martes, 25 de diciembre de 2018

1983- ADOLPHUS CLAAR – Yves Chaland


Yves Chaland fue uno de los autores de comic más prometedores de los años 70 y 80. Formó parte de la segunda generación de la escudería de la revista “Metal Hurlant” junto a Serge Clerc, Ted Benoit o Luc Cornillon y participó en la recuperación y renovación de lo que el holandés Joost Swarte en 1977 denominó “Línea Clara”. Se trataba éste de un estilo, de una forma de enfocar, narrar y dibujar las historietas cuyo máximo exponente era Hergé pero que parecía estar en claro retroceso ante el empuje de nuevos autores más provocadores, psicodélicos y pretendidamente adultos. Es más, la línea clara fue entonces duramente atacada por muchos al considerarla asociada a un tipo de comic caduco, poco sofisticado y de orientación infantil-juvenil. Yves Chaland fue quien marcó la diferencia y a quien hoy se reconoce el inmenso mérito de, yendo contracorriente, hacer avanzar el posmodernismo en los comics a base de tomar elementos del clasicismo franco-belga de los comics y, sin dejar de respetarlos, proponer una inversión de sus valores humanistas.



Chaland comprendió que existía una diferencia entre, por una parte el humanismo de Tintín o el espíritu boy-scout de Spirou, y por otra el estilo con el que estaban dibujados. Ambas cosas no estaban necesariamente relacionadas. Una línea clara y luminosa no tenía por qué llevar asociado un poco elaborado mensaje de rectitud moral e idealismo. Por el mero hecho de querer adoptar un estilo gráfico apoyado en la simplificación de la línea, la limitación de los espacios negros y las perspectivas planas, Chaland no se sintió obligado a adherirse a un imaginario conceptual tradicionalmente relacionado a aquél. La línea clara no tenía por qué ser un ghetto del comic destinado a lectores jóvenes a la espera de madurar y pasar a otra cosa.

Así, en 1980, aparece una serie en “Metal Hurlant” en la que Chaland propone su personal solución al dilema. “Bob Fish” era un comic de detectives hard-boiled con una estética propia de la línea clara, género y estética que a priori parecían casar mal. Al fin y al cabo, desde el punto de vista artístico, las historias de detectives siempre se habían caracterizado por la importancia del claroscuro, que era lo opuesto a la línea clara. La violencia, cinismo y ambigüedad moral de “Bob Fish” hubieran escandalizado a Hergé, Franquin o Edgar P.Jacobs,
pero Chaland supo demostrar con él que esa escuela estética podía adaptarse a comics adultos, libres de condicionamientos de edad, ideología o moralidad.

“Adolphus Claar”, por su parte, daba en 1982 un paso similar en el terreno de la ciencia ficción…pero en dirección opuesta. La ciencia ficción que había impulsado “Metal Hurlant” desde mediados de los setenta era tremendamente ambiciosa desde el punto de vista conceptual y gráfico. Se acabaron los héroes galácticos, los futuros utópicos, las aventuras reconfortantes y los argumentos lineales y diáfanos. Autores como Moebius, Druillet o Caza optaban por historietas psicodélicas, surrealistas, oscuras y experimentales. Pues bien, Chaland vuelve a nadar contracorriente y el futuro en el que ambienta estas historietas está sacado del imaginario colectivo más sencillo, popular y optimista, un futuro modelado de acuerdo al estilo Atom Punk, ese movimiento que surgió en Estados Unidos entre 1945 y 1965 a raíz de la obsesión con la Era Espacial y alimentado a partes iguales por el optimismo hacia la tecnología del futuro y el miedo a la guerra nuclear con la Unión Soviética. Líneas pulidas y elegantes que simbolizaban la velocidad y materiales brillantes adornaban desde edificios hasta coches, de juguetes a vestidos, de películas como “Barbarella” a series de televisión como “Los Supersónicos”.

En los setenta, éste era, en cualquier caso, un estilo “viejo” que contrastaba con los futuros
distópicos, apocalípticos u oscuramente extraños que imaginaban otros autores. Adolphus Claar vive en un 2060 utópico desde el punto de vista de la tecnología, en el que los robots realizan las tareas más desagradables, se puede viajar a otros planetas para disfrutar de las vacaciones y la esperanza de vida se mide en cientos de años… Sin embargo, no todo es perfecto y Adolphus, al mismo tiempo que disfruta de todos los beneficios y confort que proporciona la tecnología, sufre el mismo tipo de incomodidades que nosotros en el siglo XXI: al volver de un viaje de negocios su maleta resulta robada por la Sociedad de Ladrones Patentados, que está mejor organizada que la policía y es tan legal como ella; un guardia le multa por volar demasiado rápido con su helicóptero-cohete; los robots de su empresa de reciclaje de servicios se declaran en huelga; sufre de estrés y las vacaciones se le estropean por una avería de la nave-crucero.

La historieta de esta breve colección que mejor ilustra la dicotomía entre la limpia y amable línea del dibujo de Chaland y lo oscuro de la fábula que narra es “Fouchtrax y Deville”, escrita por Marc Voline. Se trata del clásico cuento del ratón de campo y ratón de ciudad trasladada a los robots. Un robot de campo deja a su familia para
tratar de abrirse paso en la gran ciudad con el apoyo de su sofisticado primo rico. Pero tratándose de un modelo obsoleto y de modales rústicos, no consigue trabajo y debe someterse a múltiples humillaciones antes de caer en el vicio y la decadencia de los bajos fondos. Es una historia terrible pero que, gracias al alegre estilo de Chaland resulta fácil de digerir.

“Adolphus Claar” (que consta de tan solo cuatro historias de extensión variable) es un comic ligero y divertido en el que no hay que buscar complejidades que no existen. Su protagonista es una mera excusa para desarrollar narraciones que son poco más que anécdotas, un personaje del que, aparte de su profesión y carácter algo gruñón, sabemos poco o nada: ni su pasado, ni su entorno, ni su identidad. No es un héroe ni un ciudadano prominente de su comunidad sino alguien bastante corriente que sirve al lector de guía por un futuro que es el auténtico gancho de la historieta. Y es que éste despliega un diseño que recuerda a un gran tablero de juegos, un parque de atracciones temático que regala la vista con esas formas que hoy llamaríamos retrofuturistas, robots tan encantadores como imposibles (y cuyo estilo años más tarde recuperaría Matt Groening para “Futurama”), ciudades al estilo Metrópolis, muebles futuristas, suelos y paredes inmaculados, neones…

Este es un tebeo en el que prima la estética sobre la historia y que debe leerse como un juego
cómplice con el autor. Puede que hoy no resulte tan rompedor como lo fue en su momento en lo que se refiere a la mencionada reivindicación de la línea clara, pero sigue siendo una lectura chispeante, original, delirante a su manera, con un humor al tiempo fino e incisivo y una resolución gráfica impecable y elegante que mezcla la nostalgia con la modernidad. Y, sobre todo, es un comic absolutamente actual a pesar de los treinta y cinco años trascurridos desde su creación, lo cual es una de las virtudes que lo distingue como clásico del género. “Adolphus Claar”, con su inteligente tratamiento y actualización de la tradición de la historieta francobelga y la propia ciencia ficción, se lee hoy perfectamente y se seguirá disfrutando igual dentro de otras tres décadas. Quién sabe a dónde podría habernos llevado el gran Yves Chaland de no haber fallecido trágicamente en un accidente de tráfico en 1990, con tan solo 33 años.


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