“Soy Leyenda” (1954) es una de las novelas clásicas tanto del género de CF como del Terror, una historia postapocalíptica en la que se dio un enfoque nuevo a la figura del vampiro. Hoy, más de setenta años después de su publicación, sigue siendo la obra más conocida de su autor, Richard Matheson, además de ser un trabajo tremendamente influyente en la ficción popular. George Romero, por ejemplo, la citó como una de las principales fuentes de las que bebió para escribir y dirigir la también seminal “La Noche de los Muertos Vivientes” (1968).
Cualquiera
que leyera la novela en la época en la que fue publicada por primera vez, ya
pudo darse cuenta inmediatamente del potencial cinematográfico de su premisa.
Hammer Films fue el primer estudio interesado y en 1957 empezó a planificar una
producción que, bajo el título, “Night Creatures”, fue escrita por el propio
Richard Matheson y destinada a ser dirigida por nada menos que por Fritz Lang.
Se consideraron para el papel de Robert Neville a actores como Stanley Baker, Paul
Massie, Laurence Harvey y Kieron Moore. Sin embargo, todo se paralizó cuando
las autoridades censoras británicas aseguraron que ese guion, tal y como estaba
escrito, no recibiría el visto bueno para su proyección en ese país. Así que
Hammer decidió vendérselo a su asociado norteamericano, Robert L.Lippert, que
produjo el film en Italia a través de la API (Associated Producers
Incorporated) una subsidiaria de la 20th Century Fox creada para albergar
producciones de serie B.
Ese
tipo de películas solía contar con presupuestos de alrededor de 100.000 dólares
y se rodaban en el curso de una semana. Así que, probablemente para adaptarse a
esos requisitos, se encargó la reescritura del libreto a William F. Leicester,
un guionista cuyo único trabajo anterior había sido para westerns televisivos. Sospecho
que también pensaron que ciertos cambios en el guion caerían en gracia al
público de los autocines, en concreto la persecución final y la muerte del
protagonista empalado con una pica. Por el contrario, el final de la novela es
contemplativo, una tierna escena en la que Ruth lo visita en la cárcel y le da
unas pastillas que lo matarán sin dolor antes de que lo ejecuten.
Por
razones presupuestarias, se decidió rodar la película en Roma (con nulo
parecido a la ciudad de Los Angeles en la que se ambientaba la novela) compartiendo
gastos con una productora local, Produzioni La Regina, y con un reparto mixto
de actores de ambos países. Matheson no quedó conforme ni con esa nueva
versión, ni con la sustitución de Fritz Lang (que dirigió su última película en
1960), la elección de Vincent Price como protagonista ni el producto terminado
en general, así que exigió que su nombre fuera cambiado en los créditos por el
de Logan Swanson.
En
1968, tras una misteriosa plaga para la que no se encontró cura ni vacuna, Robert
Morgan (Vincent Price) ha quedado como el último hombre vivo de la Tierra. Se
refugia en su casa, soportando todas las noches el asedio de los restos de la
humanidad, convertidos en una especie de vampiros zombi, que tratan de entrar y
beberse su sangre. Sus defensas principales consisten en ristras de ajo y
espejos colgados en las puertas, ambos elementos ante los que los vampiros
sienten un rechazo instintivo.
La
película se estrenó en diferentes capitales norteamericanas como parte de
programas dobles completados por otras películas de género. Si nos fijamos en
el poster promocional, queda claro que la distribuidora, American
International, no sabía cómo vender la película y optaron por un cartel que
hacía creer que pertenecía al ciclo de Poe dirigido por Roger Corman: una
mansión de aspecto victoriano, la figura fantasmal de una mujer junto a un
primer plano del rostro preocupado (o asustado) de Vincent Price y, en la parte
inferior, el cuerpo semidesnudo de una frágil mujer inconsciente. Nada de esto
aparecía en pantalla, lo que puede explicar la decepción de quienes fueron a
verla esperando otra cosa y el consecuente tropiezo en términos económicos que
de ello se derivó.
Con
todo, al pasar el tiempo, el film desarrolló cierto estatus de film de culto.
Vincent Prince, en sus últimos años, admitió sentir un especial cariño por ella
y la consideró superior a la posterior adaptación “El Último Hombre…Vivo”
(1971). Por el contrario, Charlton Heston, que protagonizó esta última,
consideró la de su antecesor “increíblemente
chapucera, nada aterradora, mal interpretada, escrita y fotografiada".
Aunque
“El Último Hombre Sobre la Tierra” no es una buena película, sí se la considera
la adaptación más fiel a la novela de Matheson de las tres realizadas hasta hoy.
“El Último Hombre…Vivo” eliminó toda referencia a los vampiros y los sustituyó
por mutantes. Y la que dirigió Francis Lawrence en 2007, “Soy Leyenda”,
protagonizada por Will Smith, ignoró el libro para limitarse a hacer un remake
de la de Heston. Asylum hizo también un plagio en “Yo Soy Omega” (2007).
“El
Último Hombre Sobre la Tierra”, como era de esperar, efectúa cambios sobre el
texto literario, algunos más relevantes que otros. El protagonista ya no se
llama Robert Neville sino Robert Morgan; y su profesión antes del apocalipsis
fue la de bioquímico en busca de una cura, modificación ésta que las siguientes
películas conservaron y que conlleva la inmediata y lógica eliminación de los
pasajes de la novela en la que Neville pasaba mucho tiempo investigando la
causa del virus vampírico. También vemos aquí la única aparición en pantalla
del personaje de Ben Cortman (Giacomo Rossi-Stuart), que en “El Último
Hombre…Vivo” fue reescrito como Mathias (Anthony Zerbe), líder de un culto de
mutantes, mientras que en la versión de 2007 ni siquiera se mencionaba. Los
vampiros que vemos aquí se mueven lenta y descoordinadamente, mientras que en
el libro eran rápidos y ágiles, más parecidos a humanos.
La
trama sigue la de la novela con relativa fidelidad, pero muchas de las escenas
importadas de aquélla carecen en su puesta en escena del impacto que conseguían
sobre la página escrita. Por ejemplo, el momento en el que Neville/Morgan,
desesperado por tener compañía, hace amistad con el perro que también había
sobrevivido y al que se ve obligado a sacrificar al averiguar que está
infectado. También el personaje de Ruth (Franca Bettoia) ha experimentado
cambios en la traslación a la pantalla. Sigue siendo una espía enviada por la
nueva raza de vampiros inteligentes, pero aquí se introduce un factor nuevo
bajo la forma del antídoto que inventa Morgan a partir de su sangre y que
podría revertir la infección vampírica (esto fue a su vez heredado y dotado de
mayor peso dramático tanto en la versión de 1971 como en la de 2007). Sin
embargo, el guion no incluye ni siquiera una discusión casual entre ambos
acerca de por qué y cómo esa raza de vampiros a la que pertenece Ruth puede
sobrevivir sin una fuente viable de alimento, dado que todos los humanos han
muerto y ellos mismos exterminan a los inferiores vampiros-zombis.
Todos
los intentos que se han hecho de trasladar al cine la novela de Matheson se han
encontrado con el mismo problema, uno que, irónicamente, constituye uno de los
puntos fuertes de aquélla; a saber, que durante el 80% de la historia, sólo hay
un personaje, sin nadie con quien pueda interactuar. Las películas han tratado
de solucionarlo recurriendo siempre a la misma herramienta: insertando extensos
flashbacks que remiten al comienzo de la epidemia. En el caso que nos ocupa, este
largo pasaje de 24 minutos presenta, por una parte, a Ben Cortman, colega
profesional de Morgan así como al jefe del laboratorio donde trabaja; y por
otra, la esposa e hija del protagonista. Son escenas que tratan de dar una idea
del rápido y preocupante avance de la enfermedad (siempre mediante diálogos de los
personajes dentro de una habitación) y desarrollar el drama familiar en torno a
la enfermedad y muerte primero de la hija (con la lucha de Morgan por evitar
que los soldados la incineren en lugar de enterrarla) y después de la esposa
del protagonista, la cual vuelve de la tumba convertida en vampira-zombi. Además
del flashback, la película también hace un uso intensivo de la voz en off del
propio Morgan expresando los deprimentes pensamientos que le atormentan.
“El
Último Hombre Sobre la Tierra” ofrece ocasionalmente algunos momentos de
interés, incluso se podría decir que más de los que habitualmente se le
atribuyen. La rutina diaria de Morgan se describe con gran eficacia durante los
primeros 28 minutos de la película: el reemplazo del ajo y los espejos rotos,
el afilado de estacas en un torno de madera, la búsqueda de gasolina para su
automóvil y de ajos para renovar su suministro, su caza diurna de vampiros
cuyos cadáveres arroja a una fosa ardiente y su regreso a casa antes de
anochecer para echarse una siesta antes de que los vampiros se congreguen en el
exterior gritando y golpeando puertas y ventanas. Es una adaptación casi
perfecta de la esencia de las escenas iniciales del libro.
La
película también conserva el inolvidable giro y metáfora finales de la novela
(la única de las tres versiones que lo respeta), cuando Morgan pasa de cazador
de vampiros desde el punto de vista humano al de monstruo desde el punto de
vista vampírico, tomando conciencia de que se ha convertido en una leyenda para
los herederos de la humanidad gritando como sus últimas palabras: “¡Soy el
último hombre!” (en lugar del “¡Soy leyenda!” del libro). En este sentido,
Richard Matheson no tenía motivos para renegar del guion.
Llama
la atención el comentario político que subyace en la película y al que no fue
ajeno el rodaje en Italia con participación en el guion de dos profesionales de
esa nacionalidad, Furio M. Monetti y Ubaldo Ragono. El símil político empieza a
adivinarse en esas escenas con los adultos preocupados por los boletines
informativos que hablan de una nueva plaga mortal que avanza por el continente
dejando atrás o bien muertos o bien individuos transformados en mostrencos
irracionales. El mensaje se explicita aún más claramente cuando aparecen los
vampiros del nuevo orden, vestidos como soldados, utilizando equipo militar,
con un indudable parecido a los Camisas Negras -las milicias fascistas de
Mussolini- y dedicados a eliminar eficiente y brutalmente cualquier oposición
sin detenerse siquiera ante la fe religiosa (a Morgan lo asesinan finalmente en
una Iglesia, demostrando así que esta nueva raza de vampiros no teme a los
símbolos religiosos).
Pero lo
que lastra severamente “El Último Hombre sobre la Tierra” es la sosísima
dirección de Sidney Salkow, un veterano que había estado activo en la industria
cinematográfica desde los años 30, sobre todo dirigiendo westerns y thrillers de
serie B. Su única incursión en el género fantacientífico había sido un año
antes en la antología de terror “El “Experimento del Dr. Zagros” (1963), donde
también colaboró con Vincent Price. Charlton Heston tenía razón al decir que la
película no da miedo. Los vampiros constituyen una amenaza ridícula: son tan
lentos, torpes y tontos que Morgan se los quita de en medio a empujones y llega
a afirmar que no les teme y que su peligro deriva de su número. De hecho, cabe
preguntarse por qué se molesta en matarlos e incinerarlos. Con toda seguridad,
podría haber hecho el equipaje y viajado a algún lugar más apartado o inaccesible
sin que ninguna de esas patéticas criaturas pudiera dañarlo.
La
vivienda que supuestamente constituye su fortaleza parece muy frágil, con
agujeros en las ventanas tapadas toscamente por tablones y puertas que no
parecen resistir una mínima embestida. Las escenas rodadas en exteriores,
especialmente aquellas de apertura en las que se ven las calles vacías y en
silencio punteadas por cadáveres, sí tienen una indudable atmósfera siniestra a
lo que ayuda la fotografía en blanco y negro. Pero, por otra parte, no consigue
transmitir el sentimiento de soledad y el tormento del personaje tan bien como
lo hizo Matheson. No hay nada en la película que nos indique que el aislamiento
y el continuo acoso nocturno han situado a Morgan al borde de la locura y el
suicidio.
Tampoco
creo que Vincent Price fuera la elección idónea para el papel. Aunque fue un
actor muy popular en el género de terror durante los años 60, su estilo afectado
no es el adecuado para este personaje. Lo que la película realmente pedía era
un actor que se desenvolviera de forma más realista y contenida. Morgan, dado
que no tiene a nadie con quien interactuar en pantalla, es un personaje que
exige de un actor que sepa transmitir sin palabras y sutilmente su sufrimiento
y angustia internos y la teatralidad de Price es lo opuesto a ello.
Eso sí,
siendo que el truco de cualquier buena historia apocalíptica es no extenderse
más de lo debido, “El Último Hombre”, con un metraje inferior a los 90 minutos, puede presumir de eficiencia
narrativa: no se detiene demasiado en la premisa; ningún momento ocupa más
tiempo del necesario; resiste la tentación de desviarse hacia el efectismo
emocional y el hecho de que haya tan poca acción le permite ser fiel al tema de
un personaje motivado por la pura supervivencia.
“El
Último Hombre Sobre la Tierra” fue una producción de bajo presupuesto que
funcionó como bisagra entre el género postapocalíptico de los años 50 y el de
los zombis que, aunque presentes en el cine desde los años 30, florecería de
verdad al cabo de unos pocos años. Con todas sus pegas, hay que admitir que no
recibe el crédito que se merece como pionera de las películas de terror
modernas, habiendo quedado a menudo ensombrecida por la más vistosa “El Último
Hombre…Vivo”. Un clásico menor que todo aficionado debería conocer, aunque sólo
sea por ser la adaptación de una novela imprescindible del género realizada al
margen del glamour y el exhibicionismo técnico propios de Hollywood.
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