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“La Presa y la Sombra” (1982) es una historia clásica de casas encantadas que goza de una impresionante ambientación otoñal en un bello castillo emplazado en tierras escocesas. Leloup hace un trabajo de primera no sólo retratando los pintorescos paisajes y edificios (montañas, castillos, abadías en ruinas) en que tiene lugar la acción sino que los utiliza para crear una atmósfera de peligro sobrenatural que aporta un nuevo enfoque a la serie.
Yoko y Pol se encuentran viajando por Escocia en busca de
localizaciones para un documental cuando, en una carretera rural, a punto están
de atropellar a una joven. Ésta dice llamarse Cecilia y a pesar de su
comportamiento paranoico y mirada asustada, asegura estar perfectamente cuerda,
suplicándoles ayuda. Entonces, llega el padrastro de la muchacha, sir William,
que la ha rastreado con una jauría de perros, y se la lleva de vuelta al
castillo del que se escapó.
Por supuesto, Yoko decide investigar qué es lo que aterroriza a Cecilia y ella y Pol se alojan en el castillo a invitación de sir William, quien no desea levantar sospechas sobre el asunto en el que él y el médico de Cecilia andan metidos. Un lugareño informa a Yoko de la turbia historia familiar, en la que se mezclan trágicamente amores no correspondidos, odios, maldiciones, muerte y fantasmas. Aún más extraño, nadie en el castillo parece alterarse demasiado con la aparición, todas las noches, del espectro de la madre de Cecilia, llamando a su hija con gestos desde el paseo de ronda de las murallas.
La inspiración para esta aventura le sobrevino a Leloup
mientras buscaba localizaciones para otro álbum que se publicaría
posteriormente, “El Fuego de Wotan”. Se hallaba en Alemania, a orillas del
Mosela, no lejos de Coblenza, fotografiando el castillo de Etz. A decir del
autor: “Se me cayó la foto al suelo y me agaché para recogerla. Al levantarme
de repente, tuve una especie de deslumbramiento y vi dos castillos. Por un
breve momento, lo vi todo doble. En esa fracción de segundo, se me ocurrió una
historia: dos castillos, habitaciones dobles, una heroína doble. El tema de la
doble o de las gemelas suele estar presente en mis escenarios. Cuando era
joven, conocí a dos chicas que eran gemelas y que tenían un carácter
completamente diferente”. Recordemos que Leloup ya había recurrido al juego y
los equívocos que en una historia provoca la intervención de dos gemelas,
clones o mujeres muy parecidas en “La Forja de Vulcano” o “La Frontera de la Vida”.
Asimismo, las vineanas Khany y su madre son muy similares, casi iguales.
“La Presa y la Sombra” es un álbum atípico dentro de esta
serie y, como tal, puede gustar más o menos a sus fans. En este caso, Leloup se
aleja del tono eminentemente tecnológico de las anteriores entregas,
encontrando su inspiración en sus autores favoritos del terror fantástico,
Edgar Allan Poe y el belga Jean Ray, para crear una historia de tintes
sobrenaturales. Por supuesto, tras los extraños fenómenos mágicos acaba
ocultándose un truco tecnológico bajo la forma de una proyección holográfica
que recuerda a las ilusiones precinematográficas que Julio Verne utilizó para
explicar los fantasmas de su novela “El Castillo de los Cárpatos” (1892). De
hecho, aunque a veces se le ha comparado con el famoso escritor galo, las
historias de Leloup están más en sintonía con las del otro gran pionero y
fundador de la CF moderna, H.G.Wells, en el sentido de que en lugar de
obsesionarse con la descripción precisa del funcionamiento de sus máquinas
situando la historia en un segundo plano, las utiliza como herramienta con la
que abordar otro tipo de cuestiones de naturaleza psicológica o social.
Sea como sea, “La Presa y la Sombra” está dominado por la
atmósfera y el misterio que crean tanto el argumento como la magnífica
ambientación que Leloup construye en sus páginas, dejando el apartado
tecnológico, tan importante en la serie hasta ese momento, en un segundo plano.
Y esta es una decisión que no pocos seguidores del personaje aprecian positivamente
y, de hecho, lo califican como el último gran álbum de la colección. Otros, en
cambio, se quejan de que la intriga es pobre, predecible e incluso confusa, una
reformulación poco original del argumento de “La Frontera de la Vida” y su
falso vampiro; que los personajes son sosos y poco carismáticos -Yoko, por
ejemplo, en ningún momento parece asustada o sobrecogida por la aparición del
fantasma- y los diálogos acartonados.
Ciertamente, los personajes vuelven aquí a ser uno de los
puntos débiles de la historia, si bien esto tampoco es algo nuevo en la serie y
no debería enfadar a los fans de la misma. Los villanos lo son sin matices y
con escaso carisma, aunque la doble de Cecilia, Margaret, resulta más
interesante. En cuanto a los protagonistas, poco nuevo que añadir. Durante la
mayor parte de la aventura, Pol no le sirve de gran ayuda a Yoko en sus
pesquisas y, como de costumbre, Leloup lo deja arrinconado en los márgenes del
misterio. Es como si en el fondo supiera que su presencia sobra, que no aporta
nada, pero le tuviera cariño y no quisiera prescindir de él, utilizándolo sólo
para cometidos menores. Únicamente cuando llega Vic a petición de Yoko, los
tres pasan a formar un auténtico equipo, diseñando y ejecutando una trampa con
la que desenmascarar al responsable y salvar a Cecilia.
Todas esas críticas tienen su peso, pero este álbum en concreto debe disfrutarse sobre todo dejándose llevar por el magnífico entorno que Leloup sabe recrear en sus páginas: las maravillosas vistas y perspectivas del castillo, los tétricos corredores, la siniestra abadía, los lagos y bosques, la niebla y las escenas nocturnas. En este sentido, puede decirse que es uno de sus trabajos más logrados.
A la altura de la decimotercera entrega de la colección,
Roger Leloup ya tenía bien depurada la estructura narrativa con la que más
cómodo se sentía: sumergir rápidamente a sus personajes en un enigma o entorno
extraño (empezando por Yoko y, a través de ella, sus dos amigos), desarrollar
una serie de peripecias a un ritmo muy rápido y dejar para el final las
explicaciones que resuelven el misterio y le dan sentido a todo. En el caso de
las aventuras vineanas, siempre comienzan con una misión de reconocimiento y el
descubrimiento de una nueva colonia. “Los Arcángeles de Vinea” se ajusta
exactamente a esa estructura.
De vuelta en Vinea, mientras Yoko realiza un vuelo de
exploración con Khâny y Poky, descubren a una anciana de mente trastornada que
guarda con celo en su cueva una vaina de criogenización en cuyo interior duerme
un niño. A bordo de una de las naves, Khâny parte para investigar en la
dirección que les indica la anciana y encuentra una gran estructura que emerge
del mar a intervalos regulares. Se posa en ella y su señal desaparece. Yoko y
Poky la siguen y, cuando aterrizan en la torre, ésta empieza a sumergirse.
Parecen sentenciadas a morir ahogadas cuando aparece un misterioso vineano para
ayudarles, el Arcángel. Simultáneamente, aparecen una especie de submarinistas vineanos
rebeldes que los secuestran. A lomos de unas tortugas gigantes domesticadas, se
sumergen para llegar a una gran ciudad hundida que data de los tiempos en los
que Vinea se hallaba inmersa en una situación de guerra civil.
Yoko se verá así involucrada en una suerte de guerra fría librada, por una parte, por los habitantes de esa ciudad submarina, dirigidos por una tiránica reina; por otra, un grupo de androides empeñados en proteger de esa monarca y mantener dormidos a miles de niños que llevan siglos criogenizados para evitar que se cumpla el destino que se pensó para ellos. Y, como suele suceder en la colección, las cosas no son tan “sencillas” como parecían al principio y todos esconden sus propios secretos.
Leloup utiliza “Los Arcángeles de Vinea” para profundizar
un poco más en su particular universo, aportando un nuevo y poco edificante episodio
a la historia vineana y que los exiliados procedentes de la Tierra descubren al
regresar a su hogar. En este caso, mientras estuvieron ausentes, en medio de
las catástrofes naturales que asolaban el planeta, se produjo un violento
periodo de guerras intestinas y bandos dispuestos a utilizar armas de
destrucción masiva y utilizar niños como soldados.
Encontramos aquí a una Yoko extrañamente confiada dispuesta
a entregar su amistad con absoluta facilidad. Primero, arriesga su vida por el
Arcángel sin saber realmente quién es él, la identidad y motivos de sus
atacantes y en qué se está metiendo. La misma situación, pero aún más
peligrosa, se da cuando Yoko acepta sin pensárselo dos veces acompañar a la
sádica Reina Hédora en su último viaje a las profundidades del océano. Una
actitud poco justificable habida cuenta de que la tirana había tratado de
ejecutarla pública y cruelmente tan solo unos momentos antes. Ésta, por su parte,
es una dictadora de manual: feroz y vengativa y alimentada por su rancio
resentimiento contra las otras ciudades vineanas por atrocidades cometidas
siglos atrás.
Gráficamente, Roger Leloup mantiene el mismo estilo y nivel de calidad, con unos decorados majestuosos, elaborados diseños de naves y maquinaria. En esta ocasión y dada la ambientación submarina, pudo jugar con unas tonalidades cromáticas diferentes y, sobre todo, con una espectacular ciudad sumergida cuya piedra está cubierta por las algas y el metal por la corrosión. También tienen presencia, claro, los seres vivos que habitan ese entorno. Como era habitual en él, Leloup se empapó (nunca mejor dicho) en documentación sobre vida acuática, aunque a la postre no fue capaz de crear algo verdaderamente original, animales que se distanciaran claramente de las tortugas o manta-rayas que encontramos en los océanos terrestres.
Es una lástima que la rigidez y poca expresividad de su
dibujo en lo referente a las figuras humanas le impidiera subrayar un aspecto
que él mismo comenta: la atracción que Yoko siente por el Arcángel, un toque
sentimental con el que el autor quería recordarnos que su heroína era, después
de todo, una mujer de carne y hueso y que no es inmune a los atractivos del
sexo opuesto. De todas formas, el rápido ritmo que imprime Leloup no permite
detenerse en este punto en particular y, como de costumbre, los secundarios
-incluida la villana, de nuevo una mujer en un papel fuerte- carecen de
profundidad.
“Los Arcángeles de Vinea” es un álbum de lectura ágil y entretenida, con abundantes giros y sorpresas; pero tampoco es una entrega particularmente notable debido a su argumento algo artificioso y la repetición de un esquema ya a estas alturas demasiado explotado.
En 1983, el presidente norteamericano Ronald Reagan anunció
la Iniciativa de Defensa Estratégica, popular y maliciosamente bautizada como
“Star Wars”. En el marco de ese proyecto, se diseñaron y experimentaron láseres
y armas que parecían traer al mundo real lo que hasta aquel momento no había
sido sino ficción fantástica. Y es en ese contexto que aparece la decimocuarta
entrega de la colección, “El Fuego de Wotan” (1984), que actualiza y da visos
de verosimilitud al viejo tema del Rayo de la Muerte, tan utilizado en las
viejas historias de ciencia ficción.
La historia comienza como lo había hecho la anterior aventura alemana de Yoko, “La Frontera de la Vida”: con una llamada de Ingrid Hallberg pidiéndole ayuda. La protagonista acude al castillo de Eltz, cerca de Coblenza, donde su amiga organista ha descubierto entre la colección Richter de instrumentos musicales antiguos allí guardada, dos extraños aparatos: el uno, con forma de maletín, proyecta rayos eléctricos; el otro, parece ser su soporte para el anterior. Ingrid pide a Yoko, en su calidad de ingeniero electrónico, que examine ambos y el veredicto es que sirven para almacenar y liberar electricidad estática.
Pero Franz Thaler, un estudiante de arquitectura que
también está alojado en Eltz, trata de robar ambos objetos y cuando huye con
ellos en su coche una noche de tormenta, un rayo cae sobre el artefacto que
transportaba junto a él y muere. Yoko e Ingrid consiguen ocultar los extraños objetos
a la investigación policial. Y he aquí que entra en escena el individuo para
quien trabajaba Thaler, un físico alemán, el Profesor Zimmer, que los cita en
la ciudad de Wuppertal y les explica que Richter estaba trabajando en un rayo
de la muerte cuando fue asesinado. Los prototipos que encontró Ingrid eran sólo
el comienzo de su investigación… prototipos que les son sustraídos por unos
individuos que amenazan a Ingrid.
Con la ayuda de los recursos e influencias de la compañía
informática de un millonario filántropo, Peter Hertzel, Yoko, Ingrid y Zimmer
descifran el contenido de unas cintas dejadas atrás por los ladrones: éstos
pretenden desbaratar la electrónica del superpetrolero británico Mercurian,
haciendo que embarranque en la costa de Bretaña, un acto terrorista que
demostrará el poder del arma diseñada por Richter a posibles compradores. Yoko,
Ingrid y Zimmer, con la colaboración de Vic y Pol, deberán primero fabricar un modelo
funcional del arma a mayor escala y luego evitar el ataque al navío.
Además de las noticias sobre los planes “espaciales” de Estados Unidos y el uso de láseres en ellos contemplado, Leloup tuvo otra fuente de inspiración a la hora de dar forma al argumento de esta entrega: un artículo sobre unos científicos que lanzaban cohetes a las nubes unidos a un cable, con el objetivo de atraer a los rayos y canalizar su electricidad hacia instrumentos de medición. Imaginó la sustitución de esos aparatos por unas eficientes baterías portátiles con forma de libro cuyas “cubiertas”, al juntarse, cerrarían un circuito y provocarían una descarga. Añadiendo un soporte con un canalizador, se obtendría una especie de cañón cuyo rayo podría destruir la instalación electrónica de cualquier objetivo. El propio Leloup tuvo una desagradable experiencia en este campo cuando un rayo que cayó sobre su casa fundió todos los aparatos conectados a la red.
Las aventuras “alemanas” de Yoko se cuentan entre las
mejores de la colección. Para esta la tercera de ellas, Leloup recicla algunos
elementos de álbumes anteriores, como la persecución entre las piedras de
antiguos edificios medievales (“La Frontera de la Vida”), la existencia de un
artefacto secreto de poder letal (“El Órgano del Diablo”) o la guerra
tecnológica que libran dos bandos en la sombra (“La Hija del Viento”). Ingredientes
que, aunque no novedosos, sí se combinan con habilidad para formar una historia
muy entretenida que se desarrolla en cuatro actos: uno inicial en el castillo
de Eltz; una persecución por el metro elevado de una ciudad alemana; un
laboratorio secreto abandonado; y la misión de comando en la costa de Bretaña
para frustrar el atentado.
Uno de los mensajes recurrentes de las aventuras de Yoko
Tsuno es que el progreso científico y tecnológico no siempre conlleva una
mejora en el bienestar de la Humanidad. El papel de los científicos y los
políticos –y el de todos nosotros, en realidad- debe ser asegurarse de que el
uso de los nuevos inventos se hará respetando la vida humana y con el fin de
asegurarnos un mejor futuro. Ése es el papel que suele asumir Yoko: el de fiel
de la balanza y agente del Bien.
Las principales novedades las encontramos en los personajes. Tenemos de vuelta a una Yoko valiente y atrevida que igual se enfrenta cuerpo a cuerpo con un adversario que pilota un helicóptero, maneja ordenadores, interviene en peligrosos experimentos físicos o aborda un petrolero con una tabla de windsurf. Como siempre, hará lo posible por evitar la pérdida inútil de vidas, incluso las de aquellos que amenazan la suya propia. De hecho, los villanos –como ya habíamos visto otras veces en la serie- morirán por negarse a aceptar sus advertencias respecto al peligro del artefacto que están operando.
La trayectoria de Yoko también experimenta una suerte de
nuevo comienzo en este episodio. Hasta ahora, había sido una agente
independiente sin grandes recursos propios, financieros o técnicos. Esto le
garantizaba libertad total, claro, pero también la limitaba en cuanto a las
posibilidades de situarla en ciertos lugares en un mundo crecientemente
organizado en el que el individuo cada vez cuenta menos frente al poder de los
grandes conglomerados empresariales. Al acceder a trabajar de vez en cuando
para la organización de Peter Hertzel, Yoko obtiene acceso a bases de datos
globales y de especialista en electrónica pasa a ser una en informática. En lo
sucesivo, podrá contar con el mejor equipo técnico cuando se trate de aventuras
ambientadas en la Tierra. A cambio, ha de aceptar la autoridad de un jefe y la
integración, aunque sea parcial y flexible, en una asociación filantrópica
dedicada a la paz mundial.
Conviene recordar que entonces Internet no existía y que
sólo un puñado de ordenadores en ciertos países se hallaban interconectados,
importando más la preservación de secretos científicos y militares dentro de
unos círculos exclusivos que la popularización de esta tecnología. Yoko entra
de esta forma en la élite de iniciados, aunque sin verse obligada a comprometer
sus ideales ni su ética.
Pero no solo eso, además de verla por primera vez en bikini, Leloup deja claro para el lector avispado que mantiene una relación sentimental con Vic. Éste, por fin, ha conseguido ganar peso en esta aventura, jugando un papel fundamental en su resolución.
Poco nuevo puedo añadir a lo ya tantas veces subrayado en
el plano gráfico, a no ser una mención especial a la excelente ejecución de la
última parte, que transcurre en el mar y donde vemos a Yoko realizar una
arriesgada maniobra para subir a bordo del Mercurian y, poco después, su
incursión nocturna a la base de los terroristas.
Después de la relativa decepción que había supuesto “Los Arcángeles de Vinea”, “El Fuego de Wotan” vuelve a recuperar el pulso con una aventura milimétricamente diseñada y fastuosamente dibujada. Sorprende, como en otras ocasiones, que su argumento sea relativamente complejo dado que se publicaba en una revista dirigida, en una proporción considerable, a un público infantil; pero esa es precisamente una de las grandes virtudes de la serie: ofrecer aventuras cautivadoras que no menosprecian la inteligencia del lector, aunque éste sea joven.
(Continúa en la entrada siguiente)
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