Las películas de monstruos gigantes fueron un subgénero boyante durante casi toda la década de los 50, generalmente en forma de dinosaurios, robots e insectos. En 1957, Universal tomó un interesante desvío con “El Increíble Hombre Menguante”, película que, paradójicamente, abrió la puerta a una nueva moda de films con gente que, por algún motivo, se convertía en gigantes. El realizador más vinculado a este tipo de producciones fue Bert I.Gordon, especializado en serie B y responsable nada menos que de tres títulos: “The Cyclops” (1957), “El Asombroso Hombre Creciente” (1957) y “La Guerra de la Bestia Gigante” (1958), así como otra cinta sobre gente diminuta, “La Rebelión de los Muñecos” (1958).
Tres hermanos residentes en Nueva Orleans, Bernard, David y Lawrence Woolner, testigos de primera fila del éxito de este tipo de películas de serie B (eran propietarios de dos autocines), quisieron sacar provecho de las mismas no solo como exhibidores sino también como productores. Se pusieron en contacto con el director de fotografía y productor Jacques Marquette, que en 1957 había tenido un gran éxito con el thriller de ciencia ficción de bajo presupuesto, “El Cerebro del Planeta Arous”, y que tenía vínculos con Allied Artists. Fue Bernard Woolner quien tuvo la idea de convertir la amenaza gigante en una mujer parcamente vestida, en lugar del hombre torpe y con pañales que había protagonizado las películas de Bert I. Gordon.
Marquette se puso en contacto con su amigo Mark Hanna, que había escrito o coescrito varios guiones para American International Pictures, entre ellos el de “El Asombroso Hombre Creciente”. Marquette parece haber sido el productor de facto del proyecto, aunque los hermanos Woolner fueron también acreditados como productores. Casi con toda seguridad fue Marquette quien se encargó de elegir al equipo técnico y el reparto. Asumió él mismo las funciones de director de fotografía y contrató como director a Nathan Juran, con quien había colaborado en “El Cerebro del Planeta Arous”.
Nathan Juran, nacido Naftali Hertz en lo que hoy es Rumanía, se mudó a Estados Unidos con sus padres en 1912, cuando tenía cinco años. Estudió arquitectura y fundó su propia firma, pero debido a la paralización económica durante la Gran Depresión, tuvo que trasladarse a Los Angeles a finales de los años 30 y empezar a trabajar en los departamentos artísticos de los estudios cinematográficos de Hollywood. Durante los años 40, ejerció de director artístico para la 20th Century Fox, recibió un Oscar en 1942 por “Qué Verde era Mi Valle” y otra nominación en 1946 por “El Filo de la Navaja”. En 1949, pasó a Universal y mientras trabajaba en el film de terror “El Castillo del Ogro” (1952), le pidieron que se hiciera cargo de la dirección cuando quien había sido inicialmente designado para la tarea renunció dos semanas antes de empezar el rodaje. Al estudio le gustó el resultado y empezó a darle más trabajos de dirección, sobre todo en westerns de serie B, pero también en alguna producción de capa y espada, como la serie de TV “Los Tres Mosqueteros”.
En 1957, le encargaron su primera película de CF, “The Deadly Mantis”. A continuación, hizo una de submarinos, “Hellcats of the Navy” (1957), protagonizada por Ronald Reagan y producida para la Columbia por Charles Schneer. Éste, que ya tenía una larga asociación con Ray Harryhausen, encargó luego a Juran que trabajara con éste en el clásico de CF “A 20 Millones de Millas de la Tierra” (1957). Le seguiría la mencionada “El Cerebro del Planeta Arous” y, por fin, la que ahora nos ocupa.
El presupuesto de la película, según los recuerdos de los partícipes, osciló entre 65.000 y 89.000 dólares, a los que los productores añadieron 10.000 dólares más temiendo que Allied Artists pensara que era demasiado barato como para que de ahí saliera nada bueno. El rodaje se realizó enteramente en Los Ángeles en el transcurso de ocho días.
La película comienza con un locutor televisivo informando de numerosos avistamientos por todo el planeta de una esfera roja flotante. A continuación, conocemos a la atormentada heredera Nancy Archer (Allison Hayes), que conduce a toda velocidad por las carreteras del desierto tratando de olvidar sus problemas cuando una de esas enigmáticas esferas aparece frente a su coche y de ella emerge un gigante que trata de apresarla. Aterrada, regresa a la ciudad, pero su marido Harry (William Hudson) está demasiado ocupado besándose con una cazafortunas, Honey Parker (Yvette Vickers), como para preocuparse por ella y la policía atribuye la historia que Nancy les cuenta a otra de sus frecuentes borracheras que ya en el pasado la llevaron a ingresar una temporada en un sanatorio mental.
Harry ve la situación como una oportunidad para que Nancy sea definitivamente incapacitada legalmente y así tomar el control de su sustancioso patrimonio de 50 millones de dólares. Se muestra solícito y comprensivo y accede a acompañarla de vuelta al desierto para comprobar la veracidad de su historia. Y sí, encuentran al “satélite”, del que vuelve a salir un gigante, pero esta vez Harry, presa del miedo, huye dejando a su suerte a su esposa. Más tarde, la encuentran de regreso en su casa y el doctor la seda. Harry planea inyectarle una dosis letal de calmante, pero cuando sube a su habitación, se encuentra con que ella ha crecido hasta alcanzar un tamaño gigantesco.
El sheriff y el mayordomo de Nancy encuentran la nave extraterrestre y averiguan que, aparentemente, el gigante busca diamantes, quizá como combustible. El extraterrestre destroza su coche y se ven obligados a regresar al pueblo caminando. Mientras tanto, Nancy despierta y se libera decidida a encontrar y castigar a su traicionero marido. Atraviesa el tejado de la casa y siembra el caos por la ciudad, arrancando el techo de un bar. Un rayo cae sobre Honey matándola. Nancy coge a Harry y se marcha inmune a los disparos del sheriff hasta que, accidentalmente, golpea un transformador de alta tensión y muere por la explosión subsiguiente. Harry también fallece estrujado por su enorme mano.
“El Ataque de la Mujer de los 50 Pies” es una película de muy baja calidad incluso para los estándares de la serie B de los años 50. Sin embargo, ha conseguido sobrevivir en la cultura popular hasta nuestros días, probablemente más debido a su poster que a la película que éste promociona, ya que se ha convertido en un símbolo de la CF de aquella época incluso para gente no particularmente familiarizada con el género.
A diferencia de otros títulos muy poco agraciados en los que, sin embargo, puede encontrarse alguna cualidad, si no redentora, sí al menos atenuante del desastre, ésta cinta no cuenta con demasiadas bazas en ese sentido. Da la impresión ser un producto nacido exclusivamente con la intención de plagiar a la inversa “El Increíble Hombre Menguante”, que causó bastante impresión tan solo un año antes, mezclando el elemento de CF con una trama de serie negra de los años 40. Y, al igual que “El Increíble Hombre Menguante”, algunos han querido ver aquí casi una película protofeminista: la imagen de Nancy abriéndose paso a través del tejado de su casa logra una momentánea sensación de salvaje euforia. Pero si se escuchan con una mínima atención los diálogos y se observan las decisiones de la protagonista, no puede detectarse ni mucho menos un ideal feminista. Y es que Nancy, a pesar de toda su fortuna, es una mujer que necesita desesperadamente a su marido, llegándole a perdonar engaños y traiciones reiteradas. Cuando se convierte en una giganta, su único pensamiento es recuperar a su hombre y proteger su matrimonio de la advenediza Honey.
Y es que la alcohólica e histérica Nancy, que se niega a condeder el divorcio a su marido pese a que ninguno de los dos se beneficia ya del mismo, aparece retratada de una forma poco positiva. De hecho, podría incluso interpretarse que la película se pone del lado de Harry, condonando su adulterio como inevitable resultado de los problemas mentales y dipsomanía de ella. Hay un punto, sin embargo, en el que éste cruza la línea de marido infeliz, apocado y agobiado por el que podría sentirse cierta simpatía, a asesino en ciernes y villano de la trama cuando decide envenenar a su esposa para librarse de ella y heredar el dinero. En general, Harry Archer tiene pocas cualidades objetivas y, cuando la película lo muestra bajo una luz positiva, lo desmiente poco después revelando que su comportamiento aparentemente bondadoso hacia Nancy no es más que una artimaña para controlarla. Por otro lado, también se puede ver a Harry como víctima de dos mujeres manipuladoras. Es Honey Parker la que lo incita a matar a su esposa, pero es difícil ver a aquél como una mera víctima. Al fin y al cabo, no necesita mucha persuasión para tomar esa decisión.
La opinión que se tenga de la película respecto a su actitud hacia el género depende de cómo quiera verse a Nancy Archer una vez ha alcanzado su colosal estatura. ¿Es la víctima que al final se levanta para vengarse de Harry y Honey? ¿O su cambio de tamaño simplemente desata al monstruo que realmente anidaba en su interior? Personalmente, me resulta difícil aceptar esta última conclusión, ya que, para que la fórmula del subgénero de monstruos funcione, una criatura necesita un héroe que los contrarreste. Y, se mire como se mire, ni Harry ni Honey pueden asumir ese papel. De acuerdo a la venerable tradición de King Kong, el monstruo gigante es un personaje por el que, en última instancia, el espectador debería sentir cierta simpatía; pero la muerte de Nancy aquí lo que pretende suscitar es una punzada de tristeza. Que la película lo consiga o no, es otra cuestión.
“El Ataque de la Mujer de 50 pies” es una película que puede verse con cierta fascinación… por los motivos equivocados, a saber, la completa falta de verosimilitud que transmiten los efectos especiales. No aparece acreditado ningún director artístico, por lo que se puede suponer que Juran, que había desempeñado esa función en otras películas, también la asumió aquí para ahorrar dinero. Tampoco hay un equipo de efectos especiales propiamente dicho, por lo que se supone que Marquette y Juran se encargaron de eso también. En cualquier caso, el resultado fue muy pobre.
Durante el alboroto que provoca la protagonista por la ciudad, se utiliza varias veces la misma toma de ella caminando, a veces invertida y otras contra diferentes fondos que hacen variar su estatura aparente. Una escena con Nancy detrás de una torre de alta tensión está realizada con una retroproyección increíblemente chapucera; y el gigante alienígena es simplemente una doble exposición tan inepta que la figura se ve translúcida. Nunca vemos al gigante y a los humanos participar del mismo plano. El interior de su nave no son más que planchas de metal perforadas y un montón de humo. Y cuando Nancy se abre paso a través de los edificios, los primeros planos que la enfocan no coinciden de ninguna manera con el movimiento de su ridícula mano gigante, que parece hecha con papel maché por alumnos de primaria y de la cual, por otra parte, los productores sacaron todo el provecho posible. Le pegaron pelo en los dedos y el dorso para hacerla pasar por la mano del gigante que intentaba alcanzar a Nancy y destrozaba su coche. Luego la reciclaron como mano de la Nancy gigante, primero en una escena en la que aparece encadenada y luego en el bar agarrando a Harry. Seguramente, esa mano de dos metros y medio, a pesar de ser uno de los peores gadgets de la historia de la CF cinematográfica, fue lo más costoso de toda la producción, así que claramente decidieron sacarle la máxima rentabilidad.
El disfraz del alienígena gigante es todo él un anacronismo. En lugar del esperable traje plateado con grandes hombreras y un rayo en el pecho, este ser lleva un chaleco de cuero tachonado y, para completar el incoherente toque medieval, exhibe un escudo de armas bordado en el pecho con tres flores de lis. O bien es una prueba de que los antiguos reyes franceses vencieron a los rusos en la carrera espacial, o que los responsables de vestuario aprovecharon, sin tiempo para retocarla, una prenda sacada de algún otro rodaje.
La trama transcurre en lo que se convirtió en escenario cliché de tantos títulos de ciencia ficción de los años 50: una pequeña ciudad localizada en el desértico suroeste de Estados Unidos. Este escenario fue presentado en el guion que Ray Bradbury escribió para “Llegó del Más Allá" (1953), tratando de simbolizar la somnolienta América profunda que se ve convulsionada por el cambio y la amenaza provenientes de una fuerza exterior. Con el paso de los años, ese subtexto simbólico fue desapareciendo gradualmente y, como ocurre con muchas películas de CF, el decorado se convirtió en un simple cliché. Y, además, uno muy conveniente, dado que era un entorno en el que resultaba barato rodar exteriores.
Si el apartado técnico es vergonzante, el guión de Mark Hanna contiene una generosa cantidad de errores. Está claro que el libreto se escribió con prisas y que su autor o no tuvo tiempo o no vio sentido en esforzarse en tratar de dar una explicación mínimamente coherente a los extraordinarios acontecimientos que se describen. Ya la primera escena llama la atención: un boletín de noticias de televisión señala las ubicaciones de los diversos avistamientos de satélites, incluido Auckland, Nueva Zelanda (ciudad a la que localizan en algún lugar al sur del Cabo de Hornos). ¿Satélites? ¿Pero qué amenaza supone esto?
Pues resulta que, curiosamente, la fiebre de los ovnis que sirvió para alimentar tantas fantasías sobre invasiones alienígenas en el cine de los 50, fue sustituida, a raíz del lanzamiento del Sputnik a finales de 1957, por el miedo a los satélites. “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” se estrenó en mayo de 1958, unos ocho meses después del lanzamiento del satélite soviético y cuatro meses después de que éste ardiera en su reentrada atmosférica. Los satélites eran tema de conversación y preocupación. De hecho, la escasa duración de la película que nos ocupa (poco más de una hora) responde a que fue estrenada como parte de un programa doble que también incluía “War of the Satellites”, de Roger Corman, cuya premisa era que una fuerza desconocida declaraba la guerra contra el planeta Tierra cuando las Naciones Unidas desobedecían sus advertencias de desistir en sus intentos por ensamblar el primer satélite orbital. En la propia “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” insisten de forma bastante ridícula en llamar satélite a lo que obviamente es una nave alienígena.
Por otra parte, tenemos aquí no uno sino dos de los “deux ex machina” preferidos de los años 50 para poner en marcha las tramas y explicar lo inexplicable: los extraterrestres y la radiación. El alienígena se limita a aparecer, provocar la situación e irse sin tener conexión con ningún otro punto de la trama. La radiación de su toque proporciona la magia necesaria para hacer que la pobre Nancy crezca hasta los 15 metros de altura.
El “ataque” anunciado en el título no ocupa más de 10 minutos en el
final de la película y la mujer de
50 pies no aparece hasta ese momento, a
menos que se cuenten algunos breves atisbos de la infame mano gigante. Durante
la mayor parte del metraje, la historia consiste en un drama sobre la desintegración
de un matrimonio que algunos han querido ver como una crítica a las draconianas
leyes de divorcio de los años 50, que tendían a dificultar la disolución de
uniones legales claramente condenadas al fracaso y que solo generaban
infelicidad para todos los involucrados.
Independientemente de la calidad de la película, el foco sobre el drama emocional de los personajes la convierte en una anomalía dentro del canon de la CF cinematográfica de finales de los 50. Si se la analiza como un drama convencional en lugar de como película de monstruos, se puede interpretar el desmesurado crecimiento de Nancy como una metáfora de su enfermedad mental. Al final, por lo tanto, no es Nancy la que crece quince metros sino su dolencia psiquiátrica la que adquiere proporciones monstruosas. O, tal vez, su metamorfosis puede entenderse como metáfora de toda la oscuridad y miseria acumuladas por la enfermiza relación matrimonial de Nancy y Harry.
Resulta difícil de creer, a juzgar por la evidente justeza del presupuesto y la mediocridad general de la producción, que el director fuera el mismo que ese año firmara también la muy superior “Simbad y la Princesa”. Posiblemente, al ver el tipo de producto en el que estaba involucrado, decidiera figurar acreditado aquí como Nathan Hertz en lugar de Nathan Juran, que es el nombre que utilizó para esa película de Fantasía y otras posteriores de género fantacientífico, como “Jack el Matagigantes” (1962), “La Gran Sorpresa” (1964) o diversos episodios de series como “Perdidos en el Espacio”, “Tierra de Gigantes” o “El Túnel del Tiempo”.
El único tanto que pudiera adjudicársele a Juran fue la elección del elenco. Allison Hayes, una reina de la belleza que se ganó cierto estatus de culto por la media docena de películas de serie B que protagonizó, hace un trabajo razonablemente eficaz: en las escenas en las que recorre la ciudad vestida sólo con un bikini de tela, irradia una belleza fría y sobrenatural. Puede que “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” no fuera su mejor película, pero sin duda ha demostrado ser aquélla por la que más se la recuerda.
Allison Hayes nació en Virginia Occidental en 1930 y su participación en concursos de belleza (llegó a representar a Washington en la competición de Miss America de 1949) le abrió la puerta primero de una cadena local de televisión en esa ciudad y luego las de Hollywood, donde firmó un contrato con Universal en 1954. Sin embargo, a pesar de aparecer en un par de películas como actriz secundaria, el estudio rescindió el contrato cuando la actriz los demandó por haber sufrido daños físicos durante un rodaje, incluyendo unas costillas rotas. Pasó luego a Columbia, donde apareció en “Chicago Syndicate” (1955), que ella consideró su mejor papel aunque la mayoría de la prensa se centró en Joanne Woodward, dejándola a ella de lado.
El contrato con Columbia tampoco duró mucho y, de pronto, se encontró tratando de encontrar trabajo como actriz freelance. En 1956, la AIP de Roger Corman la eligió para participar en el western “El Sheriff de Oracle”, lo que la llevaría a participar en una serie de películas de terror y CF de serie B, que es por las que hoy se la recuerda: “La No Muerta” (1957), “Zombies of Mora Tau” (1957), “Terror en la Clínica” (1957) o “The Disembodied (1957), culminando en “El Ataque de la Mujer de 50 Pies”, que no sólo protagonizó sino que utilizó para mostrar sus dotes dramáticas. Al contrario que muchos otros actores y actrices de Hollywood que trataban de abrirse camino como podían, aceptando papeles en producciones menores, Hayes no tuvo inconveniente en quedar asociada al género del terror y la CF, aunque sí es cierto que ello perjudicó su carrera. Luchó por sobrevivir en la industria durante finales de los 50 y primeros 60, participando en westerns y dramas policiales de producción independiente.
En un trágico giro del destino, Hayes empezó a sufrir problemas graves de salud en los años 60, cuando ella aun estaba en la treintena. Tuvo que utilizar un bastón para caminar y experimentaba dolores agudos que la llevaron a perder su anterior buen carácter y beber más de la cuenta. Su última aparición en pantalla fue en una comedia de Elvis Presley, “Hazme Cosquillas” (1965), para pasar a continuación a un par de programas de televisión antes de que dejara de recibir ofertas de trabajo. Terminó por caer en la cuenta de que sus síntomas eran similares a los experimentados por los trabajadores de ciertas industrias y, tras consultar con un toxicólogo, descubrió que padecía un envenenamiento de plomo resultado de consumir un suplemento dietético recetado por un médico. Hayes empezó entonces una campaña para que ese medicamento fuera retirado de la venta, pero su salud siguió empeorando y en 1975 se le diagnosticó leucemia. Dos años más tarde, a los 46 años, falleció.
Sin embargo, es Yvette Vickers, que interpreta el papel de Honey Parker, quien le robó el protagonismo en “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” ejerciendo de mujerzuela barata dentro de los límites que la censura imponía en los años 50. Vickers lo hace muy bien como chica manipuladora y abiertamente sensual. Para muchos de los adolescentes que acudieron a ver esta película, la escena en la que Vickers abraza apasionadamente William Hudson fue probablemente la primera vez que vieron un beso con boca abierta. Pero Vickers nunca interpreta a su personaje como una caricatura, sino que le da una solidez y realismo que ayudan a vender las líneas de diálogo un tanto inverosímiles que le adjudica el guion, como cuando “casualmente” sugiere a Harry que mate a su esposa.
Yvette Vickers fue una actriz mucho mejor de lo que su irregular historial cinematográfico sugiere. Tal vez era demasiado atractiva y sensual para los productores de cine más convencionales, y su temprana participación en la televisión y en películas de ciencia ficción de serie B tampoco la ayudó a construir un perfil de actriz “respetable”. Nacida en 1928, empezó a estudiar periodismo, pero se cambió a arte dramático y empezó a trabajar como modelo en los años 40 y aparecer en anuncios televisivos primero y series después. Pudo saltar al cine con una película para adolescentes de la AIP, “Reformatorio Femenino” (1957), donde encarnó un personaje secundario. Inmediatamente, llamó la atención de todos por su explosiva sensualidad y su imagen de “chica mala”, lo que la encasilló en films de delincuentes juveniles y dramas criminales, como “Atajo al Infierno” (1957, el debut como director de James Cagney) o “Juvenile Jungle” (1958), aunque hoy es más recordada por su participación en las películas de CF de serie B de la AIP, como la que ahora nos ocupa o “El Pantano Diabólico” (1959). Aprovechó su reputación de “sex bomb” para aparecer en el poster central de “Playboy” en 1959, además de posar para otras revistas masculinas. Su carrera como actriz, que nunca había llegado a ser gran cosa, empezó a declinar a comienzos de los 60 y acabó dejando la industria del cine en 1963.
A partir de entonces, sobre todo ya en los años 70 y 80 y gracias a la popularización de formatos domésticos, Vickers se convirtió en una asidua de las convenciones y eventos de los aficionados al género fantacientífico. Que hasta su muerte siguió siendo querida por ellos lo demostró su buzón abarrotado de cartas de admiradores ya enmohecidas, que fue precisamente lo que alertó a un vecino sobre su defunción en la primavera de 2011. En los últimos años de su vida, Vickers había empezado a sufrir problemas mentales que la llevaron a recluirse en su casa, convencida de que alguien la acosaba y pretendía secuestrarla. Rompió el contacto con su familia y amigos y, hasta que se descubrió su cuerpo momificado en su deteriorada casa de Beverly Hills, nadie se dio cuenta de que llevaba muerta más de seis meses.
Volviendo a la película, cuando se hizo una proyección previa para los ejecutivos de Allied Artists, éstos se quedaron horrorizados por la mala calidad de los efectos. Recordaron a los productores que la película había costado menos del presupuesto asignado. Quedaban sin gastar 10.000 dólares y exigieron que el equipo técnico regresara para volver a rodar los efectos. Jacques Marquette dijo que tal cosa era imposible con esa cifra, ya que sería necesario traer de vuelta a todos los actores y volver a rodar las escenas desde cero. Por su parte, Bernard Woolner, quien, como dije al principio, tenía experiencia en el mercado de los autocines, sabía que era allí donde la película iba a recaudar la mayoría del dinero y que la calidad de los efectos importaba poco a los espectadores. Le dijo a Allied Artists que nadie iba al autocine a ver arte, sino a pasar el rato, enrollarse con la pareja y divertirse. Para la mayoría de los espectadores, la calidad de la película era un factor secundario. Convenció al estudio y éste la incluyó en el antes mencionado programa doble.
“El Ataque de la Mujer de 50 Pies” fue objeto de un remake, menos rídiculo y adornado con mejores efectos especiales, en 1993 y con Daryl Hannah en el papel protagonista. Por otra parte, la idea básica de esta película fue utilizada luego en otras como “The 30-Foot Bride of Candy Rock” (1959, con Lou Costello); y parodiada en muchos más, como “Attack of the 60 Foot Centerfolds” (1995), “Colega, ¿Dónde Está mi Coche?” (2000), “Monstruos Contra Alienígenas” (2009), “Attack of the 50 Foot Cheerleader” (2012) o “Attack of the 50 Foot CamGirl” (2022).
“El Ataque de la Mujer de 50 Pies” es una película extraña. Su guion tiene más agujeros que un queso suizo, la premisa de ciencia ficción sobre la que se apoya no es más que una ocurrencia que trata de aprovecharse de la idea de otros films anteriores y algunos de sus momentos son tan ridículos que parecen una parodia, aunque no sea así. Sus efectos visuales se encuentran entre los peores de toda la CF estrenada en los años 50. Y, sin embargo, ofrece un contenido dramático que supera por mucho a la mayoría de las películas de su clase y un plantel de actores de segunda división pero muy sólidos. Sea como sea, se ha convertido en un clásico de culto casi a pesar de sí misma y no sólo uno de los que sirven para reírse sino de los que se referencian, debaten y analizan hasta el día de hoy.
Desde luego, “El Ataque de la Mujer de 50 Pies” no está aconsejada para quienes se irriten o desesperen fácilmente con las producciones de bajo presupuesto o esperen ver una historia apasionante. Aquí no hay épica ni técnica. Recomendada, eso sí, para los aficionados a la CF cinematográfica de los 50 en todo su espectro porque aquí encontraran uno de sus hitos más perdurables.
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