jueves, 7 de diciembre de 2023

1974- LA PAJA EN EL OJO DE DIOS - Larry Niven y Jerry Pournelle (y 2)

(Viene de la entrada anterior)

La respuesta de la crítica y los lectores a “La Paja en el Ojo de Dios” fue, en su momento, abrumadoramente positiva. Estuvo nominada a los tres grandes premios: el Hugo, el Nébula y el Locus; y Robert A.Heinlein –que había recomendado a los autores una serie de cambios e incluso revisó y editó el borrador final- la elogió públicamente como la mejor novela que había leído sobre Primer Contacto. Además, a raíz de ese buen resultado, Niven y Pournelle siguieron colaborando durante décadas en otras nueve novelas a menudo incluidas entre las más vendidas de su año.

 

Con el paso del tiempo, han ido surgiendo voces más críticas que atacan el enfoque reaccionario del escenario imperial de Pournelle, y no sólo por su estructura política sino por la clara predominancia del sexo masculino. No les faltan razón a estos críticos, aunque también es cierto que los imperios galácticos han sido una constante de la space opera desde los años 30 y la adopción de ese marco por George Lucas tan solo tres años después en su “Star Wars” renovó su validez, al menos para el público menos exigente. Por otra parte, ya lo dije al principio, el surgimiento de Imperios tras la expansión humana por la galaxia era coherente con la teoría de Pournelle de una Historia que se sucedía a base de ciclos.

 

Pero más allá de eso y leída ya bien entrado el siglo XXI, “La Paja en el Ojo de Dios” resulta un poco tosca también en otros aspectos. Los personajes parecen sacados de la “Star Trek” de los años 60: el joven y audaz capitán al frente de una nave de la Flota, la tripulante atractiva con la que establecerá una relación, un codicioso comerciante de raza árabe, un ingeniero escocés, un piloto sarcásticos y lenguaraz… En ese futuro, Estados Unidos y la Unión Soviética se fusionaron de manera bien poco verosímil y comenzaron a explorar el espacio sin que los rusos hubieran diluido en el proceso su propia cultura. Así que todavía existen generales rusos tan eficaces como crueles. Puede que la acción transcurra en el siglo XXXI, pero la Humanidad no parece haber avanzado más allá del XX en actitudes, organización e incluso muchas tecnologías básicas.

 

El tema de género, por ejemplo. Lady Sandra Fowler es el único personaje femenino de una novela larga y reparto abundante; y aunque los autores quieren presentarla como una intelectual valiente, acaba siendo alguien bastante indefenso e inoperante en el avance de la trama, sobre todo hacia el final. De hecho, no es tan importante su aportación como antropóloga como su papel de interés amoroso del personaje principal.

 

Si dejamos todo esto a un lado y lo asumimos como huellas inevitables dejadas por la época que la vio nacer, tenemos una novela clásica de Primer Contacto cuya imaginación y atención por el detalle siguen teniendo tanta validez como la intensa sensación de misterio y tensión que transmite. Niven y Pournelle añadieron gran número de pormenores técnicos en campos como la navegación espacial o la biología alienígena, dándole a la historia un sabor ligeramente más verosímil del que solían tener las space operas de la época pero sin caer tampoco en el aburrido didactismo de muchos autores de CF “dura”. Particularmente destacable es la descripción de batallas en el espacio, muy alejadas de lo que tan solo tres años después popularizaría “Star Wars” en el sentido de que el vacío, la inercia y la gravedad son factores que afectan a las naves y condicionan el resultado de sus maniobras.

 

La primera mitad de la novela es un poco torpe. Fue muy editada antes de su publicación y con seguridad se eliminaron muchas cosas (entre ellas una gran batalla inicial). Aún así, para los años 70, ya era un libro de ciencia ficción muy largo: unas 650 páginas, casi el doble que la mayoría de novelas de CF de ese periodo (aunque aún lejos de bastantes de las que se publican en la actualidad, especialmente en el género de Fantasía, que superan el millar de páginas). Tras un arranque algo plano, la historia cobra impulso al cabo de un centenar de páginas, cuando Blaine inicia la misión y se producen las primeras interacciones con los extraterrestres. La trama avanza satisfactoriamente rápido, dando incluso saltos importantes (por ejemplo, en un momento dado los pajeños que han salido a su encuentro comienzan a hablar fluidamente en inglés cuando sólo se han hecho referencias de pasada a que estaban aprendiendo palabras sueltas).

 

Lo que verdaderamente impulsa la historia y mantiene al lector pasando página tras página es, en primer lugar, el misterio que esconden los extraterrestres pajeños –que el lector va desvelando al mismo tiempo que los humanos- y las interacciones entre ambas especies. Y es que no hay un personaje o conjunto de ellos con el suficiente carisma o evolución como para captar la simpatía y atención del lector. El reparto de humanos es poco más que un conjunto de nombres, rangos y cargos de la marina espacial brevemente presentados con descripciones breves y sencillas. Esto puede o no considerarse un defecto dependiendo del lector. Una caracterización más profunda habría sido deseable, pero habría obligado a ampliar lo que ya es una novela bastante larga –especialmente teniendo en cuenta el numeroso reparto de personajes-. Por otra parte, la historia cuenta con los suficientes acontecimientos y giros como para mantener al lector interesado en el destino de los humanos, el misterio alrededor de la auténtica naturaleza y propósito de los alienígenas y la resolución de la situación.

 

Los enigmáticos pajeños son una creación compleja no sólo en lo que se refiere a la estructura de su sociedad sino en las emociones que evocan en el lector. Al igual que ocurre con nosotros los humanos, es difícil delimitar aquellos elementos representativos de su sociedad o incluso de toda su especie. Los personajes humanos de la novela, tan confundidos como el lector, tampoco saben qué pensar de ellos. En este sentido y retomando un punto anterior, la elección de Niven y Pournelle de crear una sociedad humana en el espacio muy conservadora, organizada como un imperio militarista, con una clase aristocrática, roles de género estrictos y un fuerte peso de la religión, contribuye a que la interacción con los extraterrestres sea más tensa y conflictiva que de haberse tratado de una sociedad más abierta, igualitaria e ilustrada.

 

“La Paja en el Ojo de Dios”, ya lo hemos dicho, es habitualmente citada como un libro de Primer Contacto. La mayor parte de la trama gira alrededor de las precauciones que deberían tomarse al tratar con una nueva especie, aparentemente amigable y que nos encuentra tan fascinantes como nosotros a ellos. ¿Qué deberíamos mantener oculto? Pueden parecer inofensivos y pacíficos, pero quizá no sea buena idea revelarles en primera instancia la localización de nuestros mundos, las limitaciones de nuestra biología, el alcance de nuestra tecnología, la capacidad militar o nuestro pasado trufado de guerras y violencia. Ahora bien, si nosotros escondemos lo que nos interesa, ¿por qué no iban a hacer lo mismo los alienígenas? ¿Cuánta información podemos obtener de ellos sin compartir demasiado de la nuestra? ¿Cómo dar una imagen de especie amistosa pero fuerte al mismo tiempo? ¿Es posible entender verdaderamente al otro cuando todo lo que de él aprendemos es pasado por el filtro de nuestras propias experiencias y valores?

 

Pero “La Paja en el Ojo de Dios” es también un ejemplo de especulación sobre los peligros de la superpoblación. Y es que (ATENCIÓN: SPOILER) el gran misterio que se esconde en el corazón de la civilización pajeña no es militar sino algo mucho más peligroso.

 

Todos los pajeños son hermafroditas secuenciales, esto es, cambian de sexo una y otra vez durante el transcurso de sus vidas. Su esperanza de vida es corta (alrededor de 25 años) y los impulsos reproductivos afloran muy temprano en las subespecies que no son estériles. Ahora bien, si un pajeño permanece hembra durante demasiado tiempo sin quedar preñada, el desequilibrio hormonal la mata, por lo que el individuo busca reproducirse a cualquier coste so pena de perecer. De esta manera, la especie se reproduce exponencialmente hasta el punto de provocar un conflicto social global que a menudo termina en el exterminio de subespecies enteras y el colapso general. A continuación, sigue un período de barbarie tecnológica que termina conformando otra sociedad funcional. En resumen, los pajeños, y son muy conscientes de ello, están atrapados en una sucesión de ciclos cerrados que les impide avanzar más allá de cierto punto. Es una dinámica que nos resulta familiar porque los humanos la hemos seguido, aunque, dada nuestra creciente esperanza de vida, en plazos más largos.

 

A comienzos de los años 70 del pasado siglo, la superpoblación era uno de los grandes miedos de las sociedades occidentales, que la reconocieron como una amenaza a la supervivencia de la especie a medio plazo. En ello tuvo que ver la publicación de algunos ensayos catastrofistas de gran éxito y, a su vez y como siempre ocurre, ese temor acabó trasladándose a la CF en novelas como “HaganSitio, Hagan Sitio” (1966), “Todos sobre Zanzíbar” (1968), “La Fuga de Logan” (1967) o “El Mundo Interior” (1971); y películas como “Z.P.G- Edicto Siglo XXI:Prohibido Tener Hijos” (1972), “Cuando el Destino Nos Alcance” (1973) o “La Fuga de Logan” (1976).

 

En “La Paja en el Ojo de Dios”, los humanos han conseguido romper el ciclo gracias a la tecnología. El Impulsor Anderson les permitió fundar colonias extrasolares, lo que transformó la fecundidad propia de nuestra especie de una amenaza a una ventaja evolutiva. Los Pajeños, en cambio, no han conseguido escapar más allá de su sistema, tanto debido a su desconocimiento de una tecnología factible de viaje interestelar como a las peculiaridades de la localización de su sistema en los márgenes de una supergigante roja.

 

Así que la intención secreta de los pajeños, que colocan la supervivencia en un escalafón superior a la moralidad, es utilizar a los humanos como vehiculo involuntario de salida de su sistema, persuadiéndolos para firmar tratados comerciales, de asentamientos en otros mundos y de cesión de la tecnología del Impulsor Alderson y el Campo Langston. Su rápido ciclo de vida y explosiva demografía acabaría poniendo en jaque al Imperio por una simple cuestión de números: si los pajeños disponen de la misma tecnología, pero son mejores ingenieros, cuentan con más individuos y los recursos de más mundos, pasarán a ser la especie dominante. Ellos lo saben muy bien, pero lo mantienen en secreto.

 

A lo largo de la novela se dejan caer algunas pistas del problema que limita las posibilidades de la civilización pajeña. Así, por ejemplo, se nos dice que cometen infanticidio, una práctica que encuentran desagradable pero biológicamente necesaria. Por eso se sorprenden cuando se enteran de que los humanos tienen y utilizan dispositivos y prácticas anticonceptivos eficaces y que no mueren si deciden no tener hijos. Se les describe repetidamente como una especie con un espíritu un tanto fatalista, algo natural por cuanto saben que su destino inalterable, marcado por su biología, es la superpoblación y el colapso. De hecho, algunas subespecies se dedican precisamente a facilitar la transición entre las etapas de auge y derrumbe, acumulando y protegiendo información útil para el siguiente ciclo (una dinámica similar a la descrita anteriormente en, por ejemplo, el Ciclo de la Fundación de Asimov o “Cántico por Leibowitz”, de Walter M.Miller).

 

A pesar del éxito obtenido, Niven no había quedado del todo satisfecho con el final del libro y durante mucho tiempo barajó diversas ideas para una secuela que, debido a los diversos bloqueos creativos que sufrió Pournelle, se retrasó hasta 1993, año en el que se editó con el título de “El Tercer Brazo”.

 

En esta segunda novela, como en el mundo real, había transcurrido toda una generación desde los acontecimientos narrados en la primera. Como era de esperar tras la caída del Muro de Berlín, también está menos impregnada del pesimismo propio de la Guerra Fría. Y aunque los autores hacen un esfuerzo por incorporar más personajes femeninos, siguen sin mostrarse muy hábiles a la hora de manejarlos.

 

Tal y como se había visto al final de “La Paja en el Ojo de Dios”, Horace Bury había experimentado una profunda transformación a raíz de su encuentro con los Pajeños. De feroz oponente del Imperio pasó a verlo como la única esperanza de la Humanidad contra la amenaza que suponen los extraterrestres. Junto a Kevin Renner, antiguo piloto de la Macarthur y ahora en la reserva, trabaja como agente de la inteligencia imperial. Tras visitar un mundo colonial en el que se ha hecho popular una expresión pajeña, empiezan a sospechar que alguien ha encontrado una forma de burlar el bloqueo. Descubren que existe comercio ilegal entre ambas civilizaciones utilizando un punto de transferencia intermitente, así que deciden investigar más a fondo y acercarse a la línea de bloqueo que estableció el Imperio con la Flota.

 

Volvemos a encontrarnos con Blaine, ya fuera de la Flota y convertido en Lord, y su esposa, Sandra, más maduros y centrados y dedicados a preservar el statu quo mientras tratan de encontrar una solución al problema de los pajeños. Aparecen aquí sus hijos, Glenda Ruth y Kevin, que siguieron los pasos de sus padres como bióloga y oficial militar respectivamente. Ambos crecieron muy cerca de uno de los Mediadores pajeños acogidos por el Imperio tras la primera expedición, lo que les ha proporcionado no sólo una perspectiva única sobre los extraterrestres, sino también una habilidad casi sobrenatural para manipular a sus semejantes.

 

Los Blaine han patrocinado un instituto multidisciplinar que ha encontrado una posible solución biológica al problema básico que viene lastrando desde hace milenios la sociedad pajeña. El Imperio decide enviar una nueva expedición a la Paja; y Bury, Kevin y los jóvenes Blaine pronto se ven envueltos en una intriga entre facciones pajeñas rivales con intenciones divergentes respecto a la especie humana. Se suceden las negociaciones, los malentendidos y tienen lugar algunos enfrentamientos espaciales muy emocionantes que mantienen en vilo el resultado final hasta la misma conclusión. La historia termina con una nota más esperanzadora que el primer libro.

 

Las reacciones a la secuela fueron más tibias que con “La Paja en el Ojo de Dios”, lo que tal vez no sea sorprendente dado que ya no contó con el factor sorpresa ni la frescura de la primera entrega. Pero en conjunto, ambas novelas ofrecen una historia sólida, entretenida y dinámica.

 

“La Paja en el Ojo de Dios” no es una novela perfecta y, a ojos de algunos lectores, puede parecer algo anticuada. Pero ofrece una historia interesante, con mucha acción, aventura y suspense que, una vez pasada la primera parte más anodina, no da respiro al lector a base de sorpresas, giros y enigmas sin perder por ello la lógica interna. Consigue equilibrar de forma verosímil las emociones contradictorias que generaría un Primer Contacto: el sentido de lo maravilloso y el temor a lo desconocido; la curiosidad y la necesidad de autoprotección. Los personajes deben a menudo tomar decisiones difíciles sin nada en que apoyarse más que sus suposiciones y valores básicos, lo que a su vez anima al lector a reflexionar sobre cuál sería su rumbo de acción en una situación semejante. Aborda temas como la guerra, el clasismo, la evolución, los problemas que genera la comunicación defectuosa, la religión, la superpoblación… Y, por supuesto, los Pajeños, quizá la creación más interesante de Niven y Pournelle, una especie ambigua cuya civilización tecnológicamente desarrollada no los hace más accesibles a nuestro entendimiento.

 

En definitiva, un clásico del género y un hito imprescindible en las ficciones de Primer Contacto y Superpoblación.

 


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