miércoles, 12 de febrero de 2025

1964- EL ÚLTIMO HOMBRE SOBRE LA TIERRA - Sidney Salkow

 



“Soy Leyenda” (1954) es una de las novelas clásicas tanto del género de CF como del Terror, una historia postapocalíptica en la que se dio un enfoque nuevo a la figura del vampiro. Hoy, más de setenta años después de su publicación, sigue siendo la obra más conocida de su autor, Richard Matheson, además de ser un trabajo tremendamente influyente en la ficción popular. George Romero, por ejemplo, la citó como una de las principales fuentes de las que bebió para escribir y dirigir la también seminal “La Noche de los Muertos Vivientes” (1968).

 

Cualquiera que leyera la novela en la época en la que fue publicada por primera vez, ya pudo darse cuenta inmediatamente del potencial cinematográfico de su premisa. Hammer Films fue el primer estudio interesado y en 1957 empezó a planificar una producción que, bajo el título, “Night Creatures”, fue escrita por el propio Richard Matheson y destinada a ser dirigida por nada menos que por Fritz Lang. Se consideraron para el papel de Robert Neville a actores como Stanley Baker, Paul Massie, Laurence Harvey y Kieron Moore. Sin embargo, todo se paralizó cuando las autoridades censoras británicas aseguraron que ese guion, tal y como estaba escrito, no recibiría el visto bueno para su proyección en ese país. Así que Hammer decidió vendérselo a su asociado norteamericano, Robert L.Lippert, que produjo el film en Italia a través de la API (Associated Producers Incorporated) una subsidiaria de la 20th Century Fox creada para albergar producciones de serie B.

 

Ese tipo de películas solía contar con presupuestos de alrededor de 100.000 dólares y se rodaban en el curso de una semana. Así que, probablemente para adaptarse a esos requisitos, se encargó la reescritura del libreto a William F. Leicester, un guionista cuyo único trabajo anterior había sido para westerns televisivos. Sospecho que también pensaron que ciertos cambios en el guion caerían en gracia al público de los autocines, en concreto la persecución final y la muerte del protagonista empalado con una pica. Por el contrario, el final de la novela es contemplativo, una tierna escena en la que Ruth lo visita en la cárcel y le da unas pastillas que lo matarán sin dolor antes de que lo ejecuten.

 

Por razones presupuestarias, se decidió rodar la película en Roma (con nulo parecido a la ciudad de Los Angeles en la que se ambientaba la novela) compartiendo gastos con una productora local, Produzioni La Regina, y con un reparto mixto de actores de ambos países. Matheson no quedó conforme ni con esa nueva versión, ni con la sustitución de Fritz Lang (que dirigió su última película en 1960), la elección de Vincent Price como protagonista ni el producto terminado en general, así que exigió que su nombre fuera cambiado en los créditos por el de Logan Swanson.

 

En 1968, tras una misteriosa plaga para la que no se encontró cura ni vacuna, Robert Morgan (Vincent Price) ha quedado como el último hombre vivo de la Tierra. Se refugia en su casa, soportando todas las noches el asedio de los restos de la humanidad, convertidos en una especie de vampiros zombi, que tratan de entrar y beberse su sangre. Sus defensas principales consisten en ristras de ajo y espejos colgados en las puertas, ambos elementos ante los que los vampiros sienten un rechazo instintivo.

 

La película se estrenó en diferentes capitales norteamericanas como parte de programas dobles completados por otras películas de género. Si nos fijamos en el poster promocional, queda claro que la distribuidora, American International, no sabía cómo vender la película y optaron por un cartel que hacía creer que pertenecía al ciclo de Poe dirigido por Roger Corman: una mansión de aspecto victoriano, la figura fantasmal de una mujer junto a un primer plano del rostro preocupado (o asustado) de Vincent Price y, en la parte inferior, el cuerpo semidesnudo de una frágil mujer inconsciente. Nada de esto aparecía en pantalla, lo que puede explicar la decepción de quienes fueron a verla esperando otra cosa y el consecuente tropiezo en términos económicos que de ello se derivó.

 

Con todo, al pasar el tiempo, el film desarrolló cierto estatus de film de culto. Vincent Prince, en sus últimos años, admitió sentir un especial cariño por ella y la consideró superior a la posterior adaptación “El Último Hombre…Vivo” (1971). Por el contrario, Charlton Heston, que protagonizó esta última, consideró la de su antecesor “increíblemente chapucera, nada aterradora, mal interpretada, escrita y fotografiada".

 

Aunque “El Último Hombre Sobre la Tierra” no es una buena película, sí se la considera la adaptación más fiel a la novela de Matheson de las tres realizadas hasta hoy. “El Último Hombre…Vivo” eliminó toda referencia a los vampiros y los sustituyó por mutantes. Y la que dirigió Francis Lawrence en 2007, “Soy Leyenda”, protagonizada por Will Smith, ignoró el libro para limitarse a hacer un remake de la de Heston. Asylum hizo también un plagio en “Yo Soy Omega” (2007).

 

“El Último Hombre Sobre la Tierra”, como era de esperar, efectúa cambios sobre el texto literario, algunos más relevantes que otros. El protagonista ya no se llama Robert Neville sino Robert Morgan; y su profesión antes del apocalipsis fue la de bioquímico en busca de una cura, modificación ésta que las siguientes películas conservaron y que conlleva la inmediata y lógica eliminación de los pasajes de la novela en la que Neville pasaba mucho tiempo investigando la causa del virus vampírico. También vemos aquí la única aparición en pantalla del personaje de Ben Cortman (Giacomo Rossi-Stuart), que en “El Último Hombre…Vivo” fue reescrito como Mathias (Anthony Zerbe), líder de un culto de mutantes, mientras que en la versión de 2007 ni siquiera se mencionaba. Los vampiros que vemos aquí se mueven lenta y descoordinadamente, mientras que en el libro eran rápidos y ágiles, más parecidos a humanos.

 

La trama sigue la de la novela con relativa fidelidad, pero muchas de las escenas importadas de aquélla carecen en su puesta en escena del impacto que conseguían sobre la página escrita. Por ejemplo, el momento en el que Neville/Morgan, desesperado por tener compañía, hace amistad con el perro que también había sobrevivido y al que se ve obligado a sacrificar al averiguar que está infectado. También el personaje de Ruth (Franca Bettoia) ha experimentado cambios en la traslación a la pantalla. Sigue siendo una espía enviada por la nueva raza de vampiros inteligentes, pero aquí se introduce un factor nuevo bajo la forma del antídoto que inventa Morgan a partir de su sangre y que podría revertir la infección vampírica (esto fue a su vez heredado y dotado de mayor peso dramático tanto en la versión de 1971 como en la de 2007). Sin embargo, el guion no incluye ni siquiera una discusión casual entre ambos acerca de por qué y cómo esa raza de vampiros a la que pertenece Ruth puede sobrevivir sin una fuente viable de alimento, dado que todos los humanos han muerto y ellos mismos exterminan a los inferiores vampiros-zombis.

 

Todos los intentos que se han hecho de trasladar al cine la novela de Matheson se han encontrado con el mismo problema, uno que, irónicamente, constituye uno de los puntos fuertes de aquélla; a saber, que durante el 80% de la historia, sólo hay un personaje, sin nadie con quien pueda interactuar. Las películas han tratado de solucionarlo recurriendo siempre a la misma herramienta: insertando extensos flashbacks que remiten al comienzo de la epidemia. En el caso que nos ocupa, este largo pasaje de 24 minutos presenta, por una parte, a Ben Cortman, colega profesional de Morgan así como al jefe del laboratorio donde trabaja; y por otra, la esposa e hija del protagonista. Son escenas que tratan de dar una idea del rápido y preocupante avance de la enfermedad (siempre mediante diálogos de los personajes dentro de una habitación) y desarrollar el drama familiar en torno a la enfermedad y muerte primero de la hija (con la lucha de Morgan por evitar que los soldados la incineren en lugar de enterrarla) y después de la esposa del protagonista, la cual vuelve de la tumba convertida en vampira-zombi. Además del flashback, la película también hace un uso intensivo de la voz en off del propio Morgan expresando los deprimentes pensamientos que le atormentan.

 

“El Último Hombre Sobre la Tierra” ofrece ocasionalmente algunos momentos de interés, incluso se podría decir que más de los que habitualmente se le atribuyen. La rutina diaria de Morgan se describe con gran eficacia durante los primeros 28 minutos de la película: el reemplazo del ajo y los espejos rotos, el afilado de estacas en un torno de madera, la búsqueda de gasolina para su automóvil y de ajos para renovar su suministro, su caza diurna de vampiros cuyos cadáveres arroja a una fosa ardiente y su regreso a casa antes de anochecer para echarse una siesta antes de que los vampiros se congreguen en el exterior gritando y golpeando puertas y ventanas. Es una adaptación casi perfecta de la esencia de las escenas iniciales del libro.

 

La película también conserva el inolvidable giro y metáfora finales de la novela (la única de las tres versiones que lo respeta), cuando Morgan pasa de cazador de vampiros desde el punto de vista humano al de monstruo desde el punto de vista vampírico, tomando conciencia de que se ha convertido en una leyenda para los herederos de la humanidad gritando como sus últimas palabras: “¡Soy el último hombre!” (en lugar del “¡Soy leyenda!” del libro). En este sentido, Richard Matheson no tenía motivos para renegar del guion.

 

Llama la atención el comentario político que subyace en la película y al que no fue ajeno el rodaje en Italia con participación en el guion de dos profesionales de esa nacionalidad, Furio M. Monetti y Ubaldo Ragono. El símil político empieza a adivinarse en esas escenas con los adultos preocupados por los boletines informativos que hablan de una nueva plaga mortal que avanza por el continente dejando atrás o bien muertos o bien individuos transformados en mostrencos irracionales. El mensaje se explicita aún más claramente cuando aparecen los vampiros del nuevo orden, vestidos como soldados, utilizando equipo militar, con un indudable parecido a los Camisas Negras -las milicias fascistas de Mussolini- y dedicados a eliminar eficiente y brutalmente cualquier oposición sin detenerse siquiera ante la fe religiosa (a Morgan lo asesinan finalmente en una Iglesia, demostrando así que esta nueva raza de vampiros no teme a los símbolos religiosos).

 

Pero lo que lastra severamente “El Último Hombre sobre la Tierra” es la sosísima dirección de Sidney Salkow, un veterano que había estado activo en la industria cinematográfica desde los años 30, sobre todo dirigiendo westerns y thrillers de serie B. Su única incursión en el género fantacientífico había sido un año antes en la antología de terror “El “Experimento del Dr. Zagros” (1963), donde también colaboró con Vincent Price. Charlton Heston tenía razón al decir que la película no da miedo. Los vampiros constituyen una amenaza ridícula: son tan lentos, torpes y tontos que Morgan se los quita de en medio a empujones y llega a afirmar que no les teme y que su peligro deriva de su número. De hecho, cabe preguntarse por qué se molesta en matarlos e incinerarlos. Con toda seguridad, podría haber hecho el equipaje y viajado a algún lugar más apartado o inaccesible sin que ninguna de esas patéticas criaturas pudiera dañarlo.

 

La vivienda que supuestamente constituye su fortaleza parece muy frágil, con agujeros en las ventanas tapadas toscamente por tablones y puertas que no parecen resistir una mínima embestida. Las escenas rodadas en exteriores, especialmente aquellas de apertura en las que se ven las calles vacías y en silencio punteadas por cadáveres, sí tienen una indudable atmósfera siniestra a lo que ayuda la fotografía en blanco y negro. Pero, por otra parte, no consigue transmitir el sentimiento de soledad y el tormento del personaje tan bien como lo hizo Matheson. No hay nada en la película que nos indique que el aislamiento y el continuo acoso nocturno han situado a Morgan al borde de la locura y el suicidio.

 

Tampoco creo que Vincent Price fuera la elección idónea para el papel. Aunque fue un actor muy popular en el género de terror durante los años 60, su estilo afectado no es el adecuado para este personaje. Lo que la película realmente pedía era un actor que se desenvolviera de forma más realista y contenida. Morgan, dado que no tiene a nadie con quien interactuar en pantalla, es un personaje que exige de un actor que sepa transmitir sin palabras y sutilmente su sufrimiento y angustia internos y la teatralidad de Price es lo opuesto a ello. 

 

Eso sí, siendo que el truco de cualquier buena historia apocalíptica es no extenderse más de lo debido, “El Último Hombre”, con un metraje inferior a los  90 minutos, puede presumir de eficiencia narrativa: no se detiene demasiado en la premisa; ningún momento ocupa más tiempo del necesario; resiste la tentación de desviarse hacia el efectismo emocional y el hecho de que haya tan poca acción le permite ser fiel al tema de un personaje motivado por la pura supervivencia.

 

“El Último Hombre Sobre la Tierra” fue una producción de bajo presupuesto que funcionó como bisagra entre el género postapocalíptico de los años 50 y el de los zombis que, aunque presentes en el cine desde los años 30, florecería de verdad al cabo de unos pocos años. Con todas sus pegas, hay que admitir que no recibe el crédito que se merece como pionera de las películas de terror modernas, habiendo quedado a menudo ensombrecida por la más vistosa “El Último Hombre…Vivo”. Un clásico menor que todo aficionado debería conocer, aunque sólo sea por ser la adaptación de una novela imprescindible del género realizada al margen del glamour y el exhibicionismo técnico propios de Hollywood.

 

 

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