jueves, 28 de octubre de 2021

1975- LA CARRERA DE LA MUERTE DEL AÑO 2000- Paul Bartel


La década de los años setenta del pasado siglo fue un periodo de transición en el que la sociedad y cultura norteamericanas iniciaron su tránsito de las fantasías de amor fraternal y paz universal hijas de los sesenta a la mentalidad regida por la máxima “La Codicia es Buena” de los ochenta. Por supuesto, la CF se hizo eco de esos cambios, adoptando un discurso admonitorio sobre los peligros que podían aguardar en el futuro si persistíamos en tal deriva. Y lo hizo adoptando un enfoque satírico y violento que ofrecía una visión subversiva del statu quo.

 

En este sentido, el subgénero de la CF deportiva en particular, se centraba en subrayar los miedos y paranoias propios de la década. Estados Unidos atravesaba importantes cambios sociales y políticos. Es más, esos cambios estaban siendo retransmitidos día a día, evento a evento, por los medios de comunicación. Por primera vez en la historia del país, las encuestas de opinión revelaron que el pueblo norteamericano ya no se sentía optimista respecto al futuro. El presidente Jimmy Carter llegó incluso a decir que América estaba sufriendo una “crisis de confianza”.

 

Esta angustia mediatizada era característica de lo que algunos han llamado “una nación existencialmente desesperada”. Esta tesis sostiene que los acontecimientos de la década sirvieron para “desinflar” y poner en entredicho las esperanzas y sueños de unos ciudadanos de clase media que adoptaron una mentalidad de asedio, viéndose a sí mismos como supervivientes. La derrota en Vietnam señaló un declive en las fantasías heroicas y un recordatorio de la vulnerabilidad nacional. Pareció que la vida perdía su sentido y los estudios sociológicos mostraban una especie de tedio existencial ante el colapso de los valores en los que muchos ciudadanos habían depositado sus esperanzas.

 

Esto se manifiesta en muchos de los films producidos en Hollywood durante este periodo, reflejo del complicado estado anímico de la sociedad. Las películas de catástrofes de Irwin Allen como “La Aventura del Poseidón” (1972) o “El Coloso en Llamas” (1974), o las cintas de zombis de George Romero mostraban a americanos enfrentándose a desafíos extremos sin apreciar realmente la vida. Los personajes de estas historias se limitaban a sobrevivir y salir adelante con el mínimo dolor o trauma posible.

 

Pero películas como “Rollerball” (1975), “Cuando el Destino nosAlcance” (1973) o la que ahora nos ocupa, “La Carrera de la Muerte del Año 2000”, estaban ambientadas en el futuro, no en el presente, y esa mirada especulativa es la que verdaderamente sirve para resaltar los temores distópicos y de pérdida de la brújula moral. Si los finales de “La Aventura del Poseidón” o “Zombi: El Regreso de los Muertos Vivientes” (1978) dejaban lugar para que los pocos supervivientes tuvieran algo de esperanza, la ciencia ficción eliminaba tal posibilidad de su futuro. Ningún hombre podía marcar la diferencia y la sociedad no era digna de ser salvada. Con suerte, sobrevivir era lo mejor a lo que podía aspirarse.

 

Ya se aprecien o detesten sus películas, nadie puede negar el impacto que el productor de serie B Roger Corman tuvo en el cine de género. “La Carrera de la Muerte del Año 2000” es uno de sus títulos más recordados, una estrafalaria producción cuyo único propósito fue aprovechar el éxito de la mucho más dotada presupuestariamente “Rollerball”, copiando su pesimista y violenta visión de los deportes en el futuro. La ironía es que “La Carrera de la Muerte del Año 2000” es, hasta cierto punto, una película más disfrutable y menos pretenciosa que “Rollerball” y, de hecho y a pesar de sus muchos defectos, con el paso de los años ha ido ganando reputación de film de culto. Es una extraña mezcla de los Autos Locos, Rollerball y porno blando con un futuro distópico de fondo.

 

En el año 2000, la economía de Estados Unidos se ha derrumbado y el país está dirigido con mano de hierro por El Presidente, un dictador a todos los efectos, que aplaca los posibles brotes de descontento con un deporte dominado por la violencia que entusiasma a las masas. Al comienzo de la historia, los contendientes de la vigésima edición de la Carrera de la Muerte Transcontinental se alinean al volante de sus coches modificados para recibir el vitoreo de las multitudes. La competición consiste en llegar a la meta habiendo sobrevivido a los ataques de los otros corredores y con los máximos puntos posibles. Éstos se obtienen atropellando a viandantes inocentes, cuanto más indefensos mejor.

 

El favorito en esta ocasión vuelve a ser el campeón, Frankenstein (David Carradine), llamado así porque ha tenido tantos accidentes que la mayor parte de su cuerpo ha sido reemplazada. Con la cabeza cubierta por una máscara que deja ver parte de su destrozado rostro, vestido de negro y con capa, es difícil no verlo sin pensar en un prototipo de Darth Vader. Su principal rival es Machine Gun Joe Viturbo (Sylvester Stallone). Otros tres pilotos y sus respectivos mecánicos-navegantes, pasarán tres días recorriendo Estados Unidos y tratando de cosechar el máximo número de víctimas-puntos posible.   

 

Sin embargo, este año hay otro peligro añadido: el revolucionario Ejército de la Resistencia, liderado por una anciana, que se opone al régimen dictatorial, ha jurado boicotear la carrera y ha sembrado la ruta de trampas y emboscadas. Su jugada maestra, sin embargo, es haber conseguido introducir a la nieta de la líder, Annie (Simone Griffeth), como copiloto de Frankenstein. ¿Lo traicionará o acabará aliándose con él?

 

“La Carrera de la Muerte del Año 2000” reunió a algunos de los talentos más fértiles que entonces se cobijaban bajo el paraguas de la New World Pictures. En el asiento del productor estaba, como he dicho, Roger Corman y el guion se basaba en una historia de Ib Melchor, también director y productor especializado desde los años sesenta en la serie B, con títulos en su haber como “The Angry Red Planet” (1959), “Reptilicus” (1961) “Robinson Crusoe de Marte” (1964) o “Los Viajeros en el Tiempo” (1964). El libreto propiamente dicho lo firmó, por una parte, Charles B Griffith, autor de algunas de las películas más divertidas de Roger Corman, como “Un Cubo de Sangre” (1959) o “La Pequeña Tienda de los Horrores” (1960); y, por otra, Robert Thom, en cuya filmografía destacan la extravagante comedia “El Presidente” (1968) y la extraña “The Witch Came From the Sea” (1976).

 

En cuanto al director, Paul Bartel había dirigido anteriormente la poco conocida comedia negra “Neurosis Asesina” (1972) y más tarde escribiría y rodaría otra película en la misma línea, también título de culto, “¿Y si Nos Comemos a Raúl?” (1982). A bordo de la producción estaba asimismo una actriz de culto, Mary Woronov (interpretando a Calamity Jane, una de las corredoras), frecuente colaboradora de Bartel. Y, por último, claro, el protagonista, David Carradine, recién salido de su famosa serie de televisión “Kung Fu” (1972-75) y que aquí empezaría a labrarse esa imagen de “Clint Eastwood zen” que explotaría en un buen puñado de películas de bajo presupuesto.

 

Como era habitual en los films producidos por Corman, “La Carrera de la Muerte” incluye varios nombres todavía no famosos pero en camino de serlo. Por ejemplo, Sylvester Stallone un año antes de dar la campanada con “Rocky” (1976); Martin Kove, que se especializaría en películas de acción de serie B en los 90; un joven John Landis, que luego dirigiría “Los Blues Brothers” (1980) o “Un Hombre Lobo Americano en Londres” (1981); y como director de segunda unidad, otra joven promesa, Lewis Teague, más tarde realizador de “La Bestia Bajo el Asfalto” (1980), “Cujo” (1983), “La Joya del Nilo” (1985) o “Navy Seals: Comando Especial” (1988).

 

“La Carrera de la Muerte” está dirigida, escrita, montada, fotografiada e interpretada de una manera torpe y de ningún modo atractiva. Sus únicas virtudes son, primero, que no parece tomarse demasiado en serio a sí misma; y, segundo, su negro sentido del humor. El sistema de puntuación, por ejemplo, se mantiene oculto al espectador hasta que Joe Viterbo atropella al primer desgraciado, momento en el que el histriónico presentador Junior Bruce (Don Steele, que era uno de los DJ´s más famosos del país), aparece en pantalla gritando entusiasmado: “¡Qué pena que sólo tuviera 38 años; dos más y valdría tres puntos más!”. Otros momentos grotescamente cómicos son los debates sobre si Frankenstein puede puntuar arrollando a jueces de la competición, o Viterbo aplastando a sus propios mecánicos; o frases como “Si todo el mundo se dispersa, ve a por el bebé y la madre”, instrucción dada por Nero (Martin Kove) a su mecánico mientras aceleran en dirección a una familia de picnic.

 

Y, por supuesto, los propios corredores y sus coches, auténticas caricaturas que no hubieran desentonado en los “Autos Locos” (1968) de Hannah-Barbera, incluyendo dos neonazis y una vaquera llamada Calamity Jane. Difícilmente hay algo más delirantemente absurdo en la película que las imágenes de esa piloto, al volante de su coche tuneado con cuernos de toro, intentando embestir a un viandante que la “torea” con un capote rojo; o las enfermeras que colocan a los internos impedidos de un geriátrico en mitad de la carretera para que los arrolle uno de los coches; o el gag con la granada adherida a la mano postiza de Frankenstein…

 

El nivel de gore en el film es estúpidamente divertido (aunque Paul Bartel afirmó que mucho más se quedó en la sala de montaje a instancias de Corman), entre otras cosas porque las escenas de acción están obvia y ridículamente aceleradas. Hay también varios momentos en los que las actrices aparecen desnudas sin causa justificada (actrices, si se las puede llamar así, que han sido evidentemente elegidas por sus anatomías más que por sus capacidades interpretativas).

 

Tanto en esta película como en “Rollerball”, los medios de comunicación son los auténticos villanos, instigadores de la violencia para una población pegada a las pantallas de televisión y ansiosa de adrenalina y sangre. El tono burlón y satírico del film sirve para resaltar y criticar la idea de que el deporte, en un futuro no muy lejano, servirá como violento opio del pueblo ofrecido por un gobierno totalitario feliz de desviar así la atención de los auténticos problemas. Como en “Rollerball”, la violencia gratuita se convierte en espectáculo, aunque en este caso queda hasta cierto punto diluida por el rechazo del director a tomarse en serio lo que está rodando.

 

Me resulta difícil decir nada positivo del apartado actoral, que oscila entre lo amateur y lo excesivo. También es cierto, que los horrendos diálogos y el incoherente montaje no permite destacar a nadie, aun cuando ello hubiera sido posible. David Carradine, vestido con un ridículo traje negro ajustado que ningún favor le hace, pone cara de tipo duro para intentar representar al típico héroe taciturno que se opone al Sistema. Por desgracia, no resulta verosímil ni como héroe de acción (su pelea a puñetazos con el mucho más fornido Stallone es muy floja) ni como seductor (¿quién puede creerse que Annie caiga rendida a sus “encantos” el primer día?). Stallone es quizá el más divertido porque con ese rictus suyo tan particular y sus ademanes de matón, hace –quizá involuntariamente- una parodia del tópico bruto italiano que tanto explotaría en la siguiente década.

 

En 1978, Roger Corman produjo “Deporte Mortal” (1978), de nuevo con Carradine. Era otra película de CF, en esta ocasión con un escenario post-holocausto, que trató de venderse como una secuela de “La Carrera de la Muerte del Año 2000”. Ésta disfrutaría de un remake en 2008 como “Death Race: La Carrera de la Muerte”, dirigida por Paul W.S. Anderson y de la que ya hablé en su respectiva entrada.

 

“Rollerball” y “La Carrera de la Muerte” critican el fenómeno deportivo en su vertiente más competitiva y fanática y la forma en que aquél es utilizado por los gobiernos y los medios de comunicación para mantener anestesiada a una población asediada por muchos otros problemas. Ambas películas son un ejemplo de cómo la Ciencia Ficción había pasado en los setenta a preocuparse tanto por la política como por el espectáculo. Su cinismo desbordante, pesimismo, violencia explícita y negro sentido del humor pervivirían en la CF más allá de esta década, siendo adoptados por cineastas como Paul Verhoeven.

 

 

 


4 comentarios:

  1. Discrepo amistosamente aunque seguramente es porque a mi Rollerball y esta mencantan. No te compro que la 1ª es pretenciosa y la Carrera torpe. Y Rollerball me gusta más simplemente porque tiene más presupuesto y por eso salió mejor.

    Carrera está muy cuidada tanto en composición como en montaje teniendo en cuenta su poco presupuesto que significa que sólo se toma una toma de cada escena y se rueda rápido. Fíjate en las escenas de victoria de Frank. Puro Riefensthal. El problema es que el guión no está muy trabajado, sobre todo los parlamentos del "obispo" y el "presidente" y eso hace que el mundo donde se desarrolla el film sea incomprensible.

    Por otro lado Carrera sobre todo va de la violencia en el ser humano. Esta peli surge en un momento en que los mojigatos criados en los 50 se dan cuenta de que el entretenimiento de los 70 es más violento que en su época. Basta comparar Grupo Salvaje con los Western de los 40 y 50 que parecen pelis de Disney. La gente se daba balazos y se rompía botellas en la cabeza pero NADIE sangraba. También está de fondo que en EEUU se acepta definitivamente que venimos del mono y queste es violento como demuestra la celebérrima escena inicial del 2001. En aquella época se descubrió que el austrolopitecus cazaba y eso se juntó con la crisis y con las noticias de Vietnam, así que Occidente empezó a preguntase si el hombre es esencialmente violento o no. Fíjate que los corredores son los géneros cinematográficos dentretenimiento tradicionales. Nerón es el peplum, Calimity es el Oeste, Metralleta es el de gangsters, Huna es el bélico (que en los 60 y 70 es fundamentalmente de la 2ªGM) y Frank es el Terror. Todos en los 60 se hicieron más gore y eróticos hasta el paroxismo (según creían entonces) en los 70. Imagínate nacido en los 40 o antes cómo vería eso. Qué pensaría de que eso fuese el entretenimiento de sus nietos o hijos. Somos violentos y por eso hemos de censurar o hemos de sublimar la violencia en el entretenimiento? El deporte violento fomenta la paz o la guerra? De fondo está el famoso libro de Lorenz publicado poco antes.

    En fin la peli es muy buena, desde luego no merece tu impiedad, los actores hacen muy bien el payaso, sobre todo los presentadores y la vieja, que era su deber. Carrera 2000 es un producto muy de su época pero a la vez un clásico menor por su elegancia formal, hablar de un tema universal y su audacia.

    Para una visión más positiva por más entregada: https://elcritiquitas.blogspot.com/2017/07/videados-138-la-carrera-de-la-muerte.html
    Si molesta el spam borra esta parte.

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    1. Gracias por tu extenso comentario. Por supuesto y como siempre, lo que yo escribo es sólo mi opinión, y como tal tiene un elemento subjetivo. Entiendo perfectamente que se discrepe de ello siempre que, como tú, lo hagas con argumentos y educadamente.

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  2. Jojojo... esta la vi a los diez años o así con mi grupo de catequesis (a la que iba obligado, claro), y nos volvió locos a todos. Había que elegir entre "La guerra de las galaxias", que ya habían visto muchos, "Montaña rusa", una peli de catástrofes chunga, y esta. ¡Gracias a Dios que salió esta! El que lo pasó mal fue el monitor que nos acompañaba, que dudaba entre aconsejarnos que no se lo contáramos a nuestros padres o que fuéramos buenos y sinceros cristianos y que pasara lo que pasara. ¡Para nosotros fue una fiesta de violencia y blandiporno, desde luego!

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    1. Jope, pero a que catequista se le ocurre llevar a sus inocentes discípulos a una película con semejante título.... Desde luego, un recuerdo que atesorar, jajajaja

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