La década de los años setenta del pasado siglo fue un periodo de transición en el que la sociedad y cultura norteamericanas iniciaron su tránsito de las fantasías de amor fraternal y paz universal hijas de los sesenta a la mentalidad regida por la máxima “La Codicia es Buena” de los ochenta. Por supuesto, la CF se hizo eco de esos cambios, adoptando un discurso admonitorio sobre los peligros que podían aguardar en el futuro si persistíamos en tal deriva. Y lo hizo adoptando un enfoque satírico y violento que ofrecía una visión subversiva del statu quo.
En este sentido, el subgénero de la CF deportiva en particular, se
centraba en subrayar los miedos y paranoias propios de la década. Estados Unidos
atravesaba importantes cambios sociales y políticos. Es más, esos cambios
estaban siendo retransmitidos día a día, evento a evento, por los medios de
comunicación. Por primera vez en la historia del país, las encuestas de opinión
revelaron que el pueblo norteamericano ya no se sentía optimista respecto al
futuro. El presidente Jimmy Carter llegó incluso a decir que América estaba
sufriendo una “crisis de confianza”.
Esta angustia mediatizada era característica de lo que algunos han
llamado “una nación existencialmente desesperada”. Esta tesis sostiene que los
acontecimientos de la década sirvieron para “desinflar” y poner en entredicho
las esperanzas y sueños de unos ciudadanos de clase media que adoptaron una
mentalidad de asedio, viéndose a sí mismos como supervivientes. La derrota en
Vietnam señaló un declive en las fantasías heroicas y un recordatorio de la
vulnerabilidad nacional. Pareció que la vida perdía su sentido y los estudios
sociológicos mostraban una especie de tedio existencial ante el colapso de los
valores en los que muchos ciudadanos habían depositado sus esperanzas.
Esto se manifiesta en muchos de los films producidos en Hollywood
durante este periodo, reflejo del complicado estado anímico de la sociedad. Las
películas de catástrofes de Irwin Allen como “La Aventura del Poseidón” (1972)
o “El Coloso en Llamas” (1974), o las cintas de zombis de George Romero
mostraban a americanos enfrentándose a desafíos extremos sin apreciar realmente
la vida. Los personajes de estas historias se limitaban a sobrevivir y salir
adelante con el mínimo dolor o trauma posible.
Pero películas como “Rollerball” (1975), “Cuando el Destino nosAlcance” (1973) o la que ahora nos ocupa, “La Carrera de la Muerte del Año
2000”, estaban ambientadas en el futuro, no en el presente, y esa mirada
especulativa es la que verdaderamente sirve para resaltar los temores
distópicos y de pérdida de la brújula moral. Si los finales de “La Aventura del
Poseidón” o “Zombi: El Regreso de los Muertos Vivientes” (1978) dejaban lugar
para que los pocos supervivientes tuvieran algo de esperanza, la ciencia
ficción eliminaba tal posibilidad de su futuro. Ningún hombre podía marcar la
diferencia y la sociedad no era digna de ser salvada. Con suerte, sobrevivir
era lo mejor a lo que podía aspirarse.
Ya se aprecien o detesten sus películas, nadie puede negar el impacto
que el productor de serie B Roger Corman tuvo en el cine de género. “La Carrera
de la Muerte del Año 2000” es uno de sus títulos más recordados, una
estrafalaria producción cuyo único propósito fue aprovechar el éxito de la
mucho más dotada presupuestariamente “Rollerball”, copiando su pesimista y
violenta visión de los deportes en el futuro. La ironía es que “La Carrera de
la Muerte del Año 2000” es, hasta cierto punto, una película más disfrutable y
menos pretenciosa que “Rollerball” y, de hecho y a pesar de sus muchos
defectos, con el paso de los años ha ido ganando reputación de film de culto. Es
una extraña mezcla de los Autos Locos, Rollerball y porno blando con un futuro
distópico de fondo.
En el año 2000, la economía de Estados Unidos se ha derrumbado y el
país está dirigido con mano de hierro por El Presidente, un dictador a todos
los efectos, que aplaca los posibles brotes de descontento con un deporte
dominado por la violencia que entusiasma a las masas. Al comienzo de la historia,
los contendientes de la vigésima edición de la Carrera de la Muerte
Transcontinental se alinean al volante de sus coches modificados para recibir
el vitoreo de las multitudes. La competición consiste en llegar a la meta
habiendo sobrevivido a los ataques de los otros corredores y con los máximos
puntos posibles. Éstos se obtienen atropellando a viandantes inocentes, cuanto
más indefensos mejor.
El favorito en esta ocasión vuelve a ser el campeón, Frankenstein
(David Carradine), llamado así porque ha tenido tantos accidentes que la mayor
parte de su cuerpo ha sido reemplazada. Con la cabeza cubierta por una máscara
que deja ver parte de su destrozado rostro, vestido de negro y con capa, es
difícil no verlo sin pensar en un prototipo de Darth Vader. Su principal rival
es Machine Gun Joe Viturbo (Sylvester Stallone). Otros tres pilotos y sus
respectivos mecánicos-navegantes, pasarán tres días recorriendo Estados Unidos
y tratando de cosechar el máximo número de víctimas-puntos posible.
Sin embargo, este año hay otro peligro añadido: el revolucionario
Ejército de la Resistencia, liderado por una anciana, que se opone al régimen
dictatorial, ha jurado boicotear la carrera y ha sembrado la ruta de trampas y
emboscadas. Su jugada maestra, sin embargo, es haber conseguido introducir a la
nieta de la líder, Annie (Simone Griffeth), como copiloto de Frankenstein. ¿Lo
traicionará o acabará aliándose con él?
“La Carrera de la Muerte del Año 2000” reunió a algunos de los
talentos más fértiles que entonces se cobijaban bajo el paraguas de la New
World Pictures. En el asiento del productor estaba, como he dicho, Roger Corman
y el guion se basaba en una historia de Ib Melchor, también director y
productor especializado desde los años sesenta en la serie B, con títulos en su
haber como “The Angry Red Planet” (1959), “Reptilicus” (1961) “Robinson Crusoe de Marte” (1964) o “Los Viajeros en el Tiempo” (1964). El libreto propiamente
dicho lo firmó, por una parte, Charles B Griffith, autor de algunas de las
películas más divertidas de Roger Corman, como “Un Cubo de Sangre” (1959) o “La
Pequeña Tienda de los Horrores” (1960); y, por otra, Robert Thom, en cuya
filmografía destacan la extravagante comedia “El Presidente” (1968) y la
extraña “The Witch Came From the Sea” (1976).
En cuanto al director, Paul Bartel había dirigido anteriormente la
poco conocida comedia negra “Neurosis Asesina” (1972) y más tarde escribiría y
rodaría otra película en la misma línea, también título de culto, “¿Y si Nos
Comemos a Raúl?” (1982). A bordo de la producción estaba asimismo una actriz de
culto, Mary Woronov (interpretando a Calamity Jane, una de las corredoras),
frecuente colaboradora de Bartel. Y, por último, claro, el protagonista, David
Carradine, recién salido de su famosa serie de televisión “Kung Fu” (1972-75) y
que aquí empezaría a labrarse esa imagen de “Clint Eastwood zen” que explotaría
en un buen puñado de películas de bajo presupuesto.
Como era habitual en los films producidos por Corman, “La Carrera de
la Muerte” incluye varios nombres todavía no famosos pero en camino de serlo.
Por ejemplo, Sylvester Stallone un año antes de dar la campanada con “Rocky”
(1976); Martin Kove, que se especializaría en películas de acción de serie B en
los 90; un joven John Landis, que luego dirigiría “Los Blues Brothers” (1980) o
“Un Hombre Lobo Americano en Londres” (1981); y como director de segunda
unidad, otra joven promesa, Lewis Teague, más tarde realizador de “La Bestia
Bajo el Asfalto” (1980), “Cujo” (1983), “La Joya del Nilo” (1985) o “Navy
Seals: Comando Especial” (1988).
“La Carrera de la Muerte” está dirigida, escrita, montada,
fotografiada e interpretada de una manera torpe y de ningún modo atractiva. Sus
únicas virtudes son, primero, que no parece tomarse demasiado en serio a sí
misma; y, segundo, su negro sentido del humor. El sistema de puntuación, por
ejemplo, se mantiene oculto al espectador hasta que Joe Viterbo atropella al
primer desgraciado, momento en el que el histriónico presentador Junior Bruce
(Don Steele, que era uno de los DJ´s más famosos del país), aparece en pantalla
gritando entusiasmado: “¡Qué pena que sólo tuviera 38 años; dos más y valdría
tres puntos más!”. Otros momentos grotescamente cómicos son los debates sobre
si Frankenstein puede puntuar arrollando a jueces de la competición, o Viterbo
aplastando a sus propios mecánicos; o frases como “Si todo el mundo se
dispersa, ve a por el bebé y la madre”, instrucción dada por Nero (Martin Kove)
a su mecánico mientras aceleran en dirección a una familia de picnic.
Y, por supuesto, los propios corredores y sus coches, auténticas
caricaturas que no hubieran desentonado en los “Autos Locos” (1968) de
Hannah-Barbera, incluyendo dos neonazis y una vaquera llamada Calamity Jane.
Difícilmente hay algo más delirantemente absurdo en la película que las imágenes
de esa piloto, al volante de su coche tuneado con cuernos de toro, intentando
embestir a un viandante que la “torea” con un capote rojo; o las enfermeras que
colocan a los internos impedidos de un geriátrico en mitad de la carretera para
que los arrolle uno de los coches; o el gag con la granada adherida a la mano
postiza de Frankenstein…
El nivel de gore en el film es estúpidamente divertido (aunque Paul
Bartel afirmó que mucho más se quedó en la sala de montaje a instancias de
Corman), entre otras cosas porque las escenas de acción están obvia y
ridículamente aceleradas. Hay también varios momentos en los que las actrices
aparecen desnudas sin causa justificada (actrices, si se las puede llamar así,
que han sido evidentemente elegidas por sus anatomías más que por sus
capacidades interpretativas).
Tanto en esta película como en “Rollerball”, los medios de
comunicación son los auténticos villanos, instigadores de la violencia para una
población pegada a las pantallas de televisión y ansiosa de adrenalina y
sangre. El tono burlón y satírico del film sirve para resaltar y criticar la
idea de que el deporte, en un futuro no muy lejano, servirá como violento opio
del pueblo ofrecido por un gobierno totalitario feliz de desviar así la
atención de los auténticos problemas. Como en “Rollerball”, la violencia
gratuita se convierte en espectáculo, aunque en este caso queda hasta cierto
punto diluida por el rechazo del director a tomarse en serio lo que está
rodando.
Me resulta difícil decir nada positivo del apartado actoral, que
oscila entre lo amateur y lo excesivo. También es cierto, que los horrendos
diálogos y el incoherente montaje no permite destacar a nadie, aun cuando ello
hubiera sido posible. David Carradine, vestido con un ridículo traje negro
ajustado que ningún favor le hace, pone cara de tipo duro para intentar
representar al típico héroe taciturno que se opone al Sistema. Por desgracia, no
resulta verosímil ni como héroe de acción (su pelea a puñetazos con el mucho
más fornido Stallone es muy floja) ni como seductor (¿quién puede creerse que
Annie caiga rendida a sus “encantos” el primer día?). Stallone es quizá el más
divertido porque con ese rictus suyo tan particular y sus ademanes de matón,
hace –quizá involuntariamente- una parodia del tópico bruto italiano que tanto
explotaría en la siguiente década.
En 1978, Roger Corman produjo “Deporte Mortal” (1978), de nuevo con
Carradine. Era otra película de CF, en esta ocasión con un escenario
post-holocausto, que trató de venderse como una secuela de “La Carrera de la
Muerte del Año 2000”. Ésta disfrutaría de un remake en 2008 como “Death Race:
La Carrera de la Muerte”, dirigida por Paul W.S. Anderson y de la que ya hablé
en su respectiva entrada.
“Rollerball” y “La Carrera de la Muerte” critican el fenómeno deportivo en su vertiente más competitiva y fanática y la forma en que aquél es utilizado por los gobiernos y los medios de comunicación para mantener anestesiada a una población asediada por muchos otros problemas. Ambas películas son un ejemplo de cómo la Ciencia Ficción había pasado en los setenta a preocuparse tanto por la política como por el espectáculo. Su cinismo desbordante, pesimismo, violencia explícita y negro sentido del humor pervivirían en la CF más allá de esta década, siendo adoptados por cineastas como Paul Verhoeven.
Discrepo amistosamente aunque seguramente es porque a mi Rollerball y esta mencantan. No te compro que la 1ª es pretenciosa y la Carrera torpe. Y Rollerball me gusta más simplemente porque tiene más presupuesto y por eso salió mejor.
ResponderEliminarCarrera está muy cuidada tanto en composición como en montaje teniendo en cuenta su poco presupuesto que significa que sólo se toma una toma de cada escena y se rueda rápido. Fíjate en las escenas de victoria de Frank. Puro Riefensthal. El problema es que el guión no está muy trabajado, sobre todo los parlamentos del "obispo" y el "presidente" y eso hace que el mundo donde se desarrolla el film sea incomprensible.
Por otro lado Carrera sobre todo va de la violencia en el ser humano. Esta peli surge en un momento en que los mojigatos criados en los 50 se dan cuenta de que el entretenimiento de los 70 es más violento que en su época. Basta comparar Grupo Salvaje con los Western de los 40 y 50 que parecen pelis de Disney. La gente se daba balazos y se rompía botellas en la cabeza pero NADIE sangraba. También está de fondo que en EEUU se acepta definitivamente que venimos del mono y queste es violento como demuestra la celebérrima escena inicial del 2001. En aquella época se descubrió que el austrolopitecus cazaba y eso se juntó con la crisis y con las noticias de Vietnam, así que Occidente empezó a preguntase si el hombre es esencialmente violento o no. Fíjate que los corredores son los géneros cinematográficos dentretenimiento tradicionales. Nerón es el peplum, Calimity es el Oeste, Metralleta es el de gangsters, Huna es el bélico (que en los 60 y 70 es fundamentalmente de la 2ªGM) y Frank es el Terror. Todos en los 60 se hicieron más gore y eróticos hasta el paroxismo (según creían entonces) en los 70. Imagínate nacido en los 40 o antes cómo vería eso. Qué pensaría de que eso fuese el entretenimiento de sus nietos o hijos. Somos violentos y por eso hemos de censurar o hemos de sublimar la violencia en el entretenimiento? El deporte violento fomenta la paz o la guerra? De fondo está el famoso libro de Lorenz publicado poco antes.
En fin la peli es muy buena, desde luego no merece tu impiedad, los actores hacen muy bien el payaso, sobre todo los presentadores y la vieja, que era su deber. Carrera 2000 es un producto muy de su época pero a la vez un clásico menor por su elegancia formal, hablar de un tema universal y su audacia.
Para una visión más positiva por más entregada: https://elcritiquitas.blogspot.com/2017/07/videados-138-la-carrera-de-la-muerte.html
Si molesta el spam borra esta parte.
Gracias por tu extenso comentario. Por supuesto y como siempre, lo que yo escribo es sólo mi opinión, y como tal tiene un elemento subjetivo. Entiendo perfectamente que se discrepe de ello siempre que, como tú, lo hagas con argumentos y educadamente.
EliminarJojojo... esta la vi a los diez años o así con mi grupo de catequesis (a la que iba obligado, claro), y nos volvió locos a todos. Había que elegir entre "La guerra de las galaxias", que ya habían visto muchos, "Montaña rusa", una peli de catástrofes chunga, y esta. ¡Gracias a Dios que salió esta! El que lo pasó mal fue el monitor que nos acompañaba, que dudaba entre aconsejarnos que no se lo contáramos a nuestros padres o que fuéramos buenos y sinceros cristianos y que pasara lo que pasara. ¡Para nosotros fue una fiesta de violencia y blandiporno, desde luego!
ResponderEliminarJope, pero a que catequista se le ocurre llevar a sus inocentes discípulos a una película con semejante título.... Desde luego, un recuerdo que atesorar, jajajaja
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