluir el resultado dentro de su ciclo de Las Ciudades Oscuras.
Estimado tiene diez años y vive solo en un caserón aislado a las afueras de la ciudad de Taxandria. No sabe por qué no tiene pelo ni comprende por qué es el único niño de la ciudad. Tampoco la razón de que no existan pájaros ni flores en ese lugar, tan solo ruinas de edificios, naves de fábricas abandonadas y esqueletos de máquinas, vestigios de un pasado que se adivina fue grandioso antes de que un gran cataclismo causado por los científicos se abatiera sobre la ciudad.
El señor Bonze es el único maestro de la ciudad y Estimado
su único alumno. Su sonsonete es que “nada
es extraordinario en Taxandria (….) Todos los días se parecen y deben parecerse”.
A pesar de ser él quien, en su calidad de profesor, debería responder las
preguntas de su pupilo, rechaza cualquier atisbo de curiosidad respecto al
pasado y todo aquello que se extienda más allá de la ciudad del Eterno
Presente. Pero aquella mañana, en su camino a clase, Estimado encuentra
escondido entre las ruinas de una imprenta un libro olvidado, el único que ha
visto, con el título: “Historia del Cataclismo”. Es un volumen repleto de
imágenes prohibidas, hechos para él desconocidos y personajes de los que nunca
había oído hablar. Allí se cuenta la historia de cómo bajo la presidencia de
Thadeus Brentano, Tax
andria llegó al culmen del desarrollo tecnológico. Pero la
soberbia y egolatría de los científicos les llevó a inventar ingenios cuyas
consecuencias no eran capaces de prever. El resultado fue un cambio climático
brutal y un cataclismo que arrasó la ciudad. Los supervivientes decidieron
entonces prohibir cualquier tipo de progreso y olvidar el pasado. Estimado, sin
embargo, no se resigna a pasar el resto de su vida en ese limbo y decide
encontrar la forma de escapar.
“Recuerdos del Eterno Presente” es uno de los álbumes más extraños de Las Ciudades Oscuras y, de hecho, sus fans discuten sobre la conveniencia de aceptarla como parte del canon, dado que, en su opinión, se asemeja más a un cuento infantil de tono ligero. Desde luego, algo de razón hay en sus argumentos. La historia se aleja de los puntos habituales de referencia de la colección y es más corta de lo usual: 61 páginas que, incluso recreándose en el dibujo, se leen rápidamente dado que 43 de ellas sólo tienen dos viñetas.
Esta desviación respecto al “canon” de Las Ciudades Oscuras
era de esperar habida cuenta del origen del álbum. Pero no debe caerse en el
error de creer que estamos ante un burdo intento de reciclar oportunistamente
un trabajo previo en otro medio para elaborar un comic con el mínimo esfuerzo.
Porque la historia de esta extraña sociedad que, traumatizada por una
catástrofe, rehúsa cualquier idea del pasado o del futuro, encaja perfectamente
en el universo de las Ciudades Oscuras. No se trata solamente de la adopción de
la estética steampunk de otras entregas (la moda y la tecnología recuerdan la
época victoriana) y que Schuiten nos deleite con esas fantasmagorías
arquitectónicas que han pasado a ser su marca definitoria, sino que los temas
que durante más de veinte años había ido incorporando Benoit Peeters en la
serie están también integrados en la trama, desde la soledad del protagonista a
la descripción de un sistema político absurdo y totalitario pasando por la
búsqueda existencial o la burocracia kafkiana.
Toda la historia tiene una cualidad onírica, como si la
contempláramos a través de un velo de color ocre. Las figuras, los rostros,
están borrosos, poco definidos. Esta decisión gráfica de Schuiten resulta muy
adecuada dado el tema de fondo. Habitualmente, se piensa en el pasado como un
tiempo difuminado por las nieblas de la memoria; y en el futuro, como uno
todavía oculto ante nuestros ojos y pendiente de nuestros actos. Sólo el futuro
parece presentarse con nitidez y colores vivos. Schuiten invierte el concepto.
Al negar su pasado y no soñar con el futuro, es el presente de Taxandria el que
ha perdido brillantez, vida y colorido: los únicos colores visibles son
diferentes tonos de ocre y gris, creando una sensación de decadencia, parálisis
y agotamiento.
Como de costumbre, el dibujo de Schuiten exhibe una meticulosidad excepcional: cada adoquín, cada ventana o tablón, están perfectamente diferenciados del resto. Las siete páginas dedicadas a contar la historia de Taxandria están bañadas en una luz dorada que evoca un tiempo de auge y riqueza, con dibujos más expresionistas, oscureciéndose el color conforme la catástrofe se aproxima.
De igual forma que en otros volúmenes de la serie, el
lector es invitado a tomarse su tiempo descubriendo la ciudad, admirando sus
edificios y ensimismándose ante arquitecturas de proporciones extrañas o
desmesuradas que mezclan estilos de épocas muy distantes –en esta ocasión, lo
que más atrae la mirada son esas colosales columnas corintias que brotan del
suelo y empequeñecen las construcciones que están a su alrededor-. Los
aficionados a la serie reconocerán la enorme estructura semiesférica donde los
taxandrianos han recluido a las mujeres y que evoca el Centro Cartográfico de
“La Frontera Invisible”. También le resultarán familiares los restos de las
locomotoras de vapor, un elemento visual muy querido por Schuiten; así como los
pavimentos distorsionados como si fueran una ola o la importancia de los componentes
arquitectónicos de unión como escaleras o pasarelas.
Quizá en mayor medida aún que en otros volúmenes de la
serie, abundan en “Recuerdos del Eterno Presente” elementos visuales que actúan
como símbolos de cuestiones filosóficas. Las estructuras de transición como
pasarelas, escalinatas de diferente estilo y longitud, puentes, alfombras,
escaleras de mano… representan una actitud vital: la de acercarse a los demás
en lugar de encastillarse en el propio ego. El engaño tras los Príncipes remite
a la película “El Mago de Oz” (1939) y subraya lo engañoso y relativo de las
apariencias. El viaje de Estimado siguiendo las vías del antiguo ferrocarril
simboliza el condicionamiento impuesto por el medio y la educación. La gran ola
que se abate sobre Taxandria evoca el destino de la Atlántida. La ubicuidad de
relojes rotos y mecanismos de relojería dispersos por toda la ciudad, clavados
en los edificios y las calles, ilustran la situación de Taxandria: una forma de
ataraxia (el nombre de la ciudad es casi un anagrama de este vocablo), esto
es, un estado de insensibilidad emocional plana en la que ni hay temores ni
deseos, un estancamiento vital ciego al pasado e indiferente al futuro.
Peeters también integra en la historia temas como los riesgos inherentes a la clonación; el peligro de practicar ciencia sin conciencia; la imperfección del lenguaje como instrumento de comunicación o el sentimiento de culpa. También aquí las mujeres son relegadas al rol de meros instrumentos de desahogo sexual para los hombres. Ni siquiera aparecen como metáfora de una musa inspiradora para Estimado, que tampoco encuentra en ellas una sustituta para la madre que nunca conoció. Privadas de funciones reproductivas y maternales, están todas recluidas en un gran edificio que más parece una sórdida prisión. El mundo “exterior”, por lo tanto, está exclusivamente compuesto por hombres adultos que se han arrogado el papel de guardianes de una seguridad ilusoria y garantes de una prosperidad igualmente imaginaria.
Pero, sobre todo, es el miedo al cambio lo que mueve a
estos hombres. Estimado representa, precisamente, ese cambio, la pequeña falla
del sistema con potencial para transformarlo todo. Dado que Taxandria ha
quedado “congelada” en el tiempo, Estimado no envejece… hasta el día en que
encuentra ese libro perdido que representa el pasado (y, por tanto, la memoria
colectiva) y que le animará a plantearse preguntas y desafiar la prohibición.
Ese sencillo volumen le devolverá el deseo de aprender, de avanzar. Y a partir
de ese momento, su cabello comenzará a crecer de nuevo y su cuerpo a envejecer.
Cuando abandona la ciudad y es recogido por unos marineros, mira hacia atrás y
dice que viene de Taxandria, uno de aquéllos le dice: “Chico, allí no hay nada”.
Porque, de hecho, el presente no es nada más que un efímero momento que se
desvanece tan pronto hablamos de él.
La trama y la atmósfera de “Recuerdos del Eterno Presente” tienen, como he apuntado, una cualidad onírica que mezcla el esoterismo y la ciencia ficción para ofrecer una serie de meditaciones existenciales y socio-filosóficas con base en un misterio y articuladas sirviéndose de un reparto de personajes escasamente perfilados. Como suele ser habitual en las entregas de esta serie, es necesario más de una primera lectura para adentrarse en los enigmas, paradojas, discursos filosóficos, significados y, por qué no, poesía visual, que esconden sus páginas. Con todo, en esta ocasión el argumento y el desenlace no ofrecen las explicaciones esperadas y es fácil que el lector pueda sentirse legítimamente frustrado. La clave aquí es que se trata de surrealismo, que la trama, los personajes y sus actos, no responden necesariamente a las leyes de un universo racional y que no debe pretenderse comprender más de lo que hay.
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