La mejor ciencia ficción, en su corazón, es una herramienta para pensar en el futuro y en cómo nos vamos a relacionar con él. Y eso es algo que entiende perfectamente Russell T.Davis, un veterano y prestigioso guionista y productor de la televisión británica que fue el responsable, casi en solitario, de la exitosa resurrección del “Doctor Who” (2005- )para las nuevas generaciones. La prueba la encontramos en su miniserie “Years and Years”, compuesta de seis episodios coproducidos por la BBC y la HBO.
“Years
and Years” es una aproximación en clave de CF al tipo de series sobre sagas
familiares que tanto gustan a los ingleses. Este género de larga tradición
cuenta con ejemplos ilustres en calidad y éxito, tan separados en el tiempo
como “Arriba y Abajo” (1971-75) o “The Forsyte Saga” (2002-2003). La propuesta
de Davies, sin embargo, es la opuesta a “Downton Abbey” (2010-2015), porque en
lugar de mirar al pasado, lo hace al futuro. Seis episodios le bastan a Davies
para mostrar el paso de quince años y sus consecuencias a múltiples niveles en
la era del progreso digital. Davies solucionó además el problema del potencial
aburrimiento de este tipo de melodramas añadiendo toques de especulación
tecnológica y política y esquivó los peligros del escapismo vacío anclando la
historia a los muy reales problemas de nuestro tiempo.
Los
Lyon son una ordinaria familia inglesa de clase media-alta que vive en
Manchester. Muriel (Anne Reid) es la abuela y matriarca, reacia al cambio y testigo
desde su viejo caserón de una época de la que cada vez se encuentra más
alienada. En ausencia de un padre que se marchó años atrás con otra mujer, Stephen
(Rory Kinnear) es el hijo mayor y quien hace el papel de patriarca. Trabaja
como asesor financiero, está casado con Celeste (T´Nia Miller) y es padre de dos
hijas. Daniel (Russell Tovey) es funcionario del Departamento de Vivienda, gay
y moderadamente infeliz en su relación estable con Ralph (Dino Fetscher). Edith
(Jessica Hynes) es una activista política que viaja por el mundo defendiendo
diversas causas; y Rosie (Ruth Madeley), la hermana más joven, es una persona
alegre y optimista a pesar de estar aquejada de espina bífida; gestiona la
cafetería de un colegio y es madre soltera de dos chicos.
Conocemos
el devenir de todos ellos durante el periodo que discurre entre 2019 y 2034 y mientras
tratan de capear el creciente caos en el que se sumen el mundo y Gran Bretaña:
el Brexit, una crisis de refugiados, un clima global de violencia e
inestabilidad, el cambio climático, la aparición de enfermedades que los
antibióticos no pueden curar, la segregación y cercado de barrios enteros que
se han convertido en focos de delincuencia; la extinción de las mariposas; la
enseñanza de pornografía como asignatura en las escuelas… y el ascenso de un
populismo de derechas ejemplificado por Vivienne Rook (Emma Thompson), una ambiciosa
empresaria sin pelos en la lengua que, dominando los resortes de la fama, va
reuniendo apoyos para presentarse como independiente al cargo de Primera
Ministra. Le costará algunos años, pero finalmente conseguirá su objetivo.
Pero
aunque Emma Thompson es una actriz que roba siempre todas las escenas en las
que participa y las comparaciones con Boris Johnson o Donald Trump son más que
obvias, ésta no es su historia, sino la de una familia ordinaria, los Lyon, que
se verá profundamente afectada, como todos sus compatriotas, por las medidas
que adopta el gobierno de aquélla.
La hija de Stephen y Celeste, Bethany (Lydia West), se somete a implantes que la conectan directamente a internet. La economía cae en recesión y Stephen pierde su trabajo. Daniel se distancia de Ralph y se enamora de un refugiado ucraniano, Viktor (Maxim Baldry). Rosie pierde su negocio de catering debido a la creciente automatización y se convierte en seguidora de Vivienne Rook. Edith sobrevive a un ataque nuclear que Estados Unidos lanza sobre una isla artificial en disputa en la que los chinos estaban desarrollando armas, pero la radiación acorta su expectativa de vida.
Conforme
Vivienne Rook asciende en la escala de popularidad en su carrera al despacho de
Downing Street y luego ya convertida en Primera Ministra, Gran Bretaña ve un
renacer del fascismo y los Lyon se ven obligados a decidir en qué lado de la Historia
quieren estar. Deberán enfrentarse a duros dilemas morales, políticos y
personales y sus acciones, aunque ellos nunca desearon que así fuera, terminarán
por tener un gran impacto en el devenir de su nación.
Russell
T.Davis siempre ha creído en el poder de la televisión para cambiar las mentes
del público y crear un sentimiento colectivo de unidad alrededor de una idea.
“Years and Years” no es sutil, porque la televisión popular no lo necesita. De
lo que se trata es de mostrar su intención de forma clara y rápida. Y en este
caso consiste en mostrar primero la cara más oscura de la gente y luego cómo
los tiempos difíciles pueden extraer lo mejor de esas mismas personas. Nadie
está preparado para ser un héroe. Y casi nadie lo desearía. Todos nos limitamos
a hacer lo que podemos para sobrevivir un día más. Davis imparte las mismas
lecciones aquí que en “Doctor Who”, solo que sin sus aparatos fantásticos ni el
heroísmo de folletín.
Las dos series anteriores de Davies, “Queer as Folk” (1999-2000) y “Doctor Who” prepararon el camino para “Years and Years”. El reputado guionista conoce bien la fórmula para entretener y divertir sin por ello eliminar el poso amargo de la realidad. En su corazón, es alguien que quiere contar una historia que absorba al telespectador, pero que también contenga un mensaje. No esconde su ideología política y no le importa si disientes con él. Lo que desea es avisarnos de que hay que estar alerta porque tras la siguiente esquina siempre nos espera otro monstruo.
Como
apuntaba al principio, ése es el gran poder de la Ciencia Ficción, el último
gran género de ideas. La vertiente literaria de la Ciencia Ficción ha sido
tradicionalmente más hábil a la hora de construir mundos futuros plausibles y describir
cómo podría ser nuestra vida en ellos. Aunque en menor medida, la televisión
también ha contado con ejemplos de especulaciones futuristas que animaban a
cuestionarnos el presente, desde “La Dimensión Desconocida” (1959-64) a “Black
Mirror” (2011- ) pasando por “Star Trek” (1966- ). Y esa es la línea que sigue
“Years and Years”, pero sin las limitaciones del episodio autoconclusivo
integrado en una antología y que no tiene más remedio que abordar los temas con
brevedad y superficialidad; o el inverosímil marco de la inmaculada Federación
de Planetas.
Los
apocalipsis televisivos tienden a producirse con una explosión dramática en
forma de zombies, invasiones alienígenas, pandemias, desastres naturales… En
“Years and Years”, por el contrario, el descenso al torbellino de la entropía se
produce paulatinamente, sin grandes aspavientos, de tal forma que pocos se dan
cuenta de ello. Excepto por la detonación de una bomba nuclear, cortesía del
Presidente Trump en los últimos días de su segundo mandato, la mayor parte de
la historia se centra en las indignidades cotidianas que la gente corriente ha
de soportar conforme la civilización se resquebraja.
Las
guerras en Europa del Este producen una avalancha de refugiados ucranianos que
llegan a Inglaterra, provocando tensiones en el gobierno y entre la población; a
bordo de barcos fantasma, cirujanos ilegales rusos realizan cibermodificaciones
peligrosas a adolescentes desorientados que desean escapar de este mundo para
vivir en uno virtual; aumenta el poder de China y las tensiones que genera en
todo el mundo; la crisis económica, atizada por la inestabilidad mundial y el
cambio climático, desemboca en un derrumbe del sistema bancario y la
volatilización de los ahorros de millones de familias; los politicos con menos
escrúpulos se aprovechan del descontento y la indignación para regalar los
oídos de la gente con mensajes populistas y aumentar su influencia…
Uno
no puede sino pensar al ver esta serie que así es como discurrirán las cosas –o,
al menos, podrían hacerlo. No es como dar un salto ciego al futuro y abrir los
ojos décadas después para encontrarse con un mundo diferente, sino presenciar,
a partir del presente, como van sucediéndose los acontecimientos. Y, como en la
vida real, a veces los cambios son muy rápidos, otras veces más lentos. El
progreso puede curar enfermedades graves (como en el caso de Rosie) o aportar
una visión del mundo y una forma de relacionarse con él absolutamente nueva (en
el caso de Betthany). Pero también puede hacer más fácil la vigilancia y
control de los ciudadanos y aumentar su alienación y dependencia.
Algunas
veces, no muchas, los personajes expresan su preocupación por la locura que se
está apoderando del mundo. Este recurso es algo tramposo porque lo cierto es
que somos como las ranas que no percibimos la creciente temperatura de la olla
en la que nos han colocado. No nos parece que el mundo esté cambiando mucho más
deprisa que, por ejemplo, la Europa de los años treinta, con sus naciones
precipitándose ciegamente y a toda velocidad hacia la Segunda Guerra Mundial.
Por mucho que la globalización, la industrialización y la comunicación
instantánea nos brinden una nueva perspectiva del mundo y nuestro lugar en él
–y digo “nueva”, no más precisa-, seguimos adoleciendo de una pésima memoria
histórica y una mediocre capacidad de prospectiva.
En
cualquier caso, Davies captura y transmite perfectamente el zeitgeist de
nuestros tiempos, dominados por el miedo y la incertidumbre. Como nos ocurre a
nosotros –al menos los que ya tenemos algunos años y responsabilidades a
cuestas-, los Lyon se ven obligados a reajustar continuamente sus esquemas mentales
tratando de encontrar una estabilidad que nunca llega. Día a día y sin un
manual de instrucciones, han de enfrentarse a problemas, graves o leves,
extraordinarios o cotidianos, que nos son familiares también hoy: la insidiosa
naturaleza de la tecnología; las dificultades de las madres solteras; las
desigualdades económicas; el deterioro de las relaciones sentimentales producto
de las dificultades financieras; las injusticias del sistema burocrático; la
tragedia de los refugiados; la brecha generacional; el desempleo producto de la
digitalización; los siniestros lazos entre empresarios y políticos…
Por
ejemplo, la hija mayor y aún adolescente de Stephen y Celeste, Bethany, les
confiesa que es “trans”. Los padres recurren a sus reservas progresistas,
controlan su respuesta emocional, tratan –aunque les cuesta- de reaccionar
positivamente y apoyar a su hija… hasta que ésta les explica que no habla de transexualismo
sino de transhumanismo: quiere trasladar su conciencia a la “nube”, descartar
su cuerpo físico y vivir para siempre en forma digital. Esto sí es ya demasiado
para Stephen y Celeste, que le prohiben a su hija el acceso a dispositivos
electrónicos. Lo cual, por supuesto, no la detendrá. Conforme crezca y alcance
cierta independencia económica, se hará implantes, tendrá alguna mala
experiencia al respecto y se someterá a un programa experimental del gobierno
que marcará no sólo su vida sino, a la postre, también la de su familia.
En
otra ocasión, Rosie tiene una cita con el padre, separado, de una compañera del
colegio de su hija. Cuando, en la casa de él, ya están inmersos en los
preliminares sexuales, ella descubre unos extraños artefactos en el cajón de la
mesilla… que resultan ser complementos para que el robot doméstico pueda,
digamos, satisfacer las necesidades de su dueño. En las manos de otros
guionistas, este habría sido el momento para un suspiro descorazonado y una
moraleja, pero Davies hace reaccionar a Rosie de una forma mucho más fresca,
realista y acorde con su personalidad: coger el teléfono, contárselo a sus
hermanos y reírse con ellos de sí misma.
El
arco de Daniel, quizá el más convencional, gira alrededor de su trágica búsqueda
del auténtico amor. Su cónyuge, Ralph, resulta ser alguien demasiado
superficial y susceptible a las fake news y las teorías de conspiración que
circulan por internet. La conexión entre ambos es cada vez más frágil cuando
Daniel conoce a Viktor, uno de los refugiados ucranianos en el campo que él
está ayudando a organizar y que ha huido de las persecuciones homofóbicas que
están produciéndose en su país. Ambos se sienten atraídos inmediatamente y
consuman su relación la noche en que las sirenas de ataque antiaéreo vuelven a
aullar por todas las ciudades inglesas cuando Estados Unidos dispara un misil
nuclear.
Es
ésta, como he dicho, la parte más tópica de la serie (junto a los problemas
matrimoniales de Stephen y Celeste), pero al menos el guion acierta al poner el
foco no tanto en la situación como en los personajes. La escena en la que ambos
han de cruzar como inmigrantes ilegales el Canal de la Mancha, en la parte
final de la miniserie, es verdaderamente terrorífica y su impacto queda
subrayado por el espanto y desconcierto que refleja el rostro de Daniel,
normalmente tranquilo y optimista, cuando se da cuenta de que el mundo lo va a
engullir; que, después de todo, él no está hecho para vivir en esta época.
Desde
el punto de vista de la tecnología, podríamos decir que “Years and Years” es un
culebrón ciberpunk. Incluye muchos tópicos de ese subgénero de la ciencia
ficción: un futuro cercano y distópico, una sociedad mundial interconectada
digitalmente, el transhumanismo… Lo que ocurre es que todo ello ha quedado tan
integrado en la cultura popular e incluso absorbido por la actualidad, que ya
nadie piensa en ello como ciberpunk o siquiera ciencia ficción.
No
es que el mundo que nos presenta la miniserie sea irreconocible desde el punto
de vista tecnológico. Aquí no hay coches voladores ni teletransportadores ni
calles nocturnas iluminadas por neón. No, mucha de la tecnología que
manejaremos será menos llamativa, más doméstica y cotidiana. Ahí tenemos la
Inteligencia Artificial, navegador y comunicador conocido como “Señor” (una
evolución del actual Alexa); la adolescente Bettany lleva continuamente una
máscara-filtro que proyecta un holograma similar a los de Snapchat; las cajas
de almuerzo llevan un mecanismo autocalentador; los robots domésticos son
utilizados como aliviador sexual por almas solitarias…
Davies afirmó que la escena final de la serie le rondaba la cabeza desde hacía veintincinco años y aquí, por fin, encontró el marco narrativo perfecto para materializarla. Puede que el mundo siga siendo un lugar terrorífico e incierto, pero todavía hay esperanza, expresada en la transcendencia y ascensión a un nuevo nivel de conciencia. El drama familiar al que habíamos asistido durante seis episodios, culmina en un perfecto final que no pertenece a ningún género más que a la CF.
En
último término, el tema central de la serie –y, en realidad, de nuestras
propias vidas en el presente- es tan enorme y complejo que Davies tuvo que
trocearlo en partes y personajes: ¿Cómo puede y debe reaccionar cada individuo
ante un mundo en constante y rápido cambio? La televisión moderna ha hecho un
par de intentos reseñables: “Westworld” (2016-18) utiliza la alegoría para
mostrarnos lo surrealista que se vuelve nuestro mundo cuando dejamos atrás la
realidad que nos es familiar; la ya mencionada “Black Mirror” es una antología
de historias cuyos personajes se enfrentan a transformaciones tecnológicas que
o bien potencian ciertas características de nuestra naturaleza –buenas o
malas-, o bien nos quiebran mientras intentamos adaptarnos a ellas.
“Years
and Years” propone algo diferente: partir de nuestro presente para narrar la
crónica del viaje al futuro de una serie de personajes ordinarios que, y esto
es importante, son ingleses. Y es que Gran Bretaña –y esto ha podido verse
recientemente con ocasión del Brexit- vive todavía en la nostalgia del pasado.
Los británicos son ciudadanos de una potencia que hoy sólo existe en el
recuerdo y los rituales, pero que no juega ya un papel determinante en el
escenario mundial. No es de extrañar que tengan tantos autores, en todos los
formatos de ficción, que destaquen a la hora de imaginar historias en las que
tienen lugar profundos cambios en las corrientes de la Historia, no como
apocalipsis que requieran del surgimiento de héroes sino como mareas crecientes
e imparables ante las que solo cabe agarrarse y resistir.
Contemplado
globalmente el periodo que cubre la historia de “Years and Years”, no puede uno
sino sentirse abrumado y pesimista. Pero los Lyon, a pesar de soportar rupturas
sentimentales, muertes y desgracias de todo tipo, afrontan la adversidad con
ingenio, determinación y, sobre todo, la fuerza que les da el permanecer
unidos, mantener el contacto y compartir los malos momentos pese a las
diferencias que existan entre ellos, celebrando año tras año los cumpleaños y
las festividades. No es que la serie pretenda reconfortar forzadamente al
espectador vendiéndole el poder del amor familiar como la panacea a los males
mundo en creciente descomposición, sino más bien que las tradiciones y el apoyo
de los más cercanos es todo el soporte que tenemos ante las corrientes del
Tiempo y la Historia.
“Years and Years” es una serie que comprime con extraordinaria eficacia quince años del futuro en seis horas del presente. Cada episodio parece volar ante nuestros ojos gracias al dinamismo de su narración, los múltiples escenarios que se plantean para cada rama familiar y, sobre todo, el humor, la compasión, el humanismo y la energía que Davies sabe insuflar a cada proyecto en el que participa.
Recuerdo haberla visto en su momento y me pareció excelente. El carácter especulativo de la serie es (aterradoramente) convincente en muchos aspectos.
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