La Ciencia Ficción dura, en sus cada vez más lejanos orígenes, se concentraba en la exploración de enigmas científicos y el estudio más o menos certero de las ciencias físicas. Las raíces de esta forma de entender el género podrían rastrearse quizá hasta aquellas historias de Julio Verne en las que la tecnología desempeñaba un papel central en la trama; y su auge en los cuarenta y cincuenta del siglo pasado puede interpretarse, al menos parcialmente, como una respuesta al exceso de ingenuidad y fantasía que habían predominado en el género durante las décadas anteriores. Algunas veces, el tono era netamente aventurero (como en “Mundo Anillo”, de Larry Niven, 1970) y otras no tanto (“Huevo de Dragón”, Robert L.Forward, 1980). Pero, en cualquier caso, la ciencia ocupaba la pista central.
La Ciencia Ficción dura, obviamente, no ha desaparecido. Cixin Liu, Vernor Vinge, Andy Weir o Greg Bear, por nombrar solo unos cuantos muy populares, escriben historias con fuerte componente científico o tecnológico. Sin embargo, hoy en día se pone menos énfasis en la resolución de un misterio como en los efectos que tal o cual desarrollo o descubrimiento tendrían sobre un individuo o sobre la sociedad en su conjunto.
Uno de sus practicantes más renombrados durante la etapa clásica del
género fue Hal Clement (1922-2002), que publicó su primera historia, “Proof”,
en 1942, mientras todavía estudiaba Astronomía en Harvard. Tras graduarse en
esa disciplina y en Química, durante la Segunda Guerra Mundial pilotó
bombarderos B-24 en 35 misiones y, una vez licenciado, enseñó durante muchos
años sus especialidades académicas en la Academia Milton, un prestigioso
colegio privado de Massachussetts. Miembro del círculo de autores que John
W.Campbell Jr reunió alrededor de su revista “Astounding Science Fiction”, escribió
su primera novela, “Aguja” (1950), la historia de un detective espacial
simbionte, en respuesta a la aseveración del editor de Campbell a su colaborador
Isaac Asimov en el sentido de que las historias de misterio eran incompatibles
con la ciencia ficción.
Su tercera novela, la que ahora nos ocupa, “Misión de Gravedad”, serializada en “Astounding Science Fiction” en 1953, es un ejemplo clásico e influyente dentro de la CF dura. Título, por cierto, que contiene dos significados: el término “gravedad” hace referencia tanto a la importancia de la misión humana en el planeta que sirve de escenario a la acción como a la decisiva relevancia que en la historia tiene esa fuerza de la Física.
Una valiosa sonda automática lanzada por los humanos registró
problemas técnicos mientras estudiaba el planeta Mesklin y no pudo despegar de
su superficie, quedando sus datos inaccesibles para el equipo que la
monitorizaba. La dificultad para recuperarla reside en la propia naturaleza de
Mesklin, un masivo planeta joviano que gira tan rápidamente que su forma no es
esférica sino achatada. Alrededor del ecuador, donde la gravedad es de apenas 3
g, Mesklin mide más de 77.000 kilómetros (frente a los 40.000 de la
circunferencia terrestre). La distancia entre los dos polos es de unos 32.000
km, zonas en las que existe una alucinante gravedad de 700 g (Clement
reformularía más tarde sus cálculos y la reduciría a 250 g, que para el caso
vienen a ser lo mismo en términos de lo que se cuenta). Incluso en
la zona ecuatorial, que tiene una gravedad relativamente baja, los humanos dependen
de trajes especiales impulsados por servomotores eléctricos.
Además, el planeta gira sobre sí mismo a una gran velocidad: ochenta
días en Mesklin equivalen a uno terrestre. La temperatura media de la superficie
es de -170 °C. Los océanos son de metano líquido y la nieve es amoníaco
congelado. En fin, que aparte de la sonda, que se diseñó especialmente para
tales condiciones, nada parece capaz de sobrevivir a los rigores de la zona
polar donde ha quedado atascada y lo único que pueden hacer los exploradores
humanos, que han establecido una base de investigación en una luna del planeta,
es enviar a un astronauta, Lackland, al más moderado ecuador, con un equipo muy
especializado que le permita sobrevivir durante un tiempo.
Por pura suerte, Lackland establece contacto con un nativo mesklinita llamado Barlennan, el astuto capitán de la balsa mercante Bree y arquetipo del héroe preferido de la CF de entonces: competente y con una actitud tan mercantilista como racional a la hora de abordar y resolver problemas. Los nativos se refieren a los visitantes de la Tierra como "Voladores", un concepto que deben aprender dado que semejante acción es imposible en un planeta con una gravedad como la de Mesklin.
Ambos se hacen amigos y el mesklinita pronto aprende inglés (no al
contrario, lo que le permitirá a éste ocultar sus verdaderas intenciones al humano
visitante). Barlennan se pasa gran parte de su tiempo en una rampa mirando por
una ventana hacia el interior del habitáculo de Lackland, viendo videos
educativos y conversando. El astronauta, por su parte, se ve obligado a pasar
largos periodos flotando en un tanque de relajación para aliviar las tensiones
de la gravedad.
Una vez consolidada su relación y establecido cierto nivel de
confianza, Lackland llega a un acuerdo con Barlennan para que su tripulación
viaje hasta la lejana región donde se encuentra la sonda y la recuperen para
los humanos. Se espera que los datos que ha recogido el aparato permitan
ampliar el conocimiento de la gravedad y desarrollar algún tipo de tecnología
anti-gravitatoria. Lackland, auxiliado por su vehículo y armadura adaptados,
los acompaña durante varios meses hasta que la creciente gravedad ya no lo hace
posible y luego y mediante equipos de radio especiales, les apoya desde la
órbita con cartografía y predicción meteorológica elaboradas a partir de fotografías
satelitales con las que hallar el mejor camino. A cambio, los mesklinitas
tendrán acceso a nuevos conocimientos científicos y, con ellos, una nueva
visión de su propio mundo y del futuro que pueden alcanzar. Sin embargo, las
decenas de miles de kilómetros que deben salvar hasta llegar a su objetivo-y
que es lo que constituye el grueso de la novela- les pondrán a prueba con todo
tipo de dificultades y desafíos.
A pesar de tener personajes poco trabajados, diálogos bastante acartonados y una ciencia anticuada (como el uso de reglas de cálculo para averiguar efectos gravitacionales), “Misión de Gravedad” satisface el objetivo de la CF dura en su vertiente más clásica: que el lector tome conciencia de lo grande y extraño que puede ser el universo. Ni siquiera la poco evocadora prosa de Clement consigue neutralizar la sensación de asombro que suscita la enormidad del planeta, las poderosas fuerzas que lo moldean y las criaturas que han evolucionado en él.
Los mesklinitas son seres parecidos a ciempiés, de color rojo y negro,
respiradores de hidrógeno, con corazones en cada uno de los segmentos de su
cuerpo y docenas de patas que ejercen succión en la superficie sobre la que
andan. Viviendo en una región de gravedad relativamente alta, Barlennan y su
tripulación miden alrededor de cuarenta y cinco centímetros de largo y se
elevan tan sólo uno o dos centímetros sobre el suelo. Las paredes de sus casas
no miden más de siete centímetros de alto. Las alturas les aterrorizan dado
que, en esas condiciones, incluso la menor caída supone una muerte segura y
conceptos como lanzar un objeto o volar les resultan tan completamente ajenos
que ni siquiera disponen de palabras para designarlos.
Cuando el humano, Lackland, coloca a Barlennan sobre el chasis de uno
de sus vehículos de transporte, se nos describe cómo ve el mundo desde dos
metros de altura alguien que jamás ha levantado dos centímetros de la
superficie. El miedo del principio es rápidamente sustituido por otra cosa: “El miedo podría haberle hecho enloquecer.
Pero no enloqueció; al menos, no en el sentido convencional. Continuó razonando
con la lucidez de siempre, y ninguno de sus amigos habría detectado un cambio
de personalidad. Alguien que conociera a los mesklinitas mejor que Lackland habría
sospechado que el capitán estaba un poco ebrio; pero incluso esa sensación
pasó.
Y también pasó
el miedo. A casi seis cuerpos de longitud por encima del suelo, sentía una
relativa calma. Se aferraba con fuerza, en efecto, e incluso luego recordaría
que era una suerte que el viento continuara amainando, pero el metal liso le
permitía adherir con fuerza los pies de succión. Y era asombroso el panorama
que disfrutaba —sí, disfrutaba— desde esa posición.”
Ese incidente establece el tono para el resto de las aventuras de
Barlennan y su tripulación. En el curso de su largo viaje a la región polar,
encuentran fenómenos, lugares y seres extraños que desafían la concepción que
tenían de su propio mundo. Tras la sorpresa inicial, siempre se recomponen y
encuentran la forma de tratar con esas novedades, superar los peligros y
amenazas y sacar provecho de la situación. Aunque son varios los obstáculos que
se interponen entre su expedición y el objetivo (tormentas terribles, bárbaros
primitivos, gigantes evolucionados en gravedades bajas, una civilización urbana
que ha desarrollado un vuelo sin motor), el principal siempre es el propio
planeta Mesklin. Los océanos de metano están sujetos a unas mareas colosales a
lo largo del año, lo que a su vez transforma por completo el terreno emergido.
Y, aunque los humanos cuentan con tecnología cartográfica vía satélite: “Para complicar la dificultad de ensamblar
las fotografías, buena parte de la superficie planetaria era relativamente
lisa, sin rasgos topográficos muy distintivos; e incluso donde existían
montañas y valles, el sombreado de las fotografías colindantes dificultaba la
tarea de comparación. El sol más brillante del sistema recorría el espacio
entre un horizonte y otro en menos de nueve minutos, lo cual invalidaba los
procedimientos fotográficos normales; las fotos sucesivas de la misma serie, a
menudo estaban iluminadas desde direcciones casi opuestas”. Además, la enorme
gravedad convierte cualquier pequeño accidente geográfico en un obstáculo casi
insalvable.
Dado que la historia se cuenta desde el punto de vista de Barlennan,
la naturaleza de su especie y su planeta se revelan a través de pasajes
salteados e integrados en la propia trama en lugar de recurrir al tipo de
exposición descriptiva habitual cuando el punto de vista es el del observador
humano. Así, por ejemplo, descubrimos que los mesklinitas tienen pinzas cuando "Barlennan agitó las pinzas de un modo
que denotaba una sonrisa”. Otros pasajes, como el que reproduzco a
continuación, en el que Barlennan contempla el descenso de un cohete humano, contribuyen
a transmitir sensación de extrañeza al presentar una imagen que nos resulta
familiar, vista a través de ojos alienígenas.
“El viento de la tormenta había
amainado, pero una brisa tibia teñida de amoníaco derretido empezó a soplar
desde el punto donde las llamaradas lamían el piso. Las gotas de semilíquido
salpicaron el caparazón ocular de Barlennan, pero el mesklinita continuó
mirando la masa metálica que descendía. Tenía tenso cada músculo de su largo
cuerpo, los brazos pegados a los
costados, las pinzas cerradas con tanta fuerza como para desgarrar
cables de acero. El corazón de cada uno de los segmentos del cuerpo le bombeaba
con furia, y habría contenido el aliento si hubiera tenido un
aparato respiratorio similar al de un ser humano. Intelectualmente, sabía que
la cosa no caería, pero habiendo crecido en un ámbito donde una caída de quince
centímetros era fatal, aun para el resistente organismo mesklinita, no le
resultaba fácil controlar sus emociones”.
A pesar de brindarnos poca información sobre la sociedad o la
psicología alienígenas, Clement sí logra darle cierta vida a su tripulación de
audaces navegantes. Siendo viajeros experimentados, han adquirido conocimientos
y experiencia suficientes para afrontar cada obstáculo con gran racionalidad y
aplomo. Barlennan, además, es un líder astuto que tiene su propia agenda
respecto a los humanos y, si se ofrece a colaborar con ellos, es porque espera
sacar un beneficio del que nada revela. El primer oficial, Dondragmer, es el
otro tripulante que recibe cierta atención en lo que a caracterización se
refiere. Si bien no es tan audaz como su capitán, posee mayor ingenio a la hora
de resolver problemas y su aportación resulta ser crucial en varias ocasiones.
Como los antiguos vikingos de nuestro pasado, los mesklinitas son marinos,
exploradores y comerciantes; pero, a diferencia de aquéllos, más que guerreros
son pensadores tranquilos y hábiles.
Y quizá sea ese, precisamente, el elemento más débil de la novela. Con
la relativa excepción de los dos principales mesklinitas antes citados,
Barlennan y Dondragmer, los personajes –y esto suele ser un problema de muchas
obras de CF dura- carecen no ya de carisma sino de auténtica caracterización.
Los humanos, en especial, son meros figurantes de los que se sólo tenemos una
idea muy superficial de quiénes son y qué los motiva. Pero el verdadero
problema es que los principales protagonistas de esta odisea, los mesklinitas, pese
a su extraño físico reminiscente de los artrópodos terrestres, tienen una
psicología demasiado humana, hasta tal punto que es fácil que el lector olvide
continuamente que no debe imaginarlos como humanoides sólo un poco diferentes de
nosotros.
Muy a menudo en las novelas de CF de aquella época, los extraterrestres eran representados como enemigos. Aquí, por el contrario, Clement opta por una aproximación refrescante convirtiéndolos en aliados, camaradas y compañeros de los humanos en una empresa científica. Puede que a los lectores modernos les sorprenda que el aspecto militar apenas tenga peso en las obras de Clement habida cuenta que, como he mencionado, combatió en la Segunda Guerra Mundial y aprendió a pilotar antes que a conducir. Sin embargo, como científico que era, siempre le interesó más la lucha del Hombre contra la Naturaleza. Para él –al menos en sus libros-, el universo ya era un adversario lo suficientemente poderoso.
El interés de Clement en “Misión de Gravedad” claramente se concentró
en la construcción del planeta y, en base a sus peculiares características, la
biología que allí podría darse. Dado que el lector va a ver ese mundo a través
de los ojos y la experiencia mesklinita, es de suponer que decidió no alejarles
demasiado de nosotros, los humanos, en cuanto a su forma de pensar, sus expectativas,
temores y reacciones. Este enfoque, obviamente, facilita la comprensión de la
trama y la identificación con los personajes en sus peripecias, pero a costa de
sacrificar esa “otredad” y extrañeza que razonablemente podríamos esperar de
unos seres alienígenas evolucionados física y culturalmente en unas condiciones
muy diferentes a las de nuestro propio planeta.
Si “Misión de Gravedad” se cita a menudo como una obra seminal de la
CF dura, es por una buena razón. Hay algunos pasajes que, personalmente, encuentro
difíciles de seguir y disfrutar. Clement escribió un ensayo titulado “Whirligig
World” (“Mundo Peonza” o “Mundo Carrusel”) para profundizar aún más en la
ciencia a partir de la cual había imaginado Mesklin. Comienza contando cómo lo
concibió inicialmente tras leer acerca de la órbita de la estrella binaria
Cignus 61; explica cómo concibió la órbita del planeta, su gravedad y por qué
le dio mares de metano y una atmósfera de hidrógeno. Después, las cosas
empiezan a complicarse para los neófitos en la materia, pero lo que no puede
negarse es su entusiasmo por sus creaciones.
Clement, con ayuda de Campbell y Asimov, calculó meticulosamente
especificaciones planetarias como el período de rotación y la temperatura, detallando
y explicando de forma plausible muchos otros aspectos científicos, desde la geología
y la meteorología hasta la balística. La única posible pega que quizá podría
argüirse fue en el campo de la biología. Sabemos que los astronautas que pasan
tiempo en el espacio deben realizar ejercicios periódicos para combatir la
atrofia de sus músculos y huesos. Cabe pensar que los mesklinitas que suelen
habitar las regiones polares tendrían un problema similar cada vez que pasaran
largos períodos cerca del ecuador sometidos a una gravedad (para ellos) muy
débil. De hecho, pasar de unos pocos cientos de ge a solamente 3 probablemente
les causaría problemas médicos aún más graves.
El cuidado con el que Clement diseñó su fascinante planeta Mesklin es patente en cada página. La lógica inherente a las inusuales propiedades físicas de ese mundo aporta la superestructura con la que luego desarrolla la especie inteligente que lo habita y genera la mayor parte de la trama. Clement (recordemos, un astrónomo graduado en Harvard) aplica esa lógica física a casi todas las situaciones que se dan en la novela, ofreciendo una lectura convincente desde el punto de vista científico, aunque bastante árida y a veces incluso agotadora para quien no haya llegado a la CF movido por un particular interés por la ciencia.
Y relacionado con esto, emerge un tema más polémico: Clement interpreta
que todos los aspectos que rigen una sociedad, sus dinámicas y cómo se ve a sí
misma, son resultado exclusivo del entorno físico en el que vive. O bien
Clement creía realmente en esa especie de determinismo nomológico o bien no
tenía intención de profundizar más, explorando, por ejemplo, la religión, el
arte o la política. En último término, la cultura mesklinita cambia, sí, pero
sólo gracias a la intervención de los humanos, que les han instruido sobre las
propiedades de su mundo, les han dado acceso a nuevos conocimientos científicos
y tecnología y les han facilitado el contacto con otros pueblos del mismo.
Tampoco se profundiza demasiado en esto último: las ramificaciones del Primer Contacto propiamente dicho, con la correspondiente relación intelectual que se establece entre ambas civilizaciones situando a los humanos en un plano de superioridad. Barlennan reclama una mayor igualdad en esa relación, pero el suyo es claramente el rol del estudiante curioso pidiendo a su profesor más información y más rápido.
Las traicioneras intenciones de los mesklinitas quedan bien apuntadas
desde el principio de la novela: " Pero
¿qué clase de artilugios hay a bordo de ese cohete? —preguntó Barlennan. Casi
enseguida se arrepintió de la pregunta; esa curiosidad específica podía llamar
la atención del Volador, e inducirlo a recelar de las intenciones del capitán”. Aunque la
aspiración de Barlennan es fácilmente imaginable, Clement piensa que es
necesario ir dando periódicamente pistas hasta que en el último tercio el
capitán expone sus motivos claramente: “Creo
que ya sabes lo que me propongo obtener con este viaje; quiero aprender todo lo
posible sobre la ciencia de los Voladores. Por eso deseo llegar hasta ese
cohete que está cerca del Centro; Charles dijo que contenía gran parte del
equipo científico más avanzado que poseen. Cuando lo tengamos, no habrá ningún
pirata del mar o de las costas que pueda tocar el Bree y nunca más pagaremos
aranceles portuarios. Entonces llevaremos la voz cantante”.
Pero luego, más allá del interés meramente mercantilista, Barlennan
justifica su engaño apelando a la inclinación universal de la inteligencia
hacia el conocimiento y al hecho de que los investigadores humanos pasaron por
alto la posibilidad de que los nativos pudieran estar tan interesados como
ellos en los descubrimientos científicos: “Acepté
realizar un viaje mas largo del que se haya efectuado en toda nuestra historia
documentada para ayudaros a solucionar vuestro problema. Me dijisteis que
necesitabais muchísimo esos conocimientos; sin embargo, a ninguno de vosotros
se le ocurrió pensar que yo podría necesitar lo mismo, aunque lo pedí una y
otra vez en cada ocasión que veía una de vuestras máquinas. No respondisteis a
esas preguntas, utilizando siempre la misma excusa. Decidí, pues, que cualquier
modo de obtener parte de vuestros conocimientos sería legítimo. Habéis
ponderado, en una u otra ocasión, lo que denomináis «ciencia», siempre dando a
entender que mi gente no la poseía. No entiendo por qué no puede ser
beneficiosa para mi gente si lo es para la vuestra”
No estoy muy seguro de si en la CF moderna queda espacio para historias
en las que la física sea tan relevante para la historia como en “Misión de
Gravedad”. Da la impresión de que las raíces ingenieriles del género, incluso
más aún que las pulp, han sido marginadas cuando no olvidadas. Gran parte de la
CF actual, derivada de videojuegos, películas y comics en tanta o mayor medida
que la literatura, no parece muy proclive a explorar la auténtica ciencia, algo
que no es necesariamente bueno ni malo (al fin y al cabo, sobre el género
ejercieron tanta influencia Verne o Clement como Doc Smith o Jack Williamson).
Dicho esto, y admitiendo que en los años 50 del pasado siglo esta propuesta,
con sus alienígenas amistosos y no humanoides, pudiera haber sorprendido a los aficionados,
a menudo se ha afirmado que los libros de Clement adolecen de un desequilibrio
entre la exposición científica y la trama, resultando en obras aburridas para todo
aquel no particularmente versado y/o interesado en la ciencia per se. Y, aunque
“Misión de Gravedad” es quizá una de sus novelas más accesibles, no escapa a
esos problemas.
Su trama es completamente lineal y episódica, consistiendo básicamente
en un encadenamiento de encuentros con otros pueblos y lugares que, más que una
épica odisea, parece un artículo de viajes no particularmente emocionante, narrado
con insipidez estilística y culminando en un clímax predecible desde
prácticamente el principio por mucho que el autor quiera jugar con la
ambigüedad del protagonista. Éste llega incluso a verbalizar esa misma
impresión ya muy avanzada la novela: “Desde
mi punto de vista, este viaje ha sido monótono hasta ahora; los pocos
encuentros que tuvimos concluyeron apaciblemente y con pingües ganancias”.
Basta
cambiar los océanos de metano por otros de agua terrestre, el paisaje de
Mesklin por uno polar y los ciempiés alienígenas por nativos humanos y lo que
queda es una novela de aventuras no muy dramática con abundantes salpicones de
Física.
Si al lector le mueve más su interés por las propuestas científicas tan meticulosamente imaginadas y descritas como poco convencionales que las historias elaboradas con personajes bien trabajados, y es capaz de obviar todos los defectos puramente literarios de “Misión de Gravedad”, se encontrará con una obra de extensión razonable (no llega a las doscientas páginas) que podrá degustar como una auténtica carta de amor a la Ciencia, que fue pionera en su época y que ha seguido manteniendo entre los críticos y muchos aficionados un estatus de clásico, incluso imprescindible, dentro de la CF dura de su época.
Al leer esta entrada y llegar a la parte de los extraterrestres (su psicología muy humana), me vino a la mente varias cuestiones: ¿Un alienígena extraño que tenga una naturaleza muy humana es malo para una obra o no? ¿O depende de la historia? ¿Es mejor retratar a un alienígena como nada humano, sobre todo en las emociones y las motivaciones, como Cthulhu? ¿Existe un ejemplo de un alienígena con una psicología ni muy humana ni muy extraño?
ResponderEliminarQuizá tenga más cuestiones, pero por ahora son todas.
Saludos.
Ni bueno ni malo. depende de la intención que tenga el autor y lo que quiera contar. Un alienígena "humanizado" permite identificarse mejor con él, permitir que interactúe con los humanos, utilizarlo para articular alegorías sobre, qué se yo, el racismo o la xenofobia... Un alienígena completamente inhumano transmite terror o sentido de lo maravilloso (dpendiendo de tono) ante lo que nos espera en el universo. Como todo es especulación, todo cabe...
EliminarCreo que un alienígena que sea psicológicamente "no humanoide" sería complicado de conectar para el lector y por eso no suelen ser tan utilizados. A menos que ese sea justamente el motivo de la historia (como en Solaris).
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