Siempre que el nombre de Sylvester Stallone aparece asociado a una película de acción, lo normal es esperar un espectáculo sangriento que haga apología de la violencia en base al más reaccionario libertarismo. “Demolition Man” no es una excepción: tiene abundante acción y violencia y su mensaje político sigue sin duda esa línea, a saber, que las utopías son mentiras que sólo generan alfeñiques obsesionados por lo políticamente correcto y a los que no vendría mal un tratamiento con algo del viejo y brutal fascismo. Pero también –y sorprendentemente dado que la estrella del film es Stallone-, “Demolition Man” es un producto con chispazos de inteligencia y un considerable sentido del humor.
Los Ángeles, 1996. El expeditivo sargento de policía John
Spartan (Sylvester Stallone) persigue en solitario al criminal Simon Phoenix
(Wesley Snipes), atrincherado en una vieja nave industrial. Spartan consigue
arrestar a su objetivo pero no sin que antes haga volar por los aires a los
setenta rehenes que había capturado. Procesado por negligencia, Spartan es
condenado a setenta años de criosueño, un periodo durante el cual su mente será
reprogramada mediante sugestión subliminal.
En 2023, Phoenix, que también había sido colocado en
animación suspendida, es despertado para una vista rutinaria sobre su posible
libertad condicional, momento en el que aprovecha para escapar dejando a su
paso un reguero de muertos. En San Ángeles (la conurbación resultante de la
fusión de Los Ángeles con las ciudades circundantes), el genial y admirado
doctor Raymond Cocteau (Nigel Hawthorne) ha reestructurado por completo la
sociedad. Todo el mundo es ahora amable y educado con el prójimo y está
prohibido fumar, los juramentos o comer carne o sal.
En un entorno en el que la violencia es virtualmente
inexistente, la policía de ese futuro no está en absoluto preparada para
entender y mucho menos enfrentarse a Phoenix. Lo único que se les ocurre es
comprobar en los registros quién fue el que lo capturó décadas atrás y, al
descubrir que también está crionizado, despertarlo. Básicamente, “combatir a un
maniaco con otro”. Sin embargo, Spartan, él mismo un individualista de métodos contundentes
merecedores de reprobación tanto en el pasado como en el futuro, se encuentra
en esa sociedad como pez fuera del agua.
“Demolition Man” ofrece una visión ingeniosamente satírica
del futuro en la que las tendencias actuales (y la película es de 1993) en
cuanto a lo políticamente correcto han modelado una sociedad que de tan
agradable resulta distópica. Se ha eliminado cualquier cosa que pueda resultar
no ya ofensiva, sino simplemente controvertida o suscitar discusión, generando
un ambiente a su manera tan fascista como blandengue.
Así, las manifestaciones sociales más violentas son los
graffiti, que atraen la inmediata atención de toda la policía. En las emisoras
de radio y los bares solo se escuchan jingles publicitarios del siglo XX. Los
locales de comida rápida se han convertido en los restaurantes de lujo del
futuro, sirviendo comida basura como si fueran delicatessen para gourmets.
Enfrentados a un criminal auténticamente violento, los agentes de policía
repasan una especie de tablet de autoayuda para agentes sobre el procedimiento
a seguir: “Acérquese y repita el ultimátum
en un tono de voz todavía más firme”. Y, tal vez en represalia por las
pullas que Arnold Schwarzenegger
le había lanzado en “Los Gemelos Golpean Dos
Veces” (1988) y “El Último Gran Héroe” (1993), Stallone encaja una maliciosa
broma sobre cómo en ese futuro se cambiaron las leyes de inmigración para que el
actor de origen austriaco (que en ese momento ya ostentaba un cargo político
republicano relacionado con la salud y el deporte pero que aún faltaban diez
años para que anunciara su candidatura al cargo de gobernador de California)
fuera nombrado Presidente.
Quizá uno de los momentos más divertidos y al tiempo
reveladores de la cinta sea el encuentro de Spartan con el líder revolucionario
Edgar Friendly (Dennis Leary), quien declara con total seriedad que lucha por el
derecho a comer carne roja, fumar, leer “Playboy” y correr desnudo por la calle
si así lo desea. Algo con lo que no podría estar más de acuerdo Spartan, que,
irónicamente, se ha convertido en esta sociedad en la voz de la razón apelando
a la vieja brutalidad policial, el lenguaje malsonante y la actitud de macho
alfa.
Aunque sea con matiz paródico, la película defiende la
bondad de cierto nivel de anarquía individual, un mensaje que subraya con un
par de referencias a la clásica novela distópica “Un Mundo Feliz” (1932). Allí
se describía una sociedad “perfecta” en la que el sexo y la reproducción habían
sido separados (algo que también se escenifica en una divertida escena de la
película) y donde todo el mundo vivía estúpidamente satisfecho con el estatus
quo. Sandra Bullock interpreta a la agente de policía Lenina Huxley, cuyo
nombre y apellido toma, respectivamente, del principal personaje femenino de la
mencionada novela y el autor de la misma, Aldous Huxley; y John Spartan tiene
muchos paralelismos con otro personaje de ese libro, John el Salvaje, nacido
fuera de la utopía y convertido en objeto de admiración por los ciudadanos de
la misma, si bien él se siente alienado por costumbres que le resultan
repulsivas y antinaturales.
“Demolition Man” llegó en un momento en el que Stallone
trataba de dar un nuevo impulso a su carrera tras un encadenamiento de
tropiezos en taquilla (“Alto o Mi Madre Dispara”, 1992; “Oscar ¡Quita las
Manos!, 1991; ni siquiera “Rocky V”, 1990, había funcionado tan bien como se
esperaba). Quizá a ello obedezca que su personaje se doblegue hasta cierto
punto a la corrección política e incluso condene la violencia en la que se
regodea la película. En una interesante aunque poco convincente escena, intenta
trazar una línea divisoria entre la violencia aceptable como parte de la
actividad policial contra criminales en busca de beneficio o terroristas, y
aquellos que delinquen por necesidad: “Algunas
veces hay que hacer daño, pero no a quienes roban comida”. Y esto lo dice
con total seriedad no mucho después de haber probado el funcionamiento de una
porra aturdidora sobre un viandante inocente.
Por primera vez en bastante tiempo, Sylvester Stallone
parece cómodo en un papel protagonista e incluso accede a autoparodiarse, como
ese gag recurrente sobre el reacondicionamiento mental que sufrió en criosueño
y que consistió en convertirle en un hábil tricotador, mientras que es incapaz
de dilucidar cómo funcionan los cuartos de baño del futuro. En este plano
cómico le acompaña eficazmente una Sandra Bullock sin la fama que luego
acumularía y que ofrece una interpretación chispeante como sidekick entusiasta
y vivaz.
Irónicamente considerando que era lo que supuestamente
servía de anzuelo a su público potencial, el aspecto menos interesante de
“Demolition Man” es la acción, cuyas escenas no superan lo rutinario. La idea
original había sido que héroe y villano fueran interpretados, respectivamente,
por Steven Seagal y Jean-Claude Van Damme, ambos estrellas del cine de acción y
con conocimientos de artes marciales. Pero no hubo forma de ponerlos de acuerdo
respecto a quién encarnaría a qué personaje, así que se prescindió de ellos.
Luego, con Stallone ya fichado como Spartan, se pensó para dar vida a Phoenix
en Jackie Chan. Sin embargo, se temió que sus fans se enfurecieran al ver a su bonachón
actor favorito como detestable villano, así que finalmente se optó por Wesley
Snipes.
Considerando que Snipes compartía cartel con Stallone y que
era un experto en artes marciales (5º Dan de karate estilo Shotokan y 2º Dan de
Hapkido), está claramente desaprovechado. No ofrece un villano a la altura ni
de Stallone ni de la historia, ni como adversario físico ni intelectual. Su
personaje es histriónico y cargante y, aún peor, parece un gamberro callejero
que el viejo Stallone habría reventado con un simple parpadeo. Por si fuera
poco, en un momento dado de la trama se descubre que no es más que un peón, una
marioneta de Cocteau, el verdadero genio del mal; y que cuando trata de ocupar
su lugar fracasa de la forma más previsible. Hasta Sandra Bullock brilla más
que Snipes en esta película.
“Demolition Man”, con un presupuesto de 45 millones de dólares, recaudó en todo el mundo 159 millones, lo que lo convirtió en uno de los veinte films más taquilleros de 1993. Aunque estaba muy lejos de los 300 millones que en su día recaudaron “Rambo II” (1985) o “Rocky IV” (1985), sí supuso una clara mejora respecto a la deriva que había ido tomando la carrera de Stallone en los años anteriores. En cuanto al director, el italiano Marco Brambilla, fracasó a continuación con la comedia de secuestros “Exceso de Equipaje” (1997) y regresó a la ficción de género con la miniserie de television “Dinotopia” (2002). Después, solo se ha dedicado a realizar cortos y videoarte.
“Demolition Man” no puede ser calificado de clásico del
género bajo ningún punto de vista. No ofrece buenas interpretaciones o efectos
especiales y, a pesar de sus guiños a “Un Mundo Feliz”, tampoco un guion que
destaque por su sofisticación conceptual, sutileza u originalidad. Es
principalmente una diversión tontorrona que solo por casualidad encuentra de
vez en cuando cierto ingenio o inteligencia. Ni se encuentra entre las mejores
películas de acción, ni las de comedia ni las de ciencia ficción. Sin embargo,
como mezcla de todo lo anterior, se obtiene cierto sabor peculiar que atrae una
y otra vez a cierto tipo de espectadores que, conscientes de sus flagrantes
defectos, no pueden resistirse a sus encantos sabedores de que es un placer
culpable, pero placer al fin y al cabo.
Un film, en definitiva, que sabe lo que es y no lo oculta y que puede disfrutarse con una sonrisa siempre y cuando uno esté dispuesto a dejarse llevar sin pensar demasiado. Cualquiera que espere más, ha elegido la película errónea.
Tengo el extraño recuerdo de haber visto esta reseña antes en tu blog pero puede que me equivoque.
ResponderEliminarQue yo sepa... no
EliminarLo siento pero no estoy de acuerdo, Snipes esta muy bien y es una de las columnas que aguantan esta película.
ResponderEliminarUna película pionera que ,con mucho humor predecia las chorradas de lo políticamente correcto, el pensamiento único y falsamente progresista y los ofendiditos.
Una no puede si no simpatizar con nuestro primitivo Sly y hasta en algunos momentos con el personaje de Snipes, que parecen los únicos seres normales en un futuro de gilipollas.
Lo que siempre me quedó la duda era, claro, ¿cómo funcionaban esos baños? En fin.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Coincido con el anónimo anterior: Simon Phoenix tiene un punto histriónico que cuanto más avanza la película mejor se comprende.
ResponderEliminarLa película no será un clásico pero deja muchos detalles en la retina de quién de quién la ve: las tres conchas, cómo hackear sistemas de identificación biométricos de retina, las multas por decir tacos, el airbag de espuma, Sly explotando su vis cómica con mesura, ...
Not so bad
"Oiga, no puede quitarle a la gente el derecho a ser idiotas". Esa frase se la suelta Simon Phoenix a Cocteau pocos segundos antes de darle una pistola a uno de sus esbirros para que lo maten. Así que eso de que es un villano que no está a la altura intelectualmente... como que no es del todo cierto.
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