“Dejar el Mundo Atrás” es la adaptación de la novela homónima escrita por Riumaan Alam, hijo de una familia de Bangladesh emigrada a Estados Unidos. El libro obtuvo muy buenas críticas y fue nominado para el National Book Ward. La puja de los derechos para llevarlo al cine desató una guerra entre diferentes estudios y en los títulos de crédito llaman la atención los nombres, como productores ejecutivos, del expresidente Barack Obama y su esposa Michelle. Después de abandonar su cargo, los Obama fundaron en 2018, Higher Ground Productions, firmando a continuación un contrato a largo plazo con Netflix con el fin de dar visibilidad en el mundo del entretenimiento audiovisual a voces alternativas. Entre las películas que han salido de su sello se encuentran “¿Cuánto Vale la Vida?” (2020),“Fatherhood” (2021) o “Rustin” (2023), así como diversos documentales.
El proyecto fue puesto en manos de Sam Esmail, hijo a su vez de inmigrantes egipcios que, tras trabajar como editor y guionista, debutó como director en “Comet” (2014), un drama ambientado en un universo paralelo. Pero fue su creación de una serie de televisión de éxito, “Mr.Robot (2015-19), en la que participó como director y guionista, lo que le dio auténtico prestigio, el cual confirmó con su siguiente proyecto, la serie “Homecoming” (2018-20), protagonizada entre otros por Janelle Monaé y Julia Roberts. “Dejar el Mundo Atrás” fue su segunda película como director.
Amanda Sandford (Julia Roberts) toma la impulsiva decisión, movida por una sensación de hastío existencial, de alquilar una casa en Long Island y salir del centro de Nueva York durante una semana junto a su esposo Clay (Ethan Hawke) y los hijos de ambos, Archie (Charlie Evans) y Rose (Farrah McKenzie). El lugar elegido resulta ser un lujoso y aislado edificio con jardín y piscina. Poco después de llegar, internet, la televisión por cable y los teléfonos móviles dejan de funcionar. En la playa, son testigos de cómo un petrolero encalla estrepitosamente en la orilla.
Esa noche, llaman a la puerta un hombre y una joven, que se presentan como los dueños de la casa: G.H. Scott (Mahershala Ali) y su hija Ruth (Myha´la), ambos de raza negra y vestidos elegantemente. Les piden quedarse a pasar la noche a cambio de un reembolso. Según dicen –y no hay forma de comprobarlo al haber caído todas las redes- un apagón general en Nueva York ha provocado un gran atasco y no han podido regresar a su apartamento, el cual, además, está en un planta alta a la que GH no puede acceder por las escaleras debido a una lesión en su rodilla. La actitud de Amanda es de temor y desconfianza. No quiere dejar entrar en plena noche a unos extraños cuya identidad no puede confirmar. Clay, más conciliador, accede a que se queden en el cuarto de invitados del sótano.
Al día siguiente, la situación no ha cambiado. Intentan cohabitar de la forma más cordial posible pero no tarda en quedar claro que la crisis es mucho más que un simple apagón. Los aviones empiezan a caer del cielo, los coches autónomos se estrellan y atascan la carretera de salida de la isla, los animales actúan de formas extrañas y perturbadoras, unos ensordecedores sonidos surgen de ninguna parte y los dientes de Archie empiezan a caérsele. Lo que iba a ser una tranquila semana de relax, acaba convertido en una pesadilla survival.
“Dejar el Mundo Atrás” se adscribe al subgénero de catástrofes apocalípticas y conecta con el renacer que este tipo de historias disfrutó a comienzos de los 2010 y entre las que también podemos citar “Aislados” (2011), “4:44 Last Day on Earth” (2011), “Melancolía” (2011), “It’s a Disaster” (2012), “Goodbye World” (2013), “Into the Forest” (2015) o “Silent Night” (2021). Todas ellas ponen el énfasis en el drama personal, mostrando cómo los protagonistas, en el seno de sus hogares, lidian con una situación insólita, inesperada y desesperanzadora.
En el caso que nos ocupa, la catástrofe en sí no llega a explicarse claramente en ningún momento. GH en particular, gracias a su trabajo de gestor financiero en Wall Street, ha tenido acceso a personas de gran poder con información privilegiada, pero no sabemos si lo que cuenta son rumores o paranoias sin fundamento. Lo mismo pasa con el preparacionista Danny (Kevin Bacon), que lo achaca a un ataque coordinado de enemigos de Estados Unidos. La hipótesis terrorista parece confimarse por la caida de internet y los satélites, la distribución por avioneta de folletos amenazadores escritos en árabe o los barcos, aviones y coches autónomos fuera de control. Sin embargo, estas tácticas para incomunicar a los ciudadanos y sembrar la confusión y el miedo, no explicaría otros fenómenos como el extraño comportamiento de los animales.
Por otra parte, escenas que constituirían el plato fuerte de cualquier film apocalíptico al uso, como los saqueos, tiroteos, pánico generalizado, destrucción masiva, uso de armas nucleares… sólo se perciben vagamente a distancia en la forma de detonaciones o nubes de humo negro. Y es que, como he dicho antes, esta película no es tanto un análisis de los mecanismos del colapso social como una descripción del comportamiento de un grupo muy reducido de personas cuando la burbuja de tecnología y comodidades que les rodea y que dan por sentada, explota y los deja vulnerables y expuestos a un mundo mucho más cruel y peligroso de lo que habían imaginado.
Cuestión clave de lo anterior es la desconfianza que reina entre las dos familias y que condiciona buena parte de sus decisiones y estado de ánimo, desde las inclinaciones paranoides de Amanda a la preocupación de Ruth por la atracción sexual que ejerce sobre Clay y Archie, culminando en el egoísmo e insolidaridad de Danny, dispuesto a sobrevivir pasando por encima de quien sea, incluso de sus antiguos vecinos. En relación con esto, no es casual que la historia trace una línea racial entre ambas familias. La película no es un drama sobre los prejuicios raciales, pero claramente éstos se hallan en la fuente de la desconfianza mutua, tal y como evidencian los comentarios que hacen Amanda y Ruth.
“Dejar el Mundo Atrás” cuenta con un reparto de lujo que incluye a dos ganadores del Oscar, Julia Roberts y Mahershala Ali. La primera, quizá sorprendentemente, encarna al personaje más antipático de todo el grupo, alguien que reconoce la paradoja de trabajar examinando el comportamiento y la mente de la gente (es ejecutiva de publicidad) y, sin embargo, odiando tanto a esas mismas personas anónimas y a sí misma por ser como es. El segundo, por su parte, confirma su perfil carismático subvirtiendo el predecible estereotipo de millonario egoísta y avariento dispuesto a cualquier cosa con tal de proteger sus riquezas. Ethan Hawke está también espléndido como hombre intelectual asustado y superado por las circunstancias.
Si nos limitamos a leer un resumen de la trama, bien podría pensarse que “Dejar el Mundo Atrás” no es más que otra aportación al subgénero de catástrofes en la modalidad antes mencionada. Y, ciertamente, en manos de otro director, podría haber seguido un desarrollo mucho más convencional. Dado que no cuenta con el acceso a la mente de los personajes que sí permite el lenguaje literario, la película no puede revelar inmediata y completamente sus pensamientos secretos, temores, prejuicios y la manera en que ambas familias van tirando y aflojando la cuerda de su forzada cohabitación. Esta información la va dosificando Esmail (a cargo tanto de la dirección como del guion) con escenas centradas en la caracterización y sustentadas por los diálogos.
Para evitar que el ritmo se ralentice (la película, estructurada en cinco actos, tiene un metraje de 140 minutos) y la tensión se diluya, esos momentos más conversacionales y serenos se van alternando con otros visualmente impactantes que mantienen la atención y la tensión y que están relacionados con lo que está ocurriendo en el mundo exterior: el petrolero que embarranca en la playa, GH contemplando cómo un avión de pasajeros se estrella en el mar, la multitud de coches automáticos estrellados en la autopista, la grotesca escena en la que Archie empieza a perder sus dientes, el comportamiento de los ciervos… Pero todo esto no hace de la película una exhibición de efectos especiales y destrucción a gran escala. Por el contrario, esas absorbentes escenas apoyan la creciente angustia que se apodera de los personajes cuando se dan cuenta de que aquellas cosas que les eran familiares, el tejido mismo sobre el que esta construido el mundo moderno, se desmoronan.
Como he dicho al principio, “Dejar el Mundo Atrás” es la traslación fílmica de una novela que apareció en 2020, un año en el que la pandemia del Covid-19 hizo sin duda que mucha gente leyera esta ficción de una forma muy intensa, encerrados en sus casas esperando a que las cosas “volvieran a la normalidad”. El libro, desconcertante, resbaladizo y punzante, es un análisis de la psique de sus personajes, hurgando en su racismo y clasismo. La película tiene quizá un enfoque más disperso, tocando suficientes temas como para que espectadores de todo el espectro político y social puedan ver reflejados en ella sus propias preocupaciones sobre el estado actual del mundo: la degradación ecológica, el racismo sistémico, la desigualdad económica, los piratas informáticos y ataques cibernéticos, nuestra dependencia de la tecnología, la vulnerabilidad de ésta, la insulsez de las nuevas generaciones, los poderes en la sombra, las amenazas de naciones hostiles, el aislacionismo, la relación entre padres e hijos, los preparacionistas o cómo el encontrar algo que sea importante para uno, por muy absurdo o improbable que sea, puede ayudar a afrontar el fin del mundo. Aunque no se entra a fondo en ninguna de estas cuestiones, sí están todas engarzadas en una narrativa coherente.
No todo es perfecto. Hay varias interacciones y giros relativos a los personajes que no parecen debidamente explicados o no resultan verosímiles. Gran parte de la intensa misantropía de Amanda, por ejemplo, se expresa a través de semimonólogos poco convincentes mientras otro personaje se queda escuchando de brazos cruzados. También hay algunos elementos narrativos, como el comportamiento de los ciervos o los flamencos, que nunca se aclaran.
Lo que desde luego es esta película es una obra de Sam Esmail. No es complicado ver aquí puntos de contacto con su brillante “Mr.Robot”: la participación de hackers (aunque en este caso sólo se percibe a través de las consecuencias de sus ataques) y personas con serios problemas emocionales; una historia sobre una familia; las clases sociales y el poder; una conspiración en la que poderes en la sombra maquinan para derribar el capitalismo… o incluso detalles más pequeños, como el logo que adorna el portátil de Amanda: “E” de E-Corp, una empresa central en el argumento de esa serie.
La película recibió ciertas críticas debido a su final (ATENCIÓN: SPOILERS). En él, Rose encuentra en una villa cercana un bunker perfectamente equipado y, en su interior, un DVD con su serie favorita, “Friends”, sentándose a continuación para disfrutar del último episodio, el cual llevaba desesperadamente tratando de ver desde que llegaron a la casa alquilada. No estoy seguro de si quienes quedaron insatisfechos con esta conclusión fue por considerarla un anticlimax, o esperar un desenlace más convencional que, o bien cerrara más la historia o bien aportara alguna explicación respecto a lo que estaba ocurriendo; o quizá sea simplemente fruto de la antipatía que ha ido acumulando “Friends” en los últimos años. En lo que a mí respecta, el final funciona perfectamente.
Para empezar, porque cerrar una historia apocalíptica implica o bien solventar la crisis y recuperar total o parcialmente el statu quo (lo cual diluiría la intensidad del drama que viven los personajes) o bien matar a todos los participantes (lo cual sería una exhibición malsana de nihilismo). Cualquier solución intermedia pasa por dejar abierto el destino de los personajes ante una crisis mundial que solo acaba de empezar. Por otro lado, el tema principal de la película es cómo la delgada capa de civilización sobre la que nos movemos se deshace en cuanto se corta nuestro acceso a la tecnología (la película tampoco lleva esto al extremo: no llegamos a ver a gente reducida a la mera supervivencia). El final aporta un contraste irónico que permite a la niña cerrar su arco encontrando una porción de la burbuja de fantasía que la hacía feliz. Al igual que el resto de las ansiedades no expresadas de la película, esta escena deja al espectador con una ambigua sensación: puede alegrarse por el momentáneo bálsamo emocional que recibe Rose, pero también es inevitable preguntarse qué le espera a continuación.
Esa obsesión infantil por la serie es también un recordatorio de que hay un valor en preocuparse por las cosas. Rose sigue adelante y se marcha por su cuenta porque le importa algo por encima de ella misma. ¿Es trágico que le importe mas “Friends” que su familia? Tal vez, pero, ¿acaso no son así los adolescentes? Además, “Friends” es una historia sobre un grupo de personas que se mantienen unidas, que se apoyan mutuamente durante años en los numerosos altibajos que experimentan a lo largo de sus respectivas vidas. Y esa es una dinámica que sin duda a Rose le resultaba reconfortante, especialmente en la situación de colapso que está viviendo ahora.
“Dejar el Mundo Atrás” es un thriller psicológico, bien interpretado, bien rodado, con un ritmo y suspense cuidadosamente medidos y de creciente intensidad y del que pueden extraerse reflexiones sobre el estado actual de nuestro mundo. Juega con la incertidumbre y el miedo, y rechaza ser o una película sobre personas que se maltratan mutuamente durante una crisis existencial u otra sobre personas que se sobreponen a sus prejuicios y unen fuerzas para afrontarla. La historia echa raíces en la más verosímil incertidumbre que separa ambos extremos: el mundo se acaba pero continúa; la gente se asusta pero conserva sus manías y actitudes previas; nadie sabe qué ha pasado ni que va a pasar a continuación.
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