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lunes, 10 de diciembre de 2018
1982- EL RAÍL - Schuiten y Renard
Sobre los inicios de Schuiten en el mundo del comic ya hablé en la entrada dedicada a una de sus primeras obras, “Las Medianas de Cymbiola” que, como ya indiqué, fue escrita por su profesor de comic, Claude Renard, en el prestigioso Instituto Saint Luc, una escuela de artes bruselense a la que el artista asistía a mediados de los setenta. “El Raíl” fue la segunda entrega fruto de esa colaboración, serializada como la anterior en la revista “Metal Hurlant”, a la sazón la mejor cabecera del mundo en lo que se refería al comic de ciencia ficción. (Ambas historias pueden encontrarse hoy compiladas en un álbum bajo el título de “Metamorfosis”).
Mientras regresa a su casa a bordo de su sofisticado vehículo automático tras concluir con éxito una negociación en una alejada ciudad, William Davis, poderoso líder sindical, sufre una extraña avería en mitad de ninguna parte. Lo que al principio no debía ser más que un ligero inconveniente a la espera de la llegada de ayuda, pronto toma un cariz ominoso. Aparece un nutrido grupo de personas con evidentes conocimientos de mecánica que en lugar de auxiliarle comienzan a desmontarle el vehículo sin pronunciar palabra e indiferentes a sus protestas. Indefenso y confuso, Davis los sigue hasta unas instalaciones abandonadas en plena llanura, donde encuentra al líder de un grupo de nuevos robinsones que está diseñando un revolucionario sistema de transporte basado en las setas del que los gobernantes de la ciudad nada quieren saber por tener demasiados intereses creados alrededor de otro tipo de tecnologías.
Davis se niega a creer que su avería haya sido intencionada, tal y como le revelan esos renegados de la gran ciudad, y que ese es el sistema que utilizan sus gobernantes para librarse de ciudadanos tan poderosos o capaces que podrían suponer una amenaza para el statu quo. Incapaz de asumir la realidad que se le muestra, se empeña en regresar a su ciudad sólo para encontrar que ésta ha desaparecido.
Quizá el aspecto más destacable de “El Raíl” sea la información que los autores consiguen transmitir acerca del cuadro general que rodea a la acción propiamente dicha sin mostrar gran cosa del mismo, y ello lo hacen recurriendo tanto a los textos como a las imágenes pero sin salir de un momento espacial y temporal muy concreto. Las reflexiones y entorno físico y tecnológico del protagonista principal desprenden la sensación de un mundo higiénico, utópico incluso (aunque sólo para las clases más privilegiadas –la existencia de reivindicaciones sindicales y la naturaleza de las mismas apunta a una brecha social-), cuyo hedonismo y aislamiento del mundo real ha sido posible gracias a la mecanización. William Davis viaja a bordo de su sofisticado tren con ruedas, disfrutando de un jacuzzi mientras el vehículo se maneja automáticamente a lo largo de una hendidura-raíl que discurre por un entorno desolado y, podemos suponer, hostil. La traición de sus superiores bajo la forma de avería mecánica, le obliga a salir de su burbuja de confort y enfrentarse a la violencia, la suciedad y la amarga verdad: ha sido desterrado y privado de la cómoda existencia que daba por sentada tan solo pocos momentos antes.
El dibujo es sobresaliente y no se le pueden poner pegas al margen de esa cierta frialdad con la que Schuiten refleja la anatomía y expresividad humanas; algo, no obstante, que aquí queda atenuado por cuanto Renard también colaboró en el apartado gráfico, repasando ambos el trabajo de su compañero. Así, en esta ocasión los rostros tienen un grado extra de calidez y emotividad en relación a lo que luego sería la norma para Schuiten en solitario. El vehículo, las estructuras y construcciones, están diseñadas con la minuciosidad e imaginación por las que este dibujante se ha hecho famoso.
Pero sobre todo, cabe destacar en “El Raíl” la forma en que se juega con la composición y la línea para subrayar la diferencia entre el mundo civilizado que se sugiere a través del vehículo y el ajeno a él. Así, con la excepción de la última parte, con un montaje más tradicional, el comic adopta un formato inusual: una primera plancha en la que figura el estilizado título del capítulo, una viñeta principal rodeada de extraños personajes y en la que se va abriendo progresivamente episodio tras episodio una segunda viñeta narrando otra acción , un texto explicativo y un cuadro inferior apaisado en blanco y negro que va mostrando un travelling inverso a partir de lo que podría ser la estructura fundamental de la ciudad que nunca llegamos a ver, simbolizando quizá el ineludible alejamiento del protagonista respecto al mundo que conoció.
El final es un delirio psicodélico muy amargo en el que el color va desapareciendo página tras página hasta que en la última plancha sólo un pequeño destello rojo permanece en la forma de la única pieza superviviente del vehículo de Davis, que éste se niega a abandonar como último resto del mundo que conoció y al que nunca podrá volver.
Renard y Schuiten articulan un relato quizá en exceso alargado para lo que a la postre se cuenta y que resulta un tanto confuso en sus intenciones y mensaje. Parece haber escondida aquí una moraleja acerca de cómo el avance tecnológico genera fricciones y luchas en el seno de una sociedad; de las falsas utopías; la costumbre de los gobiernos autoritarios de librarse de aquellos elementos que destaquen en exceso o que demuestren una peligrosa capacidad de liderazgo; o la dificultad que tienen algunos miembros de una sociedad para separarse de la misma aun cuando ésta los haya traicionado.
Una obra, en fin, para amantes de Schuiten y sus extraños universos conceptuales y visuales. Es un comic demasiado ambicioso habida cuenta de lo poco que cuenta, pero gráficamente su construcción –indirecta en este caso- de un mundo alternativo es tan absorbente como de costumbre en este autor.
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