domingo, 22 de septiembre de 2024

1970 – UN DÍA PERFECTO – Ira Levin




Resulta difícil de creer, pero Ira Levin, para muchos uno de los mejores escritores de suspense del siglo XX, firmó sólo siete novelas en cuarenta y cinco años. Y no libros extensos; de hecho, uno de ellos es lo suficientemente breve como para clasificarse como novela corta. Aun así, su promedio sigue siendo de un libro cada seis años, una producción no al alcance de muchos escritores, sobre todo teniendo en cuenta que casi todos fueron un gran éxito de ventas y llevados al cine. Además, Levin era dramaturgo y compositor en su tiempo libre, así que no se aburría entre libro y libro.

 

Cada una de sus novelas es un ejemplo de narrativa ágil y compacta, con tramas intrincadas que (con la posible excepción de “El Hijo de Rosemary”, 1997, publicado cuando el autor ya había dejado atrás su mejor época) que dejaron su huella en el inconsciente colectivo de la época. La ambientación en el Manhattan moderno de “El Bebé de Rosemary”, por ejemplo, le permitió a Levin trasladar la ficción de terror al mundo urbano del siglo XX, facilitando el camino a autores posteriores como Stephen King; “Las Poseídas de Stepford” (también editada en español como “Las Mujeres Perfectas”), añadió un nuevo término al léxico inglés: “stepford”, que denota a alguien conformista y sumiso; y “Los Niños del Brasil”, con su premisa basada en la bioingeniería, ya no parece hoy tan descabellado como cuando se publicó en los 70.

 

Levin nació en el barrio neoyorquino de Bronx en 1929. Creció allí y en el Upper West Side de Manhattan, estudiando en la exclusiva Horace Mann School. Pasó un par de años en la Drake University de Des Moines, Iowa, antes de volver a la Universidad de Nueva York, donde se licenció en Lengua Inglesa y Filosofía en 1950.

 

Durante su último año en la universidad, quedó segundo en un concurso de guiones patrocinado por la cadena de televisión CBS y por el que ganó 200 dólares, cantidad que se triplicó cuando la NBC le ofreció comprar su guión y producirlo como un episodio de “Lights Out”, un programa semanal de 30 minutos que hoy se considera precursor de otros posteriores como “La Dimensión Desconocida”, “Galería Nocturna” o “Alfred Hitchcock Presenta”.

 

Pero lo cierto es que el dinero no suponía un problema para Levin. Su padre, un acaudalado importador de juguetes, le había pagado primero los estudios para, a continuación, ofrecerse a subvencionarlo durante un par de años mientras intentaba abrirse paso como escritor profesional. Si al cabo de ese periodo no había tenido éxito, se incorporaría a la empresa familiar. Al final, la ayuda paterna apenas fue necesaria. Prácticamente desde el día en que terminó sus estudios en la Universidad de Nueva York, Levin empezó a trabajar como guionista autónomo para la NBC y la ABC. También publicó relatos cortos en revistas y en 1953, a los 24 años, se pone a la venta su primera novela, “Un Beso antes de Morir”, un relato desgarrador sobre un joven psicópata que no se detiene ante nada para conseguir lo que quiere.

 

Ese mismo año fue llamado a filas y destinado en Queens con la misión de escribir guiones para películas de adiestramiento militar. Sin embargo, compaginó esta actividad con sus guiones para televisión por lo que, cuando surgió la idea de adaptar una novela superventas, “No Time for Sergeants” (1954), en forma de programa de una hora para la televisión (para el espacio “United States Steel Hour”, en la ABC), Levin parecía la elección natural. Después de todo, no sólo estaba en el ejército, sino que ya contaba en su currículo con varios guiones de cierto éxito para el medio televisivo.

 

Cuando se emitió el programa, en el invierno de 1955, fue visto por los propietarios de los derechos de la novela, quienes lo invitaron a escribir otra adaptación, esta vez para Broadway. La obra, sobre un pueblerino alistado en la Fuerza Aérea durante la Segunda Guerra Mundial, fue un éxito y le permitió pasar al cine para escribir la correspondiente adaptación, dirigida por Mervyn Leroy y estrenada, también con buena recepción, en 1958.

 

Durante los siguientes diez años, Levin siguió escribiendo para el teatro y la televisión con un éxito irregular. Ganó bastante dinero, pero ninguno de sus guiones y libretos registró ya el mismo éxito que “No Time for Sergeants”. Lo que más se le acercó fue una comedia de comienzos de los 60 titulada “Elección Crítica”, con cierto éxito en Broadway y adaptada al cine en 1963 con Bob Hope y Lucille Ball como protagonistas.

 

Entonces, en 1967, Levin publica su segunda novela. La primera no sólo se había vendido bien, sino que había ganado el Premio Edgar Allan Poe a la Mejor Novela de Debut por un autor americano. Quizá sea exagerar calificar a “Un Beso Antes de Morir” como relato puro de misterio, pero muchos la colocan a la altura de “El Halcón Maltés” de Dashiell Hammett, “El Largo Adiós” de Raymond Chandler o “Mildred Pierce” de James M.Cain; nada mal para una primera obra larga de un autor que no había cumplido todavía los 25 años. Sin embargo, nada preparó a Levin para el éxito que iba a registrar su segunda novela, “El Bebé de Rosemary”, en la que el Diablo deja embarazada a una joven neoyorquina. La historia es absurda si se toma literalmente, pero cobraba mayor sentido si se hacía de ella una lectura simbólica; la misma aproximación metafórica que utilizó Levin cinco años más tarde, en esa ocasión con un enfoque feminista, en “Las Poseídas de Stepford”.

 

Pero “Las Poseídas de Stepford” fue la cuarta novela de Levin, no la tercera. Justo en su periodo de apogeo profesional, escribe “Un Día Perfecto”, sin duda el menos conocido de sus libros. De hecho, fue la única de sus novelas que no se adaptó al cine. Posiblemente ello sea debido a que no encaja del todo en la categoría de “thriller” que le dio fama. Porque lo que presenta en esta ocasión el escritor es una novela distópica en la línea de “Un Mundo Feliz” (1932) de Aldous Huxley o “1984” (1949), de George Orwell con la que pretende exponer su ideario libertario. 

 

La acción comienza en el siglo XXII, concretamente en el año 141 de acuerdo con la nueva cronología que se estableció tras la Unificación, momento en el que se estableció un gobierno global que, eventualmente, llevó a la fusión de todos los ordenadores del mundo en uno solo de tamaño colosal alojado en las profundidades de los Alpes suizos. UniComp clasifica y hace seguimiento de todos los “Miembros” –de la Familia humana-: decide la profesión que desempeñarán, dónde vivirán, qué y cuándo comerán, si se casarán y reproducirán… todos los aspectos, en fin, de sus vidas. En el mundo de la Familia no hay guerras ni pobreza. Tampoco originalidad, creatividad o pasión.

 

Para asegurar la armonía, UniComp somete a todos los miembros a tratamientos mensuales que consisten en inyecciones que combinan vacunas, anticonceptivos, tranquilizantes y químicos que reducen la agresividad, limitan el impulso sexual a un coito semanal y, en fin, reprimen en el subconsciente cualquier sentimiento de rebeldía o individualismo. No hay necesidad de pensar, eso ya lo hace UniComp. Todo este sistema de entumecimiento mental está supervisado por los Consejeros, que constantemente monitorizan la “salud” psicológica de los miembros y reportan cualquier desviación de la norma para que se tomen medidas correctoras de inmediato, ya sean leves (aumento o cambio en la composición del “tratamiento”) o graves (internamiento para procedimientos de choque).

 

En cuanto a la salud física, queda asegurada mediante los antedichos tratamientos mensuales obligatorios y la alimentación, la cual consiste exclusivamente en insípidas tortas de arroz preparadas para maximizar su capacidad nutritiva. Sin embargo, los miembros mueren inexcusablemente a los 62 años. Todo el mundo acepta esa edad límite como algo natural. La realidad es que se introduce un veneno en las inyecciones mensuales para asegurar que nunca lleguen a su 63 cumpleaños. Son, por decirlo claramente, asesinados en aras del “bien mayor”: UniComp ha decidido que, en promedio, esa es la edad a la que los miembros comienzan a costar a la Familia más de lo que aportan a la misma.

 

A esta pesadilla –aunque sus habitantes la perciban como una utopía- llega en el año 2135, un niño al que se denomina Li RM35M4419. Todos los varones de la Familia reciben uno de cuatro nombres: Jesus (de Jesucristo), Karl (de Marx), Bob (de Robert Wood) y Li (de Li Wei), los cuatro filósofos sobre cuyo pensamiento se ha edificado esta sociedad. En cuanto a las mujeres, sólo tienen otros cuatro nombres: Ana, Mary, Paz y Yin. Pero es que, además, sólo existe una lengua y, mediante investigaciones en bioingeniería, se está avanzando en la fusión de todos los grupos étnicos en uno solo, por lo que todo el mundo tiene un aspecto aburridamente similar. 

 

Aunque durante muchos años no fue consciente de ello, a Li le marcará la influencia de su abuelo, Papa Jan, un excéntrico que conoció y añora los tiempos pre-UniComp y que insiste en llamar Chip a su nieto: “Es una antigua palabra en un viejo idioma, el inglés. Quiere decir “astilla”. Y hay un viejo dicho que dice: «De tal palo, tal astilla.» Quiere decir que un niño es como sus padres o sus abuelos. No quiero decir que seas como tu padre, o siquiera como yo. Quiero decir que eres como mi abuelo. Por tu ojo. Él también tenía un ojo verde”.

 

El “anciano” no ha tenido más remedio que amoldarse, pero interiormente se rebela contra la sociedad: “Ser un poco diferente de los demás no es una cosa tan terrible. Los miembros acostumbraban a ser diferentes unos de otros antes, no puedes llegar a imaginar cuánto. Tu tatarabuelo fue un hombre muy valiente y muy capaz. Se llamaba Hanno Rybeck, nombres y números estaban separados entonces, y fue uno de los cosmonautas que ayudaron a construir la primera colonia en Marte (…) Hoy en día trastean con los genes, disculpa mi lenguaje, pero quizá se olvidaron algunos de los tuyos; quizá tengas algo más que un ojo verde, quizá tengas también algo de la valentía y la habilidad de mi abuelo (…) Trata de desear algo, Chip. Inténtalo un día o dos antes de tu próximo tratamiento. Entonces es cuando resulta más fácil desear cosas, preocuparse por las cosas...”.

 

Y Chip lo intenta, pero las drogas siempre acaban sofocando ese impulso y devolviéndolo a la casilla de salida. Durante la primera parte del libro, se narra el paso de Chip de la juventud a la madurez y, conforme van pasando los años, también lo hacen las novias, todas más o menos iguales e irrelevantes. Pero mientras superficialmente se muestra como un miembro más de la Familia, un aplicado investigador en taxonomía genética, de vez en cuando se permite cometer pequeños actos subversivos que sugieren que hay algo en su interior que el tratamiento mensual no ha conseguido doblegar. Es, en realidad, lo que la Familia considera un “enfermo”, esto es, alguien cuyo pensamiento, actos o comportamiento se desvía de lo estimado normal y deseable.

 

Años después, estos rasgos de su personalidad acaban llamando la atención de un grupo clandestino de inconformistas que se reúnen por las noches en un viejo museo para disfrutar de actividades prohibidas como fumar, leer o practicar el sexo sin limitaciones. Este grupo le enseña cómo engañar a Uni para que le administren menos medicación cada mes y, de esta forma, vivir con más intensidad que antes.

 

Chip intenta convencer a sus nuevos amigos de que deberían hacer más: pensar cómo destruir a Uni-Comp, fomentar una revolución o, al menos, encontrar una manera de escapar de la Familia y llegar a algún lugar donde puedan vivir en auténtica libertad. Rey, el líder de los que resultan ser unos rebeldes de pacotilla, diluye su entusiasmo con una mezcla de cinismo, resignación y espíritu pragmático: ¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo? Lo imposible, eso es todo. Por esto te dije que no perdieras el tiempo con esos libros. Nada podemos hacer acerca de nada. Éste es el mundo de Uni, métetelo en la cabeza. Le fue entregado hace cincuenta años, y está cumpliendo con su misión: extender la peleadora Familia por el peleador universo, y nosotros estamos cumpliendo con nuestros trabajos, incluido morir a los sesenta y dos años y no perdernos la televisión. Así son las cosas, hermano: toda la libertad que podemos esperar es una pipa, unos cuantos chistes y un poco de sexo extra. No perdamos lo que hemos conseguido, ¿de acuerdo?

 

Chip decide ignorar ese consejo y, con su mente ahora más despierta e inquieta que nunca, empieza a indagar. Encuentra viejos mapas en el museo que le llevan a pensar que existe una isla en el Mar de la Paz Eterna (el antiguo Mediterráneo), llamada Mallorca, donde sospecha pueden estar viviendo otros “incurables” que consiguieron evadirse.

 

Acompañado de Lila, una de las mujeres más jóvenes y radicales del grupo, logra llegar a esa isla sólo para encontrar una sociedad empobrecida que hoy calificaríamos como económica y tecnológicamente subdesarrollada. Sí, en Libertad (el nombre que los nativos dan a la isla) el tabaco es legal y nadie está obligado a someterse a inyecciones mensuales; las personas son libres de elegir a qué quieren dedicarse, casarse con quien quieran, tener los hijos que deseen y vivir tanto como puedan. Pero también es una sociedad insolidaria y cruel en la que quienes carecen de conexiones políticas se ven atrapados en una pobreza permanente y sin esperanza de mejora. En esas circunstancias, la libertad no parece algo tan valioso y deseable.

 

Chip empieza a sospechar que UniComp permite que los miembros “incurables” escapen a lugares como este, incluso ayudándolos subrepticiamente, por ejemplo, suministrándoles de formas aparentemente casuales información sobre su localización. Es una forma de librarse de los indeseables y concentrarlos en lugares que no son sino otro tipo de prisiones. No obstante, como otros antes que él, no se resigna: ¡No podemos simplemente renunciar y aceptar las cosas, adaptarnos a esta prisión!”, les dice a otros refugiados con los que allí ha hecho amistad. “Tenemos que pelear, no adaptarnos”. Pero su indignación no encuentra apoyo. “Aceptar y adaptarse es todo lo que podemos hacer. Agradece lo que tienes: una esposa encantadora, un hijo en camino y una pequeña cantidad de libertad que esperamos crezca con el tiempo”, le dice Julia, una mujer acaudalada e influyente que para los estándares de la isla bien podría calificarse de libertaria radical. Es ella la que le explica a Chip que no es el primero en plantear algo así, que en el pasado hubieron otros que abandonaron la isla decididos a destruir a UniComp y liberar a los miembros de la Familia. Ella misma los financió con su propio dinero. Ninguno regresó jamas.

 

Una vez más, Chip ignora el consejo que le ofrecen. Trabaja arduamente para reunir el dinero necesario con el que equipar y adiestrar a un reducido grupo, viajar al continente europeo y destruir a UniComp. La diferencia en esta ocasión es que él conoce la forma de acceder al ordenador a través de un túnel que, siendo niño, le mostró su abuelo, quien trabajó en la instalación. Tras muchas peripecias, sólo Chip y otro compañero consiguen llegar a su objetivo… sólo para descubrir la razón por la que ninguno de sus predecesores regresó jamás a Libertad: habiendo demostrado sus recursos y valentía, fueron admitidos en la élite secreta de la Familia. Ahora residen lujosamente en un complejo subterráneo de apartamentos bajo el lago de Ginebra (rebautizado como Lago de la Hermandad Universal). Allí visten sedas y lanas finas en lugar de las baratas fibras sintéticas que utilizan los miembros de la Familia; los alimentos son de la mejor calidad; viven tanto como dictan sus organismos…

 

Y sí, como Chip sospechaba, resulta que Uni deja escapar a los descontentos (incluso los ayuda a hacerlo si superan con éxito ciertos obstáculos por sí solos) y, a aquellos que regresan con ansias de venganza o revolución, los reclutan como "programadores" para establecer las reglas por las que se rige el resto de la Familia. Después de todo, estas personas han demostrado su ingenio, talento y capacidad de liderazgo. Permitir que estos programadores vivan bien es un pequeño precio a pagar por el valor que, a cambio, le aportan a la Familia, ¿no? En este punto, Chip debe decidir si traicionar su causa y disfrutar de su nuevo estatus.

 

Comentaba al principio que Ira Levin quiso en “Un Día Perfecto” exponer su ideario libertario y, en este sentido, conviene dar un poco de contexto. En algún momento de la década de los 40, Levin leyó “El Manantial”, ese manifiesto libertario firmado por la filósofa objetivista Ayn Rand que se colocó entre los libros más vendidos cuando salió en 1943. En 1957 se puso a la venta su siguiente novela, “La Rebelión de Atlas”. Levin lo compró y también le gustó lo suficiente como para profundizar en ese sistema filosófico y, aunque nunca llegó a pertenecer al círculo interno de la filósofa, asistir a algunas conferencias impartidas en el Instituto Nathaniel Branden (una organización fundada en 1958 para promover las ideas de Rand). Esta su tercera novela está impregnada de la influencia de Rand en cuanto a su ideario político.

 

Ahora bien, pese a que “Un Día Perfecto” es una una novela apreciada y reivindicada en sus foros por el movimiento libertario estadounidense, hay que dejar claro que el objetivismo propugnado por Rand no tenía como derivada el libertarismo. Rand consideraba al objetivismo como un sistema filosófico integrado. En cambio, el libertarismo es una filosofía política que limita su atención a cuestiones de política pública. Por ejemplo, el objetivismo defiende posiciones en materia de metafísica, epistemología y ética, mientras que el libertarismo no aborda esas cuestiones. Es más, Rand condenó el libertarismo por considerarlo una amenaza mayor contra la libertad y el capitalismo que el liberalismo y el conservadurismo modernos.

 

Chip simboliza el desafío del individuo a un sistema castrador y controlador. Aunque la inmensa mayoría vive satisfecha o, como mínimo, conforme con el sistema en el que han nacido, él encuentra esa homogeneidad asfixiante. Su ojo verde es el reflejo físico de esa chispa interior de individualidad. Ahora bien, más allá de esto y desde el punto de vista ideológico, Levin deja bastantes huecos sin tapar que ponen de relieve sus carencias. Por ejemplo, en un momento dado, cuando Chip todavía vive entre la Familia y se reúne clandestinamente con sus compañeros “enfermos”, encuentra unos antiguos libros de Historia que habían quedado olvidados en uno de los almacenes del museo local. Estos textos le resultan confusos hasta que uno de sus nuevos camaradas le aclara que “nos han enseñado cosas que no son ciertas sobre la forma cómo era la vida antes de la Unificación”, lo que le abre los ojos a Chip a la necesidad de una historia revisionista.

 

Unas semanas después, le cuenta a su amigo que “Lo que me sorprende es cuántos miembros no productivos tenían. Esos agentes de bolsa y abogados; los soldados y policías, banqueros, recaudadores de impuestos...”. Profesiones, por tanto, improductivas antes de la Unificación, esto es, nuestra propia época. En cualquier sociedad en la que el gobierno se identifique por completo con el Estado, personas como las mencionadas son inútiles. Da la impresión de que Levin pone en boca de Chip, apasionado defensor de la libertad individual, su propio punto de vista. 

 

Por supuesto, agentes de bolsa, abogados, soldados, policías, banqueros o recaudadores de impuestos sí son elementos esenciales en nuestra sociedad a la hora de crear valor en unos casos y/o facilitar el funcionamiento, estabilidad y progreso de la misma en otros. Esta no es la única muestra de ingenuidad de Levin respecto a la economía que podemos encontrar en la novela. No explica, por ejemplo, cómo una economía absolutamente dirigida, la de la Familia, sería capaz de producir incluso un modesto grado de prosperidad ni cómo podría sobrevivir más de un siglo sin que en ningún otro lugar del mundo existieran economías más libres lo suficientemente grandes como para apoyarla, aunque fuera indirectamente, a través del comercio o el intercambio de conocimientos. Levin nos dice que la economía de un lugar como la Isla de la Libertad sería víctima de una crisis permanente, aunque no es fácil imaginarla como menos próspera, enérgica e innovadora que la de la Familia, un fósil estático cuyos miembros tienden a la más absoluta homogeneidad y carecen de curiosidad, motivación egoísta o pasión.

 

Como he apuntado, Ira Levin escribió otras cuatro novelas después de “Un Día Perfecto” (dos de ellas de ciencia ficción: “Las Poseídas de Stepford” y “Los Niños del Brasil”) y una obra teatral de gran éxito, “Trampa Mortal” (1978). Pero en ninguna de ellas volvió a mostrar un interés particular en las ideas libertarias o, ya puestos, cualquier otra ideología política.

 

A medida que Chip se libera de la influencia de las drogas oficiales, es capaz de reflexionar sobre las implicaciones filosóficas de la existencia que impone la Familia. UniComp no ofrece soluciones reales, se limita a coartar, engañar y controlar. En una sociedad en la que las emociones están reprimidas, los incipientes sentimientos de amor que siente Chip hacia Lila complican su misión. Su pasión por ella despierta pensamientos contradictorios, recordándole lo que significa sentir.

 

Sin embargo, en su camino hacia la rebelión, sombras más oscuras se ciernen sobre el carácter de Chip. Su amor por Lila se transforma en obsesión y desemboca en un enfrentamiento marcado por la violencia. Este es quizá uno de los puntos más discutibles y endebles de la novela por la forma en que está tratado. Es una escena muy dura y explícita en la que Chip y Lila mantienen una fuerte discusión y él acaba violándola. Naturalmente, Lila queda traumatizada por el incidente. Chip se siente culpable, se arrepiente y aquella misma noche llora ante ella por lo que ha hecho. El problema surge a la mañana siguiente, cuando esta mujer, que hasta entonces había sido retratada como una persona inteligente, con un carácter fuerte y una buena dosis de sentido común, decide que, después de todo, la violación no fue tan grave y que tal vez Chip merezca una segunda oportunidad.

 

Es un giro realmente desconcertante, sobre todo viniendo de Levin, que destacó por sus personajes femeninos creíbles y fuertes. Parece difícil de creer que sea el mismo escritor que, en los años 50, imaginó a la dura e ingeniosa Ellen de “Un Beso Antes de Morir” o a la resuelta Joanna de “Las Poseídas de Stepford”.

 

Aunque la forma en que Levin maneja la reacción de Lila resulte desagradable de acuerdo a la sensibilidad moderna, su intención general con esa escena está clara: mostrar los peligros del deseo desenfrenado y egoísta que había sido reprimido durante tanto tiempo, así como la dinámica de poder dentro de una relación desigual. Constituye un inquietante contraste con los temas anteriores de unidad y conformidad. A pesar de su intenso deseo de transformación, las acciones de Chip, que hasta ese momento había sido un personaje con el que podíamos simpatizar, desafían los mismos ideales que pretende seguir y defender. A través de la accidentada relación que mantienen a lo largo de los años Chip y Lila, el autor subraya los conflictos propios del amor y el poder, planteando interesantes cuestiones sobre las relaciones humanas en el ámbito de una sociedad estrictamente controlada.

 

En “Un Día Perfecto”, Levin convierte en protagonista y héroe a un hombre que hace de la búsqueda y consecución de la libertad una misión por la que está dispuesto a sacrificar su vida. Pero tampoco se hace ilusiones respecto a lo que pueda generar una libertad entendida como puro individualismo. Así, lo que Chip y Lila encuentran al llegar a Mallorca-Libertad no es sino un sistema en el que sus ciudadanos son libres, sí, pero a los que esa libertad no sirve de nada.

 

El objetivismo defiende que el único sistema social acorde con la libertad es el capitalismo puro (entendido como laissez-faire, con un gobierno estrictamente limitado a gestionar las instituciones destinadas a impedir o castigar la violencia por parte de unos seres humanos sobre otros, esto es: sistema judicial, policía y ejército) y que el papel del arte en la vida humana debe ser la transformación de las ideas metafísicas en una forma física (obra de arte) que se pueda comprender y a la que se pueda responder emocionalmente.

 

Y sí, eso es lo que la pareja protagonista encuentra en Libertad. Allí, el antiguo amigo de Chip, Karl-Ashi, ha podido desarrollarse como pintor de éxito; y el sistema económico es capitalista. Pero, al final, el arte de Karl ha perdido vida, emoción y contacto con la realidad; y la economía aliena y empobrece a muchos para beneficio de unos pocos. Aún peor, a los refugiados de UniComp, los nativos los tratan como parásitos indeseables.  

 

Y es en este punto donde Levin parece desviarse de los postulados objetivistas puesto que éstos consideran al altruismo como un vicio al condenar a todos los hombres a satisfacer las necesidades de los demás, nunca las propias. Para el objetivismo, además, el altruismo coherente siempre termina en colectivismo, ya que, para el altruista, el egoísta racional es un delincuente moral que ha de ser castigado por la sociedad. Pero eso es precisamente lo que hace Chip. Es incapaz de alcanzar la paz interior sabiendo que millones de personas siguen atrapadas en el perverso sistema de UniComp, así que lo arriesga todo para derribarlo.

 

“Este Día Perfecto” ofrece una interesante reflexión sobre el libre albedrío y el precio a pagar por una vida cómoda y sin sobresaltos; y el equilibrio entre seguridad y autonomía personal. A medida que Chip pasa de ser un ciudadano obediente a un rebelde cuestionador, su historia es la de una lucha contra las cadenas sociales que nos constriñen y homogeneizan. En última instancia, Levin deja al lector preguntándose sobre lo que significa ser humano en un sistema que suprime la individualidad en aras de la paz colectiva. El meollo del dilema radica no sólo en buscar la libertad, sino en comprender los defectos inherentes a nuestra propia naturaleza incluso en una utopía artificial y obligatoria que nos recuerda que una vida sin opciones es sólo vivida a medias.

 

“Un Día Perfecto” es una novela muy entretenida que acierta en casi todos sus elementos. Es lo suficientemente accesible y emocionante como para considerársela literatura popular, pero también puede defenderse notablemente bien frente a sus homólogos distópicos más intelectuales y “literarios” mencionados al principio. Y, en contraste con otras grandes novelas distópicas, hace un trabajo prospectivo más fino.

 

Ciertamente, la novela es hija de su tiempo en cuanto a su ataque al marxismo, una ideología que parecía más amenazadora en 1970 de lo que es hoy en día.  El aforismo socialista adoptado por Karl Marx que reza “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”, es llevado por UniComp al extremo, dado que es ese ordenador el que decide lo que cada persona necesita y lo que cada uno debe dar.

 

Aunque la idea de un único ordenador emplazado en un único lugar desde el que controla todo el planeta posiblemente parecía más realista en 1970 que hoy, el concepto mantiene su validez de una forma quizá más indirecta pero también más inquietante y subrepticia. Estamos ya viviendo en una sociedad en la que los ordenadores –en cualquier formato, desde los empresariales a los teléfonos inteligentes y los smartwatchs pasando por dispositivos domésticos como Siri o Alexa- monitorizan y supervisan buena parte de nuestra existencia. En algún lugar, alguien –o algo- “sabe” a qué hora salimos de nuestra casa, qué ruta seguimos, cuántas horas pasamos en nuestra oficina, cuál es el estado general de nuestra salud, qué compramos en el supermercado, el tipo de entretenimiento que consumimos… ¿Cuánto queda hasta que deleguemos en ellos decisiones que deberíamos tomar nosotros y aceptemos su dictamen sin cuestionarlo? Por otra parte, las directrices de la Familia en cuanto a seguir un “comportamiento socialmente aceptable” no parecen tan alejadas del mundo “políticamente correcto” en el que vivimos ahora.

 

Otros aspectos de la novela también resultan descorazonadoramente verosímiles. Incluso después de haber esquivado el atontamiento inducido por las drogas del gobierno, los rebeldes se conforman con utilizar su libertad para hacer travesuras menores, como tener más y mejor sexo o leer antiguos libros ya prohibidos. Pero siguen siendo reacios a la posibilidad de violencia y caos que, inevitablemente, vienen asociados al libre albedrío. Por eso no promueven su rebeldía más que entre miembros muy selectos que estiman pueden encajar en su “club” secreto. Como he apuntado más arriba, no están dispuestos a asumir la ansiedad y el estrés que conlleva una vida en la que haya que estar tomando continuamente decisiones. En una situación tal, son muchos los que preferirían las drogas, que es precisamente el camino que ya hoy elige no poca gente para escapar de una realidad que no pueden asumir.

 

Levin también hace un gran trabajo a la hora de establecer el ritmo de la novela aun cuando ya en el índice nos muestre claramente sus cartas: la primera parte se titula “Crecer”; la segunda “Volviendo a la vida”; la tercera “Escapar” y la última “Defenderse”. Esa es la ruta vital y anímica que va a seguir el protagonista, sí, pero el camino dista de ser directo y nada sucede de la forma que el lector espera. Levin es demasiado buen narrador como para limitarse a lo obvio. Cada vez que el lector espera que Chip vaya en una dirección, los acontecimientos conspiran para obligarle a ir en otra. Además, la historia es autoconclusiva y cierra con un final definido, aunque sin cerrar absolutamente todos los cabos para dejar que el lector imagine lo que ocurrirá a continuación con la Familia.

 

“Un Día Perfecto” es una novela disfrutable en la que un maestro del suspense decide internarse de lleno en el género de la CF y utilizarlo para canalizar sus ideales libertarios y reflexionar sobre temas atemporales y, al mismo tiempo, de plena actualidad en nuestros días: el lado oscuro del ideal utópico, el coste de la felicidad en términos de libertad y diversidad, la perversión del amor en una sociedad obsesionada por el control o la tentación de abandonar los principios a cambio de una vida de lujo y poder. Un libro, en fin, que celebra el individualismo y el libre pensamiento sin haber perdido validez ni actualidad.

 

 

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