La ciencia ficción es un universo rico en temas, tópicos, personajes famosos, lugares comunes, imágenes icónicas y vocablos que llevan filtrándose a la cultura popular desde hace más de cien años. Son referentes que han sido utilizados en tantos formatos y medios (desde la literatura hasta el cine pasando por el comic, la televisión, la ilustración publicitaria e incluso los memes de internet) y durante tanto tiempo que el público general, aquel que no siente una especial cercanía por el género, es ya perfectamente capaz de identificar esos elementos. Y cuando eso ocurre, puede también entender el humor que los incluye y referencia, ya sea la comedia bufa o la sátira elegante.
Precisamente por eso “Calavera Lunar” es un comic que puede
ser disfrutado por un amplio espectro de lectores, no limitándose a aquellos
aficionados más familiarizados con los tropos de la ciencia ficción. ¿Quién no
ha visto alguna vez pistolas de rayos láser, mochilas cohete, monstruos
gigantes, naves, superhéroes, alienígenas de formas extravagantes, científicos
tronados… Albert Monteys recoge esos ingredientes y los mezcla de forma
surrealista para crear historietas que mezclan la sátira (esto es, la crítica
de ciertos clichés de la CF, en este caso con propósito meramente lúdico) y la
parodia (o imitación burlesca de la realidad).
Así, por este puñado de historias desfilan caricaturas de
héroes salvamundos de mandíbula cuadrada y ego mayúsculo; invasiones
extraterrestres secretas; alienígenas de mente colectiva; armas de destrucción
masiva con nombres ridículamente sonoros; monstruos gigantes; superhéroes; mad
doctors; miembros amputados que se tornan malignos, alienígenas que ponen
huevos en los cadáveres de sus víctimas, paradojas temporales, supergrupos,
entidades energéticas devoradoras de planetas, piratas espaciales, reversos
oscuros... Pero también situaciones que
son trasposiciones deformadas de la realidad más costumbrista: el colmado de la
esquina donde Calavera Lunar repone sus sidekicks fallecidos; el monótono
trabajo en una cadena de montaje donde el protagonista pasa su jornada entre
misión y misión; un puesto de donuts atendido por un alienígena con forma de
pulpo, extraterrestres que buscan pareja revisando anuncios de contactos de las
revistas, culebrones televisivos interespecies…
El propio titular de la serie es un aspirante a héroe en busca de reconocimiento, con un aspecto peculiar y poco tranquilizador -aunque simpático gracias al trazo caricaturesco de Monteys- que fabrica su armamento con palillos de madera y del que se puede sospechar una preocupante tendencia a perder sus sidekicks. Es un personaje asexuado, en absoluto heroico, incluso patético, pero representado con una gran ternura. No tiene poderes o habilidades especiales que le capaciten para su autoimpuesta misión y aunque no le falta entusiasmo, o bien mete involuntariamente la pata o sus hazañas no son reconocidas.
“Calavera Lunar” es un conjunto variopinto de anécdotas
delirantes, quizá sin demasiada sustancia en cuanto a trama y caracterización,
pero con unas ideas, personajes, diálogos, desarrollo y grafismo que hacen de
este comic algo fresco, gracioso, impredecible, afilado, con una comicidad que
oscila entre la ingenuidad, el absurdo y el humor negro y con entrañables
detalles metalingüísticos que remiten a una época pretérita de la historia de
los tebeos, como esa continuidad ficticia que se apunta en el artículo
editorial o las portadas, los títulos ampulosos de sonoridad melodramática, el
falso correo de los lectores y las chistosas notas al pie referenciando
imaginarios números anteriores.
La primera historia transpira cierto aire de improvisación,
algo que el propio autor deja claro en una graciosa doble página en la que se
caricaturiza a sí mismo durante el proceso de creación del comic, cuyo origen
estuvo en su deseo de independizarse del colectivo La Penya (en el que también
militaban Alex Fito, José Miguel Álvarez e Ismael Ferrer y que realizaba la
cabecera “Mondo Lirondo”) e iniciar un proyecto en solitario. Camaleón
Ediciones, con la que ya venía colaborando el colectivo, le abre las puertas.
Sólo necesita un personaje y lo encuentra en una figurita articulada que había
comprado (un Airgamboy espacial) y del que rápidamente, en tan solo diez días y
con el fin de presentarla en el Salón del Comic de Barcelona, realiza una
historia de 20 páginas que Camaleón edita en 1996 con un éxito quizá inesperado
(de hecho, en aquella edición del Salón, Monteys fue premiado como Mejor Autor
Revelación). Tanto, de hecho, que empieza a trabajar de forma estable para “El
Jueves” no mucho después, centrándose en ese semanario (que llegaría a dirigir
entre 2006 y 2011) y dejando atrás su cadavérico personaje espacial.
Así, durante bastantes años sólo existió un número de
“Calavera Espacial”, el primero (aunque en portada, otro chiste y guiño, se
numeraba con el 237), recordado con cariño por aficionados con ganas de más
entregas y que insistían al autor siempre que tenían oportunidad para que lo
recuperara. Así lo hizo Monteys en un par de ocasiones, primero en la forma de
cuatro historias cortas para la revista gallega BD Banda (2007); y otra, más
adelante, para Norma en un especial de la revista “Cimoc”, como preliminar a un
posible proyecto de colección que finalmente no llegó a materializarse). La
última historia, la más larga con sus veinte páginas, se realizó en 2022 para
la recopilación en un integral, por parte de Astiberri, de todo el material
publicado hasta la fecha, incluyendo portadas, chistes gráficos, editoriales y
cartas ficticias…
El material que compone esta edición integral, aunque relativamente escaso en cuanto a extensión, abarca nada menos que 25 años de la carrera del autor, por lo que sirve de guía de la evolución gráfica que le llevó desde un estilo abiertamente caricaturesco y una narrativa directa, ágil y eficaz que remite al MAD de la primera época, hasta un dibujo más realista (dentro de lo que cabe habida cuenta del personaje y su universo, claro), composiciones y viñetas más limpias y ordenadas, trazo más fino, mayor riqueza en los fondos y un uso más meditado y amplio de los recursos visuales y narrativos del medio. El diseño de los personajes estrafalarios y con un aire cartoon (desde el fascinante Niño Mina al extraterrestre enamorado con cuerpo fálico pasando por los muchos figurantes) recuerda al Basil Wolverton de los años 40 y 50, en los que dibujó héroes espaciales igual de delirantes y subversivos.
La “tecnología”, la ambientación y estética generales, de
corte retrofuturista, remite a los ilustradores de portadas de revistas pulp y
dibujantes de comics de CF de los años 30 a 60, así como a los diseñadores y
arquitectos adscritos al estilo Googie del que bebieron dibujantes como
Franquin o Chaland. A destacar también la capacidad del autor para desarrollar
historias ricas en personajes y situaciones, comprimidas en tan solo un puñado
de páginas muy bien aprovechadas; así como el dominio del ritmo propio del
chiste gráfico, esto último fundamental para que una idea ingeniosa pueda
concretarse en un gag verdaderamente gracioso.
“Calavera Lunar”, en definitiva, son un conjunto de historias ligeras, inocentes, quizá algo insustanciales pero de lectura simpática, que mezclan y representan con estilo nostálgico los tropos y temas clásicos del género, transmitiendo a la perfección el afecto que el autor siente por la CF y que volvería a materializarse en trabajos posteriores como “Universo” o su adaptación de la clásica novela “Matadero Cinco” (1969) de Kurt Vonnegut. Sátira cariñosa, parodia inteligente y homenaje afectuoso, es un comic de espíritu lúdico que también sirve como reflexión sobre las convenciones y tópicos del género.
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