“Cube” fue un éxito sorpresa salido del circuito de cine independiente canadiense. Entre tantos blockbusters repletos de alienígenas, monstruos, explosiones y destrucción creados por la última tecnología en efectos especiales (recordemos que aquellos fueron los años de “Godzilla”, “Tropas del Espacio”, “Alien 4”, “El Mundo Perdido”, “El Quinto Elemento”) “Cube”, película con la que debutó el cineasta Vincenzo Natali, aportó una premisa y formato diferentes que se apoyaban en los personajes y las tensiones entre ellos, una propuesta visualmente intrigante y conceptualmente inteligente.
La película se abre con una epatante escena en la que un
hombre (Julian Richings), en una habitación con forma de cubo, muere
horriblemente cuando una red de finísimo y afilado alambre desciende sobre él y
lo secciona en pedacitos. En otro lugar, quizá en otro momento, cinco personas
recobran el conocimiento en otra estancia cúbica parecida a la que habíamos
visto al principio: Leaven (Nicole de Boer), una estudiante de matemáticas;
Holloway (Nicky Guadagni), una doctora; Worth (David Hewlett, amigo de la
infancia del director), un arquitecto; y Quentin (Maurice Dean Wint), un
policía. A ellos se une enseguida un conocido criminal y escapista, Rennes
(Wayne Robson) y, más tarde, Kazan (Andrew Miller), un autista. Ninguno de
ellos tiene ni idea de dónde está ni por qué se encuentra allí.
La habitación está conectada a otras seis también con forma
cúbica a través de compuertas que se abren en el centro de cada una de sus
caras; y éstas, a su vez, dan paso a otras tantas, conformando una enorme
estructura laberíntica. Quentin ha descubierto que algunas de las estancias
tienen trampas letales ocultas y Rennes encuentra un método sencillo para
averiguar si la siguiente sala es segura o no: arrojar una bota al interior que
activa los sensores de movimiento y las trampas si las hubiere. Conforme el
grupo trata de sobrevivir e imaginar el propósito del laberinto y las razones
de su presencia allí, Leaven cae en la cuenta de que las estancias están
ordenadas de acuerdo a un puzzle matemático: en los dinteles de cada compuerta
hay grabadas coordenadas cartesianas que indican su posición dentro de la
estructura principal, también cúbica. Aunque hay 17.576 cubos, ese
descubrimiento les permite avanzar hacia el que previsiblemente integra la
salida de la prisión. También deducen que cada uno de ellos ha sido elegido por
algún talento único que les sirve para ir sorteando la muerte. Su única
esperanza´, por tanto, es colaborar.
Pero al carecer de agua o alimentos, su tiempo es limitado. No pueden permitirse descansar y el agotamiento y la tensión que acarrea el paso de un cubo a otro, acaba por cobrarse su precio en forma de desconfianza, egoísmo, paranoias, sospechas y psicosis, terminando por convertirse ellos mismos en sus peores enemigos.
Para poner a prueba las posibilidades y limitaciones técnicas y narrativas de una película sobre un grupo de personas confinadas en un espacio cerrado, Natali dirigió un corto, “Elevated” (1996), en la que tres individuos quedan atrapados en un ascensor con un peligroso monstruo aguardándoles en el exterior.
Podemos encontrar ciertos paralelismos entre “Cube” y un
episodio de 1961 de “La Dimensión Desconocida” (1959-64) titulado “Cinco
Personajes en Busca de Una Salida”, en la que esas personas del título se
encuentran atrapadas en una habitación cilíndrica sin posibilidad de escapar.
Por otra parte, la colección de horrendas trampas que acechan en los cubos
anticipa lo que más tarde se vería en la franquicia de “Saw”. Pero mientras que
estos films han envejecido muy mal, “Cube” mantiene su validez. Ver a un grupo
resolviendo acertijos y encontrar la salida a su desesperada situación mientras
se desmoronan psicológicamente sigue siendo un divertimento sencillo pero
eficaz. Natali le pidió al
matemático David W. Pravica que le ayudara a diseñar el Cubo y su intrincado
sistema de coordenadas de tal forma que incluso el espectador más refractario a
las matemáticas encontrará estimulante.
Los sustos y emociones no escasean en “Cube”, pero lo que
mantiene el interés del espectador es su forma de desarrollar la trama en base
al encadenamiento de nuevos descubrimientos, ya sea una nueva trampa, una
teoría sobre el lugar o un método matemático para orientarse. Rennes aporta un
buen punto de partida al usar sus botas para probar si en el siguiente cubo
existen trampas activadas por movimiento o sonido. Es un sistema primitivo y
limitado (por ejemplo, no funciona en caso de trampas activadas por sensores de
calor), pero ofrece a los personajes una manera de iniciar su viaje por el
interior de la estructura. Un periplo que se desarrolla en todas las
direcciones: arriba, abajo, izquierda, derecha, adelante y atrás, transmitiendo
la idea de una escala inmensa.
Cuando el método de las botas demuestra su falibilidad,
Leaven, como he dicho, examina los números que marcan cada cubo y descubre que
aquéllos que tienen tres números primos son seguros. Durante un tiempo y
gracias a ello, el grupo puede desplazarse otra vez con cierta seguridad, pero
tras una inspección más detallada, caen en la cuenta de que la teoría es
errónea y que necesita una corrección. En lugar de llevar a los personajes
directamente a la salida por el camino óptimo, el guion les obliga a reevaluar
sus planes y encarar su misión de una forma diferente a la prevista, lo que
aporta un mayor grado de complejidad y realismo a su ordalía.
Un rasgo distintivo de “Cube” respecto a otras películas con premisas similares es la forma poco convencional de resolver el problema central: a base de matemáticas avanzadas. La única forma segura de navegar por el interior de la inmensa estructura es factorizar números primos y calcular ecuaciones para determinar las coordenadas cartesianas. Es una aproximación absolutamente racional al terror.
En sus últimos 20 minutos, la película empieza a desenredar
el misterio para que los personajes, por fin, se acerquen a su objetivo, el
borde de la estructura. Pero Natali
comprende que cualquier solución que pudiera aportar al enigma alrededor de los
diseñadores del Cubo o su auténtico propósito (¿un experimento? ¿una prisión?
¿un refinado sistema de tortura?), sería decepcionante, así que opta por no dar
ninguna.
No obstante, la hipótesis alienígena se descarta rápidamente y lo que sí
incluye el guion son algunos guiños a la paranoia que sustentaba el entonces
inmensamente popular “Expediente X” (1993-2002) apuntando a algún tipo de
conspiración secreta gubernamental: Holloway cree que están en el interior de
alguna enorme maquinaria militar, a lo que Quentin le responde: “¿El complejo militar-industrial? ¿Has
estado alguna vez allí? Son tipos ordinarios, como tú o yo”.
“Cube” no se ajusta cómodamente a lo que cualquiera
clasificaría inmediatamente como "terror", porque lo más parecido que
hay a un villano es la invisible burocracia kafkiana que comentaba antes. La
tensión proviene inicialmente de las trampas ocultas en las estancias, capaces
de acabar con un humano de múltiples y extremadamente desagradables formas.
Pero la película es mucho más que un catálogo de asesinatos creativos. De
hecho, tiene muchas similitudes con “Stalker” (1979), la personal cinta del
ruso Andrei Tarkovski y en la que también aparecía un grupo atravesando un
territorio extraño y peligroso. Ambas películas son historias metafísicas en
las que la extrañeza del entorno fuerza en los personajes algún tipo de
iluminación interior. En este caso, la naturaleza matemática del laberinto y el
progresivo descubrimiento del papel que desempeña cada personaje en la
solución, conforman un enigma fascinante. Eso sí, la identidad del creador del
laberinto, aunque se apuntan algunas posibilidades, se deja deliberadamente en
el aire.
Para Tarkovsky, el paisaje mezcla de lo terrestre y alienígena
que aparecía en “Stalker” era una metáfora desoladora de la fe existencial. En
“Cube” no encontramos tanto un decorado extraterrestre como kafkiano. La
historia evoca las pesadillas del escritor checo sobre personas atrapadas
dentro de vastos sistemas que parecen operar sin propósito alguno más que su
propio mantenimiento o el de otra estructura superior en la que está inserto.
Hay una escena en la que Worth, el cínico del grupo, explica el papel que tuvo
en el diseño del proyecto: “Es un error
sin sentido bajo la ilusión de un plan maestro. Es un proyecto público perpetuo
y olvidado”.
Los personajes invierten una considerable parte de su tiempo en pantalla a debatir sobre el fin, origen y creadores de la estructura, pero sus preguntas, como he dicho, jamás obtienen respuesta. Ni un solo segundo de la trama transcurre en el mundo exterior. El Cubo existe en un capullo y lo único que se nos muestra son las interacciones con y entre sus prisioneros.
Siendo una película que
descansa básicamente en los personajes y sus interacciones, las
interpretaciones son algo mejorables (y algunos actores salen mejor parados que
otros: Guadagni no lleva bien sus continuos cambios de humor y Wint tiende a
sobreactuar), pero hay que hay que darle a Natali el crédito que se merece por
intentar crear personajes interesantes (todos ellos, por cierto, con apellidos
de prisiones) evitando caer en el estereotipo fácil. Los actores se vieron
lastrados por unos diálogos a veces torpes que incluso profesionales más
experimentados habrían tenido problemas para que sonaran convincentes. Con todo,
hay escenas repletas de tensión y muy desasosegantes, como aquélla en la
que el grupo está considerando dejar atrás al discapacitado Kazán por
considerarlo un riesgo, intentando engañarse con el argumento de “Volveremos a por él”, a lo que Leaven
contesta furiosa: “Sabéis que es mentira”.
Los roles de cada personaje van cambiando conforme la trama
avanza, lo que hace que la jerarquía del grupo vaya modificándose al mismo
ritmo. A esto se suma el desmoronamiento nervioso de varios de sus integrantes.
Dado que su situación parece ir mejorando (ninguno muere durante bastante
tiempo, encuentran una forma segura de ir avanzando, averiguan un posible rumbo
de salida…) podría esperarse que el ambiente emocional sería de progresivo
optimismo, pero en realidad ocurre todo lo contrario. El colapso mental de
Quentin, en especial, está muy bien dosificado, empezando por su imagen de
hombre común con el que el espectador puede identificarse y cuya energía lo
señala como líder natural y superviviente potencial; para luego transformarse
gradualmente en un psicópata delirante conforme la desesperación y frustración
van apoderándose del grupo hasta culminar en esa escena en la que, pareciendo
que va a salvar a uno de sus compañeros, lo asesina a sangre fría.
El otro personaje que cubre un arco completo es Worth
(Hewlett), si bien inverso al de Quentin. Durante casi toda la peripecia,
despotrica sobre su propia circunstancia y su falta de motivaciones para
continuar viviendo, desplegando una actitud pasiva y nihilista que irrita a sus
compañeros –y, seguramente, a los espectadores-. Sin embargo y a medida que
avanza la trama, Worth sale de esa perspectiva misantrópica y pesimista para
convertirse en héroe de la función, si bien esa transformación en el tercer acto
se antoja algo apresurada y no del todo bien justificada.
La actriz canadiense Nicole de Boer, que previamente había
desarrollado su carrera en televisión, también ofrece un trabajo muy sólido;
tanto, de hecho, que le valió entrar en la franquicia de “Star Trek”,
encarnando a Ezri Dax en la última temporada de “Espacio Profundo Nueve”
(1993-99). Andrew Miller está asimismo sobresaliente como el autista Kazan y es
fácil simpatizar con él y alegrarse por su destino final. En general, puede
decirse que los personajes están lo suficientemente bien caracterizados como
para que, cuando llegan sus espeluznantes finales, el espectador se sienta al
menos algo conmovido.
“Cube” parece una
película mucho más cara de lo que lo fue en realidad gracias al buen ojo de los
diseñadores de producción (encabezados por Jasna Stefanovic) y el responsable
de fotografía, Derek Rogers. Construyeron un solo decorado, un solo “cubo” y la
mitad de otro para las transiciones; y mediante un uso inteligente de la
iluminación, el color, el sonido (ese perpetuo zumbido en el aire), el encuadre
y el montaje no sólo los hicieron parecer una multitud de ellos, sino que,
recurriendo al minimalismo, supieron construir una atmósfera claustrofóbica y
rebosante de tensión, como en esa escena enervante en la que deben atravesar en
completo silencio uno de los cubos para no activar una trampa detonada por
sonido.
Como he dicho al
principio, “Cube” fue un éxito que nadie vio venir. Se la ha calificado como
película de culto, pero las cifras de recaudación no se ajustan a esa division
cinematográfica: costando menos de 300.000 dólares americanos, recaudó 9 millones, demostrando sobradamente
que el ingenio puede compensar un magro presupuesto. Era inevitable que la
formula se replicase en tantas secuelas como fuera posible. Así, en 2002 se
estrenó “Cube2: Hypercube”, innecesario pero también con puntos de interés; y
en 2004, “Cube Zero”, una precuela. Hay también un remake japonés de 2021,
dirigido por Yasuhiko Shimizu y con el mismo título que la película original.
Después de debutar con
“Cube”, Vincenzo Natali, alabado como uno de los directores más prometedores
del cambio de siglo, continuó en la CF con “Cypher” (2002), un inteligente
thriller sobre la identidad y las conspiraciones empresariales; “Nothing”
(2003), una película fascinante sobre dos holgazanes que de repente se
encuentran con que el mundo más allá de su casa ha sido sustituido por una
especie de vacío blanco; y “Splice” (2010), un thriller con monstruo sobre los
peligros de jugar con la genética. En los últimos años, su trabajo de género ha
pasado a la televisión, por ejemplo en la miniserie “Ascensión” (2014) o
episodios para “Westworld”, “Perdidos en el Espacio”, “Apocalipsis”, “The
Peripheral”…
Matemáticas, survival horror, confinamiento forzoso, gore y filosofía pueden parecer a primera vista improbables compañeros de ficción, pero en “Cube”, Natali los combina en un cóctel quizá no perfecto pero sí embriagador que consigue mantener al espectador pegado a la pantalla durante sus 90 minutos de metraje. Una película que supo convertir sus limitaciones en virtudes, tomando una premisa sencilla y un decorado austero pero elegante y construyendo sobre ellos un thriller al tiempo reflexivo, visceral y estimulante.
Excelente reseña. La pelicula tiene muchas reminiscencias con el relato largo titulado "El Lugar" del escritor uruguayo Mario levrero. Saludos desde Argentina
ResponderEliminarYo tengo una relación amor-odio con estas películas por un lado la primera me gusta su concepto y la forma tan depresiva de tratarlo pero siento que la trama avanza de una manera tan lenta que en ratos la película se me hace sosa, eso si su secuela es horrible, la precuela es decente pero ambas se equivocan al intentar dar una explicación al origen del cubo dañando uno de los aspectos más interesantes del primer film.
ResponderEliminarRecuerdo verla en vhs y que la primera vez que la vi me resultó interesante. No así la continuación. No conocía la existencia de una tercera parte.
ResponderEliminarMe parece una interrelación interesante la que se hace con el capítulo de "La dimensión desconocida". Y concuerdo con lo que dice Sebastián de que tiene cierto paralelismo con la novela de Levrero, pero muy pocos.
Saludos,
J.
Película impactante, más en ese contexto que acertadamente citas, en que abundaban las grandes superproducciones con efectos especiales y monstruo.
ResponderEliminarEn CUBE se opta por un camino alternativo, siempre insuficientemente explorado, que ofrece múltiples posibilidades, el de dejar al espectador que construya su propia interpretación a partir de unos pocos elementos informativos y, eso sí, un potente entorno visual. El desarrollo de la trama casi a tiempo real hace que nos sintamos como los propios personajes, porque no tenemos más información que ellos, no hay escenas de fuera del cubo en que aparezcan sus creadores, ni narradores omniscientes, sino que los espectadores nos vemos obligados a hacer el mismo viaje que los personajes, compartiendo así su misma angustia, sorpresas y miedo. Y es que no hace falta nada más: un escenario, un reparto de personajes con trasfondo y una problemática a resolver a contrarreloj. Son elementos mínimos del cine primigenio, que para funcionar necesitan que esa problemática tenga interés y se mantenga el mismo en el tiempo hasta alcanzar la resolución. Y esta lo tiene, y hablo en presente porque, al igual que a ti, me parece que esta peli sobrelleva muy bien el visionado actual, a pesar de los casi 30 años transcurridos desde que metió el pelotazo, porque fue un pelotazo. Recuerdo cómo nos pasábamos el VHS de unos a otros, y quedábamos para visionados en pandilla. Yo fui uno de los más entusiastas. En su momento me pareció una película conceptualmente fresca, valiente, distinta a lo que estábamos viendo estrenarse tanto en cines como en video. La tuve en la cabeza por bastante tiempo, y la vi muchas veces.
Me gustó bastante que los personajes de Worth y Quentin tuvieran un viaje personal inverso a lo largo del film. Asimismo, me pareció muy notable la actuación de Leaven, el personaje más empático de todos, y su alianza final con Worth.