Anne McCaffrey ganó el Premio Hugo de 1968 a la Mejor Novela Corta (por “Weyr Search”, que luego se integraría en la novela “El Vuelo del Dragón”), lo que hizo de ella la primera mujer en conseguir ese galardón. Su aclamada saga “Los Jinetes de Dragones de Pern” (o “Trilogía de Pern”) transcurre en un planeta con dragones diseñados genéticamente... que no son exactamente dinosaurios, aunque se les parecen. Aquella serie concluyó en 1978 con “El Dragón Blanco”. Y, curiosamente aquel mismo año apareció otra novela firmada por la misma autora en la que, en esta sí, aparecían dinosaurios y cuyo poco sutil título fue “El Planeta de los Dinosaurios”.
El trasfondo de la historia lo ocupa la Federación de Poblaciones Sentientes, una coalición de especies inteligentes que han alcanzado la tecnología del viaje interplanetario y que aparece en varias de las series de McCaffrey, aunque no llega a ser un elemento sólido de continuidad entre ellas. La federación está integrada por tres especies: los humanos; los Thek, que son formas de vida basadas en el silicio y con metabolismos extraordinariamente lentos según parámetros humanos, básicamente rocas vivientes muy respetadas por su longevidad e infalible memoria; y los Ryxi, seres similares a nuestras aves y con un molesto sentimiento de superioridad. Los humanos, por su parte, se han bifurcado en dos subespecies: los “normales” o terrestres; aquellos que han nacido y vivido siempre en naves y que no han pisado –o muy rara vez- un planeta; y los “equipos pesados”, que viven en mundos con mayor gravedad que la Tierra y que, por tanto, cuentan con fisiologías más robustas que las dos anteriores.
La ARCT-10 es una nave de exploración que ha dejado un equipo prospector en el planeta Ireta, supuestamente no hollado hasta ese momento. El fin último de la misión es básicamente el de valorar la riqueza mineral de ese mundo: ”tenía que ser rico en elementos pesados, rico en neptunio, plutonio y los mas esotéricos de los raros metales transuránicos y actínicos por encima del uranio en la tabla periódica, tan urgente y constantemente solicitados por la Federación de Poblaciones Sentientes, que su búsqueda era una de las tareas primordiales del CEE. Los diplomáticos decían que el CEE estaba explorando la galaxia a fin de llevar a su esfera de influencia a todos los seres sentientes racionales, aumentando así el número de dieciocho especies amantes de la paz incorporadas ya a los PSF. Pero la búsqueda de energía era el motor principal. La diversidad de sus especies miembros daba a la Federación la posibilidad de explorar más tipos de planetas, pero la colonización era incidental a la explotación”.
En otro planeta del mismo sistema solar, la ARCT-10 ha dejado otros dos equipos, uno de Theks y otro de Ryxi. A continuación, se interna en el espacio para investigar una tormenta cósmica y, con la promesa de que volverá a recogerlos, los deja a todos a su suerte. La unidad de Ireta está coliderada por Varian, una exobióloga sorprendida por la variedad faunística del planeta, con especies aparentemente incompatibles desde el punto de vista ecológico y muchas de ellas gran tamaño y sangre roja. Por su parte, el equipo de prospección geológica encuentra no sólo una extraña pobreza mineral en la zona sino evidencias de que en un pasado lejano ya se realizaron prospecciones, aunque los Thek no guardan memoria de ello.
Mientras tanto, los equipos pesados, que tienen a su cargo la protección del personal científico (entre los cuales hay varios jovencitos que nunca antes habían pisado un planeta) empiezan a exhibir un comportamiento que pasa de extraño a alarmante. Ciertos suministros y equipo desaparecen del almacén y, para complicar más las cosas, Kai (el otro co-líder de la misión) no ha podido contactar con la ARCT-10. Empieza a correr el rumor de que los han dejado deliberadamente “plantados”, esto es, convertidos a la fuerza en colonos cuando su misión era sólo temporal y de exploración.
Al final, los equipos pesados se amotinan, establecen un asentamiento independiente y provocan una estampida de enormes animales contra el campamento científico, esperando que, si la nave nodriza regresa, las muertes de ese personal (sólo parte de él, puesto que los amotinados se llevan consigo a quienes estiman útiles) parezcan un trágico accidente. Varian y Kai, utilizando una suerte de Disciplina –un adiestramiento mental que aparece de la nada en la historia y que sirve para los más diversos propósitos- escapan de la muerte, se hacen con el control de una lanzadera y, junto a los supervivientes, la esconden en la cueva de un acantilado. Sin esperanza inmediata de ser rescatados, los capitanes deciden que todos deben entrar en hibernación hasta que alguien (la ARCT-10, los Thek o quizá los humanos que trabajan como transportistas para los Ryxi) lleguen y los encuentren.
Y ese es final de la novela, aunque no de la la historia, que continúa y termina en una secuela bastante posterior, “Los Supervivientes” (1984). Lo cierto es que he podido resumir someramente la trama sin mencionar la palabra “dinosaurio”, la cual no aparece hasta casi transcurridas doscientas páginas. Y es que los exploradores –la mayoría de los cuales no han nacido en la Tierra- no se han percatado de que la megafauna local se parece sospechosamente a los saurios que una vez dominaron nuestro planeta. No es hasta que se realiza una comparativa genética cuando uno de los científicos se da cuenta de que, efectivamente, son dinosaurios terrestres. ¿Quién los trasladó hasta allí? ¿Y por qué? Una de las especies en concreto, a la que Varian bautiza como “giffs”-nuestros pteranodones-, parecen tener cierta inteligencia y estar en el camino de convertirse en la forma de vida dominante.
Antes de pasar al segundo y mejor libro, hay que reconocer que, aunque la trama pueda sonar interesante, la historia de “El Planeta de los Dinosaurios” se tambalea en su desarrollo. Se desvía demasiado de su foco central y, cuando vuelve a encarrilarse y contar algo emocionante, la novela se acaba. Hay muchas explicaciones sobre el trasfondo galáctico y las investigaciones que realizan los científicos, pero se presentan de una manera que ni es orgánica (la autora confía en que el lector junte las piezas por su cuenta) ni eficiente, porque las descripciones sólo ofrecen pinceladas muy generales de los paisajes, sonidos y olores de Ireta, sin entrar en el grado de detalle que hubiera mejorado la inmersión del lector. Por ejemplo, cuando un personaje ve un gran animal, apenas se dice nada de él: ¿Qué aspecto tiene? ¿Posee una cresta? ¿Un cuello largo? ¿De qué color es? ¿A qué huele? ¿Qué sonidos emite? Ni siquiera es posible identificar fácilmente cuáles son los referentes terrestres y cuáles son completamente alienígenas. Supongo que la intención era sorprender al lector revelando hacia el final que esa megafauna eran auténticos dinosaurios, pero alguien decidió que titular la novela “El Planeta de los Dinosaurios” propiciaría las ventas… haciendo de paso un enorme spoiler. Al menos, en inglés se lanzó en 2003 una edición combinada de ambos libros con el más sensato título de “El Misterio de Ireta”, que oculta algo mejor la naturaleza del enigma. Sea como sea, McCaffrey no se molesta en proporcionar los necesarios elementos descriptivos y, como resultado, Ireta parece un lugar bastante monótono y genérico.
La estructura y el estilo narrativo no son los únicos problemas. Demasiados personajes o no están suficientemente bien perfilados o resultan antipáticos. Los equipos pesados, por su parte, caen directamente en el cliché:
“Nadie discutía, sin embargo, que su presencia física, con sus poderosas piernas, su compacto torso, sus enormes hombros y su piel curtida por la intemperie, proporcionaban una impresión visual que impulsaba a muchos grupos sentientes a contratarlos como fuerzas de seguridad, ya fuera simplemente para exhibición o como unidades realmente agresivas. Para contribuir a la falsa noción de que los equipos pesados estaban mal equipados en habilidades mentales, se hallaba el problema genético de que, así como sus músculos y estructuras óseas se habían alterado para resistir las fuertes gravedades, sus cabezas no. A la primera ojeada, parecían estúpidos”
En principio, aquí encontramos una idea potencialmente interesante: cómo la adaptación humana a diferentes planetas puede dar lugar a subtipos raciales y culturales. McCaffrey deja claro que los habitantes del mundo pesado tienen el mismo rango de capacidades cognitivas que todos los demás y, de hecho, algunos son científicos. Sin embargo, terminan siendo unos villanos simplones y tópicos que no pasan de desempeñar papeles de mulas de carga y tropas de asalto. Aún peor, los dos personajes principales (que no son habitantes del mundo pesado) se muestran despectivos y condescendientes con ellos. Hasta cierto punto, uno podría incluso llegar a comprender el motín.
Motín, por cierto, en el que juega un papel nada despreciable el extraño vegetarianismo que McCaffrey utiliza como palanca clave de la trama. Resulta que los personajes principales –y la sociedad humana del futuro en su conjunto- experimentan un rechazo visceral al consumo de carne. En Ireta, al entrar en contacto con una naturaleza indómita y primitiva, los equipos pesados descubren en su interior una pasión casi adictiva por la caza y el alimento derivado de ella, escabulléndose en secreto para realizar esa actividad prohibida. Esto hace que “involucionen” hacia un comportamiento más primitivo y machista (incluida la lucha por el derecho de apareamiento). Una vez más, podría haberse elaborado una tesis sobre cómo el entorno condiciona las normas culturales, pero no es así. Los vegetarianos son los civilizados, inteligentes, sofisticados y nobles, mientras que los carnívoros (u omnívoros) son traicioneros, brutales y abocados al primitivismo.
Esta equivalencia de “comedores de carne=civilización violenta e indiferente al sufrimiento ajeno”, es, en el fondo incoherente con el trato mucho más favorable que se brinda a las otras especies de la federación. Los miembros del equipo científico no hacen ningún intento por comprender o tolerar el recién recuperado “hábito” de sus compañeros de misión, pero sí respetan prácticas culturales aberrantes en otros de sus socios galácticos, como los Ryxie, cuyo ritual de apareamiento consiste en la competición a muerte entre machos por una hembra.
Los dos protagonistas, Kai y Varian, por su parte, resultan unos personajes demasiado antipáticos. Así es como se presenta a Varian:
“Era alta, como lo eran generalmente aquellos nacidos en la gravedad normal de un planeta como la Tierra, con un cuerpo esbelto pero musculoso que el mono de vuelo color naranja de una sola pieza remarcaba admirablemente. Pese a los utensilios que colgaban de su cinturón pantalla de fuerza, su talle era delgado, y los bultos en los bolsillos de sus muslos y pantorrillas no desmerecían el gracioso aspecto de sus piernas”.
Durante la mayor parte del libro, los co-capitanes divagan, mienten al resto de la tripulación, drogan a algunos de ellos para hacerlos más manejables y luego engañan a otros para que entren en un sueño de hibernación que durará décadas. Aunque se dan cuenta de que los equipos pesados están tramando algo, se muestran notablemente pasivos al respecto hasta que ya es demasiado tarde.
“El Planeta de los Dinosaurios” se queda corto en acción y misterio; y aunque ninguno de los dos factores es imprescindible para que una novela sea considerada de calidad, la falta de otras cualidades redentoras hace que la ausencia de ambos factores sea mucho más notorio. Siendo McCaffrey una escritora con talento que supo ganarse a la crítica incluso más allá del círculo de aficionados al género fantacientífico, cabe preguntarse a qué responden estos inconvenientes. El libro no anda corto en ideas, pero no acaban de cuajar todas juntas para ofrecer una aventura dinámica y absorbente.
McCaffrey, recién divorciada, con el segundo libro de Pern terminado y un contrato para un tercero, había emigrado a Irlanda en 1970 con sus dos hijos pequeños con el fin de aprovechar las exenciones fiscales que ese país otorgaba a los artistas y escritores. Sin embargo, sufrió de un bloqueo que demoró la aparición del final de la trilogía nada menos que ocho años. Durante los siguientes años, la familia se mudó varias veces y tuvo dificultades para llegar a fin de mes, manteniéndose a duras penas gracias a las ayudas sociales y unos magros royalties. El mercado de libros juveniles fue su tabla de salvación, realizando diferentes contribuciones hasta que Futura Publications la contrató para su sello Orbit Books, encargándole escribir libros con dinosaurios para niños. Y ahí es donde aparece “El Planeta de los Dinosaurios”. Sin embargo, está claro que no es una novela infantil. Sí que hay personajes adolescentes, pero no están bien desarrollados y, ya puestos, tampoco los dinosaurios desempeñan un gran papel en la trama.
Lo que McCaffrey pretendía se hace más claro en “Los Supervivientes”. De hecho, hay una marcada diferencia entre la primera y la segunda parte, como si la escritora, en los seis años transcurridos entre una y otra, hubiera cambiado de opinión sobre la dirección que debía seguir la historia. La primera novela es bastante seca, lenta, cargada de aburridos pasajes “científicos” y torpes diálogos. La segunda, a pesar de ser casi el doble de larga, tiene algo más acción (tampoco a niveles desaforados, ojo), un ritmo más ágil y una dirección clara hacia la resolución del enigma planteado al comienzo.
Al principio de la historia, Kai es despertado por un Thek conocido suyo que ha llegado al planeta tras recibir el mensaje enviado por aquél antes de hibernarse. Pero el Thek se interesa no por el motín, sino por la boya Thek enterrada que encontró el equipo durante las prospecciones geológicas y a continuación se marcha sin ayudarles. Kai revive a su compañera Varian y la médico, Lunzie, y tratan de averiguar si los equipos pesados también han sobrevivido al desafiante entorno de Ireta. Pronto descubren que ellos mismos se han pasado 43 años en criosueño y que lo giffs han estado protegiendo la cueva en cuyo interior se refugiaron y durmieron, posiblemente porque interpretaron que la lanzadera era una especie de huevo gigante.
La trama avanza a continuación en un par de direcciones diferentes. En una de ellas, Kai resulta seriamente envenenado por una de las criaturas de Ireta; en la otra, Varian se encuentra con uno de los arrogantes descendientes de los equipos pesados, un atractivo hombre semidesnudo que se está enfrentando a un T-Rex con una lanza. Le ayuda y descubre que su nombre es Aygar y que trata de demostrar su hombría en una caza ritual. Resulta que la comunidad a la que pertenece ha construido una enorme pista de aterrizaje para astronaves que apunta a la llegada ilegal de colonos procedentes de los mundos pesados.
Durante la primera mitad de la novela, se suceden los viajes de ida y vuelta entre los antiguos campamentos y la cueva con el fin de recuperar recursos y equipos con los que sobrevivir. En vez de acción, hay descripciones de la flora y la fauna e incluso el encuentro con los descendientes de los amotinados se resuelve en un simple párrafo. En la segunda mitad, abundan las conversaciones sobre los derechos y privilegios de las diferentes partes presentes en Ireta de acuerdo a las leyes interplanetarias. Todos ellos resultan estar inmersos en un conflicto que amenaza con estallar violentamente con la llegada de tres naves pertenecientes a facciones con intereses contrapuestos sobre ese mundo.
Sin embargo, a pesar de todo ese aparente ajetreo, la mayoría de los acontecimientos interesantes suceden fuera de página: el ataque a Kai, el primer encuentro entre Lunzie y Sassinak, la llegada casi simultánea de la nave colonial y la nave de rescate, la reunión de los Theks o la conferencia final… casi todos estos episodios son narrados una vez han finalizado por personajes que participaron en ellos. Esto hace de la lectura una experiencia algo peculiar: el lector es consciente de que han sucedido muchas cosas que se la han escamoteado de la “vista” y, por tanto, es fácil que no encuentre satisfacción al ver finalmente atados todos los cabos.
Toda la primera novela resulta, a la postre, un largo prólogo preparatorio con el que crear un trasfondo para Aygar. El recurso a los estereotipos del salvajismo racial, la misteriosa megafauna, la hibernación, el motín… Al final todo parecía ir dirigido a crear una situación en la que tenemos un planeta con dinosaurios y fornidos muchachotes que los cazan, como si McCaffrey hubiera visto alguna antigua portada de revista pulp en la que Conan luchaba con algún monstruo y pensara “¿como puedo reciclar esta escena en un contexto de ciencia ficción “dura”?
Desafortunadamente, esa perspectiva de aventura de sabor pulp dura poco más allá de las engañosas portadas. El resto de “Los Supervivientes” se centra en cerrar la trama de los amotinados y desvelar el enigma del planeta (a saber, la presencia de los dinosaurios, la ausencia de recursos minerales y los misteriosos visitantes de antaño –que resultan ser, sorpresa, los Theks, solo que lo habían olvidado, una hipótesis planteada en el primer libro pero descartada inmediatamente porque también se aseguraba que esa especie jamás olvidaba nada-). Hay un tímido apunte de un posible triángulo romántico entre Varian, Kay y Aygar, pero tampoco se le da ningún desarrollo digno de tal nombre. Se introducen subtamas ajenas al hilo central y largos fragmentos en los que no pasa nada relevante. Hay muchos personajes y conceptos que se presentan y abandonan sin lógica o propósito. Además de los 19 personajes originales, se añaden otros 25, pero de ninguno se saca demasiado provecho (algunos, como Lunzie o Sassinak, más tarde serían reutilizados en otras novelas de la serie -aunque ajenas a Ireta- coescritas en los 90 con Elizabeth Moon o Jody Lynne).
Al final, lo que tenemos son dos novelas dedicadas a construir un telón de fondo (un planeta de dinosaurios y nobles salvajes que interactúan con naves y tecnología futurista) sobre el que no ocurren demasiadas cosas interesantes. Da la impresión de que McCaffrey quiso escribir una suerte de “Pellucidar” en clave de CF espacial, pero a la hora de la verdad y salvo los giffs, los dinosaurios tienen poca presencia en la historia. Que nadie, guiado por el título o las portadas, espere encontrar aquí una aventura que recuerde a, por ejemplo, “Parque Jurásico” –libro que aún aguardaba media década en el futuro-. Como he dicho, la única especie a la que se le dedica cierto tiempo es la de los giffs-pteranodones, describiendo su comportamiento y formas de resolver los problemas de supervivencia de su colonia, pero a la hora de la verdad, la autora no parecía saber bien qué hacer con ellos y no desempeñan más propósito en la trama que servir de herramienta providencial con la que sacar a los protagonistas de apuros cuando ello se hace necesario (llevándoles hierbas medicinales, por ejemplo, con las que Kai se cura).
En definitiva, que McCaffrey vuelve a recurrir al truco de presentar una historia de Fantasía disfrazada de CF que ya había utilizado en las novelas de la serie de Pern con gran éxito. “El Planeta de los Dinosaurios” no es una gran aventura pero sus defectos nos permiten echar un vistazo al proceso creativo adoptado por la escritora. Quizá una reflexión más larga hubiera permitido un enfoque más interesante, por ejemplo, dar la vuelta a la historia y comenzar por Aygar luchando contra el T-Rex para luego ir revelando la historia oculta sobre su presencia allí.
En conjunto, “El Planeta de los Dinosaurios” y “Los Supervivientes” conforman una historia muy irregular en cuanto a su calidad e interés y en la que demasiadas cosas parecen haberse improvisado sobre la marcha y plasmado con poca pasión. Desde luego, no es la mejor puerta de entrada a la obra de McCaffrey.
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