Tras haber dedicado trece años de su vida a “Strangers InParadise” cosechando por el camino éxito, reconocimiento y experiencia, Terry Moore sorprendió a todo el mundo con su siguiente serie: “Echo”, que constó de treinta números publicados por Abstract Studios de marzo de 2008 a mayo de 2011. Aunque hay elementos comunes a ambas obras (incluso, la aparición en esta de un personaje secundario de aquélla, Tambi, apunta a que transcurren en un universo compartido), “Echo” difiere significativamente de su predecesora, empezando por su acercamiento a un nuevo género, la Ciencia Ficción, que se mezcla con el thriller y el melodrama que ya había cultivado profusamente en “Strangers in Paradise”.
El arranque es tan sencillo como efectivo: Julie Martin está tomando fotos en el desierto californiano, en la orilla de Moonlake, cuando tras presenciar una explosión en el cielo, se encuentra bañada por una especie de lluvia de micropartículas de metal líquido. Resulta que una científica militar, Annie Trotter, estaba probando en la zona un traje experimental, denominado Beta, cuando fue traicionada y asesinada en pleno vuelo mediante el estallido de un misil ordenado por el profesor Foster, científico jefe del proyecto para el que investigaba en el HeNRI (Heitzer Nuclear Institute).
El caso es que esa sustancia de la que estaba fabricado el traje se adhiere al cuerpo de Julie como una segunda piel que no puede arrancar y que le proporciona ciertos poderes que no controla y que desconciertan a propios y extraños. El ejército, desesperado por encontrar la sustancia experimental y secreta que ahora porta Julie sobre sí, despliega un contingente de tropas y contrata a una agente de la Rama de Seguridad Nacional, Ivy Raven, para que la rastree (sabían de su presencia en el lugar por unas fotos de satélite).
Cuando intentan arrestarla y tocan la capa metálica que recubre su torso, se produce una violenta reacción que revela el poder de aquélla, como si tuviera vida propia. Las cosas empeorarán todavía más cuando se sepa que parte de esa nanotecnología ha recubierto también la mano de un vagabundo psicópata que se hace llamar Caín y que dice ser la reencarnación de su homónimo biblíco. Llevado por su locura, persigue a Julie dispuesto a hacerse con la parte de la armadura que ella posee, asesinando a quien quiera que se atreva a interponerse en su camino.
Las circunstancias hacen que Julie reciba la ayuda del novio de Annie, Dillon Murphy, un ranger de parques nacionales y ex militar, y un amigo de éste, el motero Dan, escondiéndose y huyendo mientras tratan de comprender qué ha pasado. Por su parte, Ivy, que no tarda en localizarlos, empieza a sospechar que el profesor Foster y su ayudante, Jack Cooper, no le han contado todo lo que debería saber y que tienen algo turbio entre manos. El resultado es que la eficaz agente cambiará de bando y decidirá ayudar a los fugitivos.
Gradualmente, conforme avanza la serie y la trama se complica integrando nuevos intervinientes, introduciendo giros y revelaciones que hacen evolucionar a unos personajes y matan a otros, se descubre que Foster quería utilizar la aleación desarrollada por Annie para crear un agujero negro artificial que convirtiera a los Estados Unidos en la principal potencia mundial, adelantándose a los chinos, que tienen un proyecto similar en curso.
En un punto determinado de la serie, Moore convierte lo que no había sido más que un McGuffin, un elemento accesorio que impulsaba la acción, el traje de aleación que lleva Julie, en casi un personaje con entidad propia. Y es que durante su huida, la joven descubre que la armadura que cada vez recubre mayor superficie de su cuerpo, posee unas propiedades asombrosas: reacciona a sus emociones, por lo que puede responder ofensivamente con descargas letales de energía cuando se siente agredida; pero también sanar los cuerpos de aquéllos que le importan o por quienes siente una profunda empatía. También averiguan que la personalidad de Annie impregnó de alguna forma el metal y que Julie puede ahora percibir, como si fuera un eco, los recuerdos y sentimientos de la difunta científica.
Por último, el traje afecta a su propio metabolismo, haciéndola crecer en altura y potencia física. Pero también y debido a un contacto cercano y prolongado con el mismo, hace que Ivy experimente una regresión, rejuveneciendo cada día más hasta convertirse en una niña que poco puede ayudar a sus compañeros.
Así, habiéndose convertido tanto en un arma formidable como un instrumento de sanación, Julie, ayudada por Dillon, Ivy y Vijay (un ayudante de laboratorio de Annie), emprenderá una carrera contra reloj para impedir que Foster provoque involuntariamente un apocalipsis, escapando además del ejército, enfrentándose a Caín y perdiendo por el camino a algunos amigos.
Como Ciencia Ficción, “Echo” es una historia que aborda el clásico miedo a la tecnología en posesión de hombres incapaces de entenderla y, consecuentemente, controlarla. Cada capítulo se abre con citas de grandes científicos, clásicos de la Literatura y la Biblia, pero la que mejor sintetiza el espíritu de la historia es aquella de Albert Einstein que reza: “El progreso tecnológico es como un hacha en manos de un psicópata”.
Pero aunque el lector no sea un gran aficionado a la ciencia ficción o no esté familiarizado con las avanzadas teorías científicas que aquí se manejan, “Echo” sigue siendo una obra muy accesible y entretenida. Como fue el caso de “Strangers in Paradise”, parece obvio que Moore no empezó a escribirla y dibujarla con un plan totalmente definido en su cabeza. Incluso, explicó que debido a un problema con su ordenador, tuvo que reescribir completamente el cuarto episodio tras perder la copia del guion. Sin embargo, esa extraña mezcla de improvisación y planificación que da lugar a una dinámica de folletín, funciona sorprendentemente bien y se desarrolla con una fluidez envidiable.
La imaginación de Moore es equivalente a la inteligencia con la que utiliza los mecanismos de la narración folletinesca. Teniendo en cuenta que se trata de una historia densa, en la que pasan muchas cosas e intervienen multitud de personajes, la lectura se hace ligera y transcurre a buen ritmo gracias a la pericia con la que el autor maneja los giros espectaculares e ingeniosos, la caracterización de personajes (particularmente la de las mujeres, alejadas de los clichés que suelen aquejarlas en los comics) y un tono que oscila de la angustia y el terror a la comedia sin que se resienta en ningún momento el suspense que lo alimenta todo.
Acción, suspense, un buen guion apoyado por diálogos realistas y chispeantes, una premisa interesante y un dibujo sobresaliente hacen de “Echo” una recomendable serie de CF de la que no resulta difícil imaginar una serie de televisión derivada (de hecho, hace ya años se empezó a trabajar en el proyecto, aunque todavía no ha salido nada en claro de ello). Pero, gracias al talento de Moore, no se queda “sólo” en eso. Y es que no pierde aquí uno de sus rasgos definitorios como autor y que demostró sobradamente en “Strangers In Paradise”: su humanidad, sensibilidad e inteligencia a la hora de tratar los personajes. Sí, “Echo” puede clasificarse como un thriller de CF, pero el foco se sitúa sobre todo en lo humano: las emociones, los sentimientos íntimos, el cómo las extraordinarias circunstancias cambian a quienes se ven afectados por ellas…
Mientras que “Strangers in Paradise” se apoyaba casi exclusivamente en los personajes y el estudio y evolución de sus relaciones sobre un fondo de thriller policiaco y melodrama, “Echo” explora las consecuencias que tiene un acontecimiento pasmoso de naturaleza fantástica sobre una mujer ordinaria que se ve involuntariamente involucrada en una situación que la supera. El trío Francine-Katchoo-David sobre el que había girado “SiP” es sustituido aquí por Julie Martin y una amplia galería de secundarios.
Julie es mucho más que un mero peón que sirve como guía de la historia o una superheroína al uso que utiliza sus poderes para luchar contra el Mal. Sus defectos, temores y debilidades la hacen profundamente humana, alguien con quien podemos simpatizar íntimamente desde el principio. Moore retrata a la perfección sus circunstancias personales al comienzo de la historia. Joven fotógrafa en apuros económicos, vive en una sencilla casita en el desierto. Está recién separada de un marido, Rick, que le ha pedido un divorcio que ella no quiere conceder. Aterrorizada ante la perspectiva de vivir sola, quiere creer que su matrimonio aún tiene una oportunidad. Su única compañía es su perro, Max, al que mantiene a duras penas con sus escasos ingresos. Para colmo, también ha de ocuparse de su hermana mayor, Pam, que a raíz de un accidente de tráfico en el que murieron su marido y sus dos hijos, perdió la razón y se halla internada en una clínica psiquiátrica. Julie es, por tanto, una mujer corriente, en una situación económica, social y emocionalmente vulnerable y que, además, carece de habilidades útiles a la hora de enfrentarse a la ordalía que se le viene encima. Por mucho que disponga de poderes otorgados por su traje, jamás se siente ni comporta como una superheroina; como mucho, como un ser humano decente.
Moore podría haberse contentado con solventar el incidente de Moonlake centrándose en sus consecuencias sobre la vida de Julie, pero prefiere ampliar el catálogo de personajes para enriquecer la historia, conectándolos de formas sorprendentes pero no por ello forzadas (Julie, por ejemplo, “hereda” tanto la invención de Annie como su novio, Dillon), aprovechando cada encuentro para añadir matices a la trama y sacrificando personajes cuando es necesario para recordarnos la gravedad de la situación.
Terry Moore ama a sus personajes y no se limita a poner una viñeta detrás de otra inspirado por una buena idea. No, él vive la historia con ellos, comparte sus alegrías, miedos y tristezas, transmitiendo esa empatía al lector y aportando una dimensión especial al universo que va construyendo episodio a episodio. Es gracias a ese profundo humanismo que “Echo” escapa de los clichés del género y nos propone un enfoque diferente para la CF merced a una perfecta ecuación que equilibra la psicología y la acción, el realismo y lo fantástico.
“Echo” no es un comic exento de puntos débiles. El tramo central de la historia está engordado y la resolución final resulta algo predecible. El argumento nunca llega a resultar tan interesante como la dinámica que mantienen los personajes entre sí. Y, por último, los villanos carecen de sutileza o matices; parecen construidos a base de tópicos (el jefe científico sin escrúpulos, su delfín y sicario, el genio psicópata de aspecto terrorífico, el general arrogante de mente obtusa…) y jamás llegan a estar, en lo que respecta a caracterización, a la altura de los que militan en el bando de los “buenos”.
“Echo” puede considerarse también un éxito en el sentido de que Moore no se autoconfinó, valga la contradicción, en la libertad creativa que había desplegado en “Strangers in Paradise”. En otras palabras, tras su gran trabajo de experimentación formal en ese su primer éxito, decide no continuar por el mismo camino so pena de convertir su gusto por la experimentación caleidoscópica en un sistema rígido y repetitivo. Por el contrario, En “Echo” regresa a las raíces del arte secuencial: no hay inserción de profusos textos, ilustraciones, canciones, documentos adicionales, poesías o cambios narrativos y gráficos. En cambio, adopta el formato más tradicional posible, una sucesión de viñetas que integran texto y dibujo para crear una acción secuencial; sin variación de estilo, sin niveles de lectura, sin expresiones artísticas complementarias… Sólo las herramientas más básicas. Y así es como encuentra una nueva libertad que le permite explorar todas las posibilidades de la fluidez inherente a una narración lineal, un formato sencillo de leer pero complejo de articular eficientemente desde el punto de vista del autor. Moore, una vez más, sale airoso del desafío, confirmando su talento como narrador gráfico.
En cuanto al dibujo propiamente dicho, nos encontramos con ese estilo elegante, bonito, limpio, de línea fina, discreto y minimalista y al tiempo detallado que Moore había desarrollado en “SiP”. Le bastan unos cuantos trazos aparentemente sencillos para transmitir una plétora de emociones, ya sea en una escena íntima o épica. Moore es un maestro en el arte de dibujar personajes de ambos sexos, ofreciendo un amplio rango de fisionomías, cada cual con sus peculiares características y lenguaje corporal. Todos parecen reales… sin serlo del todo. El realismo de Moore no consiste en copiar la realidad, sino en reducirla a su mínima expresión y luego reconstruirla a partir de ahí.
El blanco y negro permite resaltar todavía más su preciso trabajo de entintado, además de proporcionarle al comic una luminosidad especial (y, de paso, permitirle a Moore producir en solitario un número al mes). El montaje de página, ya lo he apuntado, es clásico, sobrio, pero siempre eficiente a la hora de escenificar cada momento y transmitir lo que el lector necesita saber. Moore no abusa de los manierismos del comic moderno, muchas veces vacíos de contenido narrativo, como páginas-viñeta; así que cuando los utiliza, su efecto es doble. Y, por último, la calidad de su arte no disminuye ni registra altibajos en las 600 páginas de la obra, lo cual es ya de por sí un logro notable.
Si “Strangers in Paradise” no lo había dejado claro, “Echo” es la confirmación de que Terry Moore es un autor de gran interés y talento al que merece la pena seguir la pista haga lo que haga. Se trata, en resumen, de un lúcido thriller de ciencia ficción que trasciende los clichés del género gracias a su fuerte componente humano y humanista; una lectura tan entretenida que las páginas vuelan sin que el lector se aperciba de ello gracias a su maestría en el arte de contar historias y unos personajes entrañables que son carismáticos sin perder en ningún momento verosimilitud.
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